miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS


TRIGÉSIMA ENTREGA

5 / SÍMBOLOS EN UN ANÁLISIS INDIVIDUAL (VI)

Jolande Jacobi

El comienzo del análisis

Hay la creencia, muy extendida, de que los métodos de la psicología junguiana sólo son aplicables a las personas de edad intermedia. En verdad, muchos hombres y mujeres llegan a la mediana edad sin alcanzar la madurez psicológica y, por tanto, es necesario ayudarlos en sus fases despreciadas de su desarrollo. No han completado la primera parte del proceso de individuación que ha descrito la doctora M.-L. von Franz. Pero también es verdad que una persona joven puede encontrar graves problemas en su desarrollo. Si una persona joven le teme a la vida y encuentra difícil ajustarse a la realidad, puede preferir refugiarse en sus fantasías o permanecer como un niño. En una persona joven así (especialmente si es introvertida) a veces se pueden descubrir inesperados tesoros en el inconsciente y, trayéndolos a la consciencia, fortalecer su ego y darle la energía psíquica que necesita para llegar a ser una persona madura.

Otros colaboradores de este libro han descrito la naturaleza de esos símbolos y el papel que desempeñan en la naturaleza psicológica humana. Es mi intención mostrar cómo el análisis puede ayudar al proceso de individuación tomando el ejemplo de un joven ingeniero de veinticinco años, al que llamaré Henry.

Henry procedía de un distrito rural del Este de Suiza. Su padre, de ascendencia campesina protestante, era médico general. Henry lo describía como un hombre de elevadas normas morales, pero un tanto retraído y difícil de comparar con otras personas. Más padre era para sus pacientes que para sus hijos. En el hogar, la madre de Henry era la personalidad dominante. “Fuimos educados por la fuerte mano de nuestra madre”, dijo en una ocasión. Ella procedía de una familia de ambiente académico y con amplios intereses artísticos. A pesar de su severidad, tenía un vasto horizonte espiritual; era impulsiva y romántica (sentía un gran amor por Italia). Aunque había nacido en el seno de una familia católica, sus hijos fueron educados en el protestantismo paterno. Henry tenía una hermana mayor que él, con la que se llevaba muy bien.

Henry era introvertido, tímido, de rasgos delicados y muy alto, de pelo rubio, frente alta y pálida y ojos azules con sombras oscuras. Él no creía que una neurosis (el motivo más corriente) le había llevado hasta mí, sino, más bien, una incitación interior a ocuparse de su psique. Sin embargo, un fuerte vínculo materno y el temor a comprometerse con la vida se ocultaban tras esa incitación; pero ambas cosas sólo se descubrieron durante el análisis que hicimos. Acababa de terminar sus estudios, de ocupar un puesto en una gran fábrica y se enfrentaba con los numerosos problemas de un joven en el umbral de la virilidad. “Me parece -escribió en una carta donde me pedía una entrevista- que esta parte de mi vida es particularmente importante y significativa. Tengo que decidir entre permanecer inconsciente en una seguridad bien protegida y aventurarme en un camino aun desconocido en el que tengo grandes esperanzas”. Por tanto, la elección con la que se enfrentaba era o permanecer como joven solitario, vacilante e irreal o convertirse en un adulto independiente y responsable.



Henry me dijo que prefería los libros a la sociedad; se sentía cohibido ante la gente, y con frecuencia se sentía atormentado con dudas y autocriticismo. Había leído mucho para su edad y tenía inclinación hacia el intelectualismo estético. Después de una primitiva etapa atea se hizo ferviente protestante, pero, al fin, su actitud religiosa llegó a ser completamente neutral. Eligió estudios técnicos porque se sentía con inclinación hacia las matemáticas y la geometría. Poseía una mente lógica, adiestrada en las ciencias físico-naturales, pero tenía también cierta propensión a lo irracional que no quería admitir ni ante sí mismo.

Unos dos años antes que comenzara su análisis, Henry se había comprometido con una muchacha católica de la parte francesa de Suiza. La describía como encantadora, eficiente y llena de iniciativas. Sin embargo, no estaba seguro de si debía cargar con la responsabilidad del matrimonio. Puesto que tenía tan escaso conocimiento acerca de las muchachas, pensó que sería mejor esperar o, incluso, permanecer soltero, dedicándose a una vida de estudios. Sus dudas eran lo bastante fuertes para impedirle llegar a una decisión; necesitó un paso más hacia la madurez antes que pudiera sentirse seguro de sí mismo.

