sábado

SALINGER - FRANNY Y ZOOEY


(Traducción de Isabel de Juan)

DECIMOTERCERA ENTREGA

ZOOEY (6)

Unos cinco minutos después, Zooey, con el pelo mojado y peinado, estaba de pie ante el lavabo, descalzo, con unos pantalones de zapa gris oscuros, sin cinturón, y una toalla sobre sus hombros. Ya había llevado a cabo el ritual previo al afeitado. Había subido la persiana a la mitad; había dejado la puerta entreabierta pata que saliera el vapor y se aclarasen los espejos; había encendido un cigarrillo, le había dado una chupada, y lo había puesto a su alcance sobre el estante de cristal bajo el espejo del botiquín. En ese momento, Zooey acababa de poner crema de afeitar en la brocha. Dejó el tubo, sin taparlo, donde no le estorbase. Pasó la palma de la mano por la superficie del espejo, desempañándolo así del todo. Luego empezó a extender la espuma por su cara. Su técnica era muy poco corriente, aunque idéntica en espíritu a la de afeitado. Es decir, si bien miraba el espejo mientras se enjabonaba, no seguía los movimientos de la brocha, sino que se miraba directamente a los ojos, como si éstos fuesen un terreno neutral, una tierra de nadie en la guerra particular que libraba contra el narcisismo desde los siete u ocho años. Ahora, a los veinticinco, es muy posible que esta pequeña estratagema fuese en gran parte un acto reflejo, como ocurre con un veterano jugador de béisbol que golpea los clavos de sus botas con el bate tanto si lo necesita como si no. No obstante, unos minutos antes se había peinado casi sin ayuda del espejo. Y aun antes había logrado secarse delante de un espejo de cuerpo entero sin dirigirse siquiera una mirada.

Acababa de enjabonarse la cara cuando su madre apareció de improviso en el espejo. Se detuvo en el umbral, unos pasos detrás de él, con una mano en el picaporte, la imagen de una falsa vacilación respecto a volver a entrar del todo en el cuarto.

-¡Oh! ¡Qué gran sorpresa! -dijo Zooey al espejo-. Pasa, pasa.

Se rio, o lanzó una carcajada, luego abrió el armario y sacó su maquinilla de afeitar. La señora Glass avanzó, meditabunda.

-Zooey -dijo-. He estado pensando.

El lugar donde se sentaba habitualmente estaba justo a la izquierda de Zooey. Se dispuso a tomar asiento.

-¡No te sientes! Deja que te contemple primero -dijo Zooey. Salir de la bañera, ponerse los pantalones y peinarse parecía haber tenido un efecto positivo en su humor-. No recibimos visitantes con frecuencia en nuestra pequeña capilla, y, cuando vienen, deseamos que se sienten…

-Calla un minuto -dijo la señora Glass con firmeza, sentándose. Cruzó las piernas-. He estado pensando. ¿Crees que serviría de algo tratar de localizar a Waker? Personalmente, creo que no, pero ¿tú qué crees? En mi opinión lo que esa niña necesita es un buen psiquiatra, no un cura ni nada parecido, pero puedo estar equivocada.

-Oh, no. No, no. Equivocada, no. Que yo sepa tú nunca has estado equivocada, Bessie. Tus afirmaciones son falsas o exageradas, pero nunca te equivocas…, no, no.

Con gran regocijo, Zooey mojó su maquinilla y empezó  a afeitarse.

-Zooey, te estoy preguntando, así que basta de tonterías, por favor. ¿Crees o no que debería ponerme en contacto con Waker? Podría llamar al obispo ese, Pinchot, o como se llame, y probablemente él me diría adónde podría ponerle un telegrama, por lo menos, si es que todavía está en algún absurdo barco -la señora Glass alargó la mano para atraer la papelera mecánica hacia sí y usarla como cenicero para el cigarrillo que traía encendido al entrar-. Le pregunté a Franny si le gustaría hablar con él por teléfono. Suponiendo que yo consiga encontrarle.

Zooey aclaró la maquinilla brevemente.

-¿Qué te dijo ella? -preguntó.

La señora Glass cambió de postura con un movimiento evasivo hacia la derecha.

-Dice que no quiere hablar con nadie.

-¡Ah! Pero nosotros sabemos que no es así, ¿verdad? No vamos a aceptar sin más una respuesta directa, ¿verdad?

