CONVERSANDO CON ARTIGAS
RICARDO AROCENA
Corría diciembre de 1812 y el enfrentamiento entre los orientales y el gobierno porteño estaba en pleno auge, afectando las operaciones militares contra la sitiada Montevideo, cuando los integrantes de elMontevideano / Laboratorio de Artes nos reunimos con Don José Artigas para recabar su opinión sobre cuanto estaba ocurriendo.
Desde la entrevista en las proximidades del Daymán, hacia finales de 1811, nos encontrábamos refugiados en Buenos Aires, luego de que a duras penas pudiéramos escapar a la represión desatada por las autoridades españolas, que inmediatamente de conocido el esfuerzo informativo habían ordenado detener a los periodistas involucrados. Por fortuna la resistencia patriota logró filtrar la información y conseguimos emigrar rumbo al exilio bonaerense, aunque no fue fácil eludir las "partidas" que se lanzaron tras de nosotros.
Ni bien cruzamos el Río de la Plata, fuimos acogidos por los colegas de La Gaceta Ministerial, algunos de los cuales se convertirían en compañeros entrañables durante nuestro destierro. Junto con ellos nos transformamos en privilegiados testigos de una pugna que en un principio a algunos les pareció que era de corte meramente personal, pero que muy pronto se revelaría como expresión de contradicciones de tipo mucho más sustancial y sobre la cual durante meses esperamos infructuosamente una justa dilucidación.
Cuando llegamos a la ciudad nos encontramos con una población convulsionada como consecuencia de los reveses militares y de la incertidumbre política suscitada por la orientación centralista y autoritaria del Triunvirato dirigido por Don Bernardino Rivadavia.
No habíamos terminado de desarmar las valijas y de acomodarnos en una de las tantas viviendas de paredes gruesas y tejas rojas, tan particulares del entorno urbano bonaerense, cuando nos enteramos que en Montevideo Gaspar de Vigodet había denunciado el Armisticio firmado con el gobierno porteño y que se disponía a reanudar la lucha, lo cual era una clara demostración de que lo que habían advertido los orientales, antes de iniciar su imponente peregrinación, no estaba tan desacertado.
La decisión del Gobernador pasó a ser el comentario obligado de la gente "de a pie", que impactada se nos acercaba al enterarse de nuestra condición de periodistas refugiados, para hacernos llegar su solidaridad para con el pueblo oriental, a la par que en voz baja reprobaba los manejos del gobierno.
Uno de nuestros puntos de reunión era el Café "de Marcó", verdadero "mentidero" político y punto de reencuentro de la bohemia ciudadana, que se encontraba a apenas dos cuadras de la Plaza de Mayo, frente al Colegio de San Carlos. Jugábamos en ese lugar al billar con algunos colegas porteños cuando nos confirman que Manuel de Sarratea sería enviado prontamente a orillas del Ayuí para reiniciar las operaciones militares en la Banda Oriental.
La noticia nos llenó de alegría y descorchamos para festejar un exclusivo Romanée-Conti que expresamente trajo el dueño del café, Don Pedro José Marcó, de la bodega, que había conseguido de un navegante francés, quien a su vez lo había obtenido en París, en un comercio que almacenaba bienes confiscados por la revolución a la familia real francesa.
Pero luego de los primeros brindis comenzamos a sospechar de posibles complots y maquinaciones contra Artigas y su gente, que lamentablemente más tarde se confirmarían. Es que no era un secreto para nadie, que el gobierno porteño abominaba de la presencia organizada de los patriotas orientales y de su cada vez más decidida autonomía.
Muy pronto se pondría en evidencia que el viaje de Sarratea a la cabeza de un importante contingente militar, tenía como objetivo desarticular al comando patriota y redistribuir sus tropas. Hasta el General De Vedia, de opiniones siempre ponderadas, acabaría comentándole a uno de nuestros corresponsales que la elección del porteño a la cabeza del Ejército era "un insulto, un desaire cometido por el gobierno central, hecho a Artigas, que estaba a la cabeza del pueblo oriental". Frente a la situación nos dispusimos a investigar sobre el tal Sarratea, de quien no teníamos muy buenas referencias.
