miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



TRIGESIMOCTAVA Y ÚLTIMA ENTREGA
6 / CONCLUSIÓN

M.-L. von Franz

La ciencia y el inconsciente

En los capítulos precedentes, C. G. Jung y algunos de sus colaboradores ha tratado de aclarar el papel desempeñado por la función creadora de símbolos de la psique inconsciente del hombre y señalar algunos campos de aplicación de esta zona recién descubierta de la vida. Aun estamos lejos de entender el inconsciente o los arquetipos -esos nuclei dinámicos de la psique- en todas sus consecuencias. Todo lo que ahora podemos ver es que los arquetipos dejan enorme huella en el individuo, formando sus emociones y su panorama ético y mental, influyendo en sus relaciones con los demás y, de ese modo, afectando a la totalidad de su destino. También podemos ver que la disposición de los símbolos arquetípicos sigue un modelo de completamiento en el individuo, y que una comprensión adecuada de los símbolos puede tener un efecto curativo. Y podemos ver que los arquetipos pueden actuar en nuestra mente como fuerzas creadoras o destructoras; creadoras cuando inspiran nuevas ideas, destructoras cuando esas mismas ideas se afirman en prejuicios conscientes que impiden nuevos descubrimientos.

Jung ha demostrado en su capítulo qué sutiles y diferenciados tienen que ser todos los intentos de interpretación con el fin de no debilitar los específicos valores individuales y culturas de las ideas arquetípicas y los símbolos igualándolos, es decir, dándoles un significado estereotipado, formulado intelectualmente. El propio Jung dedicó toda su vida a tales investigaciones y labor interpretativa; naturalmente, este libro sólo esboza una parte infinitesimal de su vasta contribución a este nuevo campo de su descubrimiento psicológico. Fue un precursor y se daba perfecta cuenta de que aun quedaban sin contestar numerosas preguntas que requerían más investigaciones. Esa es la razón de que sus conceptos e hipótesis estén concebidos con la más extensa base posible (sin hacerlos demasiado vagos y amplios) y de que sus ideas formen un llamado “sistema abierto” que no cierra la puerta a nuevos descubrimientos posibles.

Para Jung, sus conceptos eran meros instrumentos o hipótesis heurísticas que podían ayudarnos a explorar la vasta y nueva zona de realidad abierta por el descubrimiento del inconsciente, descubrimiento que no sólo ha ampliado toda nuestra visión del mundo sino que, de hecho, la ha duplicado. Ahora, tenemos siempre que preguntarnos si un fenómeno mental es consciente o inconsciente, y, también, si un fenómeno externo “real” se percibe por medios conscientes o inconscientes.

Las poderosas fuerzas del inconsciente aparecen con mayor frecuencia, no en el material clínico sino también el mitológico, religioso, artístico y todas las demás actividades culturales con las que se expresa el hombre. Evidentemente, si todos los hombres tienen heredadas en común normas de conducta emotiva y mental (que Jung llamó arquetipos) es de esperar que encontremos sus productos (fantasías simbólicas, pensamientos y actos) prácticamente en todo campo de actividad humana.

La labor de Jung ha influido profundamente en importantes investigaciones modernas en muchos de esos campos. Por ejemplo, esa influencia puede verse en el estudio de la literatura, en libros, tales como Literatura and Western Man (“La literatura y el hombre occidental”) de J. B. Priestley; Faust Weg zu Helena de Gootfried Diener o Shakespeare’s Hamlet de James Kirsch. Análogamente, la psicología junguiana ha contribuido al estudio del arte, como en los escritos de Herbert Read o de Aniela Jaffé, o el estudio de Erich Neumann sobre Henry Moore, o los estudios musicales de Michael Tippett. La labor histórica de Arnold Toynbee y la antropológica de Paul Radin se han beneficiado de las enseñanzas de Jung, y asimismo las contribuciones a la sinología hechas por Richard Wilhelm, Enwin Rousselle y Manfred Porkert.

