TERCERA ENTREGA
Mientras se afianzaba su fama, Rodó será designado director de la Biblioteca Nacional (1900-1901), aunque renunció al cargo para volver a la política. Su situación económica había mejorado al recibir la herencia de su tío materno, el político colorado Domingo Piñeyro. Desde el Club Libertad, del que fue co-fundador y vicepresidente, trabajó por aunar la postura de Batlle y Ordóñez y la de Herrera y Obes dentro del partido. En El Día, el diario de Batlle, publicará varios artículos inspirados por su voluntad constructiva y conciliadora. En 1902, absorbido por la política, renunció a su cargo de Catedrático, y ese año fue elegido Diputado de la Cámara de Representantes del Partido Colorado, apoyando el incipiente auge de Batlle, que será elegido presidente en 1903, con el apoyo pactado de un sector «blanco». Sus intervenciones parlamentarias solían girar en torno a problemas universitarios y de la cultura, pero también defendió en 1903 la amnistía a los presos políticos y el cumplimiento de las condiciones de la paz firmada en 1897, consistentes en la coparticipación con el Partido Nacional, pues temía que «la paz permanente» podría convertirse en «revolución permanente». En enero de 1904 la fracción «blanca», encabezada por el caudillo Aparicio Saravia, se levantaba en armas, iniciando una guerra que convulsionó la vida uruguaya hasta finales de año. Con un fuerte estado depresivo, deseando abandonar el país, seguirá trabajando como diputado durante la guerra, y presentó su moción a favor de la libertad de prensa y la abolición de la censura, considerando la libertad de opinión como un derecho democrático. Mientras tanto prologó las obras de Frugoni y de García Calderón, y redactó su trabajo sobre Garibaldi.
LIBERALISMO Y JACOBINISMO (Montevideo, 1906)
En 1905, hastiado de la vida parlamentaria, acuciado por problemas económicos y deseando retomar la redacción Motivos de Proteo, abandonó temporalmente la política. Pero su trabajo en esta obra se vio interrumpido por la polémica que sostuvo contra la orden oficial de retirar los signos religiosos de los hospitales públicos. La política laicista de Batlle y Ordóñez había dado un paso polémico al prohibir los símbolos religiosos en las instituciones públicas, motivando así el primer conflicto del intelectual con el presidente al que había apoyado para llegar al poder. Rodó manifestó su indignación ante esta medida, que le pareció «jacobina» y excesiva, en una carta a Juan Antonio Zubillaga, director de La Razón, que se publicó el 5 de julio de 1906. El Dr. Pedro Díaz, que había aplaudido la medida oficial en una conferencia, alegando que los crucifijos expresaban el fanatismo religioso y obedecían a una función proselitista, recibió como respuesta ocho «Contrarréplicas» de Rodó, publicadas en La Razón a lo largo de la primera quincena de septiembre. Situado en un plano ético-filosófico, Rodó (que no era un católico ortodoxo) reivindicaba la humanidad ejemplar de Cristo, no como el fundador de una iglesia, sino de una civilización; como un héroe de la solidaridad y un mártir de la intolerancia.
Parecía que Rodó defendía la posición de la iglesia católica, y hasta recibió una felicitación del Arzobispado de Montevideo, pero su posición, propia de su actitud liberal y conciliadora, permite más bien captar su religiosidad heterodoxa, formulada como una opción ética y estética. En este aspecto, como en otros, se aproximaba a la nueva religiosidad propugnada por krausistas y modernistas religiosos, cercana a la de Renan, Galdós, Leopoldo Alas y Tolstoi.
Su posición en la polémica iba a quedar claramente resumida en una carta al ecuatoriano Alejandro Andrade Coello: «Mi liberalismo, como el suyo, es, en su más íntimo fondo, tolerancia, y tanto se opone al fanatismo clerical como a la violencia jacobina. Libre de toda vinculación religiosa, experimento, como usted, alto respeto por la figura humana y sublime del fundador de la civilización cristiana».
En 1907 iba a iniciar su colaboración en La Nación de Buenos Aires, y volvía a la política, primero como Presidente del Club Vida Nueva, que había fundado su amigo Carlos Reyles, apoyando la candidatura del batllista Claudio Williman; luego, entre 1908 y 1911, como diputado. En esta etapa se empezaba a sentir su influencia en el movimiento estudiantil, que en 1908 celebraba en Montevideo el Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos y elegía presidente al arielista Héctor Miranda. En 1909 Rodó fue elegido presidente del Círculo de la Prensa. En el discurso inaugural, recordando la función heroica del periodismo en el desarrollo de la democracia, declaraba: «El escritor es, genéricamente, un obrero; y el periodista es el obrero de todos los días: es el jornalero del pensamiento. En serlo, tiene su más alta dignidad».
