miércoles

JOHN DONNE (1572 – 1631)



DEVOCIONES
(versión y prólogo de Alberto Girri)
  
DECIMOQUINTA ENTREGA
  
XVII

Nunc lento sonito dicunt, Morieris
Ahora, esta campana doblando suavemente por otro, me dice: Debes morir

Acaso aquel por quien esta campana dobla, esté tan enfermo que no sepa que dobla por él, y acaso yo creo estar mucho mejor de lo que estoy, tanto que los que me rodean, y ven mi estado, pueden haberla hecho doblar por mí, y yo lo ignoro. La iglesia es católica, universal, y así lo son sus acciones; todo lo que ella hace, pertenece a todos. Cuando bautiza a un niño, esa acción me concierne; pues ese niño está ahora unido a esa Cabeza que también es mi cabeza, e injertado en ese cuerpo, del cual yo soy un miembro. Y cuando entierra a un hombre, esa acción me concierne; toda la humanidad pertenece a un solo autor, y es un solo volumen; cuando un hombre muere, un capítulo no es arrancado del libro, sino traducido a un idioma mejor; y cada capítulo debe ser traducido así; Dios emplea muchos traductores; algunos trozos son traducidos por la edad, algunos por la enfermedad, algunos por la guerra, algunos por la justicia; pero las manos de Dios están en cada traducción; y su mano encuadernará nuevamente todas nuestras hojas dispersas, para aquella Biblioteca donde cada libro yacerá abierto junto a otro; así como la campana que dobla para un sermón, no llama solamente al predicador, sino a la congregación para que acuda, también esta campana nos llama a todos; pero cuánto más a mí, que soy llevado tan cerca de la puerta por esta enfermedad. Hubo una disputa, y hasta una petición (en las que se mezclaron piedad y dignidad, religión y estima), sobre cuál de las órdenes religiosas debía tañer para oraciones primero en la mañana; y se determinó que tañerían primero las que se levantaran antes. Si entendemos rectamente la dignidad de esta campana que dobla para nuestra oración matutina, nos alegraríamos de hacerla nuestra, levantándonos temprano con esa petición, de que pueda ser tan nuestra como de aquel a quien realmente pertenece. La campana debe doblar por aquel que piensa en ello; y aunque se interrumpa de nuevo, sin embargo, por este minuto que en esta ocasión obró, él se une a Dios. ¿Quién no dirige la mirada al sol cuando éste se alza?; ¿pero quién aparta sus ojos de un cometa cuando éste aparece? ¿Quién no presta oídos a cualquier campana, en cualquier circunstancia en que ésta dobla?; ¿pero quién puede alejarse de esa campana que da paso a un trozo de él mismo fuera de este mundo? Ningún hombre es una isla, completa en sí misma; cada hombre es un trozo del continente, una parte del todo; si un terrón fuese arrastrado por el mar (y Europa es el más pequeño), sería lo mismo que si fuese un promontorio, que si fuese una finca de tus amigos o tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo estoy involucrado en la humanidad; y, en consecuencia, no envíes nunca a preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti. Ni podemos tampoco llamar a esto un pedido de miseria o un préstamo de miseria, como ni fuéramos lo bastante miserables en nosotros mismos, sino que debiéramos ir a buscar más a la casa de al lado, haciéndonos cargo de la miseria de nuestros vecinos. Verdaderamente sería una disculpable avidez si lo hiciéramos; porque la aflicción es un tesoro, y apenas si cada hombre tiene bastante. Ningún hombre tiene aflicción bastante sin estar maduro, y en sazón, y hecho para Dios por esa aflicción. Si un hombre acarrea un tesoro en metálico, o en lingote de oro, y no tiene nada acuñado en moneda corriente, su tesoro no será gastado mientras él viaja. La tribulación es un tesoro en su naturaleza, pero no es moneda corriente en su empleo, excepto que nos ayuda a estar cada vez más cerca de nuestro hogar, el cielo. Otro hombre puede estar también enfermo, y enfermo de muerte, y esta aflicción puede yacer en sus entrañas, como el oro en una mina, y ser inútil para él; pero esta campana, que me habla de su aflicción, extrae, y me administra a mí ese oro, si por esta consideración del peligro en otros contemplo el mío propio, y me aseguro a mí mismo, recurriendo a mi Dios, que es nuestra sola seguridad.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+