Bangladesh, uno de los países más pobres del planeta y con menor superficie que el Uruguay, fue creado como Estado independiente en 1971, luego de la guerra entre India y Paquistán. A la tragedia de una pobreza extrema de la mayoría de su población, se le añade la posibilidad, también trágica, de que en el futuro, al asentarse el país sobre una llanura aluvial, el aumento de la temperatura global, y la consiguiente subida del nivel de las aguas del Golfo de Bengala lo inunde en el futuro casi en su totalidad. Pocos días antes del 1 de mayo de este año, se derrumbaba un edificio de cinco plantas destinado en su totalidad a centro comercial, pero en el que su dueño (que también es dirigente político en el gobierno), mandó construir a posteriori e ilegalmente, tres nuevas plantas para que funcionara su fábrica textil, con sus decenas de máquinas correspondientes, sin consultar antes a ningún arquitecto. El día anterior al derrumbe, los trabajadores de todo el edificio, viendo cómo se había producido una enorme grieta en la pared lateral, y escuchando ruidos en la estructura del mismo, se negaron a trabajar, pero ante la amenaza patronal del despido finalmente entraron. Murieron más de 1000 personas y hay 2.500 mutilados. Dacca tiene 14 millones de habitantes, pero sólo la mitad son residentes oficiales. La otra mitad son emigrantes temporales del resto del país, que en su gran mayoría trabajan en las afueras de la ciudad, en la llamada “Zona de procesamiento de Exportaciones”, con 3.000.000 de trabajadores en 4500 fábricas textiles. Bangladesh es la segunda industria textil del mundo. En noviembre un incendio que se produjo en otra fábrica de esta zona, dejó 110 fallecidos y han ocurrido otras tragedias similares con más de 500 muertos el año pasado. Cada trabajador, teóricamente, tiene una jornada de 54 horas semanales y cobra el salario más bajo de la Tierra, 3000 takas, equivalentes a 30 dólares al mes. Pero para llegar a esta cantidad, no se cobra por horas sino que el capitalista paga por piezas, y ello significa que se deben trabajar 2 o 3 horas más por día si se quiere llegar a aquella miserable retribución. El Sindicato Industrial, que representa a 50 millones de trabajadores textiles de todo el mundo, nos recuerda que una camiseta fabricada en Bangladesh, vendida a 20 euros en una galería europea, tiene un costo laboral de 1 centésimo y 6 milésimas de euro. A su vez, con este costo laboral irrisorio, las fábricas textiles europeas se ven obligadas a cerrar generando más paro aun en sus países. Como las fábricas de Bangladesh no dan abasto para cumplir con los pedidos occidentales, subcontratan a miles de talleres clandestinos, que a su vez subcontratan a otros, y de este modo las espantosas condiciones laborales siguen aun bajando aunque parezca imposible, con niños, mujeres y hombres trabajando con el ruido infernal de las máquinas sin ninguna protección auditiva, descalzos y pisando agujas, más temperaturas de horno crematorio con la uralita del techo y las planchas de metal de las paredes…
Si se me permite el duro contraste, mis recuerdos vuelan a mi infancia de los veranos de los años cincuenta cuando de lunes a viernes los bancarios de Nuevo Malvín bajaban a la playa por la mañana a jugar al futbol y a la paleta, comían luego algo antes de ir a trabajar, y luego alcanzaban a gozar, otra vez en la playa, los últimos rayos solares para apurar unos buenos mates mientras se le descontaba una cuota en su salario para pagar la casita cerca de la costa. Luego este gremio llegó a ser de los más combativos y apaleados porque no siempre una mayor explotación, como la que sufrieron otros gremios, implica necesariamente más conciencia. Pero rápidamente decir que también me acuerdo de los cuentos reales de mi madre, cuando llegaba de trabajar en la Caja de Asignaciones Familiares, sobre las condiciones de las familias de los obreros de la construcción en barrios alejadísimos de Montevideo. Recuerdo cómo venían vestidos los cañeros unos años después en sus largas marchas desde Bella Unión. Recuerdo lo que me comentaba mi padre de las condiciones y bajos salarios de la gente que trabajaba en el arroz en Treinta y Tres. Recuerdo una foto en primera página del viejo diario El Popular con obreros de la carne maniatados con alambres y apaleados en el Cerro y recuerdo finalmente los actos del Primero de Mayo atrás del Palacio Legislativo, no muy concurridos y con más banderas rojas que personas. Porque aunque las leyes sociales uruguayas de principio del siglo XX fueron extraordinarias y ejemplares para el mundo entero, la clase obrera nunca estuvo en un paraíso en el paisito y luego ya ni te cuento.
