LA PRECISIÓN DEL YI
RICARDO AROCENA
El equipo periodístico de elmontevideano / laboratorio de artes, integrado por Hugo Giovanetti Viola, Alvaro Zen, Mario Rey Bernat y quien escribe, alcanzan al campamento oriental en la orillas del Yi en el mismo momento en el que don José Artigas, aprovechando una coyuntura favorable, decide presentar un documento con "precisiones" que cambiarán las coordenadas políticas de la región.
Para que lo ayudáramos a difundir la proclama en las diferentes provincias y en particular entre la opinión pública porteña, el propio Jefe oriental nos había solicitado que nos quedáramos por lo menos hasta Navidad, fecha en que la daría a conocer públicamente. Habíamos llegado el 20 de diciembre de 1812 y estábamos de paso, pero ante la invitación que se nos hacía y concientes del momento, consentimos en quedarnos, entusiasmados.
Desde la llegada de Sarratea al Ayuí, hacía de esto varios meses, las provocaciones contra Artigas y su gente no habían cesado, por eso conjeturamos, con razón, que la trascendente resolución, tenía que ver con los enfrentamientos que se venían generando entre el porteño y el oriental, pero ninguno de los dirigentes que consultamos quiso ratificar tal extremo.
Corroborando nuestras suposiciones, los paisanos comentaban que había llegado el momento de "fregar" al porteño; había quienes especulaban hasta con un enfrentamiento armado, pero aquellos no eran más que rumores y nadie conocía con certeza cuáles eran las opciones que se estaban discutiendo.
Durante los días previos a Navidad nos alojamos en dos carretas que expresamente dispuso para nosotros el Jefe revolucionario. Una vez instalados nos dedicamos a conversar con las familias orientales, que retornaban de su exilio en el Ayuí. Algún día transformaríamos en "crónicas" las miles de historias de aquel pueblo legendario, para que su lucha no quedara en el olvido.
Ninguno de los integrantes del equipo informativo de elmontevideano / laboratorio de artes estábamos habituados a las incomodidades de la vida campestre. El bochorno del estío en aquellos territorios rústicos y sin demasiados resguardos, se nos tornaba insoportable, por tal motivo realizábamos permanentes caminatas hasta las orillas del río, procurando refrigerarnos. En una de tales ocasiones nos encontrábamos al borde del Yi, cuando advertimos que cerca nuestro, la maleza silvestre se agitaba. Inmediatamente nos pusimos en estado de alerta, ante la posibilidad de que se tratara de un puma o un jaguar, que según nos habían alertado, abundaban en la región.
No poca fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que el que hacía mover las espinosas enramadas era un indígena, que pescaba tarariras desde un minúsculo arenal. Inmediatamente nos dimos cuenta de que era uno de los tantos naturales que seguían al Overaba Karaí ("señor que resplandece"), José Artigas y decidimos conocer su historia. Lo saludamos desde lejos en su idioma para mostrarnos amigables y nos encaminamos hacia donde estaba.
***
-¡Misiajalaná!- tranquilizó el indígena a un par de "Lojan" que lo acompañaban, y que nos recibieron con furiosos ladridos. Eran dos musculosos y ágiles cimarrones, que continuaron expectantes mientras estuvimos con su dueño.
El nativo hablaba perfectamente el castellano, lo que obviamente facilitó la comunicación. Por decir algo le comentamos lo difícil que era transitar por aquellas riveras, con tanta espinosa vegetación y nos explicó que junto a los sauces criollos, casi al borde del agua, se entrelazaban "mirlos", "mataojos" y "arrayanes", que dificultaban el paso y más atrás las pinchudas "ñarindas", entre otros arbustos espinosos.
Se llamaba Vencul y nos dijo que los nativos estaban en la región desde tiempos inmemoriales y que una prueba de ello era que en un lugar que quedaba a menos de medio día a caballo, grabados en la piedra, habían antiquísimos dibujos, de épocas "anteriores a sus ancestros", afirmación que en un principio consideramos una exageración.
Mientras hablaba se deshilachaba desde las ramas el invisible trinar de los pájaros y amenazantes miradas esmeraldas resplandecían entre las verdosas penumbras de la otra orilla. También el indígena notó aquellos ojos entre la maleza impenetrable, pero no le hizo caso, y continuó con sus historias. Un lejano ascendiente le había contado que hacía relativamente poco tiempo que las tribus indígenas y los hispanos se habían cruzado en la región. Esto habría ocurrido desde la aparición del caballo y al comenzar la explotación del ganado vacuno, dos incidentes que atrajeron a los "gringos" a los territorios aborígenes entre los ríos "Yi y Hum".
También le habían comentado que luego de las guerras guaraníticas, algunos sobrevivientes se habían afincado en la zona. Con el correr del tiempo las tierras quedaron en manos de poderosas familias como los Más de Ayala y los Viana Achucarro, entre otros. Comenzaba a caer la tarde, y como gigantes que se desperezaban, crecían las sombras desde los compactos montes, ocultando la corriente, aunque la luna, desde su cumbre, pintaba de plata las ondulaciones de agua que llegaban a las orillas. El natural miró al cielo:
-Guidaí -manifestó haciendo una seña hacia el brillante satélite. Y con molicie iniciamos el retorno al campamento.
***
Un hombre muy joven llegó hasta nuestras carretas la temprana mañana del 24 de diciembre. Inmediatamente adivinamos que era Miguel Barreiro, familiar y persona de confianza de José Artigas. Nos comunicó que venía de parte del Jefe oriental a confirmarnos la reunión del día siguiente, en la que se daría lectura al documento que en ese momento se estaba terminando de redactar. Lo convidamos con un mate y se prestó a un espontáneo intercambio, durante el cual comentó que el manifiesto que se daría a conocer trataba esencialmente de una visión de los sucesos históricos recientes desde la perspectiva oriental, aunque también se pondría al día el programa popular que la revolución venía madurando.
Le comentamos que había trascendido que se estaban por adoptar decisiones vitales en lo referente al relacionamiento con Sarratea y a Buenos Aires, pero el joven secretario, con una sonrisa, declinó referirse al respecto. Solamente insistió que la idea era reseñar las provocaciones sufridas. En su opinión el documento debía de transformarse en un instrumento contra las permanentes patrañas que desde tiendas centralistas se lanzaban contra los orientales, por eso antes de retirarse insistió con que mucho podíamos contribuir a la "dulce causa de la patria", con nuestro oficio, difundiendo lo que leyera Artigas, entre la opinión pública de las diferentes provincias.
Demás está decir que nunca antes habíamos pasado una nochebuena tan tensa como aquella. Demasiado temprano para nuestras costumbres, nos retiramos a descansar, aunque nos costó conciliar el sueño: el calor, los mosquitos y el nerviosismo, nos mantuvo desvelados gran parte de la noche. Todos éramos concientes de que estábamos ante un momento que signaría nuestras vidas para siempre. Ajenas a nuestros desvelos, en el campamento las familias paisanas, verdaderas protagonistas de la epopeya, sin esconder su ansiedad por las circunstancias, celebraban la fecha piadosa.
***
Finalmente llegó la ansiada mañana del 25 de diciembre. Pero como queriendo acompañar el contradictorio contexto, donde el regocijo y la desazón alternaban, también el clima se mostraba dual: hacia un extremo fulguraba un típico día de verano, pero por detrás de los densos montes, ocultando a la luna, progresaban en cerrada alineación, viscosos nubarrones, propiciando cambios en el comportamiento humano y animal.