Don Pedro Marcó, nos dio las pistas que precisábamos. Ocurre que el Bar se había transformado en un refugio adonde recostar nuestra nostalgia de patrias perdidas y amores lejanos, con versos propios y ajenos, entre rasguñar de guitarras y canturrear de canciones. En tales ocasiones el solidario propietario se sumaba con voz aguardentosa, para repetir añejos poemas, de poetas distantes, que luego terminábamos recitando al alimón:
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por dó me ha traído,
hallo, según por dó anduve perdido
que a mal mayor mal pudiera haber llegado;
Más cuando del camino estoy olvidado
a tanto mal no sé por dó he venido:
sé que me acabo, y más yo he sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Poemas como éste habían estrechado nuestra amistad. Uno de esos días, al enterarse de lo que nos inquietaba, nos comentó que el enviado porteño al Ayuí era un connotado francmasón que más de una vez había visitado el local, y que pertenecía, junto con otros "ilustres" del momento, a la legendaria Logia Lautaro. También agregó que si queríamos tener más información, que con tacto entrevistáramos a Lord Britton, quien alquilaba la casa que Sarratea tenía en Buenos Aires.
Con el pretexto de que queríamos escribir un artículo sobre inversiones con participación público privada, conferenciamos con el comerciante inglés, que nos recibió en una cómoda y bien amueblada casa de dos plantas. Luego de invitarnos con una copa se explayó largamente sobre las ventajas y desventajas de aquella coyuntura mercantil, pero fue recién luego de que el licor hizo lo suyo, que aludió a lo que nos interesaba. Y eso después de que con mil argucias lo fuimos conduciendo al tema.
Por él nos enteramos de la ascendencia que sobre Sarratea tenía el reputado Lord Strangford, que prácticamente lo dominaba al nivel del sometimiento. Britton nos señaló cosas que ya sabíamos pero que no estaba demás tener presente, como que el imperio inglés se apoyaba en hombres como él para someter la región platense, territorio que codiciaba por sus materias primas y mano de obra barata, pero que también podía servir como "vertedero de los excedentes de los bienes producidos en las fábricas inglesas".
Al cabo de la plática nos quedó muy claro que la patria oriental era vista con fines geopolíticos por intereses foráneos, que contemplaban preocupados la imprevista e incontenible insurgencia revolucionaria. Entre muchas otras cosas el inglés nos había confesado que la presencia británica en estas costas, además de consolidar el comercio, se disponía a "dirigir cualquier cambio que hubiera en la América española". Con esa frase resonando en nuestro corazón, nos despedimos del comerciante. No valía la pena responderle por aquello de "a lo del César lo que es del César...".
Urgía hablar con Artigas o alguno de sus correligionarios. Pero por diversas razones nos era imposible a los integrantes de elMontevideano / Laboratorio de Artes, concretar el viaje al Ayuí, por lo que había que esperar la llegada de algún emisario oriental para hacerle llegar nuestras inquietudes. Nuestra preocupación se incrementó cuando nos enteramos de las denuncias de algunos orientales disidentes de que hacia fines de agosto se habían producido espontáneas asambleas populares en el campamento patriota, promovidas por sectores radicales, en las que se había conminado al propio Artigas y en las que se exigía la ruptura total con el gobierno porteño.
No había que ser muy sagaz para adivinar que las asambleas eran una respuesta a la provocación del Triunvirato, que entre otras cosas había ordenado detener al Jefe oriental y remitirlo a la capital. Por eso fue con profunda emoción que, hacia principios de septiembre, nos encontramos con Don Manuel Martínez de Haedo, quien era portador de una contundente declaración de los comandantes orientales. Luego de "secuestrarlo" lo atosigamos a preguntas sobre los últimos acontecimientos y nos dispusimos a copiar la importante resolución para repartirla entre la gente amiga.