Desde luego, esto no quiere decir que los rasgos especiales del arte y la literatura (incluidas sus interpretaciones) puedan comprenderse solamente por su fundamento arquetípico. Esos campos tienen todas sus propias leyes de actividad; como toda obra realmente creadora, no pueden ser, en definitiva, explicadas racionalmente. Pero dentro de sus zonas de acción se reconocen los modelos arquetípicos como un dinámica actividad de fondo. Y con frecuencia se descifra en ellos (como en los sueños) el mensaje de ciertas tendencias evolutivas verosímilmente intencionadas, del inconsciente.


La fecundidad de las ideas de Jung se comprende más directamente dentro de la zona de las actividades culturales del hombre. Evidentemente, si los arquetipos determinan nuestra conducta mental, tienen que aparecer en todos esos campos. Pero, inesperadamente, los conceptos de Jung han abierto también nuevos caminos para mirar las cosas en el reino de las ciencias naturales, por ejemplo, en biología.

El físico Wolgfang Pauli ha señalado que, a causa de nuevos descubrimientos, nuestra idea de la evolución de la vida requiere una revisión que puede tener en cuenta una zona de interrelación entre la psique inconsciente y el proceso biológico. Hasta hace poco, se daba por cierto que la mutación de especies ocurría al azar y que se producía la selección, por medio de las cuales sobrevivían las variedades más adaptadas y “significativas” y que las otras desaparecían. Pero los evolucionistas modernos han señalado que las selecciones de tales mutaciones por puro azar, habrían necesitado mucho más tiempo de lo que permite la edad conocida de nuestro planeta.

El concepto de Jung acerca de la sincronicidad puede servir aquí de ayuda, porque arroja luz sobre la producción de ciertos “fenómenos marginales” raros, o sucesos excepcionales; así podría explicar por qué las adaptaciones y mutaciones “significativas” podían suceder en menos tiempo que el requerido por mutaciones totalmente debidas al azar. Hoy día conocemos muchos ejemplos de significativos sucesos “causales” que han ocurrido cuando se activa un arquetipo. Por ejemplo, la historia de la ciencia contiene muchos casos de descubrimiento o invención simultánea. Uno de los más famosos de esos casos atañe a Darwin y a su teoría del origen de la especies. Darwin desarrolló su teoría en un largo ensayo y, en 1844, estuvo ocupado en ampliarla en un tratado más extenso.

Mientras trabajaba en ese proyecto, recibió un manuscrito de un joven biólogo, desconocido para Darwin, llamado A. R. Wallace. El manuscrito era una exposición, más corta pero paralela, de la teoría de Darwin. Por entonces, Wallace estaba en las islas Molucas, del Archipiélago Malayo. Sabía que Darwin era naturalista pero no tenía ni la menor idea de la clase de labor teórica en la que Darwin se ocupaba en aquellos días.

En uno y otro caso, un científico creador había llegado independientemente a una hipótesis que iba a cambiar por completo el desarrollo de la ciencia. Y cada uno había concebido inicialmente la hipótesis como un “relámpago” de intuición (posteriormente sustentada con pruebas documentales). De ese modo, los arquetipos parecen presentarse como agentes, por así decir, de una creatio continua. (Lo que Jung llama sucesos sincrónicos son, de hecho, algo semejante a “actos de creación en el tiempo”.)

Análogas “coincidencias significativas” puede decirse que ocurren cuando hay una necesidad vital para un individuo de saber acerca, digamos, de la muerte de un familiar o alguna posesión perdida. En gran cantidad de casos, tal información ha sido revelada por medio de percepción extrasensorial. Esto parece sugerir que pueden ocurrir fenómenos anormales al azar cuando se produce una necesidad vital o un acuciamiento; y esto, a su vez, puede explicar por qué una especie animal, bajo grandes presiones o en gran necesidad, puede producir cambios “significativos” (pero incausados) en su estructura material externa.

Pero el campo más prometedor para estudios futuros (como Jung lo vio) parece haberse abierto inesperadamente en conexión con el complejo campo de la microfísica. La interrelación de esas ciencias merece cierta explicación.

Los aspectos más obvios de tal conexión residen en el hecho de que la mayoría de los conceptos básicos de la física (como espacio, tiempo, materia, energía, contionuum o campo, partícula, etc.) fueron originariamente intuitivos, semimitológicos, ideas arquetípicas de los antiguos filósofos griegos, ideas que después evolucionaron lentamente y se hicieron más exactas y que, hoy día, se expresan, principalmente, en abstractos términos matemáticos. La idea de partícula, por ejemplo, fue formulada por el filósofo griego, del siglo IV A. de J.C., Leucipo y su discípulo Demócrito, quienes la llamaron “átomo”, es decir, la unidad “indivisible”. Aunque el átomo no ha resultado ser indivisible, aun concebimos la materia como formada, en definitiva, por ondas y partículas (o “cuanta” discontinuos).

