URUGUAY DEL PASADO Y DEL PRESENTE
EN LA NARRATIVA DE SAÚL IBARGOYEN
Desde la década de los 50 hasta la entrada la década de los 90, las dictaduras militares en Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Brasil y Perú realizaron represiones violentas contra las personas que tenían afiliación o posible acercamiento a ideologías socialistas.
Una de las coacciones que efectuaron estas dictaduras fue la expulsión obligada, es decir el exilio. Dentro del grupo de perseguidos políticos y exiliados uruguayos se encuentra el escritor uruguayo Saúl Ibargoyen (Montevideo, 1930; nacionalizado mexicano en 2001). Las casualidades llevaron a este autor a refugiarse en la embajada mexicana en Montevideo por tres meses hasta que logró dejar su país de origen para instalarse en México en julio de 1976.
En su literatura Ibargoyen ha expuesto sus vivencias personales y percepciones de los lugares donde ha residido. Destacan dentro de su narrativa dos etapas: la escrita antes del exilio y la escrita después del exilio. En la primera Ibargoyen expone el tiempo que vivió en la ciudad de Rivera ciudad fronteriza entre Uruguay y Brasil. En los escritos dedicados a este linde, el autor creó el pueblo ficticio de Rivamento y utilizó como lengua para escribir el portuñol, mezcla entre portugués y español, que es hablado en esta región. Además en estas historias rivamentianas su inventor muestra el intercambio cultural que se da en la poblados de Rivera del lado uruguayo y Sant’Ana do Livramento del lado brasileño.
En el caso de su narrativa escrita después del exilio, Ibargoyen muestra cómo se hace frente al pasado que se lleva a cuestas como una huella indeleble. Sus novelas Sangre en el Sur (2007), El torturador (2010) y Volver…volver (2011) transmiten la dictadura uruguaya y las consecuencias que ésta ocasionó. Ibargoyen desde sus vivencias nos ofrece su percepción de la dictadura, el exilio, el reexilio y los recuerdos dejados por estas etapas que conforman el argumento de las tres novelas antes mencionadas y que se ha apuntado como su trilogía sobre el exilio. Las notas autobiográficas son perceptibles y, tal como los escritores que han relatado sus experiencias causadas por las dictaduras, las relaciones entre ficción y realidad conforman rompecabezas que se van uniendo hasta lograr una imagen más completa de los acontecimientos que sucedieron durante las dictaduras sudamericanas acaecidas en la segunda mitad del siglo XX.
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Debido a la relación existente entre su narrativa sobre el exilio y sus vivencias de esta etapa, antes de hablar de sus novelas Sangre en el Sur, El torturador y Volver…volver quisiera realizarle preguntas que enmarcan la dictadura uruguaya. La primera pregunta es ¿Qué representaba Uruguay para usted en las décadas de los 60 y 70?
Fueron años duros, que antecedieron a los más feroces de la dictadura neofascista (1973-1985), pues a las grandes movilizaciones obreras, estudiantiles y populares, se añadió la guerrilla urbana desde 1962 a 1972, en medio de una fuerte crisis económica. La represión tuvo características brutales, incluyendo la tortura que se aplicaría como sistema normal bajo la dictadura. Es decir, estábamos en un país que empezaba a parecerse a otras naciones del continente. Representaba para mí una serie de cambios negativos, de amenazas, de frustraciones, por un lado, y por otro de alta participación popular. Por eso, la participación y la solidaridad eran lo necesario, tanto en las cuestiones políticas como culturales y sindicales. Para mí resultó un aprendizaje que no está en los libros y que me incitó a la escritura.
¿Cómo vivió la dictadura desde México? ¿Pertenecía a alguna asociación de ayuda desde el exilio?
La vivimos con angustia cada día, la información no llegaba con la velocidad actual, y no siempre podíamos realizar una evaluación adecuada. Pero había contactos directos, gente que viajaba, conexión con exiliados uruguayos en otros países, ciertas redes de apoyo internacional. Estábamos organizados con bastante eficacia y efectuábamos actos y diversas actividades, como las resonantes Jornadas de la Cultura Uruguaya en el Exilio, 1977, apoyada por las autoridades mexicanas. Además tratamos de integrarnos en lo posible y productivamente al quehacer laboral de la sociedad que nos había recibido. La comunidad uruguaya en México tuvo presencia además en los medios, la academia, la literatura, el teatro y el movimiento sindical. Hubo mucha receptividad, de acuerdo con la política exterior de México en esos momentos. Para el año 1978, más o menos, la embajada en Montevideo no recibió más asilados. Hubo gente que cruzó a Argentina y después siguió a Cuba, otros pasaron a Brasil. Pero el plan Cóndor de los Estados Unidos volvía peligrosa la estancia de los militantes de izquierda y democráticos en los países del Cono Sur, cuyos gobiernos intercambiaban prisioneros políticos o simplemente los eliminaban.