El tono de la carta enunciaba la descomunal tirantez a la que se había llegado. Por ejemplo, refiriéndose a Sarratea los comandantes apuntaban que: "resiste e insulta la voluntad de todos estos habitantes, desobedece el imperio de sus votos respetables y a los pocos que están bajo su alcance, los hace gemir bajo un yugo cien veces más oneroso y feroz que el de los déspotas de quienes tratamos de evadirnos".
El Triunvirato respondería calificando a Artigas como "hijo bastardo de América, a quien condecoró demasiado la patria". Ante la dureza de los términos, entre indignados y desafiantes, en nuestra condición de periodistas nos dirigimos al gobernante Don Juan José Passo, que ratifica el agravio, aunque atenuando en algo los términos. Firmemente interrogado por nosotros arremete contra la política artiguista diciendo que "cuando menos es errónea y cimentada en los más errados y perjudiciales principios".
Pero octubre arreciará con vientos de cambio y el "celebérrimo" acabará mordiéndose sus palabras. Hacia principios de mes casi simultáneamente se produce por un lado el nuevo sitio de Montevideo, dirigido por el gaucho oriental José Culta, y por el otro el desplome del gobierno porteño y su sustitución por el denominado "Segundo Triunvirato", que convoca a una asamblea Constituyente. Por ese entonces nos encontramos con Don Felipe Santiago Cardozo, con quien mantuvimos una cálida conversación.
Don Felipe es un hombre culto, afectuoso y siempre bien dispuesto, pero además de indudable firmeza, que más de una vez se jugó la vida por la revolución. En su opinión en las instituciones gubernamentales porteñas opera un funesto entramado corporativo, que conspira contra la causa federal y en particular contra Artigas y el pueblo oriental. Mientras esto nos decía, no podíamos dejar de pensar en los comentarios del flemático comerciante inglés, que muy posiblemente también perteneciera a la oculta hermandad.
Además de denunciar a los "pícaros francmasones", Cardozo se mostró partidario de una unión con el Paraguay y de la ruptura con el gobierno bonaerense, al extremo de que era partidario de que Sarratea fuera desalojado con sus tropas de la Banda Oriental, obligándoselo a dejar en el campamento "los pertrechos de guerra, como municiones, artillería y demás". Pero lo que más nos inquietó fue la confirmación de que algunos integrantes del gobierno estaban planificando el homicidio del Jefe oriental y de sus principales colaboradores.
Corría el mes de noviembre cuando un hecho de tantos, nos determinó a no seguir postergando nuestro encuentro con Artigas en el Ayuí. Un periodista de La Gaceta se nos acercó para invitarnos a una reunión con un patriota oriental, que resistía a los españoles en la clandestinidad, entre los muros de Montevideo. Lo que el hombre relató nos heló la sangre, aunque ya sabíamos del horror que se estaba sufriendo en nuestra tierra y nos hizo reflexionar que no podíamos continuar gimoteando tras la mesa de un bar, mientras se masacraba a nuestro pueblo.
Aquellas declaraciones fueron el detonante. No muchos días después partíamos para reencontrarnos con nuestra gente, que retornaba también del exilio. Luego de cruzar el Uruguay, ni bien vislumbramos las planicies del Río Yi, se nos erizó la piel. En aquellos entornos estaban las avanzadas del pueblo errante al que pertenecíamos. Cuando percibimos a nuestros compaisanos, la emoción se tornó en un gemido irresistible y el ¡Viva la patria! durante tanto tiempo reprimido, encontró eco entre quienes nos recibían.
El alboroto llegó hasta el propio General, que se preocupó de que fuéramos bien atendidos. Luego de interrogarnos minuciosamente sobre la situación en Buenos Aires, agendó la reunión que le solicitamos para el día siguiente. Muy pronto nos enteraríamos que nos tenía reservado algunos ofrecimientos.