Ni bien nos vio llegar hasta la toldería donde se daría lectura al escrito, Barreiro nos condujo hasta unas desvencijadas sillas, donde podíamos sacar apuntes. Éramos unos privilegiados: la mayoría tendría que conformarse con sentarse en troncos, permanecer en cuclillas o parados. Mirando a nuestro alrededor constatamos que en torno nuestro estaba lo más graneado de la dirigencia, que conocía los contenidos del manuscrito, pero que no quería perderse la lectura de los detalles ni las conclusiones finales. Al lado nuestro uno de los presentes comentó que se le harían algunas "precisiones" al Sr. Sarratea. Y luego de hacer una pausa, mirando hacia el río, sonrió:
-La precisión del Yi.
En ese instante irrumpe Artigas con algunos de sus colaboradores, para ubicarse en una desvencijada mesa, mientras en su mano derecha estrujaba unos pliegos. Luego de esperar a que todos se protegieran bajo el largo toldo de cuero y de bromear al respecto, recorre con su celeste mirada el apretado lugar. Por un momento nos parece que sus ojos se detienen en nosotros y nos sacudimos ante la imponente presencia de aquel hombre, que parece comulgar con el destino.
Como si hubieran estado esperando, comienzan en ese preciso instante a caer, calmosamente, densas gotas sobre la rústica techumbre, haciéndola sonar como un tambor. El ambiente era sofocante y todos nos alegramos, pese a lo endeble de nuestra protección. Y entre el ruido de los cuerpos que se mueven, comienza a escucharse la conocida voz del Jefe de los libres, respondiéndole en primera persona a Sarratea. Durante el correr de la lectura quedaría claro que pese a que el documento estaba escrito en primera persona, expresaba el sentir popular y del conjunto de la conducción política oriental. El que sigue es el texto completo del documento, con comentarios que ilustran al lector sobre el entorno y tenor de la reunión, entre otras apreciaciones:
ARTIGAS: LA GRANDEZA DE LOS ORIENTALES
ES HECHA A PRUEBA DE SUFRIMIENTO
-Exmo. Señor: Nada hay para mi más sensible que haber llegado las circunstancias hasta el extremo de tener que expresarme y sentir del modo que ahora. -Comienza diciendo Artigas, en tono muy suave, casi murmurando. El silencio sepulcral solamente era roto por los resoplidos de las cabalgaduras, o el remoto ladrido de unos perros. Con un hilo de voz agrega:
-Al contestar V. E. en su comunicación del 15 del corriente mis oficios datas 8 y 9, no tuvo presente una parte de estas, ni las resoluciones últimas del Gobierno, o tal vez, por alguna casualidad, las ignora. No ha llegado a mis manos comunicación alguna de aquella superioridad, a excepción de la dirigida de ese Cuartel General por el Sr. D. Carlos Alvear; pero yo juzgo que V.E. no hablará de esta para significarme los sentimientos liberales del Superior Gobierno, sus intenciones justas, equitativas y muy lisonjeras para mí; porque es posterior todo lo contrario...
Desde donde estábamos se podía oír su jadeo. Estaba claro, por lo que venía diciendo, que hacía rato que no creía en las frases zalameras de los que conspiraban en su contra. Y por eso, enjugando los labios y alzando la mirada agrega, con una entonación apenas un poco más fuerte:
-...y yo sin adivinar a persona alguna puedo concluir que la intriga es el gran resorte que se gira sobre mí.
Miré de reojo a Hugo. Estaba tenso. Se notaba que no quería perder palabra y registraba todo. Pensé en los padecimientos de los últimos meses y sentí pena, mucha pena. Pero la entrañable transparencia del Jefe, durante los tiempos del desamor, nos había abrigado, protegiéndonos en nuestros padecimientos. Sobre mi cabeza, reflejando miríadas de pequeños mundos, comenzaba a estirarse una límpida gota de agua. Por un momento me atrapa el ensueño y quiero hundirme en ella y que me lleve lejos, a universos distintos, sin infamias. Pero la disertación me trae a la realidad:
-Temiendo el gobierno actual, en los últimos períodos de sus funciones, los sucesos del Perú, y necesitados para garantirlos de retirar una gran parte de las tropas de línea que se hallan en esta Banda, se valió de mis amigos para escribirme de una manera la más deseable. El todo se reducía a conciliar el grito de Tucumán con el fin de la campaña presente sobre Montevideo; que para ello me desentendiese yo de mis resentimientos, y que pidiendo cuanto necesitare, unánime con V. E. tratásemos, como generales, lo conducente al efecto. Yo me presté al momento, vista la situación dolorosa de la patria, dirigiéndome a aquel Superior Gobierno con fecha 9 de Octubre y recordé la misma comunicación al actual en otra del 17, en que saludaba su instalación. Antes que llegase a sus manos, comisionó al Sargento de Granaderos a Caballo don Carlos Alvear. -historia Artigas los hechos más recientes como hablando consigo mismo y dejando bien en claro que siempre había estado dispuesto a negociar, aún en los momentos de mayores resentimientos. Álvaro me dice en voz baja que era evidente que Artigas estaba meditando y sopesando cada palabra y que seguramente anunciaría decisiones históricas. En tanto, el dirigente revolucionario continuaba:
-Éste jamás trató conmigo y regresó a Buenos Aires apersonándose ante el superior gobierno 20 días después que el Teniente don Vicente Fuentes, conductor de los oficios que he mencionado a V.E. Su llegada produjo una variación total en el negocio, que hasta aquel momento se hallaba en el estado mejor.
El "asunto Alvear" había sido muy feo: desde la aparición del personaje, las tensiones entre porteños y orientales habían aumentado, al punto de que destacados patriotas habían sido encarcelados en Buenos Aires. El orador explica y evalúa:
-El dicho Fuentes fue arrestado al día siguiente, y después se le dio la ciudad por cárcel. A impulso de las instancias mayores, se le permitió una audiencia donde se le informó de los motivos que tuvo don Carlos Alvear para retirarse, creyendo inútil tratarme. Cuanto allí se expuso contra mí, todo era autorizado con la firma de V.E., como también el papel en que los comandantes de divisiones y yo negábamos la obediencia al Superior Gobierno y a V. E., proscribiendo toda composición. -En la improvisada sala varios rezongaron en voz baja o se revolvieron inquietos: todos conocían la provocación contra su compadre.
Aquella superioridad, en el exceso de su asombro, declamó contra mí y mi gente no dudando tratarnos como a verdaderos enemigos, cuya expresión sirvió de autorizar el arresto intimado a mi oficial queriendo repugnarlo uno de los Señores Vocales. No quedó allí duda en que yo me había negado desde el principio a entrar en compostura, citándose por comprobante, entre otras circunstancias, la de haber una partida mía quitado violentamente los pliegos que por un oficial remitía el citado Don Carlos Alvear. -Por un momento pensé que nada valía la pena... y que me hubiera gustado que todo fuera más límpido y con contradicciones cristalinas. La voz del conductor oriental sonaba más clara, más fuerte, sin abandonar la entonación coloquial. Parecía estar conversando:
-El gobierno llevó hasta el cabo su sentimiento por estos motivos, sin que pudieran hacerlo variar, ni las instancias de todos los sensatos de aquel pueblo, ni las pretensiones de dos ciudadanos particulares y uno de los vocales, para apersonarse y tratar conmigo sobre la materia, exponiendo al Gobierno que no debía ser desatendible la proposición del Teniente Fuentes, que juraba y rejuraba, era enteramente falso cuanto aseguraba el señor de Alvear.
Era evidente el reproche. Descansando los pliegos sobre la mesa y luego de un suspiro, con una sonrisa en los ojos, levanta la mirada:
-Yo me escandalizo cuando examino este cúmulo de intrigas que hacen tan poco honor a la verdad y forman un premio indigno de mi moderación excesiva.
A todos nos había herido la inesperada campaña de mentiras. Mario, echándose atrás y haciendo crujir la enclenque silla, me comenta indignado, que los porteños se habían ido al carajo. "Afuera" la lluvia era más intensa.