Millones de personas en todo el mundo hoy laburan en condiciones deplorables, alejadas de los focos de la televisión porque de milagro en su lugar de trabajo aun no ha ocurrido una tragedia. La explotación del hombre por el hombre sigue siendo la gran deuda del ser humano consigo mismo. En el siglo XIX, las condiciones laborales de todas las fábricas de Europa y América del Norte, la zona industrializada del planeta en ese entonces, eran como son hoy las de Bangladesh. Recordemos Tiempos Modernos de Chaplin. Si hubo desde aquel entonces un enorme salto cualitativo en dichas condiciones laborales no fue un regalo ni de los patrones ni de los dioses sino exclusivamente de la lucha sindical. En todos lados se dieron movimientos de protesta, actos de rebeldía y hasta atentados contra la patronal, pero fue en los EEUU a partir de los años sesenta del siglo XIX donde mejor se encauzó la lucha, hasta alcanzar su punto culminante con la gran huelga del Primero de Mayo de 1886. Esa huelga, y lo que es más importante, cómo se llegó hasta esa huelga, le demostró a todos los trabajadores del mundo de aquellos años, y ya para siempre a todos los trabajadores en cualquier época, que se podía cambiar la correlación de fuerzas entre explotados y explotadores. Como veremos la victoria no fue total y aun no lo es, con los Bangladesh y hasta los propios EEUU de hoy, pero recordar aquellos hechos históricos es un hermoso deber de todos los que hemos soñado alguna vez con un mundo mejor. Al recordarlos, además, homenajeamos a todos aquellos que un día dijeron basta a la barbarie del gran capital en la propia casa del gran capital.
Según acuerdo del Congreso de la Segunda Internacional Socialista de Paris de 1889, el Primero de Mayo pasó a ser el Día internacional de los Trabajadores y es feriado en casi todo el mundo. Sin embargo, todos los acontecimientos que llevaron hasta ese Primero de Mayo de 1886, han sido silenciados y ocultados, con la única finalidad de mejorar la frivolidad general y apagar las rebeldías.
Hubo tanto silencio ocultador de aquellos acontecimientos, que en los mismos EEUU el primero de mayo no es feriado. Allí se celebra el “Labor Day”, el primer lunes de setiembre, algo que ocurre desde 1882, cuatro años antes de la gran gesta. Consiste en un desfile en Nueva York organizado por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo: casualmente, la central obrera de derecha que se opuso a la gloriosa huelga del primero de mayo de 1886. En 1955 Eisenhower promulgó el 1º de Mayo como “Día de la Lealtad”, se supone que al capital de la patronal.
En el siglo XIX peor no podían estar las condiciones laborales en todo el mundo industrial. Las jornadas eran de 14 horas, y a veces hasta de 16, en faenas muy duras y en condiciones insolubles. Los niños, por supuesto los hijos de los trabajadores, tenían derecho a unas horas más de sueño y “sólo” trabajaban diez, y aun así no se completaba el mínimo presupuesto familiar porque los sueldos eran de miseria extrema. Vivir, sin contar desde la cuna con un capital, era una tortura diaria. Lo peor era la falta de perspectivas, el fatídico determinismo de haber nacido en la clase equivocada y no concebir un futuro mejor al que se podría llegar a través de la lucha sindical para mejorar sus paupérrimas condiciones laborales: una pobreza entonces, que por no haber, no había ni un sueño de un mundo más justo. Los norteamericanos de aquella época se refugiaban en las numerosas sectas existentes esperando el cambio de suerte que bajara desde el cielo y que aun no ha llegado. Fue fundamental para pasar del inmovilismo a la acción, la llegada a los EEUU de miles de inmigrantes europeos con nuevas ideas revolucionarias. No por casualidad, de los ocho mártires de Chicago, como veremos al final, cinco eran alemanes, uno inglés y los otros dos hijos de emigrantes. Llegaron gran cantidad de jóvenes anarquistas y socialistas de veinte años, a los que -aunque trabajaban doce, catorce y dieciséis horas- aun les quedaba tiempo para juntarse y cambiar el sentido del viento.