-Para tu información, jovencito, hoy no voy a aceptar ninguna clase de respuesta de esa niña -dijo la señora Glass, reanimándose. Miró el perfil enjabonado de Zooey-. Si una chica se pasa veinticuatro horas tumbada en una habitación, llorando y musitando para sí, no puedes esperar de ella ninguna respuesta.

Zooey continuó afeitándose sin hacer ningún comentario.

-Contesta a mi pregunta, por favor. ¿Crees que debería intentar hablar con Waker o no? Me da miedo hacerlo, francamente. Es tan emotivo…, aunque sea sacerdote. Le dices a Waker que parece que va a llover, y se le humedecen los ojos.

Zooey compartió la diversión que le produjo esta observación con el reflejo de sus ojos en el espejo.

-Aun hay esperanzas para ti, Bessie -dijo.

-Bueno, si no consigo hablar con Buddy por teléfono, y tampoco tú me ayudas, tendré que hacer algo -dijo la señora Glass. Con aire sumamente preocupado, siguió fumando durante unos momentos-. Si se tratase de algo estrictamente católico, o de alguna cosa parecida, a lo mejor podría ayudarla yo misma. No lo he olvidado todo. Pero ninguno de vosotros habéis sido educados como católicos, y no veo…

Zooey la interrumpió.

-Estás mal encaminada -le dijo, volviendo la cara enjabonada hacia ella-. Muy mal encaminada. Ya te lo dije anoche. Lo de Franny no es en absoluto sectario -mojó la maquinilla y continuó afeitándose-. Créeme, te lo ruego.

La señora Glass contempló insistentemente el perfil de Zooey, como a la espera de que le dijera algo más; sin embargo, él no añadió nada. Al fin, ella suspiró y dijo:

-Casi me conformaría por un rato si pudiera llevarme a ese horrendo Bloomberg del sofá donde ella está. Ni siquiera es higiénico -dio una chupada al cigarrillo-. Y no sé qué hacer con los pintores. Ahora mismo están terminando su dormitorio, y se van a impacientar si no pueden entrar en el cuarto de estar.

-¿Sabes una cosa? Soy el único de esta familia que no tiene problemas -dijo Zooey-. ¿Y sabes por qué? Porque siempre que me siento triste, o desconcertado, lo que hago es invitar a unas cuantas personas a hacerme una visita en el cuarto de baño y… bueno, resolvemos las cosas juntos y ya está.

La señora Glass parecía a punto de dejarse distraer por el método de Zooey de tratar los problemas, pero estaba en un día en que rechazaba cualquier forma de diversión. Le miró fijamente durante un momento, y luego, poco a poco, en sus ojos apareció una nueva expresión, hábil, astuta y algo desesperada.

-Escucha, no soy tan estúpida como pareces creer, jovencito -dijo-. Todos mis hijos sois tan misteriosos. Pero da la casualidad, por si quieres saberlo, de que sé más de lo que tú te piensas sobre lo que hay detrás de esto -para reforzar sus palabras, sacudió, con los labios apretados, unas imaginarias briznas de tabaco de la falda de su kimono-. Para tu información, sé que en ese librito del que no se ha separado en todo el día de ayer está la raíz de todo este asunto.

Zooey se volvió y la miró un instante. Sonreía a medias.

-¿Cómo lo has deducido?

-No te preocupes por eso -respondió la señora Glass-. Para que lo sepas, Lane ha llamado varias veces. Está terriblemente preocupado por ella.

Zooey aclaró la maquinilla.

-¿Quién diablos es Lane? -preguntó. Inconfundiblemente, era la pregunta de un muchacho aun muy joven que de vez en cuando se niega a reconocer que sabe el nombre de pila de algunas personas.

-Sabes muy bien quién es, jovencito -dijo la señora Glass con énfasis-. Lane Coutell. Es el novio de Franny desde hace un año, nada más. Le has visto por lo menos media docena de veces, que yo sepa, así que no finjas no saber quién es.

Zooey soltó una verdadera carcajada, como si disfrutara sinceramente al ver cualquier afectación, incluyendo las suyas, puestas en evidencia. Continuó con su afeitado, aun divertido.

-Se dice “el chico” de Franny, no su “novio” -dijo-. ¿Por qué estás tan anticuada, Bessie? ¿Por qué será, eh?

