miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



TRIGESIMOSTERCERA ENTREGA

5 / SÍMBOLOS EN UN ANÁLISIS INDIVIDUAL (IX)

Jolande Jacobi

El santo y la prostituta

La situación psíquica de Henry quedó más netamente retratada en el siguiente sueño en el cual se exponía su miedo a la sensualidad primitiva y su deseo de evadirse hacia una especie de ascetismo. En este sueño se puede ver la dirección que estaba tomando su desarrollo. Por tanto, el sueño lo interpretaremos por extenso.

Me encuentro en un estrecho camino de montaña. A la izquierda (según se desciende) hay un profundo abismo; a la derecha, un muro de rocas. A lo largo del camino, hay diversidad de cuevas, refugios, cortados en la roca, como protección de la intemperie para los vagabundos solitarios. En una de esas cuevas, medio escondida, se había refugiado una prostituta. Aunque parezca extraño la veo desde atrás, desde el lado de las rocas. Tiene un cuerpo sin formas, esponjoso. La miro con curiosidad y le toco las nalgas. Quizá, eso me parece de repente, no es una mujer sino una especie de prostituta masculina.

Esa misma criatura va entonces hacia adelante como un santo, con una chaqueta corta color carmesí echada por los hombros. Baja el camino y entra en otra cueva mucho mayor provista de sillas y bancos toscos. Con mirada altiva echa a todos los que ya estaban presentes, y a mí también. Luego, él y sus seguidores entran y se instalan.

La asociación personal que Henry atribuyó a la prostituta era la Venus de Willendorf, una estatuilla (de la Edad Paleolítica) de una mujer carnosa, probablemente una diosa de la naturaleza o de la fertilidad. Después añadió: “Oí primeramente que tocar las nalgas es un rito de fertilidad, cuando estuve de viaje por el Wallis (cantón de la Suiza francesa), donde visité antiguas tumbas célticas y excavaciones. Allí me dijeron que en otro tiempo había una suave superficie inclinada hecha de baldosas embadurnadas con toda clase de sustancias. Las mujeres estériles tenían que deslizarse por allí sobre las nalgas desnudas con el fin de curarse su esterilidad.”

A la chaqueta del “santo”, Henry asociaba esto: “Mi novia tenía un chaquetón de forma parecida, pero era blanco. La tarde anterior al sueño estuvimos bailando y ella llevaba ese chaquetón blanco. Otra muchacha, amiga suya, estaba con nosotros. Tenía un chaquetón carmesí, que me gustaba más.”

Si los sueños no son satisfacciones de los deseos (como creía Freud), sino, más bien, como suponía Jung, “autorrepresentaciones del inconsciente”, entonces tenemos que admitir que la situación psíquica de Henry difícilmente podía estar mejor representada que en la descripción dada del “santo” en el sueño.

Henry es un “vagabundo solitario” en el camino estrecho. Pero (quizá gracias al análisis) ya está descendiendo de las inhospitalarias alturas. A la izquierda, en el lado del inconsciente, el camino está bordeado por las terribles profundidades de un abismo. A la derecha, el lado de la consciencia, el camino está bloqueado por el rígido muro de rocas de sus ideas conscientes. Sin embargo, en las cuevas (que pudieran representar, por así decir, las zonas inconscientes del campo de la consciencia de Henry), hay lugares donde puede encontrarse refugio cuando llega el mal tiempo, en otras palabras, cuando las tensiones exteriores se hacen demasiado amenazadoras.

Las cuevas son el resultado de intencionada labor humana: están excavadas en la roca. En cierto modo, se parecen a las fisuras que se producen en nuestra consciencia cuando nuestro poder de concentración ha alcanzado sus límites y se rompe, de tal modo que el material de la fantasía puede penetrar sin restricción. En tales momentos, algo inesperado puede revelarse y permitir una mirada profunda en el fondo de la psique, un rápido vistazo a las regiones del inconsciente donde nuestra imaginación se desenvuelve libremente. Además, las cuevas rocosas pueden ser símbolos del seno de la Madre Tierra, que aparecen como cavernas misteriosas en las que puede producirse la transformación y el renacer.

Por tanto, el sueño parece representar la retirada introvertida de Henry -cuando el mundo llega a ser demasiado difícil para él- a una “cueva” dentro de su consciencia donde puede someterse a sus fantasías subjetivas. Esta interpretación también explicaría por qué él ve la figura femenina, que es una réplica de algunos de los rasgos femeninos de su psique. Ella es una prostituta sin forma, esponjosa, medio escondida, que representa la imagen, reprimida en su inconsciente, de una mujer a la que Henry nunca se habría acercado en la vida consciente. Ella habría sido siempre para él completamente tabú a pesar del hecho de que (como opuesto a una madre excesivamente venerada) la prostituta tuviera una secreta fascinación para él, como para todo hijo con complejo materno.