Ya en 1803 y 1806 hay movilizaciones de carpinteros organizados en la ciudad de Nueva York. En 1832 se hizo en Boston la primera huelga en favor de las diez horas por los calafateadores y carpinteros. Sin embargo, son los trabajadores de Nueva York y Filadelfia los que las conquistan. El 12 de octubre de 1845 se realiza el primer Congreso Obrero en el que se acuerda organizar una sociedad secreta para apoyar las reivindicaciones de todos los trabajadores. En 1853 ya nadie trabaja más de 11 horas cuando sólo unos años antes no se trabajaban menos de 14.
En 1868, el presidente Andrew Johnson estableció la jornada de ocho horas para los empleados de las oficinas federales y para quienes trabajaban en obras públicas. Los demás trabajadores seguían sometidos a las diez horas diarias. En 1872 estalla una tremenda crisis en el país, cerrando miles de fábricas. Las calles se llenaron de “lobos hambrientos”: desocupados hurgando en la basura con temperaturas bajo cero. El 13 de enero de 1873 se convoca un mitin en Nueva York, exigiendo una ración diaria de alimentos para los desocupados y una prórroga legal para el pago de alquileres modestos. El acto es reprimido ferozmente, dejando cientos de heridos y detenidos. En la prensa se pueden leer estos titulares: “Era un mitin público de ladrones ociosos”; “Hay que preparar comidas envenenadas si quieren comer a costa del gobierno”. No por casualidad, Orson Welles, inaugurará años después su alegato contra los magnates de la prensa con Ciudadano Kane, el 1 de Mayo de 1941.
En junio de 1877 hay una extraordinaria huelga ferroviaria en todo el país porque los empresarios del sector habían bajado un 10% los salarios para poder seguir ganando lo mismo pese a la crisis general. Esa genial idea, la venían llevando a cabo desde 1873, con lo que el salario ya había bajado un 25%. Esta huelga ferroviaria fue el primer movimiento realmente muy fuerte con que se enfrentó el gran capital, por lo que tuvo que llegar a movilizar al ejército contra los huelguistas a solicitud de los magnates del riel. En Maryland murieron 10 obreros, se destruyeron 120 locomotoras y 1600 vagones fueron quemados. En Saint Louis la huelga abarcó todos los oficios y los trabajadores se apoderaron de la ciudad, cortando los puentes sobre el Missisippi y durante 8 días los sindicatos administraron tiendas y fábricas y dictaron sus propias leyes hasta que finalmente fueron sangrientamente reprimidos. La derecha comienza en estos años a recurrir a los grupos de matones, a espías en los sindicatos, a provocadores o asesinos a sueldo, constituyendo entonces unas verdaderas milicias privadas, los famosos “scabs” (amarillos). La policía perdonaba los antecedentes penales de sus integrantes a cambio de más ferocidad para disolver mítines obreros, o bien por delatar a dirigentes sindicales. ¿Se acuerdan de Marlon Brando en Nido de ratas?
Pero ya la lucha era incontenible pese a la adversidad. En 1881 se constituyó en Pittsbugh la Federación Norteamericana del Trabajo con la principal bandera de las ocho horas de trabajo, y en noviembre de 1884, en su Congreso, convocan a la huelga del 1 de Mayo de 1886, 19 meses antes! En la lucha sindical, todos sabemos que es fundamental el papel de sus dirigentes y su clarividencia para encauzar a las masas hambrientas, analfabetas, desesperadas y sin ideología. Una huelga mal llevada se paga carísimo durante un tiempo muy largo después. En ese Congreso, uno de sus dirigentes, Frank K. Foster dijo: “Una demanda concertada y sostenida por una organización completa producirá más efecto que la promulgación de millares de leyes, cuya vigencia dependerá siempre del humor de los políticos… El espíritu de organización está en el aire, pero el coste que hemos pagado por nuestra inexperiencia, el sectarismo y la falta de espíritu práctico representan todavía grandes obstáculos para lanzar una huelga general”. Un dirigente de verdad entonces, que ya intuía por aquel entonces, oliendo y viendo la realidad que lo rodeaba, y sin dejarse llevar por sus deseos personales de un cambio social profundo, que con la huelgas no se juega y si finalmente se hacen sólo es para ganarlas. Había que esperar casi dos años para que maduraran las condiciones, frase que nos resulta muy conocida…. Y Gabriel Edmonston, otro dirigente que le sucedió en el estrado, complementando lo anterior dijo: “A partir del 1 de Mayo de 1886 se obligará a los industriales a respetar sin más la jornada de ocho horas. Donde los patrones se negaran, se declararía la huelga ese mismo día”. Esta consigna, contando ya con una prensa obrera mediante, fue más que un soplo de aire fresco, fue un temporal hermoso que recorrió y agitó todo EEUU primero y luego, con el correr de los años, siguió recorriendo las calles y las fábricas de otras latitudes. Por ejemplo, el 1 de mayo de 1909 en Buenos Aires la policía mata a 8 trabajadores en una huelga más 105 heridos; el 1 de mayo de 1925 en China se funda oficialmente la Federación de Sindicatos, hoy el gremio más grande del mundo con 134 millones de miembros (aunque el gobierno chino de hoy no respeta ningún derecho sindical y funciona en la clandestinidad); el 1 de mayo de 1946 en Australia comienza la huelga de tres años de los aborígenes pibara en las minas del suroeste y en fin, en cada país y en cada primero de mayo un nuevo militante sindical se incorpora al rescate de sus derechos. Sin internet ni celulares, se corrió la voz por el mundo de que la lucha de clases no estaba perdida de antemano, se podía pelearla.