-No te importa por qué estoy tan anticuada. Tal vez te interese saber que ha llamado cinco o seis desde que Franny llegó aquí; dos veces esta mañana antes de que tú te levantaras. Ha sido muy amable, y está terriblemente preocupado e inquieto por Franny.

-No como otros que conocemos, ¿verdad? Bueno, pues lamento desilusionarte, pero he estado durante horas con él, y no es nada amable. Es el típico chico encantador y es un falso. A propósito, alguien ha utilizado mi maquinilla para afeitarse las axilas o las piernas. O se les ha caído. El filo está…

-Nadie ha tocado tu maquinilla, jovencito. ¿Por qué es el típico chico encantador y un falso, si se puede saber?

-¿Por qué? Porque lo es, eso es todo. Probablemente porque le conviene. Puedo decirte una cosa. Si realmente está preocupado por Franny, apostaría lo que sea a que se debe a motivos de lo más mezquinos. Probablemente está preocupado porque le molestó dejar ese maldito partido antes de que terminara, preocupado porque demostró que le molestaba y sabe que Franny es lo bastante lista para haberlo notado. Me imagino al hijo de la grandísima metiéndola en un taxi y luego en el tren y preguntándose si aun podía volver al partido antes del final.

-¡Oh, es imposible hablar contigo! Completamente imposible. No sé para qué lo intento siquiera. Eres igual que Buddy. Creéis que todo el mundo hace las cosas por alguna extraña razón. No creéis que nadie llame a nadie sin tener alguna oscura razón egoísta para hacerlo.

-Exactamente, en nueve de cada diez casos así es. Y ese tal Lane no es la excepción, te lo aseguro. Escucha, estuve hablando con él veinte espantosos y mortales minutos una noche, mientras Franny se arreglaba para salir, y te digo que es pura fachada -reflexionó, deteniendo el movimiento de su maquinilla-. ¿De qué demonios me estuvo hablando? De algo muy encantador. ¿Qué era?… ¡Ah, sí! Sí. Me contó que solía escucharnos a Franny y a mí todas las semanas cuando era pequeño. ¿Y sabes lo que hizo, el hijo de tal? Alabarme a mí a costa de Franny. Sin ningún motivo, excepto el de congraciarse conmigo y presumir de su fabuloso cerebro de Ivy League -Zooey sacó la lengua y emitió una interjección del Bronx, discreta y modificada-. ¡Jopé! -exclamó, y reanudó su afeitado. -Jopé con todos esos universitarios de guante blanco que publican la revista literaria de su campus. Yo prefiero mil veces a un honrado timador.

La señora Glass dirigió una mirada prolongada y curiosamente abarcadora al perfil de su hijo.

-Es un muchacho que todavía no ha salido de la universidad. Y tú pones nerviosa a la gente, jovencito -dijo con inusitada tranquilidad-. Las personas te caen bien o te caen mal. Si te caen bien, hablas sin parar y nadie puede meter baza. Pero si una persona no te agrada, que es lo que suele ocurrir, te quedas callado como un muerto y dejas que el otro hable hasta meterse en un callejón sin salida.

Zooey se volvió para mirar a su madre de frente. Se volvió y la miró, en esta ocasión, exactamente del mismo modo en que todos sus hermanos y hermanas (especialmente sus hermanos) se habían vuelto a mirarla un día u otro. No sólo con objetivo asombro al ver surgir una verdad, fragmentaria o no, a través de lo que a menudo parecía una masa impenetrable de prejuicios, tópicos y triviliadades, sino con admiración, afecto y también gratitud. Y, tanto si parece extraño como si no, la señora Glass recibía invariablemente ese “tributo”, cuando se lo ofrecían, con una hermosa actitud. Miraba a su vez con elegancia y modestia al hijo o hija que la había mirado de esa manera. Ahora obsequió a Zooey con esta expresión elegante y modesta.

-Es cierto -dijo, sin tono acusatorio-. Ni Buddy ni tú sabéis hablar con personas que no os agradan -lo pensó-. A las que no queréis, en realidad -se corrigió-. Y Zooey siguió mirándola, sin afeitarse-. Eso no está bien -dijo ella con gravedad y tristeza-. Te estás pareciendo mucho a Buddy cuando tenía tu edad. Hasta tu padre lo ha notado. Si alguien no te gusta, a los dos minutos, lo descartas para siempre -la señora Glass paseó su mirada abstraída por las baldosas del suelo hasta la alfombrilla azul. Zooey permaneció inmóvil para no alterar el estado de ánimo de su madre-. No se puede vivir en este mundo con simpatías y antipatías tan marcadas -le dijo la señora Glass a la alfombrilla, luego se volvió de nuevo a Zooey y le dirigió una larga mirada muy poco o nada moralizadora-. A pesar de lo que tú creas, jovencito.