-Cualquiera que quiera analizar mi comportamiento por principios de equidad y de justicia, no hallará en mí más que un hombre que, decidido por el sistema de los pueblos, supo prescindir de cualquiera errores que creyese tales en el modo de los Gobernantes por explotarlo, conciliando siempre su opinión, con el interés común y llevando tan al término esta delicadeza, que al llegar al lance último supo prescindir de sí mismo y de los derechos del pueblo de que dependía, solo por acomodarse a unas circunstancias en que la oposición de la opinión esencial entre nosotros y los europeos, prevalecería entonces a favor de estos por nuestra opinión moral. -Deja constancia Artigas de su intachable actitud, firme pero flexible, para no entorpecer la unidad, en la lucha contra el enemigo principal. Y agrega haciendo referencia a su gente:
-Tal fue mi conducta en el Ayuí cuando las órdenes de V. E. vulneraron el derecho sagrado de mis compaisanos, y tal fue su orden y mi sinceridad, al hacer marchar al Salto el regimiento oriental de los Blandengues. Yo pude muy bien conciliar todo con mi tenacidad en mi oposición. La guerra no se ha presentado en nuestro suelo sobre el lugar que dio nacimiento a los que le habitamos.
Afuera el cielo descargaba regulares salvas de agua y las nubes parían luminosidades, obligando a Artigas a conferenciar con más fuerza. Es entonces que tronando por encima de los estruendos y con sus ojos como centellas, pronuncia:
-La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo: nuestros opresores no por su patria, solo por serlo, forman el objeto de nuestro odio.... -Y luego agrega, con un giro de voz- ...así que aunque yo hubiese obrado de otro modo en el Ayuí, hubiese sido siempre justo mi procedimiento...
La áspera modulación nos hizo a todos alzar la mirada, mientras continuaba el discurso:
-Pero como la opinión es susceptible de diferentes modificaciones, y por una circunstancia, la más desgraciada de nuestra revolución, la guerra actual ha llegado a apoyarse en los nombres "criollos" y "europeos" y en la ambición inacabable de los mandones de la regencia española, creí de necesidad no se demorase el exterminio de éstos, y no faltando después tiempo para declamar delante de nuestra Asamblea Nacional contra una conducta que, en mi interior, pudo disculpar por aquellos instantes...
Entonces nos mira a todos... Muchas veces se había quejado de la duplicidad de los que lo rodeaban. Y, penetrante conocedor del alma humana, sobre la que tantas veces había meditado en extensas jornadas, agrega:
...no dejando de ver que los hombres adoptan muchas veces medios opuestísimos para llevar a fin una oposición que les es común...
Regresaba del destierro junto con las familias emigradas y el recuerdo del calor del hogar lo abrumaba... Hay momentos en que hasta el más encumbrado quisiera ser nadie, nada, o una mancha en la muchedumbre. Pero el destino no perdona a los imprescindibles:
-Esta condescendencia no era tan trascendental a todos los pasos que se han dado respecto a mí, que no creyese a algunos enteramente indisculpables: el imperio de las circunstancias me hizo también abstraerme de estos, y en el exceso de mi moderación, quise yo solo hacer el sacrificio desprendiéndome del gran parque y conteniendo mi influjo sobre las tropas, limitando la muestra de mi opinión a solo desentenderme de afanarme más, y anhelar por premio la tranquilidad de mi hogar después de reponer en los suyos a los héroes inmortales que conservaron su país contra una invasión extranjera, a expensas de cuanto poseían. -
Pero nada había importado. Tenebrosas logias habían dispuesto que ante las órdenes superiores, todos debían prosternarse. Entre receloso y crispado el dirigente oriental se pregunta lo mismo que en ese momento se estaban preguntando sus seguidores:
-Llegaron los sucesos del Perú y ya está orientado V. E. de los incidentes que se produjeron. En vista de esto ¿qué puede exigir la patria de mí? ¿qué tiene que acriminarme? ¿Puede ser un crimen haber abandonado mi fortuna, presentándome en Buenos Aires, y regresando a esta Banda con el corto auxilio de ciento cincuenta hombres y doscientos pesos fuertes, reunir en masa toda la campaña, enarbolar el estandarte de la libertad en medio de ella, y ofrecerle los laureles de San José y Las Piedras, después de asegurar otras miles de ventajas en el resto de los pueblos? ¿Es un crimen haber arrostrado el riesgo de presentarme sobre Montevideo, batir y destrozar las fuerzas que me destacaba, quitarle sus bastimentos, y reducirlo a la última miseria?
Atrás quedaban meses de contener a sus hombres, de callarse, de medir cada paso para no alimentar provocaciones, de llorar de ira en silencio, sin que nadie lo notara, ni cayera en la cuenta de que en el fondo también él desconocía el rumbo. En definitiva hasta hacía poco no era más que un humilde capitán:
-Estas fueron las grandezas de este pueblo abandonado, y estos solos los que pueden graduarse de crímenes.
Y continúa:
-Posteriormente, en la necesidad de levantarse el sitio, abandonados mis compaisanos a sí solos, y hechos el juguete de todas las intrigas, ostentaron su firmeza, se constituyeron por sí, y cargados de sus familias, sostuvieron con honor e intrepidez un sentimiento bastante a sostener las miras del extranjero limítrofe.
Debajo de la toldería todos asentían. Tenían muy presente cuanto había ocurrido hasta el momento, sobre todo la sangre vertida por sus hermanos. Una vez más Artigas clamó con voz sofocada:
-Esta resolución inimitable ¡cuánto costó a nuestros desvelos!
Y agregó contundente:
-Al fin todos confiesan que en la constancia del pueblo oriental sobre las márgenes del Uruguay, se garantieron los proyectos de toda la América libre. Pero nadie ayudó nuestros esfuerzos en aquel paso afortunado.
Varios de los presentes se habían parado. Algunos aplaudían. Otros prorrumpían en imprecaciones, aunque con voz queda. Lo que estaba diciendo, palabra por palabra, era lo que todos estaban pensando. Bien sabían lo que era que sus familias no tuvieran lo más indispensable y habían sido impotentes testigos de la muerte de sus familiares. Y para colmo se los había querido dejar inermes frente al poder militar colonial.
-¡Qué no hizo el Gobierno mismo por su representante, para eludirlo! Se me figuraban en número excesivo las tropas portuguesas que cubrían Paysandú; se me acordaban los movimientos a que podría determinarse Montevideo, y por último, para utilizar nuestros esfuerzos se tocó el medio inicuo de hacer recoger las armas de todos los pueblos de esta Banda, y se circularon por todas partes las noticias más degradantes contra nosotros, tratándosenos de insurgentes.
Artigas había comenzado a hablar más rápido y con voz más fuerte. Los ojos le brillaban. Miro a mis compañeros y percibo que el pulso les tiembla, alguno tirita y al darse cuenta de que lo estoy contemplando, con rubor intenta justificarse culpando al cambio climático. Artigas, como lanzado por una pendiente, continúa:
-Nada bastó a arredrar nuestro ánimo resuelto y seguimos nuestra marcha siempre sobre el Uruguay, sacando recursos de la imposibilidad misma, para aquel empeño. Nuestra aproximación sola, fue suficiente para que los portugueses abandonasen los puntos que ocupaban en Mercedes, Concepción, Paysandú, Salto, Bethlem, Curuzucuatiá y Mandisoví, que habían sido el teatro de sus excesos y robos: esto sin comprometer nosotros la fe de los tratados, porque siempre tuvimos la delicadeza de conciliarlo todo con nuestros deseos.
Y sigue, recordando los tiempos recientes:
-Nos hallábamos entonces a una legua de donde debía hacerse nuestro cuartel general, y en dos meses de reiteraciones al Gobierno, sin haber tenido jamás la contestación menor, ni aún la más leve noticia, empezamos a tenerla desde entonces, pero siempre de modo paliativo, hasta que removidos todos los obstáculos por nuestro continuo afán se resolvió a auxiliarnos para arrancarnos la gloria, no habiendo ya qué vencer.