La idea de energía, y su relación con la fuerza y el movimiento, era también fundamental para los antiguos pensadores griegos y fue desarrollada por los filósofos estoicos. Postularon la existencia de una especie de “tensión” (tonos) dadora de vida, que sustenta y mueve todas las cosas. Evidentemente, eso es el germen semimitológico de nuestro concepto moderno de la energía.

Aun científicos y pensadores relativamente modernos han confiado en imágenes arquetípicas semimitológicas al construir nuevos conceptos. En el siglo XVII, por ejemplo, la validez absoluta de la ley de causalidad le parecía “demostrada” a Renato Descartes “por el hecho de que Dios es inmutable en sus decisiones y actos”. Y el gran astrónomo alemán Johannes Kepler afirmaba que no hay más ni menos que tres dimensiones de espacio a causa de la Trinidad.

Estos son sólo dos ejemplos, entre otros muchos, que muestran cómo aun nuestros conceptos científicos más modernos y básicos permanecieron por mucho tiempo ligados a ideas arquetípicas que originariamente procedieron del inconsciente. No expresan necesariamente hechos “objetivos” (o, al menos, no podemos demostrar que, en definitiva, lo expresen) pero surgen de innatas tendencias mentales en el hombre, tendencias que le inducen a encontrar conexiones explicatorias, racionalmente “satisfactorias”, entre los diversos hechos externos e internos con los cuales tiene que tratar. Al examinar la naturaleza y el universo, en vez de buscar y encontrar cualidades objetivas, “el hombre se encuentra a sí mismo”, según frase del físico Werner Heisenberg.

A causa de las inferencias de este punto de vista, Wolgfang Pauli y otros científicos han comenzado a estudiar el papel del simbolismo arquetípico en el reino de los conceptos científicos. Pauli creía que debíamos establecer un paralelo entre nuestras investigaciones de los objetos exteriores y una investigación psicológica del origen interior de nuestros conceptos científicos. (Esta investigación podría arrojar nueva luz en un concepto de amplio alcance, del que hablaremos luego en este capítulo, del concepto de “unicidad” entre las esferas física y psicológica, y los aspectos cuantitativos y cualitativos de la realidad.)

Además de este vínculo casi evidente entre la psicología del inconsciente y la física, hay otras conexiones aun más interesantes. Jung (trabajando íntimamente con Pauli) descubrió que la psicología analítica se había visto obligada, por las investigaciones en su propio campo, a crear conceptos que luego resultaron asombrosamente análogos a los creados por los físicos cuando se encontraron ante fenómenos microfísicos. Uno de los conceptos más importantes entre los físicos es la idea de Niels Bohr sobre la complementariedad.

La moderna microfísica ha descubierto que la luz sólo puede describirse por medio de dos conceptos lógicamente opuestos, pero complementarios: las ideas de partículas u de ondas. En términos muy simplistas, podría decirse que, bajo ciertas condiciones experimentales, la luz de manifiesta como si estuviera compuesta de partículas; bajo otras condiciones, como si se compusiera de ondas. También se descubrió que podemos observar minuciosamente la posición o la velocidad de una partícula subatómica, pero no ambas a la vez. El observador tiene que escoger su prueba experimental, pero con ello excluye (o, más bien, tiene que “sacrificar”) alguna otra prueba posible y sus resultados. Además, el aparato de medida tiene que ser incluido en la descripción de los hechos, porque tiene una influencia decisiva, pero incontrolable, en la prueba experimental.

Pauli dice: “Las ciencia de la microfísica, a causa de su básica ‘situación complementaria’, se enfrenta con la imposibilidad de eliminar los efectos del observador mediante correcciones determinables y, por tanto, tiene que abandonar, en principio, toda comprensión objetiva de los fenómenos físicos. Donde la física clásica aun ve ‘determinadas leyes causales naturales de la naturaleza’, nosotros sólo vemos ahora ‘leyes estáticas’ con ‘posibilidades primarias’.”

