por Ricardo Pessoa
(reportaje recuperado de Cuadernos de Marcha, febrero de 1992)
Autopsicografía
O Poeta é un fingidor.
Finge tâo completamente
Que chega a fingir que é dor
A dor que de veras sente.Fernando Pessoa (1888 – 1935)
PRIMERA ENTREGA
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-¿Sos un tipo raro?
-Como cualquier hijo de vecino, tengo rayecitos, pequeñas o grandes manías (mi trabajo ha recogido parte de ellas) y como no le he sacado el bulto a la problemática de la conflictividad individual (lo que la gente llama “raye” o “rareza)… será por la combinación de esas cosas…
-¿Cómo fue tu paso por la academia?
-Musical ninguna, más allá de aprender acordes con un evangelista, que no me deformó en nada, me enseñó todos los acordes, los normales; los que hacen mis amigos, esos no los sé. Un curso de apreciación con Coriún, muy novedoso, por el año 76. He sido estudiante crónico de Letras, pero nunca pude terminar ni primer año, en el 72, y en La Plata, en el 73, cuando se le dio por morir a Perón. En el 71 iba de paseo a la Facultad de Medicina, pero me interesaba la Lingüística y sobre todo la Filología Clásica, soy un filólogo clásico frustrado.
-¿Por curiosidad o por tu trabajo?
-Sirve para el trabajo, podés meter a Virgilio en una canción.
-¿Y esos estudios de Medicina?
-Me parece recordar que tuve una especie de acercamiento con mi viejo; hice un test vocacional y la psicóloga me dijo que tenía aptitud para ciencias biológicas, entonces seguí Medicina, pero fue una casualidad.
-¿Qué fue una casualidad?
-Que me saliera eso. No sé cómo les dio eso. Yo relacionaba las manchas con cosas biológicas, pero más bien con los monstruos de Lovecraft. Pero tenía que terminar la preparatoria para venir a Montevideo y hacer mundo.
-Para escribir canciones…
-Sí, sí, ese es mi trabajo.
-¿Qué hay detrás de Darnauchans, del Darno?
-Una persona que nunca sabe si está haciendo lo correcto. Muy irónica, que sabe que detrás de la ironía está la timidez y el miedo a los demás. No puedo negar mi pasado de colegial católico ni la “esquizofrenia” de una familia izquierdista, se puede hacer un psicoanálisis -como hice-, pero hay que asumirse así. Aparte, el apellido de mi madre es heráldico, un poco emblemático, es catalán. “Miralles”, espejos y espejismo. En resumen, una persona muy insegura, que pretende creer que está segura de sí misma cuando sube a un escenario.
-¿Por qué “Noches blancas”?
-Quería hacer un homenaje a Dostoievsky, aunque fuera en el título. Después estaba la ironía triste-alegre de que Leningrado volviera a llamarse San Petersburgo, como en tiempos de Dostoievsky. Me identifico mucho con el personaje, ese viejo de 64 años que se recuerda en el joven burócrata que se desdobla en el soñador.
-El 91, ¿tu mejor año?
-No, espero que el que viene recoja el extenuante trabajo de este, no es que me esté quejando, ni suspirando amargamente como una heroína de cine mudo con la mano en la frente…
-Entonces, ¿cuál fue tu mejor año?
-Hasta ahora el 90, menos esfuerzo y más gratificación. Con entereza física para poder quedar contento si salía bien, no pasar tres días en cama después de un recital.
-¿El de Paul Simon?
-No tanto, fue una actuación pequeña, pero “los solises” fueron enfermantes. Y además, trabajar sábado a sábado.
-¿Ahora descansás y leés?
-Varias cosas a la vez. “Defensa de Mussolini. Arenga a la raza latina”, de Miguel Primo de Rivera, es muy interesante, aunque no tengo ninguna simpatía por lo que dice; lo alterno con un libro que me dejó Víctor hace poco, “El día que el Papa visitó Melo”, y varias cosas de Raymond Carver. Lo que siempre leo es Dostoievsky y Borges y, en los tiempos de absoluta planicie, releo con inmenso placer a Heródoto.
-¿Y Vallejo?
-La poesía no se puede leer de noche porque da insomnio, además ando en un período de no leer a Vallejo, me entristece mucho leerlo, porque él era un hombre tan soviético…
-¿Qué te gustaría leer?
-Uno que me prestó un amigo, no lo pude terminar porque me dio vuelta el coco, se llama “Ada o el ardor”, de Vladimir Nabokov, me dejó como el Green Knight, el mito irlandés, le cortan la cabeza y el tipo se la lleva en la mano y se la vuelven a cortar. Nunca leí a Proust, mi madre me decía “por qué no lo leés” y yo decía “y después de los cuarenta, ¿qué leo? ¿Qué novedad va a haber?”.
-Con 17 años, cuando “Canciones de muchacho”, ¿cómo pensaste que iba a ser 21 años después?
-No pensé nada, nos metimos con Carlitos al estudio y grabamos. Según algunos amigos, tenía una emisión isabelina y, en realidad, quería imitar al flaco Spinetta, tenía el pelo larguísimo, unas botas de taco fino. Nunca pensé que el mundo fuera a ser como es. Me desagrada.
-¿Mucho tiempo?
-Para un tango no es nada, para una garganta es mucho, sobre todo que no se vive entre algodones.
-¿Y cómo vivís Tacuarembó?
-Casi no vuelvo…
-¿Y en el recuerdo?
-Los coletazos últimos de un período de florecimiento, de tránsito a nivel intelectual. Había amigos con quien conversar, teníamos maestros, formadores, que te tiraban cosas arriba de la mesa y decían “hacé lo que quieras, pero esto existe”. En el 71 empezó la debacle, la guerra tremenda esta, y después el golpe. Ahora, cuando vuelvo, me siento muy deprimido porque no hay nadie. No nos podemos quedar en la plaza conversando hasta las cuatro de la mañana porque los amigos tienen que cuidar las papas en la chacra, o atender a los pacientes o a la familia y uno se queda muy solo.
-¿A qué más le disparás?
-A la policía, es una cosa congénita, desde niño, es un temor objetivo a los uniformes, hasta a los guardas de ómnibus. Le tengo fobia al ridículo, a quedar pagando. En una situación coloquial, donde estoy siendo franco, quedar en falso. Otro fantasma es el insomnio.
-El amor, o las pastillas, ¿ayudan?
-El amor físico y el otro y todo lo demás y la conversa son el mejor bálsamo. Con respecto a la medicación, tomo dosis normales pero casi industriales y muchas veces el insomnio persiste. Aunque el insomnio puede ser muy creativo, lo que temo es que pegue para el lado de la locura, en el sentido genuino de la locura, la que duele, la que te dan una trementina para sacarte el delirio.
-¿Cuál es tu modelo de pareja?
-El modelo medieval, de Tristán e Isolda, es imposible e inmaduro pero es ése, por eso no caminó la cosa, aceptar que el otro es el otro y es como es.
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