Al escucharlo, pensé que debía estar cansado. Yo lo estaba. Cansado de las tensiones, de los recuerdos, de las intrigas, de las frustraciones. Cansado. Pero por algo estaba donde estaba. Lo atiendo y era como si hubiera llegado a la cúspide, a un ineludible final feliz, como los de los cuentos de nuestra infancia:
-Todo se concluyó felizmente, y al recoger el Estado las ventajas consiguientes, se vio sobre los patriotas la carga de todo el precio.
Afuera llovía mansamente. A pocos metros se había formado un enorme charco como en los que jugaba cuando niño. Y pensé que la vida podía ser muy bella si no hubiera gente empeñada en complicarla. Sentí que me acometía la ira, justo en el instante en que Artigas recordaba:
-Ellos habían abandonado sus hogares y en su misma marcha miraban el destrozo de sus haciendas. Fijos después, la miseria, el llanto y los trabajos marcaban todos sus días. La desnudes de sus familias, la aflicción que producía la idea de una orfandad delante del enemigo, todo empeñaba la sensibilidad de estos bravos ciudadanos, pero todo debía sacrificarse delante de la patria y a este precio debía comprarse su redención.
Inspirado, el Jefe de la libertad recuerda, que había esperado el reconocimiento para su pueblo...
-Este cuadro consternante, que asombra a las virtudes, parece debió lisonjearnos alguna vez con sus frutos dignos...
Descubrí que a mi costado, Hugo, como si se tratara de un poema, repetía la frase: "este cuadro consternante, que asombra a las virtudes, parece debió lisonjearnos...". Y se me ocurrió que bien podía ser considerada una magnífica estrofa, del poema no consumado de la generosidad humana. Artigas continuaba:
-...cuando, en defecto de todo, el reconocimiento abogaba a favor nuestro; pero esta esperanza razonable se sofocó en el Ayuí, y nos vimos precisados a emprender el retorno a nuestros hogares, cargados del oprobio y la execración de nuestros hermanos, sobre quince meses de trabajos prodigados en su obsequio. Esto pasó porque nuestra resignación echó un velo a todo.
El amor a la libertad improvisa poetas, por eso el Jefe oriental, entona inspirado:
-Sin embargo, estaba escrito en el libro de la injusticia, que los orientales habían de gustar otro acíbar muy más amargo.
Pensé en los viejos cristianos arrojados a los leones, en tupac descuartizado, en las tragedias de mi pueblo, en los tantos muertos anónimos y se me ocurrió que debía ser muy grueso el libro de la injusticia. ¿Cuál sería el título? ¿Qué deplorable biblioteca lo guardará, para que a él no llegue la pasión de los justos?
-Era preciso que después de haber despreciado su mérito, se le pusiese en el rol de los crímenes, y que sean tratados por enemigos, unos hombres que, cubiertos de la gloria, han entrado los primeros en la inmortalidad de la América. Era preciso jurar su exterminio, confundirlos, y perderlos...
La voz de Artigas me arrancó de mis meditaciones: crecía hasta niveles no alcanzados hasta el momento. Sus ojos se iban encendiendo con destellos esmeraldas, que me hicieron recordar las ocultas miradas selváticas. Llenó sus pulmones y tronó, inflando el pecho y echando los hombros atrás, como si el intrigante Sarratea estuviera en el recinto:
-¡No, excelentísimo señor!
Todos nos pusimos alerta. Estaba por clamar la historia:
-La grandeza de estos hombres es hecha a prueba de sufrimiento: pero cuando se trata de su defensa particular, cesan las consideraciones:
De golpe me encontré de pie, abrazado con mis compañeros. Artigas acababa de indicar hasta dónde podíamos permitirnos cierta elasticidad. Ella terminaba donde empezaban los derechos de nuestro pueblo mártir.
-También es preciso que no hagan ver que no era una vileza lo que fue moderación. -Agrega, con la voz un tanto sofocada. Acababa de exponer sus argumentos y ahora venían las decisiones: algo importante estaba por ocurrir. Entonces ordena con acento tenso y cortante:
-Bajo este concepto cese ya V. E. de impartirme órdenes...
Es el momento culminante y los presentes lo interrumpen con aclamaciones. Una vez más se reconocían en su comandante, en su conductor, en su protector. Artigas no se detiene, continúa...
-...adoptando consiguientemente un plan nuevo para el lleno de sus operaciones. No cuente ya V. E. con alguno de nosotros, porque sabemos muy bien que nuestro obedecimiento hará precisamente el triunfo de la intriga.
Acababa en poner en su lugar a Sarratea, pero iba por más:
-Ni las circunstancias, ni en ningún examen, han podido eludir que el Gobierno escandalosamente nos declare enemigos. V. E. no extrañe por nuestra parte una conducta idéntica, pero sancionada por la razón. Si nuestros servicios solo han producido el deseo de decapitarnos, aquí sabremos sostenernos.
El mensaje a la Junta porteña era claro: habían terminado los tiempos de poner la otra mejilla. El tablero del ajedrez político había sido pateado. Las decisiones eran drásticas, pero Artigas confiaba en que la historia lo absolvería: tanto él como su pueblo habían crecido y ya no eran fácilmente manipulables.
-Mi constancia y mi inocencia me presentarán delante del mundo con toda la grandeza y justicia deseable en mis operaciones ulteriores, sabiendo todos cuanto he sido provocado a ellas después de mis esfuerzos para eludirlas.
No obstante quiere ser claro en lo referente a quienes continuaban siendo los amigos y quienes los enemigos:
-El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual. Las tropas que se hallan bajo las órdenes de V. E., serán siempre el objeto de nuestras consideraciones; pero de ningún modo V. E.
Los presentes asienten. Estaba claro que se aproximaba el final y que algo importante todavía estaba faltando. Por nuestra parte estábamos agotados. Desde donde nos encontrábamos podíamos ver a un niño que jugaba bajo la lluvia. Me dije que en aquella reunión se jugaba, sin que el lo supiera, su futuro. El discurso seguía:
-Yo prescindo de los males que pueden resultar de esta declaración hecha delante de Montevideo; pero yo no soy el agresor, ni tampoco el responsable. Mis legiones son sofocadas por la precisión en que V. E. mismo me ha puesto. ¿Y qué debo hacer en vista de esta circunstancia, sino reunir todos mis resentimientos, entregarme a ellos, y ya que la sangre ha de escribir las últimas páginas de nuestra historia gloriosa, hacerla servir a nuestra venganza delante del cuadro de nuestros trabajos?
Ante la pregunta solamente cabía una respuesta: no había espacio para más palabras. Se concretaban cambios o más sangre correría. Y por eso el ultimátum, claro, preciso, sin ambages:
-Si V. E., sensible a la justicia de mi irritación, quiere eludir su efecto, proporcionando a la patria la ventaja de reducir a Montevideo, repase V. E. el Paraná dejándome todos los auxilios suficientes. Sus tropas, si V.E. gusta, pueden igualmente hacer esa marcha retrógrada.
Y en forma más moderada valora:
-Si solos continuamos nuestros afanes, no nos lisonjearemos con la prontitud de coronarlos, pero al menos gustaremos la ventaja de no ser tiranizados, cuando los prodigamos en odio de la opresión.
Los orientales acababan de romper con Sarratea y de conminarlo a abandonar la Banda Oriental, además de advertir a Buenos Aires que no estaban dispuestos a tolerar más intrigas. Las últimas palabras del Jefe revolucionario resultan inaudibles al levantarse la gente, entusiasmada. Los cuerpos estaban sudorosos por las tensiones y el calor. Afuera el agua corría sin parar, arrastrando todo a su paso, como queriendo limpiar hasta el último resquicio de la vileza humana.
Costa del Yi.
25 de diciembre de 1812.