MOTIVOS DE PROTEO (Montevideo, 1909)
El ensayo más ambicioso, de mayor envergadura y de contenidos más profundos de Rodó apareció publicado en Montevideo por la Imprenta de José María Serrano en 1909, después de una prolongada gestación y tras infructuosos intentos por tramitar su edición fuera del país. La edición, de dos mil ejemplares, se agotó en dos meses. Considerado como la obra de madurez del escritor, compartió en su origen, antes de 1900, una forma epistolar común a Ariel, y, aunque no tuvo su misma resonancia, en cierto modo lo continúa, ya que es un libro pensado para aquella autoeducación que el profesor Próspero había recomendado a sus discípulos para acometer su lento trabajo de transformación personal y social. La función de la voluntad, el desarrollo de la vocación y sus modalidades, los viajes, las lecturas y todo lo que contribuye al perfeccionamiento individual será desmenuzado en esta obra, ejemplificado con casos célebres e ilustrado con parábolas y cuentos simbólicos, que también fueron publicados fuera del conjunto con enorme éxito editorial. Alguno de ellos, como «La despedida de Gorgias» contiene la esencia de la filosofía pedagógica de Rodó y la más cabal definición del «proteismo».
Rodó había venido anunciando este libro desde la época de Ariel. El 12 de octubre de 1900 le había escrito a Unamuno: «Preparo para dentro de poco un nuevo opúsculo sobre una cuestión psicológica, que me interesa mucho». Mientras componía su Proteo el mismo Rodó comentó la «rareza» de su estructura fragmentaria y de la variedad de sus estilos y contenidos. En una carta a Juan Francisco Piquet le exponía su convicción de estar escribiendo «otra cosa» a la que no podía dar nombre:
...libro vario y múltiple como su propio nombre; libro que, bajo ciertos aspectos, recuerda (o más bien recordará) las obras de los «ensayistas» ingleses, por la mezcla de moral práctica y filosofía de la vida con el ameno divagar, las expansiones de la imaginación y las galas del estilo; pero todo ello animado y entendido por un soplo «meridional», ático, o italiano del Renacimiento; y todo unificado, además, por un pensamiento fundamental que dará unidad orgánica a la obra, la cual, tal como yo la concibo y procuro ejecutarla, será de un plan y de una índole enteramente nuevos en la literatura de habla castellana, pues participará de la naturaleza de varios géneros literarios distintos.
Y en otra carta al mismo destinatario añadía:
...será de un plan y de una índole enteramente nuevos en la literatura de habla castellana, pues participará de la naturaleza de varios géneros literarios distintos. (...) «Será un libro variado como un parque inglés, o más bien como una selva americana; un libro en el que, a la vuelta de una escena de la Grecia antigua, encontrará el lector la evocación de una figura épica de la Edad Media, o una anécdota del Renacimiento.
Después de un epígrafe tomado del Evangelio de San Marcos («Todo se trata por parábolas») sigue una advertencia del autor que nos sitúa ante la peculiaridad de esta primera entrega de un extenso ensayo, Proteo, del que no conocemos la totalidad:
No publico una «primera parte» de PROTEO: el material que he apartado para estos Motivos da, en compendio, idea general de la obra, harto extensa (aun si la limitase a lo que tengo escrito) para ser editada de una vez. Los claros de este volumen serán el contenido del siguiente; y así en los sucesivos. Y nunca PROTEO se publicará de otro modo que de éste; es decir, nunca le daré «arquitectura» concreta, ni término forzoso; siempre podrá seguir desenvolviéndose, «viviendo». La índole del libro (si tal puede llamársele) consiente, en torno de un pensamiento capital, tan vasta ramificación de ideas y motivos, que nada se opone a que haga de él lo que quiero que sea: un libro en perpetuo «devenir», un libro abierto sobre una perspectiva indefinida.
