domingo

HUGO GIOVANETTI VIOLA



VITANOVA

por Álvaro Moure Clouzet

A los 63 años, el Jefe de Redacción de nuestro blog agrega una inesperada espiral a su quehacer literario y musical y anuncia el pre-lanzamiento del CD VITANOVA / CANTANDO ADELANTE, que se realizará a mediados de diciembre en el castillito del Parque Rodó. Se trata de un trabajo construido meteóricamente en dos meses junto a Federico Miralles e incluye catorce tracks con un soporte básico de dos guitarras y dos voces, más algún contrapunto de viola, saxo y cajón peruano. El técnico de sonido y productor general es Dany Martínez.

Los sellos Caracol al Galope y elmontevideanolaboratoriodeartes.blogspot.com (Grupo Editor Conjunto) y el novísimo Bajo Cero los invitan desde ya a compartir este espectáculo que se fortificará celestemente en la calle Julio Herrera y Reissig, con acceso gratuito.


SEGUNDA ENTREGA

¿Podés hablar de los rasgos renovadores más importantes que definen al proyecto VITANOVA?

Es que todavía no terminamos de descubrirlos ni nosotros mismos. Jung decía que acaso el arte más difícil que debe dominar un ser humano es el de dejar llegar las cosas. Creo que fue a fines de octubre que el efervescente plástico y poeta Juan Pablo Pedemonte trajo a mi cuartelito artiguista de la calle Lepanto a Federico Miralles y después que se fueron supe al toque que podíamos trabajar juntos con aquel muchacho y al otro día ya me comuniqué con él y pumba: hoy ya está el disco hecho.

¿Ni siquiera compusieron algo juntos?

Un tema. Lo demás lo aportó cada uno. Pero lo que definió todo fue que Federico ya venía grabando de a poco en el estudio Bajo Cero de Dany Martínez, quien casi inmediatamente se puso la camiseta de VITANOVA e incluso nos incentivó para que estrenáramos avances del trabajo antes de fin de año. Y se transformó relampagueantemente en nuestro productor.

Hubo “magia causal”.

Sí. Mucha. Y amor a lo celeste. Ese es el único factor capaz de superar el disgregacionismo posmoderno, que ya ha llegado a generar un cambalachismo paupérrimo y calamitoso, como dice un relator de fútbol.

El año pasado señalaste en una nota del blog que existe una generación del 2000 con reservas receptivas capaces de acompañar esta clase de renovación.

Sí, mejoró el ambiente espiritual, digamos. En el 95, por ejemplo, produje a la Banda Barroca (como una prolongación de mi Taller Literario Universo) y se llegó a terminar un CD y a intervenir en un largometraje, pero el proyecto fue pulverizado por la asombrosa mezquindad, ceguera y agresividad imperantes. La Banda Barroca era guiada arreglísticamente nada menos que por Ulises Ferretti, y la integraban, entre otros, Diego Presa y Marcos Barcellos (posteriores fundadores históricos de Buceo Invisible), Jorge Rodríguez, Raúl Rodríguez y Colomba Biasco. Lástima que el gran nivel letrístico y la formidable diversidad colorística y rítmica que generó la Banda Barroca eran demasiado buenos para lo que necesitaba la posmodernidad en aquel momento. Y ahora, quince años después, uno capta otro panorama donde emergen nuevas figuras como el propio Federico Miralles, y los polivalentes Guillermo Wood, Andrea Moreira, Micaela Godoy, Matías Durañona, Lucía Sena, Santiago Barcellos, Elbio Chítaro, Freddy Kerber, Pablo Cossio y Horacio Cavallo (para citar algunos nombres notorios), además de la plástica de Horacio Herrera y Sofía Arocena, capitana de la revista Fango. Y, por supuesto, la fascinación impuesta por el ya internacional Buceo Invisible. En fin. Esa metamorfosis ambiental ya la empezamos a captar en nuestro Laboratorio de Artes a partir de las primeras filmaciones, y en el talento y la constancia de alguna gente que se formó en la Escuela de Cineastas del Uruguay. Se respira otro feed-back. Con Federico hemos hechos dos o tres ensayos donde asistió un público íntimo -aunque no todos eran parientes o amigos- y una actuación barrial que nos demuestran que la gente se va peinada de verdad.

¿Tiene mucha incidencia en ese touch el hecho de que el repertorio sea tan multifacético y de alcance intergeneracional?

Ese es un factor importantísimo, porque además de entrelazar nuestras propias canciones trabajamos con revivals y transcreaciones (el término que usa Benavides para definir a las traducciones refaccionadas con respeto simbólico-climático y no literal): hacemos Almir Sater, Leonard Cohen, Paul Simon, Aníbal Sampayo, Dino y hasta el mismísimo Mozart.

Me imagino que en un dúo de solitas por los menos habrá duetos.

Por supuesto. Hay duetos vocales y sorprendentes improvisaciones guitarrísticas que Federico empezó a sacar de la galera durante los ensayos y hasta en el mismo estudio de grabación. En su grano vocal delicadamente atenorado, además, asoma con rebrillo propio el parentesco muy cercano que tiene nada menos que con Eduardo Darnauchans Miralles.

¿Y vos recuperaste las ganas de cantar que tenías cuando estabas en Los Hammers o en Los Matreros?

No las perdí nunca. Hasta cuando pasaba el plato en la Croisette de Cannes y las viejas copetudas se tapaban los oídos para humillarnos mejor. Y creo que la necesidad impostergable que siento ahora de trovar cosas que despierten amor (Silvio dixit) explotó ya en el 91, cuando me animé a cerrar un Congreso Mundial de Literatura en Finlandia cantando un texto que le puse a la Concertante para violín y viola de Mozart. Era cuestión de tiempo. Y en este momento siento la felicidad de vocalizar como si estuviera escribiendo. Tal cual. Y nunca hago una versión igual a otra: ni en el escenario ni en el estudio. Hay que dejar llegar.

En 2006 fui contratado para filmar en La Sorbonne un evento donde se te homenajeó -con un impresionante respaldo de especialistas en literatura latinoamericana- como a uno de los cinco escritores uruguayos más importantes de la segunda mitad del siglo veinte, junto a Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Enrique Amorin y Marosa di Giorgio. ¿Qué clase de reconocimientos son los que más te importan?

Los reconocimientos, ya sucedan en La Sorbonne o en el Galpón de Corrales, siempre me hacen bien. Pero quienes me descifran las entretelas saben que lo único que me importa de verdad es peinar almas. Y esa vocación-condenación -de origen intrauterino, sin la menor duda- hace que muchas veces me transforme en un obseso compulsivo inaguantable. Pero quevachaché, dijo Discepolín, que al final de su vida fue mortalmente defenestrado por cantarle la justa a la erupción cambalachista global. O Gregorio Samsa, el hombrecito cucarachesco a quien se le pudrían en el lomo los manzanazos con que lo lapidaba su propia familia para que se escondiera en su cueva y no estropeara la anquilosada inercia del “ambiente normal”. Esa radiografía de mi paso por este mundo me la aportó hace poco una extraordinaria y fúnebre pesadilla. La vida está tan bien hecha que hasta nos hace visualizar nuestros agujeros negros sin que se lo pidamos.

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