RICARDO AROCENA
El equipo periodístico de elmontevideano / laboratorio de artes, integrado por Hugo Giovanetti Viola, Alvaro Zen, Mario Rey Bernat y quien escribe, alcanzan al campamento oriental en la orillas del Yi en el mismo momento en el que don José Artigas, aprovechando una coyuntura favorable, decide presentar un documento con "precisiones" que cambiarán las coordenadas políticas de la región.
Para que lo ayudáramos a difundir la proclama en las diferentes provincias y en particular entre la opinión pública porteña, el propio Jefe oriental nos había solicitado que nos quedáramos por lo menos hasta Navidad, fecha en que la daría a conocer públicamente. Habíamos llegado el 20 de diciembre de 1812 y estábamos de paso, pero ante la invitación que se nos hacía y concientes del momento, consentimos en quedarnos, entusiasmados.
Desde la llegada de Sarratea al Ayuí, hacía de esto varios meses, las provocaciones contra Artigas y su gente no habían cesado, por eso conjeturamos, con razón, que la trascendente resolución, tenía que ver con los enfrentamientos que se venían generando entre el porteño y el oriental, pero ninguno de los dirigentes que consultamos quiso ratificar tal extremo.
Corroborando nuestras suposiciones, los paisanos comentaban que había llegado el momento de "fregar" al porteño; había quienes especulaban hasta con un enfrentamiento armado, pero aquellos no eran más que rumores y nadie conocía con certeza cuáles eran las opciones que se estaban discutiendo.
Durante los días previos a Navidad nos alojamos en dos carretas que expresamente dispuso para nosotros el Jefe revolucionario. Una vez instalados nos dedicamos a conversar con las familias orientales, que retornaban de su exilio en el Ayuí. Algún día transformaríamos en "crónicas" las miles de historias de aquel pueblo legendario, para que su lucha no quedara en el olvido.
Ninguno de los integrantes del equipo informativo de elmontevideano / laboratorio de artes estábamos habituados a las incomodidades de la vida campestre. El bochorno del estío en aquellos territorios rústicos y sin demasiados resguardos, se nos tornaba insoportable, por tal motivo realizábamos permanentes caminatas hasta las orillas del río, procurando refrigerarnos. En una de tales ocasiones nos encontrábamos al borde del Yi, cuando advertimos que cerca nuestro, la maleza silvestre se agitaba. Inmediatamente nos pusimos en estado de alerta, ante la posibilidad de que se tratara de un puma o un jaguar, que según nos habían alertado, abundaban en la región.
No poca fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que el que hacía mover las espinosas enramadas era un indígena, que pescaba tarariras desde un minúsculo arenal. Inmediatamente nos dimos cuenta de que era uno de los tantos naturales que seguían al Overaba Karaí ("señor que resplandece"), José Artigas y decidimos conocer su historia. Lo saludamos desde lejos en su idioma para mostrarnos amigables y nos encaminamos hacia donde estaba.
***
-¡Misiajalaná!- tranquilizó el indígena a un par de "Lojan" que lo acompañaban, y que nos recibieron con furiosos ladridos. Eran dos musculosos y ágiles cimarrones, que continuaron expectantes mientras estuvimos con su dueño.
El nativo hablaba perfectamente el castellano, lo que obviamente facilitó la comunicación. Por decir algo le comentamos lo difícil que era transitar por aquellas riveras, con tanta espinosa vegetación y nos explicó que junto a los sauces criollos, casi al borde del agua, se entrelazaban "mirlos", "mataojos" y "arrayanes", que dificultaban el paso y más atrás las pinchudas "ñarindas", entre otros arbustos espinosos.
Se llamaba Vencul y nos dijo que los nativos estaban en la región desde tiempos inmemoriales y que una prueba de ello era que en un lugar que quedaba a menos de medio día a caballo, grabados en la piedra, habían antiquísimos dibujos, de épocas "anteriores a sus ancestros", afirmación que en un principio consideramos una exageración.
Mientras hablaba se deshilachaba desde las ramas el invisible trinar de los pájaros y amenazantes miradas esmeraldas resplandecían entre las verdosas penumbras de la otra orilla. También el indígena notó aquellos ojos entre la maleza impenetrable, pero no le hizo caso, y continuó con sus historias. Un lejano ascendiente le había contado que hacía relativamente poco tiempo que las tribus indígenas y los hispanos se habían cruzado en la región. Esto habría ocurrido desde la aparición del caballo y al comenzar la explotación del ganado vacuno, dos incidentes que atrajeron a los "gringos" a los territorios aborígenes entre los ríos "Yi y Hum".
También le habían comentado que luego de las guerras guaraníticas, algunos sobrevivientes se habían afincado en la zona. Con el correr del tiempo las tierras quedaron en manos de poderosas familias como los Más de Ayala y los Viana Achucarro, entre otros. Comenzaba a caer la tarde, y como gigantes que se desperezaban, crecían las sombras desde los compactos montes, ocultando la corriente, aunque la luna, desde su cumbre, pintaba de plata las ondulaciones de agua que llegaban a las orillas. El natural miró al cielo:
-Guidaí -manifestó haciendo una seña hacia el brillante satélite. Y con molicie iniciamos el retorno al campamento.
***
Un hombre muy joven llegó hasta nuestras carretas la temprana mañana del 24 de diciembre. Inmediatamente adivinamos que era Miguel Barreiro, familiar y persona de confianza de José Artigas. Nos comunicó que venía de parte del Jefe oriental a confirmarnos la reunión del día siguiente, en la que se daría lectura al documento que en ese momento se estaba terminando de redactar. Lo convidamos con un mate y se prestó a un espontáneo intercambio, durante el cual comentó que el manifiesto que se daría a conocer trataba esencialmente de una visión de los sucesos históricos recientes desde la perspectiva oriental, aunque también se pondría al día el programa popular que la revolución venía madurando.
Le comentamos que había trascendido que se estaban por adoptar decisiones vitales en lo referente al relacionamiento con Sarratea y a Buenos Aires, pero el joven secretario, con una sonrisa, declinó referirse al respecto. Solamente insistió que la idea era reseñar las provocaciones sufridas. En su opinión el documento debía de transformarse en un instrumento contra las permanentes patrañas que desde tiendas centralistas se lanzaban contra los orientales, por eso antes de retirarse insistió con que mucho podíamos contribuir a la "dulce causa de la patria", con nuestro oficio, difundiendo lo que leyera Artigas, entre la opinión pública de las diferentes provincias.
Demás está decir que nunca antes habíamos pasado una nochebuena tan tensa como aquella. Demasiado temprano para nuestras costumbres, nos retiramos a descansar, aunque nos costó conciliar el sueño: el calor, los mosquitos y el nerviosismo, nos mantuvo desvelados gran parte de la noche. Todos éramos concientes de que estábamos ante un momento que signaría nuestras vidas para siempre. Ajenas a nuestros desvelos, en el campamento las familias paisanas, verdaderas protagonistas de la epopeya, sin esconder su ansiedad por las circunstancias, celebraban la fecha piadosa.
***
Finalmente llegó la ansiada mañana del 25 de diciembre. Pero como queriendo acompañar el contradictorio contexto, donde el regocijo y la desazón alternaban, también el clima se mostraba dual: hacia un extremo fulguraba un típico día de verano, pero por detrás de los densos montes, ocultando a la luna, progresaban en cerrada alineación, viscosos nubarrones, propiciando cambios en el comportamiento humano y animal.
Ni bien nos vio llegar hasta la toldería donde se daría lectura al escrito, Barreiro nos condujo hasta unas desvencijadas sillas, donde podíamos sacar apuntes. Éramos unos privilegiados: la mayoría tendría que conformarse con sentarse en troncos, permanecer en cuclillas o parados. Mirando a nuestro alrededor constatamos que en torno nuestro estaba lo más graneado de la dirigencia, que conocía los contenidos del manuscrito, pero que no quería perderse la lectura de los detalles ni las conclusiones finales. Al lado nuestro uno de los presentes comentó que se le harían algunas "precisiones" al Sr. Sarratea. Y luego de hacer una pausa, mirando hacia el río, sonrió:
-La precisión del Yi.