¿Qué representó México cuando llegó para iniciar su exilio en este país?
Un enorme y diversificado espacio socio/cultural apenas vislumbrado a través del cine y la literatura. Insertarse aun parcialmente en él es tarea de una vida completa, y creo que ni así. México siempre daba ocasión para la sorpresa, la aceptación, el asombro, la duda, la creatividad, el rechazo, la simple posibilidad de algo. Simplemente con la gastronomía y los distintos modos del habla había bastante, a más de los mestizajes genéticos y culturales. Fue una nueva patria, o matria, digamos. Pero toda matria es, a veces, difícil de reconocer. En México, casi desde el principio, pude desarrollar una actividad ya fuera literaria, periodística y docente que hoy en día continúo, aunque hubo que trabajar sin tregua pero también sin compromiso con grupos o mafias culturales, ya privadas u oficiales.
Pasando a las temáticas abordadas en su trilogía sobre el exilio: Sangre en el Sur, El Torturador y Volver…volver ¿Quisiera saber si al concebir Sangre en el Sur pensó en la realización de una trilogía sobre la dictadura y sus consecuencias?
No, no pensé en eso. En verdad, escribí Sangre en el Sur por sugerencia del director de Ediciones Eón, Rubén Leyva. El título se agregaría a la colección Testimonio. No fue un trabajo de encargo sino que la solicitud que se me hizo coincidió con un momento anímico de necesidad, es decir, de externar muchos asuntos que, si bien estaban ya sugeridos o tratados a medias en otros libros, no expresaban totalmente, por eso mismo, una participación directa del autor como ser histórico. El hecho de haber vivido bajo la dictadura desde 1973 hasta 1976 y el exilio desde ese año hasta finales de 1984, a más de otras experiencias políticas, ya como testigo directo o indirecto en otros países, significaba en sí una posibilidad de escritura testimonial. En cuanto fenómeno de masas, el exilio no es uno solo ya que se encuentra conformado por miles y miles de exilios particulares. Volviendo al inicio, no cabía en mis proyectos el hacer una trilogía. Repito que en mí toda escritura responde a una necesidad medular. Y menos en estos asuntos tan dolorosos, que por sí mismos rechazan toda retórica.
¿Qué lo motivó a escribir esta trilogía sobre su viaje redondo de exilio y autoexilio?
Parte de la respuesta está en la anterior. Sucede, creo, que el exilio ya contiene un germen de regreso, más allá de que este se produzca o no. Sucede asimismo que se da una acumulación de acontecimientos político-sociales de tal magnitud y en pocos años, que mente, cuerpo y sensibilidad quedan saturados. Eso es tanto colectivo como personal. ¿Cómo saber en un escritor las dimensiones del ‘tempo’ interior que se van a desatar en la medida en que la escritura, provocada por la necesidad, también convoca dramáticas memorizaciones? El asunto es evitar elecciones temáticas: hay que tratar de decirlo todo. En razón de lo dicho, así podría explicarse la redacción de las dos novelas posteriores; la más sufrida para mí fue Volver… volver, en la cual expongo mi regreso a Uruguay al terminar la dictadura.
¿Qué tanta relación existe entre sus experiencias personales en el exilio y el personaje que está siendo entrevistado en la novela Sangre en el Sur?
Podría decirse que el personaje entrevistado es, en parte, un avatar del autor (¿implícito-explícito?). No sólo trasmite asuntos vividos por éste, de modo obviamente ficticio, sino que ofrece versiones del exilio experimentado por otras personas en otros países. De ese modo, se conforma un entretejido personal-colectivo que, conscientemente, me importaba mucho extender. Porque, además, mi lado místico y ateo me ha enseñado que uno es solamente un grano de arena en un desierto enorme y limitado, cuyo motivo de existir desconocemos, y que tratamos de explicar interactuando, negativa y positivamente, con incontables granos que algún día también habrán de desaparecer en cuanto tales, para retransformarse en dimensiones que tampoco alcanzamos a imaginar.
María Sondereguer en su artículo “Promesas de la memoria: justicia y justicia instaurativa en la Argentina de hoy” señala: “[...] el relato es una manera de archivar, el archivo es una operación de la memoria colectiva. Las historias de vida son micronarraciones que logran articular al mismo tiempo procesos subjetivos y objetivos, ‘micro’ y ‘macro’ y es posible leer en las historias individuales condiciones y relaciones sociales históricas”. ¿Cómo su trilogía sobre el exilio se relaciona con este señalamiento?