El resto de los integrantes del equipo periodístico destinó a quien esto escribe a la conferencia con el Jefe oriental, para poder viajar adonde se encontraban otras figuras cardinales de la revolución. Artigas nos recibió temprano, cuando los calores de la mañana recién se estaban anunciando, cerca de la carreta adonde descansaba. Las finas arenas de la playa y el río que se perdía entre el monte autóctono, harían de telón de fondo del, por lo menos para nosotros, tan ansiado encuentro.
Luego que nos sentamos pidió que le contáramos sobre cuanto sucedía en Buenos Aires. Posteriormente tomó la palabra para solicitarnos que nos quedáramos en el campamento por lo menos hasta Navidad, mientras se elaboraba una trascendental declaración, a la que titularía "La Precisión del Yi”. Aspiraba a que colaboráramos con sus secretarios en la redacción de la proclama y en su distribución tanto en la capital porteña como en el resto de las Provincias.
Nos explicó que aquel iba a ser el documento oficial de ruptura con el centralismo representado por Sarratea, en el que reseñaría los incidentes entre orientales y porteños. Aunque también quería que sirviera para difundir la posición oriental durante la última dramática etapa y para exponer los condicionamientos para reiniciar el sitio de Montevideo. Obviamente nos apuramos a aceptar el ofrecimiento, lo que promovió el siguiente diálogo, que por su interés, y con el consentimiento del Jefe oriental, damos conocer al lector.
-General: es opinión de muchos, que si esperamos para marchar sobre Montevideo, a que el Triunvirato acepte nuestras condiciones, no vamos a salir del Yi.
-Mi apreciabilísimo paisano, al fin llegó nuestro deseado chasque de Buenos Aires, y queda a mis operaciones toda la libertad que quisiéramos ansiar.
-Hay gente con la ilusión de que el gobierno porteño se muestre dispuesto a conciliar...
-Ud. va a horrorizarse con el exceso de injusticia sobre el que se apoya el deseado gobierno nuevo...
-Pensar que teníamos la expectación de que los nuevos gobernantes fueran mejores que los primeros... Incluso especulábamos con que en alguno nos podíamos apoyar.
-Obviemos parangones... y oriéntese Ud. de todo.
-Muchos patriotas honestos se dejaron engañar con un supuesto cambio de actitud al enterarse de que un emisario había sido enviado para negociar.
-Llegó mi chasque a Buenos Aires, y las aclamaciones de aquel pueblo anunciaron su contento; en todos aquellos días no se hablaba de otra cosa que de la retirada de Sarratea y Viana y del brigadier y general don José Artigas, cuyos títulos, decía el gobierno, se habían anexado a la comisión de don Carlos de Alvear.
-Pero por lo visto se sumó a las provocaciones.
-Por desgracia llegó este en aquel tiempo y seguidamente el gobierno empezó a mostrar un oficio mío y de los comandantes de mis divisiones (se ignora si forjado en el Arroyo de la China o en Buenos Aires mismo) donde negábamos toda obediencia al gobierno y protestábamos no entrar por partido alguno.
-Son pícaros y mañosos.... Y quieren desacreditar a los orientales, en particular a Ud, mi General.
-Esta ficción produjo sobre el pueblo el efecto que los mandatarios deseaban, lo que visto por el conductor de mis pliegos, se apersonó ante el gobierno y les hizo ver todo lo contrario, convenciéndolos hasta la evidencia que aquello era solo parte de las intrigas de Sarratea: el pueblo otra vez volvió a emplearse en obsequio mío,
-Más que convencerse me parece que había otras razones más de fondo para que cambiaran de actitud.
-Y... anunciada ya una revolución muy próxima el gobierno temió, y por cortar aquel fuego fingió haber recibido comunicaciones del Arroyo de la China donde se le avisaba que el brigadier Artigas con sus tropas se había incorporado ya al ejército auxiliador después de la retirada de Alvear.
-¿Pero nadie reaccionó ante los manejos y chanchullos?
