martes

LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN - ALDOUS HUXLEY

SEXTA ENTREGA
Pero, entretanto, mi pregunta quedaba sin contestar. ¿Como esta percepción purificada podía conciliarse con el debido interés por las relaciones humanas, con los necesarios quehaceres, para no hablar de la caridad y la compasión práctica? Se renovaba el muy viejo debate entre los activos y los contemplativos; se renovaba, en lo que a mí se refería, con una acerbidad nunca sentida. Por que hasta esta mañana, había conocido la contemplación únicamente en sus formas más humildes y ordinarias, como un pensar discursivo; como el trance creador en poesía, pintura o música; como una paciente espera de esa inspiración sin la que ni el más prosaico escritor puede aspirar a realizar nada; como ocasionales vislumbres al estilo de ese "algo mucho más profundamente interpuesto" de Wordsworth; como un sistemático silencio que lleva a veces al atisbo de un "oscuro conocimiento". Pero ahora conocía la contemplación en sus cumbres. En sus cumbres, pero no en su plenitud. Porque, en su plenitud, el camino de María incluye el camino de Marta y lo eleva, por decirlo así, a su propio poder superior. La mescalina abre el camino de María, pero cierra la puerta del camino de Marta. Procura acceso a la contemplación, pero a una contemplación que es compatible con la acción y hasta con la voluntad de actuar, con la misma idea de actuar. En los intervalos entre sus revelaciones, el tomador de mescalina se inclina a la impresión de que, si bien en cierto aspecto todo es supremamente como debe ser, en otro hay algo que anda mal. Su problema es esencialmente el mismo que afrontan el quietismo, el arhat y, en otro nivel, el paisajista y, en otro nivel, el pintor de naturaleza muerta humana. La mescalina no puede resolver nunca este problema; solo puede plantearlo, de modo apocalíptico, a aquellos que nunca se habían visto ante él. La solución completa y final solo puede ser hallada por quienes están dispuestos a aplicar la buena clase de Weltanschauung mediante la buena clase de comportamiento y la buena clase de vigilancia constante y espontánea. Por encima del quietista está el contemplativo-activo, el santo, el hombre que, según la frase de Eckhart, está dispuesto a bajar del séptimo cielo para llevar un vaso de agua a su hermano enfermo. Por encima del arhat, que se retira de las apariencias a un Nirvana totalmente trascendental, ésta el Bodhisattva, para quien la Identidad y el mundo de las contingencias son una cosa, y para cuya compasión sin límites cada una de estas contingencias es una ocasión, no solamente de contemplación transfiguradora, sino también de la caridad más practica. Y en el universo del arte, por encima de Vermeer y los otros pintores de naturalezas muertas humanas, por encima de los maestros paisajistas chinos y japoneses, por encima de Constable y Turner, de Sisley y Seurat y Cézanne, está el arte que todo lo incluye de Rembrandt. Son nombres enormes, eminencias inaccesibles. En cuanto a mí, en esta memorable mañana de mayo, no podía menos que estar agradecido a una experiencia que me había mostrado, más claramente que nunca antes, la naturaleza última del problema y su solución completamente liberadora.
Permítaseme añadir, antes de dejar este tema, que no hay forma de contemplación, incluida la más quietista, que no posea valores éticos. La mitad por lo menos de toda moral es negativa y consiste en no hacer nada malo. El padrenuestro apenas tiene cincuenta palabras y seis de ellas están dedicadas a pedir a Dios que no nos deje caer en la tentación. El contemplativo unilateral deja sin hacer muchas cosas que debería hacer, pero compensa esto absteniéndose de multitud de cosas que estarían mal hechas. Pascal observó que la suma del mal disminuiría mucho si los hombres aprendieran a quedarse sentados en sus habitaciones. El contemplativo cuya percepción ha sido purificada no necesita quedarse en su habitación. Puede dedicarse a sus cosas, tan completamente satisfecho de ver el divino Orden de Cosas y de participar en él que no sentirá en ningún momento la tentación de aceptar lo que Traherne llamó "las sucias Dádivas del mundo". Cuando nos sentimos los únicos herederos del universo, cuando "por nuestras venas el mar discurre...y nuestras joyas son las estrellas", cuando cuanto percibimos es infinito y santo, ¿qué razones podemos tener para la codicia o la ambición, para buscar el poder o formas de placer más funestas? No es probable que los contemplativos se conviertan en fulleros, alcahuetes o borrachos; por regla general, no predican la intolerancia ni hacen la guerra; no juzgan necesario robar, estafar o explotar a los pobres. Y a estas enormes virtudes negativas podemos añadir otra que, aunque de definición difícil, es positiva e importante. Cabe que el arhat y el quietista no practiquen la contemplación en su plenitud, pero, si la practican de algún modo, pueden traer informes esclarecedores de otro y trascendente campo del espíritu y, si la practican en la cumbre, se convertirán en conductos por los que puede llegar desde ese campo cierta benéfica influencia a un mundo de ofuscados Sí-mismos, que se están crónicamente muriendo por falta de ella.
Entretanto, yo había pasado, a pedido del investigador, del retrato de Cézanne a lo que estaba ocurriendo, dentro de mi cabeza, cuando cerraba los ojos. Esta vez el paisaje interior fue, de manera curiosa, muy poco remunerador. El campo visual estaba lleno de estructuras, como de material plástico o de estaño esmaltado, de brillantes colores y en cambio constante.
-Barato -comenté-. Trivial. Como lo de un comercio de baratijas.
Y todas estas cosas charras existían en un universo cerrado y apretado.
-Es como si se estuviera bajo los puentes en barco -dije-. En un barco infinito.
Y mientras miraba, advertí claramente que este barco infinito estaba en cierto modo relacionando con las pretensiones humanas. Este sofocante interior de un barco infinito era mi propio personal Sí-mismo; estos charros móviles de hojalata y plástico eran mis contribuciones personales al universo.
Juzgué la lección saludable, pero lamenté, ello no obstante, que hubiera sido administrada en este momento y en esta forma. Por regla general, el tomador de mescalina descubre un mundo interior tan manifiestamente una premisa, tan evidentemente infinito y santo, como ese transfigurado mundo exterior que yo había visto con mis ojos, abiertos. Desde el principio, mi propio caso había sido diferente. La mescalina me había procurado temporalmente la facultad de ver cosas con los ojos cerrados, pero no pudo -por lo menos, no lo hizo en esta ocasión- revelar un paisaje interior que fuera ni remotamente comparable a mis flores, mi silla o mis pantalones de "allí afuera". Lo que me había permitido percibir dentro no era el Dharma-Cuerpo en imágenes, sino mi propia mente; no la Arquetípica Identidad sino una serie de símbolos. En otros términos, un sustitutivo de fabricación casera para la Identidad.

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