A partir de su segunda edición, la de 1910, y se reprodujo también una página-clave de Rodó sobre el simbolismo de Proteo, el viejo y venerable pastor de focas de Poseidón que, teniendo el don de la videncia, solía adoptar variadas apariencias (león, serpiente, llamarada, árbol o arroyo) para esquivar el acoso de quienes le consultaban. Como las olas del mar, nunca era igual a sí mismo, y su esencia era la constante transformación. El simbolismo acuático se revelará acorde con el carácter cambiante del mismo libro, donde sus ciento cincuenta y ocho «motivos» se presentan como un variado mosaico de formas y tonos discursivos; y también concuerda con la doctrina abierta del proteísmo, que, partiendo de la movilidad de la existencia, de la multiplicidad personal y del progresivo autoconocimiento, propugna una continua renovación personal en perpetuo avance y superación.
Y aunque centró la atención en el individuo, «el cuerpo social» y el medio también serán analizados como condicionantes de la acción individual, ya sea como acicate que contribuye al despliegue de las aptitudes y vocaciones, ya sea como asfixiante ambiente que frustra y atrofia los impulsos de la creatividad individual. La experiencia de Rodó en los sinsabores de la política, sus recurrentes depresiones y, según sus biógrafos, su tendencia al alcoholismo, podrán percibirse en el tono amargo de algunos fragmentos donde las frustraciones del medio inmaduro e imperfecto frustran las potencialidades de la juventud, y también en su atracción por sondear los fondos y pulsiones del subconsciente.
El «motivo» es la fórmula breve y «difluente» (así la había descrito el psicólogo Ribot, muy seguido por Rodó) que capta fugaces estados del alma. A través de su esencia fragmentaria, es la unidad discursiva de una estructura flexible que se va haciendo por las relaciones de co‑lateralidad, de asociación, de interrelación entre esas unidades. Concebido así, el motivo, con su connotación musical y su brevedad, tan bien trabajada por parnasianos, prerrafaelistas, simbolistas y modernistas, rompe la linealidad del discurso y provoca cierta discontinuidad en la lectura.
Pedro Henríquez Ureña fue el primero en establecer la relación de esta obra con las primeras obras de Bergson, que Vaz Ferreira explicaba en su cátedra de Filosofía y que Rodó venía estudiando desde 1900. Como ha observado García Morales, las ideas de Bergson se amoldaron bien con las concepciones krausistas sobre el «"hombre completo", que es también un hombre sucesivo, un hombre en progreso, que se va haciendo a sí mismo en un constante descubrimiento y perfeccionamiento de su interioridad». Su forma abierta y progresiva, concuerda con la tesis bergsoniana que subyace y da sentido a la obra: la posibilidad de una continua evolución creadora de la personalidad en el tiempo gracias a los impulsos de la vida psíquica.
En 1917 el crítico mexicano Alfonso Reyes, arielista desde su juventud, llamó la atención sobre la forma de escritura que Rodó había puesto en práctica con esta obra, y presentaba en un texto de El suicida su teoría y definición de «el libro amorfo», fundado en las letras hispánicas por Motivos de Proteo. Esta obra fluyente, abierta y múltiple, planteaba para Reyes «una cuestión estética, (...) una completa teoría del libro que, emanada de Rodó, está produciendo en la viña de América una floración de obras, buenas y malas». El valor revolucionario de la escritura de Rodó radicaba, según Reyes, en que la estructura irregular de Motivos de Proteo rompía con el libro «entendido a la manera clásica», cerrado, ordenado, estático y sometido a una forma predefinida por las preceptivas. Frente al libro clásico, sólido y sistemático, Motivos de Proteo era el libro moderno, «líquido», fluyente y «psicológico».
Rodó anunció en 1911 unos Nuevos Motivos de Proteo, y publicó alguna anticipación suelta en revistas, aunque ese libro, extraviado durante su viaje a Europa, nunca vio la luz. En 1932 los hermanos y el albacea de Rodó publicaban otros fragmentos póstumos que el viajero había dejado atrás, Los Últimos Motivos de Proteo. Manuscritos hallados en la mesa de trabajo del maestro. Emir Rodríguez Monegal los reorganizó con el título de Proteo en su primera edición de las Obras completas de Rodó (1957), pero Roberto Ibáñez propuso una tercera reorganización de aquellos manuscritos inacabados, junto con nuevos inéditos, en un conjunto que proponía titular Otros Motivos de Proteo. Ese mismo año Rodríguez Monegal incorporó a su segunda edición corregida de las Obras completas (1967) algunos de esos inéditos y los sumó a su Proteo.