En ese instante irrumpe Artigas con algunos de sus colaboradores, para ubicarse en una desvencijada mesa, mientras en su mano derecha estrujaba unos pliegos. Luego de esperar a que todos se protegieran bajo el largo toldo de cuero y de bromear al respecto, recorre con su celeste mirada el apretado lugar. Por un momento nos parece que sus ojos se detienen en nosotros y nos sacudimos ante la imponente presencia de aquel hombre, que parece comulgar con el destino.
Como si hubieran estado esperando, comienzan en ese preciso instante a caer, calmosamente, densas gotas sobre la rústica techumbre, haciéndola sonar como un tambor. El ambiente era sofocante y todos nos alegramos, pese a lo endeble de nuestra protección. Y entre el ruido de los cuerpos que se mueven, comienza a escucharse la conocida voz del Jefe de los libres, respondiéndole en primera persona a Sarratea. Durante el correr de la lectura quedaría claro que pese a que el documento estaba escrito en primera persona, expresaba el sentir popular y del conjunto de la conducción política oriental. El que sigue es el texto completo del documento, con comentarios que ilustran al lector sobre el entorno y tenor de la reunión, entre otras apreciaciones:
ARTIGAS: LA GRANDEZA DE LOS ORIENTALES
ES HECHA A PRUEBA DE SUFRIMIENTO
-Exmo. Señor: Nada hay para mi más sensible que haber llegado las circunstancias hasta el extremo de tener que expresarme y sentir del modo que ahora. -Comienza diciendo Artigas, en tono muy suave, casi murmurando. El silencio sepulcral solamente era roto por los resoplidos de las cabalgaduras, o el remoto ladrido de unos perros. Con un hilo de voz agrega:
-Al contestar V. E. en su comunicación del 15 del corriente mis oficios datas 8 y 9, no tuvo presente una parte de estas, ni las resoluciones últimas del Gobierno, o tal vez, por alguna casualidad, las ignora. No ha llegado a mis manos comunicación alguna de aquella superioridad, a excepción de la dirigida de ese Cuartel General por el Sr. D. Carlos Alvear; pero yo juzgo que V.E. no hablará de esta para significarme los sentimientos liberales del Superior Gobierno, sus intenciones justas, equitativas y muy lisonjeras para mí; porque es posterior todo lo contrario...
Desde donde estábamos se podía oír su jadeo. Estaba claro, por lo que venía diciendo, que hacía rato que no creía en las frases zalameras de los que conspiraban en su contra. Y por eso, enjugando los labios y alzando la mirada agrega, con una entonación apenas un poco más fuerte:
-...y yo sin adivinar a persona alguna puedo concluir que la intriga es el gran resorte que se gira sobre mí.
Miré de reojo a Hugo. Estaba tenso. Se notaba que no quería perder palabra y registraba todo. Pensé en los padecimientos de los últimos meses y sentí pena, mucha pena. Pero la entrañable transparencia del Jefe, durante los tiempos del desamor, nos había abrigado, protegiéndonos en nuestros padecimientos. Sobre mi cabeza, reflejando miríadas de pequeños mundos, comenzaba a estirarse una límpida gota de agua. Por un momento me atrapa el ensueño y quiero hundirme en ella y que me lleve lejos, a universos distintos, sin infamias. Pero la disertación me trae a la realidad:
-Temiendo el gobierno actual, en los últimos períodos de sus funciones, los sucesos del Perú, y necesitados para garantirlos de retirar una gran parte de las tropas de línea que se hallan en esta Banda, se valió de mis amigos para escribirme de una manera la más deseable. El todo se reducía a conciliar el grito de Tucumán con el fin de la campaña presente sobre Montevideo; que para ello me desentendiese yo de mis resentimientos, y que pidiendo cuanto necesitare, unánime con V. E. tratásemos, como generales, lo conducente al efecto. Yo me presté al momento, vista la situación dolorosa de la patria, dirigiéndome a aquel Superior Gobierno con fecha 9 de Octubre y recordé la misma comunicación al actual en otra del 17, en que saludaba su instalación. Antes que llegase a sus manos, comisionó al Sargento de Granaderos a Caballo don Carlos Alvear. -historia Artigas los hechos más recientes como hablando consigo mismo y dejando bien en claro que siempre había estado dispuesto a negociar, aún en los momentos de mayores resentimientos. Álvaro me dice en voz baja que era evidente que Artigas estaba meditando y sopesando cada palabra y que seguramente anunciaría decisiones históricas. En tanto, el dirigente revolucionario continuaba:
-Éste jamás trató conmigo y regresó a Buenos Aires apersonándose ante el superior gobierno 20 días después que el Teniente don Vicente Fuentes, conductor de los oficios que he mencionado a V.E. Su llegada produjo una variación total en el negocio, que hasta aquel momento se hallaba en el estado mejor.
El "asunto Alvear" había sido muy feo: desde la aparición del personaje, las tensiones entre porteños y orientales habían aumentado, al punto de que destacados patriotas habían sido encarcelados en Buenos Aires. El orador explica y evalúa:
-El dicho Fuentes fue arrestado al día siguiente, y después se le dio la ciudad por cárcel. A impulso de las instancias mayores, se le permitió una audiencia donde se le informó de los motivos que tuvo don Carlos Alvear para retirarse, creyendo inútil tratarme. Cuanto allí se expuso contra mí, todo era autorizado con la firma de V.E., como también el papel en que los comandantes de divisiones y yo negábamos la obediencia al Superior Gobierno y a V. E., proscribiendo toda composición. -En la improvisada sala varios rezongaron en voz baja o se revolvieron inquietos: todos conocían la provocación contra su compadre.
Aquella superioridad, en el exceso de su asombro, declamó contra mí y mi gente no dudando tratarnos como a verdaderos enemigos, cuya expresión sirvió de autorizar el arresto intimado a mi oficial queriendo repugnarlo uno de los Señores Vocales. No quedó allí duda en que yo me había negado desde el principio a entrar en compostura, citándose por comprobante, entre otras circunstancias, la de haber una partida mía quitado violentamente los pliegos que por un oficial remitía el citado Don Carlos Alvear. -Por un momento pensé que nada valía la pena... y que me hubiera gustado que todo fuera más límpido y con contradicciones cristalinas. La voz del conductor oriental sonaba más clara, más fuerte, sin abandonar la entonación coloquial. Parecía estar conversando:
-El gobierno llevó hasta el cabo su sentimiento por estos motivos, sin que pudieran hacerlo variar, ni las instancias de todos los sensatos de aquel pueblo, ni las pretensiones de dos ciudadanos particulares y uno de los vocales, para apersonarse y tratar conmigo sobre la materia, exponiendo al Gobierno que no debía ser desatendible la proposición del Teniente Fuentes, que juraba y rejuraba, era enteramente falso cuanto aseguraba el señor de Alvear.
Era evidente el reproche. Descansando los pliegos sobre la mesa y luego de un suspiro, con una sonrisa en los ojos, levanta la mirada:
-Yo me escandalizo cuando examino este cúmulo de intrigas que hacen tan poco honor a la verdad y forman un premio indigno de mi moderación excesiva.
A todos nos había herido la inesperada campaña de mentiras. Mario, echándose atrás y haciendo crujir la enclenque silla, me comenta indignado, que los porteños se habían ido al carajo. "Afuera" la lluvia era más intensa.
