EL MITO DEL ETERNO RETORNO:
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
CUARTA ENTREGA
1. Arquetipos y repetición (4)
Arquetipos de las actividades “profanas”
Utilizando una fórmula sumaria, podría decirse que el mundo arcaico ignora las actividades “profanas”: toda acción dotada de un sentido preciso -caza, pesca, agricultura, fuegos, conflictos, sexualidad, etc.- participa de un modo u otro en lo sagrado. Como veremos seguidamente, sólo son “profanas” aquellas actividades que no tienen significación mítica, es decir, que carecen de modelos ejemplares. Así puede decirse que toda actividad responsable y con una finalidad definida constituye para el mundo arcaico un ritual. Pero dado que la mayoría de estas actividades han sufrido un largo proceso de desacralización y han llegado a ser en las sociedades modernas actividades “profanas”, hemos considerado oportuno agruparlas aparte.
Pasemos ahora a otro ejemplo, el de la danza. Todas las danzas han sido sagradas en su origen; en otros términos, han tenido un modelo extrahumano. Podemos excusarnos de discutir aquí los detalles como que ese modelo haya sido a veces un animal totémico o emblemático; que sus movimientos fueran reproducidos con el fin de conjurar por la magia su presencia concreta, de multiplicarlo en número, de obtener para el hombre la incorporación al animal; que en otros casos el modelo haya sido revelado por una divinidad (por ejemplo, la pírrica, danza armada, creada por Atenea, etc.) o por un héroe (la danza de Teseo en el Laberinto); que la danza fuera ejecutada con el fin de adquirir alimentos, honrar a los muertos o asegurar el buen orden del cosmos; que se realizara en el momento de las iniciaciones, de las ceremonias magicorreligiosas, de los casamientos, etc.. Lo que nos interesa es su origen extrahumano presupuesto (pues toda danza fue creada “in illo tempore”, en la época mítica, por un “antepasado”, un animal totémico, un dios o un héroe). Los ritmos coreográficos tienen su modelo fuera de la vida profana del hombre; ya reproduzcan los movimientos del animal totémico o emblemático, o los de los astros, ya constituyan rituales por sí mismos (paso laberíntico, saltos, ademanes efectuados por medio de los instrumentos ceremoniales, etc.), una danza imita siempre un acto arquetípico o conmemora un momento mítico. En una palabra, es una repetición, y por consiguiente una reactualización de “aquel tiempo”
Luchas, conflictos, guerras, tienen la mayor parte de las veces una causa y una función rituales. Es una oposición estimulante entre las dos mitades del clan, o una lucha entre los representantes de dos divinidades (por ejemplo, en Egipto, el combate entre dos grupos que representaban a Osiris y a Seth), pero siempre conmemora un episodio del drama cósmico y divino. En ninguno caso pueden explicarse la guerra o el duelo por motivos racionalistas. Hocart señaló muy justamente el papel ritual de las hostilidades. Cada vez que el conflicto se repite, hay imitación de un modelo arquetípico. En la tradición nórdica, el primer duelo ocurrió cuando Thor, provocado por el gigante Hrugner, encontró a éste en la “frontera”y lo venció en combate singular. Vuelve a encontrarse el mismo motivo en la mitología indoeuropea, y Georges Dumézil tiene razón al considerarlos como una visión tardía, pero sin embargo auténtica, del escenario muy antiguo de una iniciación militar. El joven guerrero había de reproducir el combate entre Thor y Hrugner; en efecto, la inciación militar consiste en un acto de valentía, cuyo prototipo mítico es dar muerte a un monstruo tricéfalo. Los frenético “bersekires”, guerreros feroces, repetían con toda exactitud el estado de furia sagrada (“wut”, “ménos”, “furor”) del modelo primordial.
La ceremonia hindú de la consagración de un rey, el “rajasuya”, “no es más que la reproducción terrestre de la antigua consagración que Varuna, el primer soberano, hizo en su provecho: los ‘Brahamana’ lo repiten hasta la saciedad… A lo largo de las explicaciones rituales vuelve, fastidiosa pero instructiva, la afirmación de que si el rey cumple tal o cual acción es porque en el alba de los tiempos, el día de su consagración, Varuna lo llevó a cabo”. Y ese mismo mecanismo puede descubrirse en todas las demás tradiciones, en la medida en que la documentación que poseemos nos lo permite (cf. Las obras clásicas de Moret sobre el carácter sagrado de la realeza egipcia, y de Labat sobre la realeza asiriobabilónica). Los rituales de construcción repiten el acto primordial de la construcción cosmogónica. El sacrificio que se ejecuta cuando se edifica una casa (una iglesia, un puente, etc.) no es sino la imitación en el plano humano del sacrificio primordial celebrado “in illo tempore” para dar nacimiento al mundo (véase cap. II).
El valor mágico y farmacéutico de ciertas hierbas se debe también a un prototipo celeste de la planta o al hecho de que esta fue cogida por primera vez por un dios. Ninguna planta es preciosa en sí misma, sino solamente por su participación en un arquetipo o por la repetición de ciertos ademanes y palabras que, aislando a la planta de la especie profana, la consagra. Así dos fórmulas de encantamiento anglosajonas del siglo XVI, que era costumbre pronunciar cuando se recogían las hierbas medicinales, precisan el origen de su virtud terapéutica: crecieron por primera vez (es decir, “ab origine”) en el monte sagrado del Calvario (en el “centro” de la tierra): “Salve, oh hierba santa que crece en la tierra, primero te encontraste en el monte del Calvario, eres buena para toda clase de heridas; en el nombre del dulce Jesús, te cojo” (1584). “Eres santa, Verbena, porque creces en la tierra, pero primero te encontraron en el monte del Calvario. Curaste a nuestro Redentor Jesucristo y cerraste sus heridas sangrantes; en el nombre (del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) te cojo”. Se atribuye la eficacia de esas hierbas al hecho de que su prototipo fue descubierto en un momento cósmico decisivo (“en aquel tiempo”) en el monte del Calvario. Recibieron su consagración por haber curado las heridas del Redentor. La eficacia de las hierbas recogidas sólo vale en cuanto quien las coge repite es acto primordial de la curación. Por eso una antigua fórmula de encantamiento dice: “Vamos a coger hierbas para ponerlas sobre las heridas del Salvador”.
