martes

MORIR CON APARICIO


HUGO GIOVANETTI VIOLA
SÉPTIMA ENTREGA

EL ECLIPSE (5)

“Y aquí empieza otra historia” dijo el Padre Jorge comiéndose otro pastel: “Este capítulo me fue contado por el Padre Turón poco antes de morir postrado en el hospital de San Carlos, cuando ya no hacía más que recordar su vida. Sí, yo era demasiado joven en ese momento me contó una mañana: Demasiado, hijo. Pero eso cuando aquella ex-hermana de voz niña y ojos que imaginé celestes se confesó conmigo no supe qué pensar: fíjese que ella había llegado a Maldonado sólo para presentarles disculpas a los Tomillo y no pudo dejar de confesarse y rezarle a la Virgen del Carmen. “No sé qué me pasó, Padre” decía castañeteando los dientes como una poseída:“Fue una noche de setiembre más estrellada que las del verano, y yo venía de recorrer los dormitorios de las pupilas (y de llorar otra vez con la pobre Carolina Tomillo) cuando vi aquel arcángel bajando por uno de los muros que dan a la calle. No precisé otro reconocimiento porque traía una capelina blanca colgándole de la espalda como un sombrero mexicano. Entonces le salí al paso sin pensar más nada, murmurándole igual que si rezara: ‘Dormitorio 5. Tienen dos horas para hablarse sin abrir los postigos. Todos los domingos cruzo por aquí después de anochecer’. Pero pecaron, Padre. Ella abrió los postigos y no fueron dos horas sino tres, más o menos el tiempo que precisa la Madre Superiora para ahogarse en la cama y salir a respirar al patio de los sátiros, como lo bautizaron desde entonces las pocas pupilas que fueron quedando”.

“Aunque se equivocaron los que pensaron que Sabino fue preso aquella noche: se escapó por la misma pared por donde entró al convento. Esta vez Carolina fue encerrada en alguna quinta montevideana y hay testigos que vieron caminar a Sabino por toda la ciudad durante varios meses loco por el cansancio, trabajando de sereno y acechando con una fe animal la aparición del amor por la calle. Se cruzaron otro 24 de octubre en la plaza Libertad (aunque sólo él la vio) y a pesar de no haber testigos conocidos no es difícil soñar cómo la muchacha le mintió una disculpa a la familia y bajo del break para apoyarse contra un árbol mareada por el presentimiento, cuando el fantasma de la libertad la raptó suavemente calle abajo. Sé hasta lo que sintieron mientras ni oían los silbatos de la persecución en masa. Ya no pudo servir un calabozo montevideano para Sabino, ni la isla Gorriti inadmisiblemente puesta a disposición de don Fausto Tomillo para encerrar a Carolina (ni los tres primos patricios que se prestaron a vigilar a la muchacha, patacones mediante). Porque contaba tío Lucas que a las pocas semanas hubo una carta-mapa trazada con la sangre de la muchacha y puesta entre las manos de Sabino Regusci por un carrero negro de ojos desbocados, la misma tarde en que su libertad salió del calabozo. En la carta constaba una fecha concreta así como los puntos estratégicos de la isla Gorriti no vigilados por los mercenarios. Nadie debe haber visto aquella noche el barco pescador ni la luna o la vela de juguete que brillaba en la espalda del falso mexicano. Y el patricio de guardia se debió haber emborrachado aceitando su escopeta en Puerto Jardín mientras dos manos blancas y dos moka serruchaban las rejas de la torre para que Carolina descendiera el tejado casi en vuelo, se despidiera con un gesto infantil de su madre de leche y atravesara las fortificaciones fantasmales para embarcarse en dirección a Lobos. Allí -con la complicidad de Juan Rocha, un grasero fernandino- esperaron el barco mercante que los cruzó a Buenos Aires”.