-Cualquiera que quiera analizar mi comportamiento por principios de equidad y de justicia, no hallará en mí más que un hombre que, decidido por el sistema de los pueblos, supo prescindir de cualquiera errores que creyese tales en el modo de los Gobernantes por explotarlo, conciliando siempre su opinión, con el interés común y llevando tan al término esta delicadeza, que al llegar al lance último supo prescindir de sí mismo y de los derechos del pueblo de que dependía, solo por acomodarse a unas circunstancias en que la oposición de la opinión esencial entre nosotros y los europeos, prevalecería entonces a favor de estos por nuestra opinión moral. -Deja constancia Artigas de su intachable actitud, firme pero flexible, para no entorpecer la unidad, en la lucha contra el enemigo principal. Y agrega haciendo referencia a su gente:
-Tal fue mi conducta en el Ayuí cuando las órdenes de V. E. vulneraron el derecho sagrado de mis compaisanos, y tal fue su orden y mi sinceridad, al hacer marchar al Salto el regimiento oriental de los Blandengues. Yo pude muy bien conciliar todo con mi tenacidad en mi oposición. La guerra no se ha presentado en nuestro suelo sobre el lugar que dio nacimiento a los que le habitamos.
Afuera el cielo descargaba regulares salvas de agua y las nubes parían luminosidades, obligando a Artigas a conferenciar con más fuerza. Es entonces que tronando por encima de los estruendos y con sus ojos como centellas, pronuncia:
-La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo: nuestros opresores no por su patria, solo por serlo, forman el objeto de nuestro odio.... -Y luego agrega, con un giro de voz- ...así que aunque yo hubiese obrado de otro modo en el Ayuí, hubiese sido siempre justo mi procedimiento...
La áspera modulación nos hizo a todos alzar la mirada, mientras continuaba el discurso:
-Pero como la opinión es susceptible de diferentes modificaciones, y por una circunstancia, la más desgraciada de nuestra revolución, la guerra actual ha llegado a apoyarse en los nombres "criollos" y "europeos" y en la ambición inacabable de los mandones de la regencia española, creí de necesidad no se demorase el exterminio de éstos, y no faltando después tiempo para declamar delante de nuestra Asamblea Nacional contra una conducta que, en mi interior, pudo disculpar por aquellos instantes...
Entonces nos mira a todos... Muchas veces se había quejado de la duplicidad de los que lo rodeaban. Y, penetrante conocedor del alma humana, sobre la que tantas veces había meditado en extensas jornadas, agrega:
...no dejando de ver que los hombres adoptan muchas veces medios opuestísimos para llevar a fin una oposición que les es común...
Regresaba del destierro junto con las familias emigradas y el recuerdo del calor del hogar lo abrumaba... Hay momentos en que hasta el más encumbrado quisiera ser nadie, nada, o una mancha en la muchedumbre. Pero el destino no perdona a los imprescindibles:
-Esta condescendencia no era tan trascendental a todos los pasos que se han dado respecto a mí, que no creyese a algunos enteramente indisculpables: el imperio de las circunstancias me hizo también abstraerme de estos, y en el exceso de mi moderación, quise yo solo hacer el sacrificio desprendiéndome del gran parque y conteniendo mi influjo sobre las tropas, limitando la muestra de mi opinión a solo desentenderme de afanarme más, y anhelar por premio la tranquilidad de mi hogar después de reponer en los suyos a los héroes inmortales que conservaron su país contra una invasión extranjera, a expensas de cuanto poseían. -
Pero nada había importado. Tenebrosas logias habían dispuesto que ante las órdenes superiores, todos debían prosternarse. Entre receloso y crispado el dirigente oriental se pregunta lo mismo que en ese momento se estaban preguntando sus seguidores:
-Llegaron los sucesos del Perú y ya está orientado V. E. de los incidentes que se produjeron. En vista de esto ¿qué puede exigir la patria de mí? ¿qué tiene que acriminarme? ¿Puede ser un crimen haber abandonado mi fortuna, presentándome en Buenos Aires, y regresando a esta Banda con el corto auxilio de ciento cincuenta hombres y doscientos pesos fuertes, reunir en masa toda la campaña, enarbolar el estandarte de la libertad en medio de ella, y ofrecerle los laureles de San José y Las Piedras, después de asegurar otras miles de ventajas en el resto de los pueblos? ¿Es un crimen haber arrostrado el riesgo de presentarme sobre Montevideo, batir y destrozar las fuerzas que me destacaba, quitarle sus bastimentos, y reducirlo a la última miseria?
Atrás quedaban meses de contener a sus hombres, de callarse, de medir cada paso para no alimentar provocaciones, de llorar de ira en silencio, sin que nadie lo notara, ni cayera en la cuenta de que en el fondo también él desconocía el rumbo. En definitiva hasta hacía poco no era más que un humilde capitán:
-Estas fueron las grandezas de este pueblo abandonado, y estos solos los que pueden graduarse de crímenes.
Y continúa:
-Posteriormente, en la necesidad de levantarse el sitio, abandonados mis compaisanos a sí solos, y hechos el juguete de todas las intrigas, ostentaron su firmeza, se constituyeron por sí, y cargados de sus familias, sostuvieron con honor e intrepidez un sentimiento bastante a sostener las miras del extranjero limítrofe.
Debajo de la toldería todos asentían. Tenían muy presente cuanto había ocurrido hasta el momento, sobre todo la sangre vertida por sus hermanos. Una vez más Artigas clamó con voz sofocada:
-Esta resolución inimitable ¡cuánto costó a nuestros desvelos!
Y agregó contundente:
-Al fin todos confiesan que en la constancia del pueblo oriental sobre las márgenes del Uruguay, se garantieron los proyectos de toda la América libre. Pero nadie ayudó nuestros esfuerzos en aquel paso afortunado.
Varios de los presentes se habían parado. Algunos aplaudían. Otros prorrumpían en imprecaciones, aunque con voz queda. Lo que estaba diciendo, palabra por palabra, era lo que todos estaban pensando. Bien sabían lo que era que sus familias no tuvieran lo más indispensable y habían sido impotentes testigos de la muerte de sus familiares. Y para colmo se los había querido dejar inermes frente al poder militar colonial.
-¡Qué no hizo el Gobierno mismo por su representante, para eludirlo! Se me figuraban en número excesivo las tropas portuguesas que cubrían Paysandú; se me acordaban los movimientos a que podría determinarse Montevideo, y por último, para utilizar nuestros esfuerzos se tocó el medio inicuo de hacer recoger las armas de todos los pueblos de esta Banda, y se circularon por todas partes las noticias más degradantes contra nosotros, tratándosenos de insurgentes.
Artigas había comenzado a hablar más rápido y con voz más fuerte. Los ojos le brillaban. Miro a mis compañeros y percibo que el pulso les tiembla, alguno tirita y al darse cuenta de que lo estoy contemplando, con rubor intenta justificarse culpando al cambio climático. Artigas, como lanzado por una pendiente, continúa:
-Nada bastó a arredrar nuestro ánimo resuelto y seguimos nuestra marcha siempre sobre el Uruguay, sacando recursos de la imposibilidad misma, para aquel empeño. Nuestra aproximación sola, fue suficiente para que los portugueses abandonasen los puntos que ocupaban en Mercedes, Concepción, Paysandú, Salto, Bethlem, Curuzucuatiá y Mandisoví, que habían sido el teatro de sus excesos y robos: esto sin comprometer nosotros la fe de los tratados, porque siempre tuvimos la delicadeza de conciliarlo todo con nuestros deseos.
Y sigue, recordando los tiempos recientes:
-Nos hallábamos entonces a una legua de donde debía hacerse nuestro cuartel general, y en dos meses de reiteraciones al Gobierno, sin haber tenido jamás la contestación menor, ni aún la más leve noticia, empezamos a tenerla desde entonces, pero siempre de modo paliativo, hasta que removidos todos los obstáculos por nuestro continuo afán se resolvió a auxiliarnos para arrancarnos la gloria, no habiendo ya qué vencer.