Sí, estoy de acuerdo con esa observación. Pienso que las coyunturas socio-políticas de esas décadas dictatoriales nos dieron conciencia -y lo digo en general- de nuestra condición histórica en un momento determinado. Sobre todo, al participar en las diversas luchas contra las dictaduras oligárquico-militares apoyadas y sostenidas por el gobierno de los Estados Unidos. Si el movimiento popular, incluyendo sindicatos, partidos de izquierda y estamentos democráticos, enfrentaba a la dictadura aun en condiciones extremas, ese movimiento en Uruguay se unía a todas las luchas continentales. Hubo sectores sociales y dirigentes políticos que apoyaron los contenidos neofascistas de la tiranía, vinculados como estaban con el gran capital nacional e internacional y la ideología de derecha que siempre existió en el país.
¿Qué experiencias personales y profesionales tuvo en su exilio, en su reexilio y por qué decidió regresar a México?
Los seis años de regreso a Uruguay los he retomado en mi reciente Volver… volver, relato de 242 páginas en edición mexicana y de 166 en edición uruguaya. Pues sucede que uno encuentra un país que no coincide con lo vivido antes en él, ni siquiera el imaginario generado en los 46 años de respirar bajo aquellos cielos se ajusta al cúmulo de experiencias exiliares, ni tampoco la nueva visión puede vincularse con lo percibido en infancia, juventud, etc. Yo me preguntaba: “en qué lugar estoy ahora de todo aquel pasado reciente, y en qué lugar del presente, y en qué lugar de un balbuceante futuro”. Es que el país estaba destrozado en todo sentido.
¿Por qué escribir las tres novelas desde una visión a posteriori de la dictadura uruguaya?
En verdad, Sangre en el Sur es un relato testimonial, un monólogo dramático que puede leerse como una novela, y así ha pasado con algunos críticos. Ahora bien, el tiempo de la creatividad artística en general es inmedible, es como un tiempo que funciona según otros relojes y fuera de los meneos astrales que marcan el tiempo humano. A veces se trabaja más que nada por acumulación, a través de procesos internos indescifrables pero que, según un momento anímico dado o por una especie de catálisis, se abren en construcciones verbales escritas. ¿Cuántas veces pensamos una situación, la cara de un personaje, un dato de la memoria, antes de trazar los signos o de oprimir las teclas? Yo pienso por imágenes, sobre todo, hasta que no veo el rostro de un protagonista o las calles de una ciudad determinada, no puedo escribir.
De la acumulación primitiva de datos y experiencias a la escritura puede discurrir un tiempo de años, minutos, segundos, fracciones, en un va y viene imposible de dominar. A saber quién o quiénes dirigen la creatividad en el antes, el durante y el después de la dictadura uruguaya. En fin, los tres libros intentaron, además, reactualizar las consecuencias desastrosas de los procesos dictatoriales -que prepararon la llegada de cuatro nefastos gobiernos neoliberales-, sin dejar a un lado los defectos de los gobiernos progresistas (2004 en adelante) y la negativa influencia aun hoy de la guerrilla tupamara, derrotada en los 70.
¿Cree que la niñez y juventud latinoamericana recientemente está destinada a los determinismos sociales violentos como se puede apreciar en la novela El Torturador mediante el personaje de Escipión Carrasco?
Sí, en gran medida. La situación de pobreza y miseria crecientes en algunos países (bastaría mencionar el ejemplo de México o de Haití, entre otros), que incide al interior de la población pero que también expulsa a millones de personas en busca de una vida digna, incluye una gran cifra de niños y adolescentes. Muchos de ellos, carne de cañón para la delincuencia organizada y carne de hospital que resulta desatendida por la sanidad pública. Los estudios sobre analfabetismo, tasas de suicidio y carencias multidimensionales en esas edades, ofrecen un panorama atroz. Sólo en los países de gobiernos progresistas se percibe una voluntad de corregir estas trágicas coyunturas, aunque dentro del sistema capitalista. Una sociedad alternativa, más justa e igualitaria, sólo se ve como una posibilidad a largo plazo. Decía san Agustín que de la miseria no puede salir ninguna virtud. Por eso es que el personaje Escipión Carrasco parece determinado a un cierto destino. Y creo que así sucede con miles de niños y adolescentes en Nuestra América. Sin negar ninguna forma posible de lucha liberadora, que la hay, en especial en Sudamérica y algo en el Caribe, los hijos de padres pobres serán padres de más hijos pobres. Al menos durante varias décadas. Estas situaciones reales, cotidianas y actuales son dramáticas circunstancias a tratar por escritores atentos a los avatares del mundo. A pesar de esta realidad existen dentro de los círculos juveniles adolescentes activos en defensa de la enseñanza pública y en desacuerdo con las políticas sociales de gobiernos conservadores o autoritarios.
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