Zooey sostuvo su mirada con firmeza, luego volvió la cara para examinar su barba en el espejo. La señora Glass, observándole, suspiró. Se inclinó y apagó el cigarrillo contra la parte interior de la papelera. Encendió otro casi enseguida y dijo, con toda la intención de que fue capaz:

-Bueno, tu hermana dice que Lane es un chico muy inteligente.

-Eso no es más que la voz del sexo, compañero -dijo Zooey-. Conozco esa voz. ¡Vaya si la conozco!

Ya no quedaba ni rastro de espuma en su cara ni en su garganta. Se pasó una mano por el cuello buscando fallos, luego cogió la brocha y volvió a enjabonarse algunos puntos estratégicos.

-Está bien, ¿qué te ha contado Lane por teléfono? -preguntó-. Según él, ¿cuál es el origen de los problemas de Franny?

La señora Glass se echó ligeramente hacia adelante y contestó:

-Bueno, Lane dice que todo tiene que ver, toda esta historia, con ese librito que lleva consigo todo el tiempo. Ya sabes, el librito que ayer se pasó el día leyendo y llevándolo a todas partes…

-Conozco el librito. Sigue.

-Bueno, Lane dice que es un libro terriblemente religioso, fanático y todo eso, y que ella lo sacó de la biblioteca de la universidad y ahora cree que… -la señora Glass se interrumpió porque Zooey se había vuelto hacia ella con una atención algo amenazadora-. ¿Qué pasa? -preguntó ella.

-Dice que ella lo sacó, ¿de dónde?

-De la biblioteca de la universidad. ¿Por qué?

Zooey sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia el lavabo. Dejó la brocha a un lado y abrió el botiquín.

-¿Qué pasa? ¿Qué tiene eso de raro? -preguntó la señora Glass-. ¿Por qué pones esa cara, jovencito?

Zooey no respondió hasta que hubo abierto un nuevo paquete de hojas de afeitar. Luego, mientras desmontaba la maquinilla, dijo:

-Eres tan estúpida, Bessie.

Sacó la hoja de la maquinilla.

-¿Por qué soy tan estúpida? A propósito, pusiste una hoja nueva ayer mismo.

Zooey, con el rostro inexpresivo, introdujo una hoja nueva en la maquinilla e inició la segunda vuelta de su afeitado.

-Te he hecho una pregunta, jovencito. ¿Por qué soy tan estúpida? ¿Acaso no sacó ese libro de la biblioteca de la universidad?

-No, Bessie -dijo Zooey, mientras continuaba afeitándose-. Ese librito se titula El peregrino sigue su camino y es la segunda parte de otro libro, titulado El camino de un peregrino, que también lleva consigo a todas partes, y cogió ambos libros de lo que fuera el cuarto de Seymour y Buddy. Han permanecido arriba del escritorio de Seymour desde que tengo uso de razón. ¡Dios Todopoderoso!

-¡Bueno, no te pongas así! ¿Es tan terrible que pensara que los había sacado de la biblioteca y los había traído…

-¡Sí! Es terrible. Es terrible porque los dos libros han estado encima del maldito escritorio de Seymour durante años. Es deprimente.

Una nota inesperada, sorprendentemente poco combativa, sonó en la voz de la señora Glass.

-No entro en ese cuarto si puedo evitarlo, y tú lo sabes -dijo-. No miro entre los viejos…, entre las cosas de Seymour.

-Está bien, lo siento -dijo Zooey rápidamente. Sin mirarla, y a pesar de que no había terminado su segundo afeitado, cogió la toalla que tenía sobre los hombros y se quitó los restos de espuma de la cara-. Vamos a dejar el tema por ahora -dijo, y tiró la toalla hacia el radiador, donde aterrizó sobre la portada del manuscrito de Rick y Tina. Desenroscó la maquinilla y la enjuagó bajo el grifo del agua fría.

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