Algunos de esos motivos inéditos nos muestran a un Rodó íntimo, insatisfecho y cansado, que ha ido perdiendo el optimismo. «Albatros» parece el embrión inacabado de una novela de artistas inspirada por el célebre soneto de Baudelaire, y relata una historia de artistas e intelectuales fracasados por el mercantilismo y la devaluación de la alta cultura en la sociedad burguesa. Otros «motivos» tienen como figura central a un personaje enigmático, Glauco; un «habitante interior» o alter ego que, cuando se manifiesta, proporciona un estado de percepción nítida, plena y clarividente («el estado glauco») al hombre y al crítico.
En 1910 Rodó, como máximo representante de la joven intelectualidad uruguaya, había asistido a la celebración del Centenario de la Independencia de Chile, junto con Zorrilla de San Martín. Entre 1911 y 1914, durante su último trienio como diputado, volvió a apoyar inicialmente la reelección de Batlle, aunque en 1911 hizo pública su oposición a las maniobras para asegurar su reelección en unos duros artículos en el Diario del Plata, firmados como «Calibán». Las consecuencias de su actitud crítica se harán sentir enseguida al ser excluido de la comisión que iba a viajar a España para celebrar el centenario de las Cortes de Cádiz. Mientras los círculos oficiales de su país tendían a silenciar su voz discrepante, su prestigio intelectual seguía creciendo en el extranjero, y en 1912, el año en que redactaba su ensayo sobre Bolívar, fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española.
EL MIRADOR DE PRÓSPERO (Montevideo, 1913)
En 1913 aparecía publicado El Mirador de Próspero, una recopilación de cuarenta y cinco ensayos de desigual dimensión y calado, en la que trabajaba desde 1908. Este libro antológico, cuyo título nos sitúa de nuevo en la alta perspectiva del profesor de Ariel, es, en opinión de Rodríguez Monegal, su obra más importante, el compendio ejemplar de la producción de dos décadas. Este crítico clasificó sus trabajos en las categorías de crítica literaria y ensayos (históricos, literarios, morales, sociales e hispanoamericanos). Un grupo importante de estos amplía el pensamiento americanista de Rodó («Bolívar», «Magna Patria», «Montalvo»).
Entre los ensayos históricos es el más relevante su «Bolívar», donde, con una prosa con acentos de himno nos ofrece el retrato y la apoteosis del militar, en una época en que el culto al héroe constituía una práctica literaria y oratoria frecuentada por escritores de todo el continente. Este monumento verbal dedicado al padre de la idea de «Magna Patria», que Rodó había hecho suya y se había comprometido a continuar, representa la culminación de su americanismo heroico. También lo representa su «Artigas» y, en otro modo, «Montalvo», dedicado al escritor ecuatoriano que encarnó el doble heroísmo (artístico y político) con el que Rodó se sentía plenamente identificado. Como anotó Benedetti, en sus ensayos sobre Bolívar, Montalvo y Juan María Gutiérrez (aquí refundido), Rodó se muestra como «un ameno y documentado narrador de vidas».
Algunos menos comentados, pero de gran interés para comprobar la amplitud del arco de preocupaciones de Rodó son «La enseñanza de la literatura», y «Del trabajo obrero en el Uruguay» escrito en 1908. Faltaba el ensayo dedicado a José Martí, que Rodó anunciará a los redactores de Cuba Contemporánea de La Habana.
En 1914, y con el pseudónimo «Ariel», Rodó publicó varios comentarios sobre la Primera Guerra Mundial en la sección «La guerra a la ligera» de El Telégrafo, tomando partido por la causa de Francia y los aliados. Adoptaba, por «el sentimiento de la comunidad de raza», por la tradición liberal de su cultura e instituciones, y por los lazos de la inmigración, la solidaridad con los aliados del Occidente europeo, «opuesto a imperialismos absorbentes». Su latinoamericanismo encontraba aquí su más amplia concepción, al integrar a los países meridionales, las matrices culturales de la latinidad, en un mismo universo geo-político, cultural y emocional.
En estos meses, libre ya de la responsabilidad política, Rodó trabajará para la edición de sus Cinco ensayos, que Blanco Fombona pensaba publicar en la Biblioteca América.