Esas fórmulas de magia popular cristiana siguen una antigua tradición. En la India, por ejemplo, la hierba “Kapitthaka” (“Feronia elephantum) cura la impotencia sexual, pues, “ab origine”, el Gandharva la utilizó para devolver a Varuna su virilidad. Por consiguiente, la recolección ritual de la hierba es, efectivamente, una repetición del acto del Grandharva. “A ti, hierba que el Grandharva arrancó para Varuna cuando éste perdió su virilidad, a ti te arrancamos”. Una larga invocación que figura en el papiro de París indica el estatuto excepcional de la hierba recogida: “Has sido sembrada por Cronos, recibida por Hera, conservada por Amón, parida por Isis, alimentada por Zeus lluvioso; has crecido gracias al sol y al rocío…” Para los cristianos, las hierbas medicinales debían su eficiencia al hecho de haber sido halladas por vez primera en el monte Calvario. Para los antiguos, las hierbas debían su virtud a que habían sido descubiertas por primera vez por los dioses. “Betónica, tú fuiste descubierta por primera vez por Esculapio, o por el centauro Quirón…”, tal es la invocación recomendada por un tratado de herborística.
Serías fastidioso -y hasta inútil para el designio de este ensayo- recordar los prototipos míticos de todas las actividades humanas. El hecho de que la justicia humana, por ejemplo, que está fundada en la idea de “ley”, tiene un modelo celeste y trascendente en las normas cósmicas (“tao”, “artha”, “rta”, “tzedek”, “themis”, etc.) es demasiado conocido para que insistamos en él. También es una característica de las estéticas arcaicas el que “las obras del arte humano sean imitaciones de las del arte divino” e incluso un “leit-motiv” de las estéticas arcaicas que los estudios de Ananda K. Coomaraswamy han puesto en evidencia admirablemente. Es interesante observar que aun el estado de beatitud, la “eudaimonia”, es una imitación de la condición divina, para no hablar de las diversas suertes de “entusiasmos” creados en el alma del hombre por la repetición de ciertos actos realizados por los dioses “in illo tempore” (orgía dionisíaca, etc.): “La actividad de Dios, cuya beatitud supera todo, es puramente contemplativa, y entre las actividades humanas la más venturosa de todas es la que más se acerca a la actividad divina”; “hacerse tan parecido a Dios como posible sea”, “haec hominis est perfectio, similitudo Dei” (Santo Tomás de Aquino).
Debemos agregar que, para las sociedades tradicionales, todos los actos importantes de la vida corriente han sido revelados “ab origine” por dioses o héroes. Los hombres no hacen sino repetir infinitamente esos gestos ejemplares y paradigmáticos. La tribu australiana Yuin sabe que Daramulun, “All Father”, inventó, especialmente para ella, todos los instrumentos y todas las armas que ella ha utilizado hasta ahora. Asimismo, la tribu Kurnai sabe que Munganngaua, el Ser Supremo, vivió cerca de ella, en la tierra, al principio de los tiempos, a fin de enseñarle cómo fabricar los instrumentos de trabajo, las barcas, las armas, “en una palabra, todos los oficios que conoce”. En Nueva Guinea, numerosos mitos hablan de largos viajes por mar, proveyendo así “modelos a los navegantes actuales”, y también modelos para todas las demás actividades, “ya se trate de amor, de guerra, de pesca, de producir la lluvia o de cualquier otra cosa… El relato suministra precedentes para los diferentes momentos de la construcción de un barco, para los tabúes sexuales que esta implica, etc.”. Cuando un capitán se hace a la mar, personifica al héroe mítico Aori. “Lleva el traje que Aori vestía, según el mito; como él, tiene la cara ennegrecida, y en los cabellos un “love” semejante al que Aori quitó de la cabeza de Iviri. Baila en la cubierta y abre los brazos como Aori desplegaba sus alas… Un pescador me dice que cuando iba a capturar peces (con su arco) se consideraba el propio Kivavia, No imploraba el favor y la ayuda de ese héroe mítico: se identificaba con él”.
Ese simbolismo de los precedentes míticos se encuentra igualmente en otras culturas primitivas. Respecto de los Karuks de California, J. P. Harrington escribe: “El Karuk hacía lo que hacía porque se creía que los Ikxareyavs eran las gentes que vivían en América antes de la llegada de los indios. Los Karuks modernos, como no saben de qué modo explicar esa palabra, proponen traducciones como ‘los príncipes’, ‘los jefes’, ‘los ángeles’… No quedaron con ellos más que el tiempo necesario para dar a conocer y poner en ejecución todas las costumbres, diciendo cada vez a los Karuks: ‘Así harán los humanos.’ Sus actos y sus palabras son aun hoy referidas y citadas en las fórmulas mágicas de los Karuks”.
El “potlach”, ese curioso sistema de comercio ritual que se halla en el Noreste de América, al que Marcel Mauss consagró un estudio célebre (“Essai sur le don, forme arcáique de l’échange”), no es más que la repetición de una costumbre introducida por los antepasados en la época mítica. Los ejemplos podían multiplicarse fácilmente.
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