Se eligió el primero de mayo porque esa era la fecha de renovación de los contratos colectivos de trabajo, el “moving-day” (día de la mudanza). En ese tiempo de maduración en el cual las cuevas de las sectas religiosas comenzaron a vaciarse para volcarse a las calles terrenales, se organizaron actos y manifestaciones, se repartieron folletos y periódicos, hubo asambleas, conferencias, etc, etc… Se organizaron controles sindicales para abortar huelgas parciales o mal organizadas que podían tener como consecuencia el lock-out de las empresas. Los patrones recibieron por carta certificada, 20 meses antes, el aviso de lo que se les venía encima, sin poder argumentar, entonces, ni sorpresa ni pedir tiempo de reflexión. La reducción de horas de trabajo era ir contra las creencias divinas de los conservadores capitalistas, educados en la creencia que había sido Dios quién había dispuesto para siempre las catorce horas laborales diarias. La prensa calificaba al movimiento obrero como “indignante e irrespetuoso” o “delirio de lunáticos poco patriotas”. La población de los EEUU era de un poco más de 30 millones de habitantes. En abril de 1886, las condiciones eran tan inaguantables que estallaron innumerables huelgas y 30.000 obreros, entre ellos los mineros de Virginia, lograron las 8 horas. El uno de Mayo mismo fueron 125.000 los que las obtuvieron, el 31 del mismo mes, 200.000 y antes que terminara el año, un millón. No era una victoria absoluta porque no se pudo construir la azotea, y aun no se ha construido, pero los cimientos ya no los movía nadie.
En Chicago los acontecimientos adquirieron otras dimensiones. Era la ciudad del país con las peores condiciones ambientales de miseria, con un hacinamiento espantoso y explotación laboral extrema y además, allí se agrupaba el mayor número de anarquistas y socialistas. Tenían dos periódicos, uno escrito en alemán, y otro, “The Alarm”, en inglés, dirigidos por August Spies y Albert Person, ambos ahorcados luego. También la prensa amarilla aquí era la peor: “El trabajador debe dejar de lado su orgullo y aceptar ser tratado como máquina humana”. El Chicago Tribune escribió en primera página: “El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas… La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social”. Pese a algunos éxitos parciales de algunos sindicatos, la huelga empezada el uno de Mayo continuaba en la ciudad que estaba totalmente paralizada. Sólo una fábrica de maquinaria agrícola funcionaba, la Mc Cormik, y aun funciona en otra variante productiva. Su fundador había muerto y había dejado como testamento una considerable cantidad de dinero para levantar una iglesia. A su hijo heredero le pareció mejor gastarse ese dinero en cervezas, pero para tener la conciencia tranquila, empezó a descontarle varios dólares al salario paupérrimo de sus trabajadores y poder levantar la iglesia. Por eso la huelga, en esta fábrica, había empezado el 16 de febrero, sin esperar a mayo, y fue ocupada por sus trabajadores y vaciada luego por un ejército de matones a sueldo, la famosa banda de los hermanos Pinkerton, episodio que creo que también fue llevado al cine. Cuando llegó el Primero de Mayo, la fábrica funcionaba con carneros esquiroles, pobres gentes que no daban más de hambre. Todos los días ocurrían batallas campales: cuando terminaba la jornada los carneros salían y se encontraban con los huelguistas furiosos. La trifulca más grande fue el 2 de mayo, con carneros, matones, muchos policías y 50.000 huelguistas. El 3 de mayo salen de trabajar los carneros (pero ahora con la policía perfectamente pertrechada atrás de ellos) y empiezan a tirar a quemarropa contra la multitud del pueblo. Mueren 6 huelguistas y hay decenas de heridos. Fischer, otro de los mártires, imprime 25.000 octavillas que luego serían la pieza fundamental en el proceso de condena a los dirigentes de la lucha: “Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, se fusiló a los obreros, ¡su sangre pide venganza! ¿Quién podrá dudar ya de que los chacales que nos gobiernan están ávidos para siempre de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son rebaño de carneros. Al terror blanco responderemos con el terror rojo. Es preferible la muerte que la miseria. Es la necesidad que nos hace gritar ¡a las armas!”