EL VIAJE A EUROPA
Rodó pagó el alto precio de su marginación oficial por expresar su criterio sin traicionarse a sí mismo. En 1916 eligió un voluntario exilio errante trabajando para el prestigioso periódico argentino La Nación como corresponsal de cultura en Europa. Un homenaje del Círculo de la Prensa y una gran manifestación lo despiden antes de embarcar el 14 de julio en el Amazon. Pensaba visitar Portugal, España, Italia, Suiza e instalarse en París, para consagrarse plenamente a su trabajo literario. El destino no le permitió cumplir sino parte del proyecto, y la Gran Guerra, que no había terminado, dejó sus marcas en algunas de sus crónicas.
En Lisboa entrevistó al presidente Bernardino Machado, un político que le pareció ejemplar por su tolerancia, y celebró la derrota de los colegialistas en las elecciones uruguayas, de las que tuvo noticias por la prensa. En Madrid, en pleno agosto, sólo encontró a Juan Ramón Jiménez y a Cristóbal de Castro; días después se asombró ante el desarrollo de Barcelona y admiró el respeto a la cultura de sus instituciones nacionalistas. Allí aprendió a pronunciar su apellido en catalán: «Rodó se pronuncia casi Rudó». Al llegar a Italia pasó casi un mes en la estación termal de Montecatini, tratándose una insuficiencia cardiaca y un problema renal, antes de continuar viaje por varias ciudades del norte de Italia, para pasar un mes en Florencia (donde escribió el alegórico Diálogo de bronce y mármol). En Roma despidió el año 1916 y, finalmente, después de haber visitado otras ciudades, llegó a Palermo, donde su enfermedad se agravó hasta causarle la muerte.
Sus crónicas y artículos seguían transmitiendo su fe en la unión iberoamericana, mientras en sus diarios registraba anotaciones sobre sus experiencias de viajero solitario: sus paseos y extravíos por ciudades cargadas de historia, sus tardías aventuras eróticas; sus tardes perdidas en el cine, o sus tratamientos médicos. Si antes había pensado Europa desde América, ahora pensaba América desde aquel nuevo mirador y percibía con mayor lucidez su unidad cultural y su futuro prometedor. En la Nochevieja de 1916, en Roma, escribió «Al concluir el año», su última llamada a construir «la América nuestra» mediante «la aproximación de las inteligencias y la armonía de las voluntades».
Rodó se muestra en sus crónicas como un «lector» de ciudades, de ruinas, de mármoles; pero se percató de que, fuera de los museos, la Europa que él conocía por referencias librescas ya era otra. La Sagrada Familia de Gaudí, que vio en construcción, le pareció «decadentismo artístico», un alarde de «ultramodernismo plástico»; la ciudad nueva de Pisa, atravesada por «los raudos zigzags» de las bicicletas («estas modernas máquinas, no rara vez dirigidas por leves pies femeniles»), le resultó discordante y falta de carácter: «Allí -escribe- podrían holgar los futuristas de Marinetti, que piden, según acabo de leer entre los lemas de su periódico, la modernizzacione violenta delle cità passatiste». Poco tenía que ver Rodó, forjador neoplatónico de una utopía con aura clásica, con las vanguardias que ya estaban estremeciendo las capitales europeas. Sin embargo, antes de abandonar Uruguay ya era consciente de que, al terminar aquella guerra en la que no encontraba heroísmo, sino motivos de pavor y remordimiento, ni la literatura ni la vida podrían volver a ser las mismas:
La guerra traerá la renovación del ideal literario, pero no para expresarse a sí misma, por lo menos en son de gloria y de soberbia. La traerá porque la profunda conmoción con que tenderá a modificar las formas sociales, las instituciones políticas, las leyes de la sociedad internacional, es forzoso que repercuta en la vida del espíritu, provocando, con nuevos estados de conciencia, nuevos caracteres de expresión (1915).
El descuido, la soledad y el abandono rodearon los últimos días del escritor, un extranjero moribundo en un cuarto de hotel italiano. Sus restos mortales fueron sepultados en Palermo hasta que en 1920 el gobierno uruguayo los trasladó para velarlos y depositarlos solemnemente en el Panteón Nacional, al compás del Réquiem de Mozart. Los homenajes se sucedieron, y la retórica encubrió el mensaje de un intelectual no siempre bien interpretado. Su obra sigue siendo objeto de reediciones y de profundas discusiones, porque los lectores de cada época y diferentes latitudes han seguido encontrando en ella distintos aspectos que rescatar o que rebatir. Eso, en última instancia, demuestra la vitalidad polémica de sus ideas.
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