VIGESIMOSEXTA ENTREGA
12 / LLEVAR LUZ EN EL ROSTRO (2)
¿Algo que agregar con respecto a su fobia a viajar?
El que hunde el remo lleva implícito un destino. Pero los destinos estratégicos son organizados a mayor distancia. Todo es ilusión: navegar hacia otra localización es abandonar una suerte estanciada, desertar del azar cotidiano. Es como en el ajedrez el cambio impensado de un alfil por alfil, que los dos circulan diagonales. Platicamos ya de mi calma móvil, de mi inmóvil trasiego, de mi ansiedad sedente: no me conformo fácilmente con una lejanía incierta, si en las inmediaciones arde un lujurioso fuego sin dudas entrañable y sin dudas pertrechado por un aluvión de imágenes que yo deseara desentrañar hasta la saciedad. De cualquier manera uno se mueve de un desplazamiento a otro, a diversas y simultáneas velocidades, y si algo me asombra a diario, ahora que ando por los sesenta, es la prisa de las alfombras y en particular la mía, que permaneciendo en su sitio con ligereza estable, no cesa de arrastrarme hacia los crepúsculos. He hablado de los aviones y sus pasajeros. No me agrada circular en latas de conserva, con un abismo técnico y real debajo de los pies. En el avión se logra apenas avanzar algunos pasos, si torpemente nos decidimos a caminar entre el asiento y la puerta del baño. De veras no le veo gracia a arriesgar imágenes y ensueños cercanos por una visión fulminante y dudosa de pájaro enlatado.
Cada vez que converso de viajes aplazados, experimento un inaudito sentimiento de resurrección. No resulta fácil regresar de ninguna parte. Oí hablar de una mariposa que cada año escapa a las nevadas del Canadá, atraviesa EE.UU. y capea el temporal en estribaciones de montañas mexicanas. Durante el peregrinaje al sur, la bandada supura gruesas gotas, mientras que el regreso es aun más agónico, porque la especie se deshace en un polvillo de oro y marca la ruta de su extinción. Las criaturas migratorias sufren de una reiterada incapacidad anual para resistir viajar de un verano a otro, implica desconocer la aventura de los inviernos. Prefiero la diversidad de las estaciones, de la misma manera que me rehuso a vivir entre dos maletas: una que hago y otra que deshago.
¿No fue nunca a ninguna parte?
Creo que usted sabe que sí, así que tomo la pregunta como una provocación. Viajé a Jamaica y México, además de rechazar ofertas que me hubiesen conducido a Madrid, París, a Roma quizás. De mis viajes por el continente guardo algunas imágenes: una montaña envuelta en nubes, un cerro deshabitado, caballos abrevando en una laguna azul, el morado rígido de la oceanidad, una mujer arrastrando cerdos por el callejón, una ciudad inmensa girando como una ventisca de cúpulas y gárgolas. En un paraje de costa divisé un bote y a su tripulación enfrascados con una tormenta local. Esa imagen distante y extraviada del par de remos resistiendo el embate del agua y el viento, que seguro se repite desde la época de Noé y aun tendrá reposiciones, me dejó intuir que ningún drama carece de espectadores, así como que no hay espectador que no disponga de dramas a su antojo con sólo parpadear o soñar de espaldas al triángulo de las Bermudas. No me falta la vivencia de una aeromoza afable practicando el minué e insistiendo en varios amables idiomas que uno se beba el café plástico que sirven allá arriba. Si de volar se trata, he volado a diversas alturas, si de mirar nubes por la ventanilla se trata, acumulo toneladas de nubes. Si cree usted que eso me hace más importante o popular, incluso podemos exagerar en secreto y anunciar que todas mis observaciones astronómicas las hice desde el aire o que conozco de bien cerca la intimidad de algunas estrellas.
¿Su asma qué es: verdugo o compañía?
El asma ha sido en fin una aventura general de mi persona y una particular de los pulmones, que no me hizo más débil ni vulnerable. En África se aprende a caminar enormes distancias con una gran carga de leña o agua en la cabeza y por eso precisamente se acostumbra a paladear agua silenciosamente cerca de las hogueras. El asma que no deja dormir conduce al libro: en los libros vive un ácaro que provoca asmas. Círculo cerrado: del asma al libro y del libro al asma, como del codo al caño y del caño al codo. Y soy ese Lezama, porque de otra manera yo sería mi sucedáneo, con menos asmas quizás, pero tal vez con menos lecturas en los cimientos.
La musa de Proust era, como se sabe, una asmática recalcitrante: y esa vigilia le permitió rastrear en el tiempo más que sus paseos aristocráticos por los salones. Si Proust, como se dice, no se identifica con los personajes que describe ni los sucesos que narra, es porque mira desde su botella de aire. Proust escogió vivir en los recintos del arte, porque los intemperismos resultaban incómodos. Los ciegos desarrollan optimismos táctiles, olfativos, auditivos, porque una invalidez normalmente debe agregar dimensiones. Yo no la sufro: me sumerjo en los placeres del asma y emerjo redivivo en la superficie de los astros.
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