PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
DECIMOCTAVA ENTREGA
8 / EL PERFUME ANTICIPADO DE LA ETERNIDAD (1)
¿Puede hablarnos de su percepción de la raíz?
Calzamos una principal que viene desde la radícula y nos sujeta con un alma a la tierra, en espera de la lluvia. La raíz, como se sabe, es generosamente subterránea, aunque imposible de calcular cuánto para cada quién. Crecemos sobre una raíz precursora y secular. Su importancia consiste en que si bien a menudo se nos poda la fronda, ella elude mejor los cortes y avanza en sentido inverso al filo de los metales. En los orígenes ciertos matarifes odiaban a las raíces y cantaban ensalmos al follaje, sin notar contubernios y transferencias porque alguien debía inaugurar el estilo burdo de no distinguir entre causa y efectos y pasar por alto nexos entre invisibilidad y visibilidad. Por eso algunos muy fácil odian a rajatabla a quienes alimentan a sus tijeras y se desbaratan en lisonjas en presencia de quienes destrozan sus filos.
La raíz, como dice la botánica, nos ancla en los perímetros de un vasto territorio, donde aprendemos a beber el agua y la sal. Desde hace quinquenios estimo a mi raíz pivotante y comprendo que le debo casi todo el barroco de las columnas, el eclecticismo de las meditaciones, la humedad de los tránsitos, el balanceo espiritual cerca de las imágenes así como las oblicuas derivaciones de mis ventanales.
Hablando de botánica, ¿experimentó alguna vez aproximaciones intelectuales o sentimentales a la hoja?
Juro que desconozco lo que es la sed de venganza y que no probé el agua que la excita. Soy criatura de otras orillas menos sombrías. Pero, ah, ¿qué sucedería si repito acerca del meristemo apical, la hoja circinada y las yemas axilares? ¿Reagruparíamos el coro para cantar la antigua canción del hermetismo, juntaríamos los metacarpos para apuntalar la benigna leyenda trasnochada? Resulta que visto por encima o leyendo aquí o allá, comparando el lanceolado con el festoneado o las sésiles con las peltadas, o la raquis imparipinnada con la raquis de dos foliolos, la botánica es puro hermetismo y una complicada hermenéutica vegetal. La ciencia es roca para el profano y cualquiera que ignore, incluyéndome, estaría tentado de arrojar al fuego por incomprensible el texto de Roig y Mesa que afirma que la Roystonea regia tiene el peciolo largo y envainador, espádice en la base del cilindro formado por las vainas, sin sospechar que charla de la hoja numerosa de la palma real.
El hermetismo, y hablo de experiencia personal, porque no nací obtuso ni expedito, está en uno cuando lee y escucha. No existen los presuntos y apriorísticos hermetismos. Decía yo en un trance adolescentario: “Qué tío más enredado y qué endiabladas analectas”. No recuerdo en qué minuto larvario leí a Poe, pero sí recuerdo una noche de poca luna, calurosa y no apta para aves. A contrapelo, como una hoja retando la pereza, llegó “El cuervo” y graznó a la cabecera. A pesar de mi semejanza con el que leía sobre los libros, aparté a Poe por impenetrable y sonreí indulgente por la desdichada Eleonor y los indescifrables ángeles que la reclamaban. Dejé caer mi estigma y a continuación dormí plácido, sin que esa noche aciaga los fantasmas del asma me torcieran el cuello. Fui feliz no entendiendo, aplicando mi rasero a la guillotina.
Luego muchas veces desperté sin embargo sobre el reguero de hojas leídas, que iban rescatando fibras y gramos y espádices y pedicelos de penumbras. No. No volvería a apostrofar del cuervo ni de su antípoda el pingüino. Todos los enredos estaban en mi lengua: así que las barreras, aunque torpes y lentas y mascullando tolerancias, tenían desenredos.
Dulcinea, hermética y fueguínea, de ojos y pechos verdes, la hoja es la retorta por donde tiramos de la luz, el almacén principal de la existencia. La caritativa misión de la hoja la incluye con exclusividad en el reino de los dioses, aunque nadie prenda velas a los milagrosos e instantáneos alimentos y oxígenos que ejecuta con ritmo diurno y tutelar, silencioso y anónimo.
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