VIGÉSIMA ENTREGA
XXIII
Metusque, relabi
Me advierten del terrible riesgo de recaer
No sucede en el cuerpo del hombre lo que en la ciudad, que cuando ha sonado la campana para dominar el fuego, y apagar las ascuas, uno puede acostarse y dormir sin temor. Aunque mediante el purgante y la dieta haya uno apagado las ascuas de la enfermedad, existe todavía el miedo de una recaída; y en ello está el mayor peligro. Aun en los placeres y en los dolores hay una propiedad, un mío y un tuyo; y el hombre es afectado más por ese placer que es suyo, suyo por goce anterior y experiencia, y es más intimidado por aquellos dolores que son suyos, suyos por un funesto sentido de ellos en anteriores aflicciones. Una persona codiciosa que ha puesto en uso todos sus sentidos, colmado todas sus capacidades con la delectación de atesorar, se maravilla de que algún hombre pueda hallar algún gusto de algún placer en alguna generosidad, o liberalidad; así también en las dolencias corporales, en un ataque de cálculos, el paciente se pregunta por qué alguien llamará dolor al de la gota; y el que no haya experimentado ninguno de esos dos, sino el dolor de dientes, está tan temeroso de un ataque de éste como cualquiera de los otros de cualquiera de los otros. Las enfermedades que nunca hemos experimentado, no producen sino compasión hacia aquellos que las han soportado; más aun, la compasión misma no tiene mayor cuantía, si no hemos experimentado en algún grado, en nosotros mismos, lo que lamentamos y compadecemos en otros. Pero cuando nosotros mismos hemos padecido esos tormentos en su forma extrema, temblamos por una recaída. Cuando debemos jadear a través de todas esas feroces calenturas, y navegar a través de todos esos excesivos sudores, cuando debemos velar a través de todas esas largas noches, y lamentarnos durante todos esos largos días (días y noches tan largos, que la naturaleza misma parecerá haberse pervertido y haber puesto al día más largo, y la noche más larga, que deberían estar separados por seis meses, incluidos en un solo, antinatural día), cuando debemos permanecer ante el mismo tribunal, aguardar que los médicos vuelvan de sus consultas, y no estar seguros del mismo veredicto por medio de algunas buenas prescripciones, cuando debemos andar nuevamente el mismo camino, y no ver la misma salida, este es un estado, una condición, una calamidad respecto de la cual toda otra enfermedad sería una convalescencia, y cualquiera más grave lo sería menos. Se agrega a la aflicción, el que las recaídas son (y en su mayor parte justamente) achacables a nosotros mismos, como provocadas por algún desorden en nosotros; de manera que no somos solamente pasivos, sino activos, en nuestra propia ruina; no solamente ocupamos una casa que se derrumba, sino que la demolemos sobre nosotros; y no solamente somos ejecutados (lo cual implica culpabilidad), y verdugos de nosotros mismos (y esto implica impiedad). Y caemos de ese consuelo que pudimos tener en nuestra primera enfermedad, de esta meditación: “Ay, qué miserable es en general el hombre, y qué sujeto está a las enfermedades” (ya que en esto hay cierto grado de consuelo, que no estamos sino en el estado común a todos); caemos, digo, en este desconsuelo, y autoacusación, y autocondenación; “Ay, qué imprevisor y, en esto, qué ingrato con Dios y sus instrumentos soy, al hacer uso tan dañino de beneficios tan grandes, al destruir tan pronto labor tan larga, al recaer, por mi desorden, en eso de lo cual me habían liberado”; y así mi meditación es temerosamente traslada del cuerpo a la mente, y de la consideración de la enfermedad a la de ese pecado, esa culpable negligencia, con la que he provocado mi recaída. Y entre los muchos pesos que agravan una recaída, éste también es uno, que una recaída obra con más violenta prontitud, y más irremediablemente, porque encuentra al país debilitado, y ya despoblado. En una enfermedad, que aun no se ha mostrado como tal, apenas si podemos experimentar temor, porque no sabemos qué temer; pero así como el miedo es la más activa, y la más fastidiosa de las afecciones, también lo es una recaída (que todavía está pronta para venir), en ella, que recién se ha ido, el objeto más cercano, el más inmediato ejercicio de esa afección del miedo.
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