En otras palabras, en microfísica, el observador se interfiere en el experimento en una forma que no puede medirse y que, por tanto, no puede eliminarse. No se pueden formular leyes naturales, diciendo “tal y tal cosa sucederán en cada caso”. Todo lo que puede decir el microfísico es “tal y tal cosa son, según la probabilidad estadística, las que verosímilmente ocurran”. Naturalmente, esto representa un tremendo problema para nuestro pensamiento de física clásica. Requiere considerar, en un experimento científico, el panorama mental del observador que interviene; por tanto, podría decirse que los científicos ya no pueden tener la esperanza de describir ningún aspecto o cualidad de los objetos exteriores de una forma “objetiva” completamente independiente.

La mayoría de los físicos modernos han aceptado el hecho de que no se puede eliminar el papel desempeñado por las ideas conscientes del observador en todo experimento microfísico; pero no se sienten concernidos con la posibilidad de que la situación psicológica total (consciente e inconsciente) del observador desempeñe también un papel. Sin embargo, como Pauli observa, no tenemos, por lo menos, razones a priori para rechazar esa posibilidad. Pero tenemos que considerar esto como un problema aun sin resolver y sin explorar.

La idea de Bohr de la complementaridad es de especial interés para los psicólogos junguianos, pues Jung vio que la relación entre la mente consciente y la inconsciente también forma un par de oposiciones complementerias. Cada nuevo contenido procedente del inconsciente se altera en su naturaleza básica al ser parcialmente integrado en la mente consciente del observador. Aun los contenidos oníricos (si, en definitiva, se perciben) son, de esa forma, semiconscientes. Y cada ampliación de la consciencia del observador causada por la interpretación de los sueños vuelve a tener una repercusión y una influencia inconmensurables en el inconsciente. Así, el inconsciente sólo puede describirse aproximadamente, al igual que las partículas de la microfísica, por medio de conceptos paradójicos. Lo que realmente es “en sí mismo” jamás lo sabremos, lo mismo que jamás sabremos lo que es la materia.

Continuemos con los paralelismos entre la psicología y la microfísica; lo que Jung llama los arquetipos (o modelos de conducta emotiva y mental) también podrían llamarse, con palabras de Pauli, “posibilidades primarias” de las reacciones psíquicas. Como se ha insistido en este libro, no hay leyes que rijan la forma específica en que puede aparecer un arquetipo. Sólo hay tendencias (véase página 67) que, nuevamente, nos permiten sólo decir que tal y tal cosa es probable que ocurra en ciertas situaciones psicológicas.

Como señaló una vez el psicólogo norteamericano William James, la idea de un inconsciente podría compararse al concepto de “campo” en la física. Podríamos decir que, así como en un campo magnético las partículas que hay en él aparecen con cierto orden, los contenidos psicológicos también aparecen de una forma ordenada dentro de esa zona psíquica que llamamos el inconsciente. Si a algo lo llamamos “racional” o “significativo” en nuestra mente consciente, y lo aceptamos como “explicación” satisfactoria de las cosas, probablemente se debe al hecho de que nuestra explicación consciente está en armonía con cierta constelación preconsciente de contenidos en nuestro inconsciente.

En otras palabras, nuestras representaciones conscientes, a veces, están ordenadas (o dispuestas según un modelo) antes de que se nos hayan hecho conscientes. El matemático alemán del siglo XVIII Friedrich Gauss dio ejemplo de una experiencia de tal orden inconsciente de ideas: dice que encontró cierta regla de la teoría de los números “no tras penosa investigación, sino por la gracia de Dios, por así decir. El enigma se resolvió por sí mismo como un relámpago, y yo mismo no podía decir o demostrar la relación entre lo que yo sabía antes, lo que utilicé después para experimentar y lo que produjo el éxito final”. El científico francés Henri Poincaré es aun más explícito acerca de ese fenómeno; describe cómo durante una noche de insomnio, en realidad, estuvo observando sus representaciones matemáticas entrando en colisión dentro de él hasta que alguna de ellas “encontraron una conexión más estable. Uno se siente como si pudiera observar el propio trabajo inconsciente, la actividad inconsciente comenzando a manifestarse parcialmente a la consciencia sin perder su propio carácter. En tales momentos se tiene la intuición de la diferencia entre los mecanismos de los dos egos”.