La idea de restringir las relaciones con una mujer a una sensualidad puramente animal, excluido todo sentimentalismo, tienta con frecuencia a los jóvenes de tal índole. En semejante unión él puede mantener sus sentimientos sin división y, por tanto, puede seguir siendo “sincero” con su madre en último sentido. De ese modo, a pesar de todo, el tabú establecido por la madre contra toda otra mujer permanece inflexiblemente efectivo en la psique del hijo.

Henry, que parece haberse retirado completamente al fondo de la cueva de su fantasía, ve a la prostituta sólo “desde atrás”. No se atreve a mirarla a la cara. Pero “por la espalda” también significa desde su lado menos humano: sus nalgas (es decir, la parte de su cuerpo que estimulará la actividad sensual del macho).

Al tocar las nalgas de la prostituta, Henry lleva a cabo inconscientemente una especie de rito de fertilidad, análogo a los ritos que se practican en muchas tribus primitivas. La imposición de manos y la curación van juntas con frecuencia; de la misma forma, tocar con la mano puede ser una defensa o una maldición.

Inmediatamente, le surge la idea de que la figura no es una mujer, sino una prostituta masculina. Así la figura se hace hermafrodítica, como muchas figuras mitológicas (y como la figura “sacerdotal” del primer sueño). La inseguridad concerniente a su propio sexo puede observarse con frecuencia en los púberes; y por esa razón, la homosexualidad en la adolescencia no se considera infrecuente. Ni es tal incertidumbre excepcional para un joven con la estructura psicológica de Henry; él ya ha dado a entender eso en algunos de sus primeros sueños.

Pero la represión (como la incertidumbre sexual) puede causar la confusión acerca del sexo de la prostituta. La figura femenina que, a la vez, atrajo y repelió al soñante, se transforma, primeramente en un hombre y después en un santo. La segunda transformación elimina de la imagen todo lo sexual e implica que el único medio de escapar de la realidad del sexo está en la adopción de una vida ascética y santa, negando la carne. Tales cambios dramáticos son corrientes en los sueños: algo se convierte en su opuesto (como la prostituta se vuelve un santo) para demostrar que con la transmutación aun los opuestos más extremos pueden cambiarse uno en otro.

Henry también vio algo significativo en la chaqueta del santo. Una chaqueta suele ser el símbolo de la cubierta protectora o máscara (que Jung llamó la persona) que un individuo presenta ante el mundo. Tiene dos propósitos: primero, producir una impresión específica en la demás gente; segundo, esconder el “sí-mismo” del individuo a los ojos escrutadores de los demás. La persona que Henry da en su sueño al santo nos dice algo de su actitud respecto a su novia y su amiga. La chaqueta del santo tiene el color del chaquetón de la amiga, que Henry ha admirado, pero también tiene la forma del chaquetón de la novia. Esto puede implicar que el inconsciente de Henry deseaba atribuir santidad a ambas mujeres con el fin de protegerse de sus atractivos femeninos. También la chaqueta es roja que (como ya hemos dicho antes) es tradicionalmente el color simbólico del sentimiento y la pasión. Eso da a la figura del santo una especie de espiritualidad erotizada, cualidad que se encuentra con frecuencia en los hombres que reprimen su propia sexualidad y tratan de fiarse solamente de su “espíritu” o razón.

Sin embargo, tal huida del mundo de la carne no es natural en el mundo de un joven. En la primera mitad de la vida deberíamos aprender a aceptar nuestra sexualidad; es esencial para la preservación y continuación de nuestra especie. El sueño parece estar recordando a Henry precisamente ese punto.

Cuando el santo deja la cueva y desciende al camino (descendiendo de las alturas hacia el valle), entra en otra cueva con sillas y bancos toscos, que recuerda uno de los lugares de oración de los cristianos primitivos y de refugio contra la persecución. Esta cueva parece un lugar sagrado, de curación, un lugar de meditación y del misterio de transformación de lo terrenal a lo celestial, de lo carnal a lo espiritual.

A Henry no se le permite seguir al santo, sino que se vuelve de la cueva con todos los presentes (es decir, con sus entidades inconscientes). Verosímilmente a Henry y a todos los otros que no son seguidores del santo se les está diciendo que tienen que vivir en el mundo exterior. El sueño parece decir que Henry tiene, primeramente, que triunfar en la vida exterior antes de sumergirse en una esfera religiosa o espiritual. La figura del santo también parece simbolizar (de un modo anticipatorio, relativamente indiferenciado) el “sí-mismo”, pero Henry aun no tiene suficiente madurez para permanecer junto a esa figura.

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