Al escucharlo, pensé que debía estar cansado. Yo lo estaba. Cansado de las tensiones, de los recuerdos, de las intrigas, de las frustraciones. Cansado. Pero por algo estaba donde estaba. Lo atiendo y era como si hubiera llegado a la cúspide, a un ineludible final feliz, como los de los cuentos de nuestra infancia:
-Todo se concluyó felizmente, y al recoger el Estado las ventajas consiguientes, se vio sobre los patriotas la carga de todo el precio.
Afuera llovía mansamente. A pocos metros se había formado un enorme charco como en los que jugaba cuando niño. Y pensé que la vida podía ser muy bella si no hubiera gente empeñada en complicarla. Sentí que me acometía la ira, justo en el instante en que Artigas recordaba:
-Ellos habían abandonado sus hogares y en su misma marcha miraban el destrozo de sus haciendas. Fijos después, la miseria, el llanto y los trabajos marcaban todos sus días. La desnudes de sus familias, la aflicción que producía la idea de una orfandad delante del enemigo, todo empeñaba la sensibilidad de estos bravos ciudadanos, pero todo debía sacrificarse delante de la patria y a este precio debía comprarse su redención.
Inspirado, el Jefe de la libertad recuerda, que había esperado el reconocimiento para su pueblo...
-Este cuadro consternante, que asombra a las virtudes, parece debió lisonjearnos alguna vez con sus frutos dignos...
Descubrí que a mi costado, Hugo, como si se tratara de un poema, repetía la frase: "este cuadro consternante, que asombra a las virtudes, parece debió lisonjearnos...". Y se me ocurrió que bien podía ser considerada una magnífica estrofa, del poema no consumado de la generosidad humana. Artigas continuaba:
-...cuando, en defecto de todo, el reconocimiento abogaba a favor nuestro; pero esta esperanza razonable se sofocó en el Ayuí, y nos vimos precisados a emprender el retorno a nuestros hogares, cargados del oprobio y la execración de nuestros hermanos, sobre quince meses de trabajos prodigados en su obsequio. Esto pasó porque nuestra resignación echó un velo a todo.
El amor a la libertad improvisa poetas, por eso el Jefe oriental, entona inspirado:
-Sin embargo, estaba escrito en el libro de la injusticia, que los orientales habían de gustar otro acíbar muy más amargo.
Pensé en los viejos cristianos arrojados a los leones, en tupac descuartizado, en las tragedias de mi pueblo, en los tantos muertos anónimos y se me ocurrió que debía ser muy grueso el libro de la injusticia. ¿Cuál sería el título? ¿Qué deplorable biblioteca lo guardará, para que a él no llegue la pasión de los justos?
-Era preciso que después de haber despreciado su mérito, se le pusiese en el rol de los crímenes, y que sean tratados por enemigos, unos hombres que, cubiertos de la gloria, han entrado los primeros en la inmortalidad de la América. Era preciso jurar su exterminio, confundirlos, y perderlos...
La voz de Artigas me arrancó de mis meditaciones: crecía hasta niveles no alcanzados hasta el momento. Sus ojos se iban encendiendo con destellos esmeraldas, que me hicieron recordar las ocultas miradas selváticas. Llenó sus pulmones y tronó, inflando el pecho y echando los hombros atrás, como si el intrigante Sarratea estuviera en el recinto:
-¡No, excelentísimo señor!
Todos nos pusimos alerta. Estaba por clamar la historia:
-La grandeza de estos hombres es hecha a prueba de sufrimiento: pero cuando se trata de su defensa particular, cesan las consideraciones:
De golpe me encontré de pie, abrazado con mis compañeros. Artigas acababa de indicar hasta dónde podíamos permitirnos cierta elasticidad. Ella terminaba donde empezaban los derechos de nuestro pueblo mártir.
-También es preciso que no hagan ver que no era una vileza lo que fue moderación. -Agrega, con la voz un tanto sofocada. Acababa de exponer sus argumentos y ahora venían las decisiones: algo importante estaba por ocurrir. Entonces ordena con acento tenso y cortante:
-Bajo este concepto cese ya V. E. de impartirme órdenes...
Es el momento culminante y los presentes lo interrumpen con aclamaciones. Una vez más se reconocían en su comandante, en su conductor, en su protector. Artigas no se detiene, continúa...
-...adoptando consiguientemente un plan nuevo para el lleno de sus operaciones. No cuente ya V. E. con alguno de nosotros, porque sabemos muy bien que nuestro obedecimiento hará precisamente el triunfo de la intriga.
Acababa en poner en su lugar a Sarratea, pero iba por más:
-Ni las circunstancias, ni en ningún examen, han podido eludir que el Gobierno escandalosamente nos declare enemigos. V. E. no extrañe por nuestra parte una conducta idéntica, pero sancionada por la razón. Si nuestros servicios solo han producido el deseo de decapitarnos, aquí sabremos sostenernos.
El mensaje a la Junta porteña era claro: habían terminado los tiempos de poner la otra mejilla. El tablero del ajedrez político había sido pateado. Las decisiones eran drásticas, pero Artigas confiaba en que la historia lo absolvería: tanto él como su pueblo habían crecido y ya no eran fácilmente manipulables.
-Mi constancia y mi inocencia me presentarán delante del mundo con toda la grandeza y justicia deseable en mis operaciones ulteriores, sabiendo todos cuanto he sido provocado a ellas después de mis esfuerzos para eludirlas.
No obstante quiere ser claro en lo referente a quienes continuaban siendo los amigos y quienes los enemigos:
-El pueblo de Buenos Aires es y será siempre nuestro hermano, pero nunca su gobierno actual. Las tropas que se hallan bajo las órdenes de V. E., serán siempre el objeto de nuestras consideraciones; pero de ningún modo V. E.
Los presentes asienten. Estaba claro que se aproximaba el final y que algo importante todavía estaba faltando. Por nuestra parte estábamos agotados. Desde donde nos encontrábamos podíamos ver a un niño que jugaba bajo la lluvia. Me dije que en aquella reunión se jugaba, sin que el lo supiera, su futuro. El discurso seguía:
-Yo prescindo de los males que pueden resultar de esta declaración hecha delante de Montevideo; pero yo no soy el agresor, ni tampoco el responsable. Mis legiones son sofocadas por la precisión en que V. E. mismo me ha puesto. ¿Y qué debo hacer en vista de esta circunstancia, sino reunir todos mis resentimientos, entregarme a ellos, y ya que la sangre ha de escribir las últimas páginas de nuestra historia gloriosa, hacerla servir a nuestra venganza delante del cuadro de nuestros trabajos?
Ante la pregunta solamente cabía una respuesta: no había espacio para más palabras. Se concretaban cambios o más sangre correría. Y por eso el ultimátum, claro, preciso, sin ambages:
-Si V. E., sensible a la justicia de mi irritación, quiere eludir su efecto, proporcionando a la patria la ventaja de reducir a Montevideo, repase V. E. el Paraná dejándome todos los auxilios suficientes. Sus tropas, si V.E. gusta, pueden igualmente hacer esa marcha retrógrada.
Y en forma más moderada valora:
-Si solos continuamos nuestros afanes, no nos lisonjearemos con la prontitud de coronarlos, pero al menos gustaremos la ventaja de no ser tiranizados, cuando los prodigamos en odio de la opresión.
Los orientales acababan de romper con Sarratea y de conminarlo a abandonar la Banda Oriental, además de advertir a Buenos Aires que no estaban dispuestos a tolerar más intrigas. Las últimas palabras del Jefe revolucionario resultan inaudibles al levantarse la gente, entusiasmada. Los cuerpos estaban sudorosos por las tensiones y el calor. Afuera el agua corría sin parar, arrastrando todo a su paso, como queriendo limpiar hasta el último resquicio de la vileza humana.
Costa del Yi.
25 de diciembre de 1812.
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