“Y a los dos o tres años hubo una carta desde Buenos Aires: un papel de envolver con un soneto copiado en el reverso que tío Lucas guardó como un texto sagrado sin mostrarlo jamás (1). Pero no hubo manera de localizar a Sabino en Buenos Aires hasta que Carolina murió tuberculosa. Cuenta Natacha Regusci Tomillo (la hija sobreviviente, que todavía da clases de guitarra acá en Punta del Este) que esa noche su padre volvió del hospital casi doblado en dos y la sentó en la falda y le explicó sonriendo que mamá se había vuelto de luz, pero que él le había escrito a abuela Julia para que la llevara a vivir a Suelo Santo. (La mató, el desgraciado repitió doña Julia empecinadamente hasta el día de su muerte, cuarenta años después: Cuando fui a Buenos Aires a buscar a mi nieta él me esperó en el puerto y yo casi me muero al ver por qué esperpento se me chifló la nena: por un flaco encorvado cadavérico loco que ni siquiera se dignó llevarme al cementerio y hasta se encocoró cuando insistió y me dijo La luz no se entierra y a Natacha Papá te va a ir a ver Eso nunca grité y ella abrió los ojazos y yo dije Sí vieja tu papá va a venir no te preocupes ¿no tenés hermanos? Se volvieron de luz me contestó Dios mío grité y él me dijo riéndose Otros podrán señora y entonces me dio tanta lástima que le puse un billete en la mano y él lo miró y volvió a ponérmelo en la mano Tengo un Sabino que trabaja dijo). Y cuentan que Natacha no volvió a hablarle una palabra a nadie: parecía sordomuda. Hasta que un día, después del fracaso total de cuanto médico y pedagogo fue traído a Suelo Santo doña Julia mandó buscar a la nodriza. Moka y de pelo blanco y casi paralítica fue arrastrada por su hijo el carrero hasta el monte de pinos donde Natacha se sentaba a esperar a su padre. Entonces la nodriza le pidió a la ex-patrona la guitarra que estaba arrumbada en el sótano. Fue un milagro del diablo, aquello decía doña Julia: Porque mi nieta empezó a rasquetear las cuerdas y a cantar un pastiche inentendible hasta que ya no pude más y mandé que archivaran la guitarra en el sótano y le dije a la negra que nunca más pisara Suelo Santo. Pero en menos de un mes Natacha Regusci Tomillo serruchó las rejas exteriores del sótano y robó la guitarra y apareció cantando en los pinares aquel himno insondable que empezaba así: Teobaldo Juan mamá cuando yo sea de luz vámonos a pasar otra vez cantando todojuntos”. “¿Y nunca volvió a hablar bien, Padre?” le preguntó mamá. “Sí: volvió a hablar, pero esa es otra historia demasiado larga para contárselas ahora”. “¿Y Natacha nunca más lo vio al padre?” le pregunté yo. “No: Sabino murió en el manicomio. Decía tío Lucas que la tarde que lo encontraron muerto hubo un asombro general entre los cuidadores porque estaba sentado contra una pared, frente a un fresco geométrico donde un buzo con cara de Sabino volaba adentro del rayo de un faro que subía y se agrandaba desde el Fondo el Mundo al Sol Eterno, como rezaban las dos inscripciones pintadas respectivamente en el suelo y el cielo de la pieza”.

(1) Lucas te necesito para que me oigas hace un mes se murieron los mellizos Teobaldo y Juan Natacha es la única que sabe que de veras se volvieron de luz yo casi no sé nada cuanto más me conozco más conozco que lo único que importa es que los demás viven y que debo ayudarlos a vivir si pudiera mandar un Sabino con cada mujer que me compra verdura y un Sabino con todas las muchachas que se tambalean y las parejas que se quiebran un Sabino sentado en el techo de cada ropero y traerlos a este reino del Faro que me encorva más que el dolor hermano te aseguro que pasa porque cuando me inclino ilumina la cara de la gente todos saben que ya soy invencible pero a veces cuando atravieso de madrugada la cortina y Magdalena tose tiemblo en el pozo negro y pienso otros podrán podrán otros podrán podrán y al volver de la calle agarro la guitarra y hago cantar a Carolina y bailar a Natacha y pinto escribo poemas lo único que me importa es ser hermoso pero para los otros purísimo sagrado y cuando toco un alma me parece que escribo la historia de Dios y en la hora más espantosa de la muerte me acurruco a lamer a Carolina y rezo poco pero sueño mucho nunca lo busco a Dios pero lo encuentro. S.

Elvira Madigan

La estación del paisaje delicado
que concibiera Wolgfang Amadeo
lo verdaderamente verde y dado
más allá del llover mausoleo

glorioso rostro una muchacha veo
caminar sobre algún hilo dorado
y en el brotar de su equilibrio leo
lo estival lo intimal lo aparaisado

lo estelar lo total lo conmovible
si un campanazo de dolor arranca
furiosamente al viento el sol visible

pianamente otra vez la paz se estanca
y arderá una ternura en el poniente
como un himno a la luz serenamente.

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