Como ejemplo final de desarrollos paralelos en microfísica y psicología, podemos considerar el concepto de Jung acerca del significado. Donde los hombres antes buscaban explicaciones causales (es decir, racionales) de los fenómenos, Jung introdujo la idea de buscar el significado (o, quizá podríamos decir, el “propósito”). Es decir, en vez de preguntar por qué sucedió algo (es decir, qué lo causó), Jung pregunta: ¿Para qué sucedió? Esta misma tendencia aparece en la física: muchos físicos modernos buscan ahora más las “conexiones” en la naturaleza que las leyes causales (determinismo).

Pauli esperaba que la idea del inconsciente se extendería más allá de la “estrecha armazón de uso terapéutico” y que influiría en todas las ciencias naturales que tratan de los fenómenos generales de la vida. Desde el momento en que Pauli sugirió ese desarrollo halló eco en algunos físicos que se ocupan de la nueva ciencia de la cibernética: el estudio comparativo del sistema de “control” formado por el cerebro y el sistema nervioso y la información mecánica o electrónica y los sistemas de control y computadores. En resumen, según lo ha dicho el moderno científico francés Oliver Costa de Beauregard, ciencia y psicología deberán en el futuro “entrar en diálogo activo”.

Los inesperados paralelismos de ideas en psicología y física sugieren, como señala Jung, una posible y definitiva unicidad de ambos campos de realidad, que estudian la física y la psicología, es decir, una unicidad psicofísica de todos los fenómenos de la vida. Jung estaba incluso convencido de que lo que él llamaba el inconsciente se enlazaba, de algún modo, con la estructura de la materia inorgánica, un enlace al que parece apuntar el problema de las enfermedades llamadas “psicosomáticas”. El concepto de una idea unitaria de la realidad (que ha sido seguido por Pauli y Erich Neumann) fue llamado por Jung el unus mundus (el mundo único, dentro del cual la materia y la psique no están, sin embargo, discriminadas o separadas en realidad). Preparó el camino para tal punto de vista unitario, señalando que un arquetipo muestra un aspecto “psicoide” (es decir, no puramente psíquico sino casi material) cuando aparece en un suceso sincrónico, pues tal suceso es, en efecto, un arreglo significativo de hechos psíquicos interiores y hechos externos.

En otras palabras, los arquetipos no sólo encajan en situaciones externas (como los modelos de conducta animal encajan en su naturaleza circundante); en el fondo, tienden a manifestarse en un “arreglo” sincrónico que incluye, a la vez, materia y psique. Pero estas afirmaciones son sólo sugerencias en ciertas direcciones en las que pueden ir las investigaciones de los fenómenos de la vida. Jung consideraba que primeramente tendríamos que aprender mucho más acerca de la interrelación de esas dos zonas (materia y psique) antes de lanzarse a demasiadas especulaciones abstractas acerca de ello.

El campo que el propio Jung consideraba sería más fructífero para investigaciones posteriores era el estudio de nuestra básica axiomata matemática, que Pauli llamaba “intuiciones matemáticas primarias”, y entre las cuales menciona especialmente las ideas de una serie infinita de número en aritmética, o un continuun en geometría, etc. Como ha dicho el escritor, de origen alemán, Hannah Arendt, “con el nacimiento de la modernidad, las matemáticas no sólo aumentan su contenido o alcance en el infinito para hacerse aplicables a la inmensidad de un universo en expansión infinito e infinitamente creciente, sino que, en definitiva, dejan de concernir a la apariencia. Ya no son el comienzo de la filosofía, o de la ciencia del Ser en su verdadera apariencia, sino que, en cambio, se transforman en la ciencia de la estructura de la mente humana. (Un junguiano preguntaría inmediatamente: ¿Qué mente? ¿La mente consciente o la inconsciente?)