Aunque en Henry se combinaban las cualidades de sus padres, estaba marcadamente vinculado a su madre. En su conciencia, estaba identificado con su madre verdadera (o “luz”), que representaba ideales elevados y ambiciones intelectuales. Pero en su inconsciente estaba profundamente en poder de los aspectos oscuros de su vinculación materna. Su inconsciente aun mantenía al ego en situación asfixiante. Todos sus netos pensamientos y sus esfuerzos para encontrar un punto de apoyo firme en lo puramente racional no eran más que un ejercicio intelectual.

La necesidad de escapar de esa “prisión materna” se expresaba en reacciones hostiles hacia su madre verdadera y a rechazar la “madre interior” como símbolo del lado femenino de su inconsciente. Pero una fuerza interior trataba de retrotraerlo a la niñez, haciendo resistencia a cuanto le atrajera hacia el mundo exterior. Aun los atractivos de su novia no fueron suficientes para librarle de sus lazos maternos y ayudarle a que se encontrara a sí mismo. No se daba cuenta de que su incitación interior a desarrollarse (que sentía con fuerza) incluía la necesidad de apartarse de su madre.

Mi labor analítica con Henry duró nueve meses. En total fueron 35 sesiones, en las que él expuso 50 sueños. Suele ser raro un análisis tan corto. Sólo es posible cuando hay sueños cargados de energía, como los de Henry, que aceleran el proceso de desarrollo. Por supuesto, desde el punto de vista junguiano, no hay norma alguna respecto al tiempo requerido para un análisis positivo. Todo depende de la predisposición del paciente a percibir hechos interiores y del material presentado por su inconsciente.

Al igual que la mayoría de los introvertidos, Henry llevaba una vida interior un tanto monótona. Durante el día estaba totalmente dedicado a su trabajo. Por la tarde, a veces salía con su novia o con sus amigos, con los cuales le gustaba hablar de literatura. Muy frecuentemente se sentaba en su alojamiento absorto en la lectura de un libro o en sus propios pensamientos. Aunque examinábamos regularmente los sucesos de su vida diaria, y también su niñez y adolescencia, por lo general, pronto veníamos a parar a la investigación de sus sueños y de los problemas que le planteaba su vida interior. Resultaba extraordinario ver de qué modo tan enérgico insistían los sueños en su “llamada” al desarrollo espiritual.

Pero debo aclarar que no todo lo descrito aquí se lo dije a Henry. En los análisis, siempre debemos tener presente cuán explosivos pueden ser para el soñante los símbolos de sus sueños. El analista difícilmente logra ser lo bastante cuidadoso y reservado. Si se echa una luz demasiado brillante sobre el lenguaje onírico de sus símbolos, el soñante puede caer en ansiedad y, de ese modo, desemboca en la racionalización como sistema de defensa. O puede no desear ya asimilarlos y caer en una grave crisis psíquica. También los sueños relatados y comentados aquí no son, en modo alguno, todos los sueños tenidos por Henry durante el análisis. Puedo exponer sólo algunos importantes que influyeron en su desarrollo.

Al comienzo de nuestra labor surgieron los recuerdos de niñez con importantes significados simbólicos. El más antiguo se remonta a cuando Henry tenía cuatro años. Dijo: “Una mañana me permitieron ir con mi madre a la panadería, y allí en la panadería me dieron un panecillo de media luna. No me comí el panecillo, pero lo llevaba ufanamente en la mano. Sólo estaban delante mi madre y la panadera; por tanto, yo era el único hombre.” A tales medias lunas se les llama popularmente “diente de luna”, y esa alusión simbólica a la luna subraya el poder dominante de lo femenino, un poder al que el niño podía haberse sentido expuesto y al que, como “único hombre”, se sentía orgulloso de enfrentarse.

Otro recuerdo de su niñez provenía de sus cinco años. Se refería a la hermana de Henry, que acababa de llegar a casa después de examinarse en la escuela y le encontró construyendo una cabaña de juguete. La cabaña estaba hecha con bloques de madera dispuestos en forma rectangular y rodeado con una especie de muro que parecía el almenado de un castillo. Henry estaba satisfecho de su obra, y dijo para hacer rabiar a su hermana: “Has comenzado en la escuela, pero ya estás de vacaciones”. La respuesta de su hermana de que él estaba siempre de vacaciones le contrarió mucho. Se sintió profundamente herido porque su “obra” no fue tomada en serio.

Aun, años después, Henry no había olvidado la amarga ofensa y la injusticia que sintió cuando su construcción fue rechazada. Sus problemas posteriores concernientes a la afirmación de su masculinidad y el conflicto entre valores racionales y valores fantásticos ya se ven en su primera experiencia. Y esos problemas también se han de ver en las imágenes de su primer sueño.

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