martes

LASAGNA CON ABRAZO



JUAN CARLOS ONETTI versus JULIO CORTÁZAR



H. G. V.



Rossina Salcedo, nuestra corresponsal en Buenos Aires, nos acaba de enviar un testimonio seductor y filoso como una joyita. Se titula Palabras mejores que el silencio… y vale la pena ampliarlo.



Porque esta foto y estos textos que publicamos no se pueden entender a fondo sin enhebrar la historia de un desencuentro, una lasagna y un abrazo.



Onetti y Cortázar se empezaron a querer y a admirar en la década del cuarenta en Buenos Aires.



Ya sobre los sesenta, al llegar a la escena de El perseguidor donde al saxofonista le avisan que murió su hijita, Onetti suspende enloquecidamente la lectura del cuento y termina encajándole un piñazo al botiquín y escribiendo con letras anaranjandas en el hueco que dejó un pedazo del espejo partido: Charlie brother se trata de Bee.



El cadáver de aquel botiquín obscenamente célebre permaneció en un rincón del baño mucho tiempo, como un objeto preparado que Duchamp hubiera envidiado hasta las lágrimas. Sufrí la condenación de verlo.



Hasta que un día Onetti me comentó que el relato de Julio debía ser maravilloso, pero que él se prohibió terminar de leerlo. Tanto El perseguidor como Babylon revisited le recordaban insoportablemente a su adorada hija Litty y no podían permanecer ni siquiera bajo su techo. Como judíos excomulgados.



También en esos tiempos me confesó que andaban distanciados con Cortázar, porque Juan le había escrito que prefería leer Rayuela (a la que consideraba un conjunto de hermosos cuentos revoltijeados pero no una novela) no como lector macho ni como lector hembra, sino siguiendo el orden de los números de la quiniela de Montevideo.



Pero fue un chiste, che. No sé por qué se ofenden, levantó las manos como un back que acaba de partir una tibia y un peroné y protesta por su inocencia.



En 1974, sin embargo, cuando vi por última vez a Cortázar en París, el gigante me mandó un abrazo para Juan como si tal cosa, después de haber aclarado -a propósito de un comentario que filtré sobre cierta acidez padecida personalmente- que los grandes tienen derecho a mandarse sus desplantes y que nosotros debíamos entenderlos.



Y yo era apenas un pendejo cargoso que había escrito algunos poemas como la gente y publicado dos libros narrativos ni siquiera malos del todo.



Pero la humildad y la honestidad de Onetti y de Cortázar eran dones inoxidables.



El Gran Cronopio, por ejemplo, en el momento de regalarme Octaedro, abrió el paraguas advirtiéndome que después de haber publicado El perseguidor se le había hecho casi imposible conservar el nivel de los cuentos.



Y me lo dijo con la minusválida sinceridad de un botija en un boliche.



A Juan, por otro lado, ya lo había escuchado profesar un mea culpa muy etílico por haber terminado Juntacadáveres sin que la cosa le cayera del cielo -o sea: forzando la mano- por obligaciones contractuales.



Demás está decir que esas son las lecciones que no hay que olvidar nunca cuando se habla de maestros. Porque esos son los sabios que saben: los que se conocen a sí mismos y no pueden mentir y al carajo con la prudencia y la astucia de lobby.



La foto que publicamos fue tomada durante el Coloquio del Cuento Latinoamericano que se realizó en La Sorbonne en 1980.



Uno de los organizadores, el catedrático Olver Gilberto De León, habla sobre este memorable encuentro en la primera parte del documental Itinerarios, realizado por Álvaro Moure Clouzet y estrenado hace cinco años en París.



Onetti se alojaba en lo de Olver, y una noche que fueron a cenar se le ocurrió comer lasagna y hubo que mandar hacerle una especialmente para él. Pero el antojo verdaderamente problemático que jadeó al poco rato el demiurgo sanmariano fue: Quiero ver a Julio.



A Olver se le alarmó el tic facial larseniano porque esa sí que era una misión para Tom Cruise and Company. Pero el ilustre carolino se tuvo fe y rastreó enseguida a Saúl Yurkievich -que terminó por ser el albacea de Cortázar- y al final de la sobremesa irrumpió el gigante de ojazos amarillos y se abrazaron largamente con Juan y se acabó el partido.



Ahora Rossina Salcedo nos envía la dedicatoria (con posdata y doble firma) que dibujó Onetti en un ejemplar de Dejemos hablar al viento y la preciosa respuesta de Cortázar a quien consideraba un Grande.




1) Para Julio Cortázar que abrió un boquete respiratorio en la literatura, tan anciana la pobre / Onetti / Con cariño no literario / Onetti



2) Paris, 12 de enero de 1980

Querido Onetti:



Una vez más encontré todo ahí, todo lo que te hace diferente y único entre nosotros. La gran maravilla es que el reencuentro no supone la menor reiteración ni la menor monotonía. Parecería casi imposible después de la saturación que dejan en la memoria tus libros anteriores, pero es así: todo es otra vez nuevo bajo el sol, mal que le pese al viejo Eclesiastés.



Con pocos escritores me ocurre eso. Los leo hasta un punto dado y después pienso, "muchachos, sigan solos, yo me corto en la esquina". Con los años, prefiero autores nuevos, probar otras marcas de whisky. Y ... pasa que tu novela es eso, siempre whisky pero con un sabor que es el mismo y diferente. Pasa que una vez más has escrito un gran libro, y lo que parecía irrepetible se repite sin repetirse, si me perdonás esta jerga que busca abrirse paso y se enreda un poco.



Medina, carajo. Qué tipo sos, Onetti. En fin, tu libro lo voy a caminar mucho por las calles de Paris (ojalá, alguna vez, de Buenos Aires).



Un abrazo,



Julio

1 comentario:

silvia zappia dijo...

gran nota, como grande es rossina


abrazos*

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