Como hemos visto al mencionar las experiencias de Gauss y Poincaré, los matemáticos también descubrieron el hecho de que nuestras representaciones están “ordenadas” antes de que nos demos cuenta de ellas. B. L. van der Waerden, que cita muchos ejemplos de visiones profundas esencialmente matemáticas surgidas del inconsciente, llega a la conclusión: “…el inconsciente no es sólo capaz de asociar y combinar, sino de juzgar. El juicio del inconsciente es intuitivo, pero bajo circunstancias favorables es completamente seguro”.

Entre las muchas intuiciones matemáticas primarias, o ideas a priori, los “números naturales” parecen los más interesantes psicológicamente. No sólo sirven cotidianamente para nuestras conscientes medidas y operaciones de contabilidad, han sido durante siglos los únicos medios existentes para “leer” el significado de esas formas antiguas de adivinación como astrología, numerología, geomancia, etc., todas las cuales se basan en cálculos aritméticos y todas han sido investigadas por Jung en su teoría de la sincronicidad. Además, los números naturales -vistos desde un ángulo psicológico- tienen que ser, en verdad, representaciones arquetípicas, pues nos vemos forzados a pensar en ellos en ciertas formas definidas. Nadie, por ejemplo, puede negar que 2 es el único número par primario, aunque nadie hubiera pensado sobre ello conscientemente. En otras palabras, los números no son conceptos inventados por los hombres con fines de cálculo, son productos espontáneos y autónomos del inconsciente, como lo son otros símbolos arquetípicos.

Pero los números naturales también son cualidades inherentes a los objetos exteriores: podemos afirmar y contar que hay dos piedras aquí y tres árboles allá. Aun si privamos a los objetos exteriores de todas las cualidades, como son color, temperatura, tamaño, etc., todavía permanece su “numerosidad” o multiplicidad especial. Sin embargo, esos mismos números son también partes indiscutibles de nuestra propia organización mental, conceptos abstractos que podemos examinar sin mirar los objetos exteriores. Por tanto, los números aparecen como conexiones tangibles entre las esferas de la materia y la psique. Según las sugerencias proporcionadas por Jung, es ahí donde puede encontrarse el campo más fructífero de futuras investigaciones.

Menciono resumidamente estos conceptos un tanto difíciles con el fin de mostrar que, para mí, las ideas de Jung no forman una “doctrina”, sino que son el comienzo de un nuevo panorama que continuará evolucionando y expandiéndose. Espero que den al lector un atisbo de lo que me parece haber sido la actitud científica esencial y típica de Jung. Siempre estuvo investigando, con inusitada libertad respecto a los prejuicios corrientes, y al mismo tiempo con gran modestia y exactitud, para comprender el fenómeno de la vida. No prosiguió en las ideas arriba mencionadas porque pensó que aun no tenía suficientes hechos al alcance para poder decir algo importante acerca de ellas, así como, en general, esperó varios años antes de publicar sus nuevos conocimientos profundos, comprobándolos una y otra vez mientras tanto y planteándose él mismo todas las posibles dudas que pudiera haber respecto a ellos.

Por tanto, lo que, a primera vista, pudiera parecer chocante al lector respecto a ciertas vaguedad en sus ideas, procede, de hecho, de su actitud científica de modestia intelectual, actitud que no excluye (por seudoexplicaciones irreflexivas, superficiales y excesivamente simplistas) nuevos descubrimientos posibles, y que respeta la complejidad del fenómeno de la vida. Porque este fenómeno siempre fue un misterio excitante para Jung. Nunca fue, como lo es para la gente de mente estrecha, una realidad “explicada” acerca de la cual se puede suponer que lo sabemos todo.

En mi opinión, las ideas creadoras muestran su valor en que, como las llaves, sirven para “abrir” conexiones de hechos hasta ahora ininteligibles y que permiten al hombre penetrar más profundamente en el misterio de la vida. Tengo el convencimiento de que las ideas de Jung pueden servir de ese modo para encontrar e interpretar nuevos hechos en muchos campos de la ciencia (y también de la vida cotidiana), conduciendo, simultáneamente, al individuo a un panorama consciente más equilibrado, más ético y más amplio. Si el lector se sintiera estimulado a nuevos trabajos en la investigación y asimilación del inconsciente -que siempre comienza operando sobre uno mismo- se vería satisfecho el propósito de este libro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias por subir este libro en tu blog.

Alvaro dijo...

Gracias por tu comentario.
Un abrazo.

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