. La proclama terminaba convocando para el 4 de mayo una concentración a las cuatro de la tarde en la plaza del mercado de la ciudad y se exhortaba a concurrir armado. Ese día se juntaron 15.000 personas. Hablaron Spies, Parsons y Filden con discursos moderados y la muchedumbre se comportaba con tranquilidad. Ante ello, el alcalde de la ciudad que presenciaba los acontecimientos dio la orden de retirada de las tropas y se fue a su casa. Empezaba a llover como culminación de un día húmedo y helado. La gente comenzaba a dispersarse cuando 180 policías, los que tenían que haberse retirado, avanzaron sobre los manifestantes en el mismo momento en que desde ese sector voló un objeto humeante del tamaño de una naranja que cayó entre dos filas de policías con un poderoso estruendo, matando a 7 de ellos y dejando a más 60 heridos, mientras que del lado de la multitud hubo 38 obreros muertos y 115 heridos. Inmediatamente se decretó el estado de sitio en la ciudad y se le realizó un interrogatorio brutal a 300 sindicalistas. Nunca se le probó ningún cargo a los detenidos y la injusta condena posterior en una farsa de juicio famosa, conmovió a la humanidad, realizándose manifestaciones de repudio en las principales ciudades del globo cuando ocurrieron los ahorcamientos, el 11 de noviembre de 1887. José Martí, corresponsal de prensa en ese momento en los EEUU, publicó una crónica extraordinaria el 1 de enero de 1887 en La Nación de Buenos Aires, contando cómo se habían desarrollado los acontecimientos en la plaza (evidentemente todo organizado por la derecha reaccionaria), cómo se desarrollaba el proceso-farsa y finalmente, tiempo después, nos hace llorar cuando cuenta cómo fue la última noche antes de los ahorcamientos en el penal donde él estuvo presente, con los reos cantando y recitando poemas revolucionarios agarrados de los barrotes y el verdugo emborrachándose para cumplir su desgraciado trabajo al amanecer. Pearson, 38 años, veterano de la guerra de Secesión y candidato socialista a la presidencia de la nación, que había logrado esconderse, se presenta voluntariamente en el juicio para correr la misma suerte que sus compañeros, muchos con treinta y pocos años pero con unas vidas formidablemente vividas. Los discursos de los condenados, algunos de más de ocho horas, leídos el último día del juicio, cuando ya se había formulado la condena, son formidables y muy emocionantes porque constituyen un canto a la vida, aquella que ellos dejaban para que los demás pudieran vivir mejor mañana.
Según el Tribunal, todo había sido provocado desde el exterior. La prueba: había cinco alemanes y un inglés entre los condenados. El alguacil especial Henry Rice se jactó durante muchos años antes sus amigos de haber sido él quien nombró a los componentes del jurado, seguro de antemano con el veredicto favorable a sus intereses, los intereses de los capitalistas. 25.000 personas asistieron a las exequias y 250.000 flanquearon el recorrido. Durante varios días las casas obreras exhibieron una flor de seda roja en su puerta como señal de duelo. Seis años más tarde se repitió el juicio y se estableció que los ahorcados y los que estaban en la cárcel no habían cometido ningún crimen, “inocentes de un error judicial”.
…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fisher, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parson. Engel hace un chiste a propósito de su capucha. Spies grita, “la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable… José Martí
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