(Parte 1)
Tres notas donde acercamos material de interes para reflexionar e informarnos desde otro punto de vista que está sucediendo en Chile en este caso, como en otras ciudades del mundo, donde las manifestaciones toman protagonismo social en reclamos de estructurles este siglo XXI
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MEDIOS, MENTIRAS Y MARCHAS
La próxima gran manifestación tendrá que hacerse también contra los medios. Desde el estallido de las movilizaciones y la expansión de la indignación social, los medios de comunicación corporativos –desde las grandes cadenas de televisión al duopolio- se han consolidado como el gran instrumento para la contención discursiva de las corrientes sociales y políticas que inundan el país. La televisión y la prensa diaria entregan su propio y acomodado relato para difundir este trance que vive el país.
Se trata de un discurso funcional, sistémico, intensamente conservador, que busca generar miedo y rechazo en la audiencia. Una narración basada en la inseguridad ciudadana, en la desestabilización social impulsada por fuerzas disfuncionales. Un discurso clásico de la comunicación social, compartido, por cierto, por el ministerio del Interior, las fuerzas policiales y aquellos poderes que dirigen desde la sombra. Gran parte de la cobertura de la prensa sondea por los espacios posibles para demonizar o quebrar el movimiento. Los medios son el muro de contención ideológico del establishment político y económico. Ordenan, decoran y difunden el pensamiento sistémico, el afecto por la institucionalidad porque son parte de ella.
Existen múltiples formas de representación de la realidad. Ante las actuales manifestaciones y revueltas ciudadanas, la prensa sólo tiene ojos para ver lo más evidente, que es el efecto más superficial de causas mucho más profundas. Un poco por ceguera, pero mucho más por un sesgo ideológico, esta prensa puede crear todo tipo de filigranas y retórica para ocultar lo que para gran parte de la ciudadanía es la realidad. Bajo el relato del desorden y la inseguridad se evita el trasfondo político y su instalación en el centro de la agenda pública. Los medios discuten sobre imágenes y sus apariencias, pero son incapaces de observar procesos. Ven escasamente fragmentos de la totalidad.
¿Cuál es la funcionalidad de esa representación discontinua? Confundir para mantener y reforzar un modelo, el sistema político y económico que se instaló y amoldó en Chile desde las últimas décadas del siglo pasado. Todo lo que amenaza ese modelo está omitido o forma parte de las zonas oscuras de aquella imagen representada.
Pero los medios han sido desenmascarados. Y no sólo por analistas y activistas. Lo ha hecho el mismo movimiento ciudadano, que los ha colocado en el mismo lugar que ocupan las fuerzas policiales o la institucionalidad política. Estos medios ya perdieron su condición comunicadora; la única libertad de expresión posible es la de sus propios intereses. Su imbricación con las diferentes expresiones del poder es tan evidente, que han pasado a ser parte de ese mismo poder. La lucha por los cambios sociales y políticos necesariamente ha de hacerse contra esta prensa.
Los medios corporativos han sido una pieza fundamental para la mantención del modelo neoliberal, que hoy envía sus últimas y agónicas señales. Durante las más de dos décadas de la denominada “transición a la democracia” lograron transmitir un ideario no sólo político y económico, sino cultural, abarcando desde el consumo, la publicidad hasta la farándula. Han sido un canal de difusión, el rostro erótico-publicitario-consumista, de todos aquellos valores propios del posmodernismo y tan bien rentabilizados por el capitalismo global.
La fractura sistémica, que hoy cruza desde El Cairo, Madrid, Londres a Santiago, se ensancha y profundiza hasta las raíces mismas del modelo. Bajo el grito chileno que repudia el lucro en la educación se oye también un susurro en cada momento más intenso que rechaza las bases mismas de un sistema que ha comercializado todos los aspectos de la vida social. Es un nuevo discurso crítico, un nuevo paradigma cultural, que los medios se esfuerzan por opacar.
Lo que lograron hacer con gran eficiencia durante décadas, hoy parece no tener continuidad. Porque ante la fuerza del discurso crítico que emerge desde las calles e impregna los hogares y oficinas, los medios han quedado tan cristalizados como la misma institucionalidad política y económica: el poder establecido ante la fuerza de los cambios sólo puede reaccionar en defensa del statu quo. Así lo ha demostrado la historia y así lo observamos hoy en día.
El verdadero poder de las comunicaciones no está en los medios tradicionales, sino en las redes sociales. Las fuerzas ciudadanas ya no requieren ver la televisión o leer los diarios para informarse, sino activar su computador o teléfono celular lo que las hace comunicacionalmente autónomas. En el sentido inverso y muy atrás aparecen los medios, que hoy necesitan de las redes sociales para obtener información.
Ante este cambio, su función ha quedado relegada, además de la diversión, la publicidad y el comercio, a la representación política de las fuerzas de la reacción.
La próxima manifestación tiene que ser también contra estos medios.
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