-Sosegada así la masa del pueblo, no sucedió lo mismo con las personas sensatas que conocieron el fondo de la intriga, -entre ellos Larrea y el vocal Peña pidieron al gobierno la retirada de Viana y Sarratea, y el mando del ejército en mi persona, una vez que el gobierno no podía asignar ya un motivo que lo autorizase el haberme despojado de él y que sino obstante la defensa que hacía de mi contra las intrigas del Arroyo de la China el conductor de mis pliegos, no podía satisfacerse el gobierno, que ellos vendrían en persona a tratar conmigo
-Imagino la reacción de Buenos Aires...
-Esta propuesta no les fue admitida a pretexto de que el gobierno no debía volver a rebajarse una vez que yo había despreciado a su emisario.
-Extraño emisario que por lo que ha trascendido tenía órdenes de reducirlo del modo más insinuante e impreciso, con inconfesables fines. ¿Y cómo reaccionó su gente?
-Repusieron mis defensores que la certeza de aquel desprecio era la cuestión, pero de ningún modo hubo remedio y mi oficial fue arrestado, tuvo después la ciudad por cárcel y finalmente tuvo que fugar para incorporárseme sin traerme más que una carta de un grande amigo nuestro cuya copia tengo el gusto de adjuntar a V. S.
-Hablamos con su amigo antes en Buenos Aires, en el local de "Marcó" y nos imaginamos lo que dice la carta. Es evidente que poderosos intereses a los que no les agrada la revolución oriental, se mueven tras el gobierno.
-Yo no sé si las intrigas son forjadas solo en el Arroyo de la China para alucinar a todos los funcionarios del gobierno o si el presidente Passo y el vocal Jonte están complotados para ellas con aquellos jefes, porque mi oficial sufrió arresto no obstante las declamaciones del vocal Peña.
-Puedo confirmarle que Passo se sumó a las patrañas con duras manifestaciones, por lo que no creo que esté al margen de lo que ocurre. El problema es que si se continúa con el exceso de tratarnos a los orientales como enemigos no queda otra alternativa que sostener una conducta idéntica, pero sancionada por la razón.
-De todos modos, el pueblo de Buenos Aires es nuestro, y el seguramente habría prodigado su sangre a favor de nuestro empeño a no haber sido contenido por las notas que se le dieron de habernos ya compuesto.
-También nos enteramos que el gobierno había ordenado detener a cualquiera que fuera enviado por Ud., retirándoseles pliegos y papeles. Por su parte Alvear se mostró como un individuo cínico y tortuoso desde su retorno a la ciudad.
-Se me olvidaba decir a Ud. que al llegar a Buenos Aires dijo que una partida mía le había quitado violentamente los pliegos que conducía para mí. Mire Ud. si esto es compatible con la confidencialidad en que me los incluía, y con el motivo de su retirada que me la fundamentó Sarratea en haberse cansado de aguardar mi contestación...
-Es evidente que Alvear fue el cebo para que Ud. cayera. Querían separarlo de su campo con lóbregos fines, como se lo alertó su compadre Cardoso.
-Mi paisano, no hay remedio: si mi moderación me ha hecho dar algunos pasos políticos e impidió ostentase yo mi justicia al tener todo en mi mano en el Ayuí, una falta de recursos podría hora arredrarme y obligarme al retiro de mi casa. (Artigas muestra una sonrisa cansada)
-Ambos sabemos que tal extremo no va a ocurrir. Sin ambages Artigas, lo que realmente preocupa son las permanentes conspiraciones para quitarlo del mando...
-Pero todo está todavía en mi mano, y penetrado del sistema santo, derramada tanta sangre por él, vueltos todos pobres y llenos de trabajo solo por plantarlo, es preciso no permitamos que tantas pérdidas y desvelos se prodigasen solo para sostener una tiranía nueva.
-Por algunos comentarios de gente con la que nos encontramos durante nuestro viaje, Sarratea está visitando vecinos, dice que para desengañarlos de la influencia suya y para que apoyen a la que denomina como "verdadera causa de la patria". ¿Qué va a pasar de acá en más?
-Yo voy a continuar mis sacrificios por la libertad.
-No lo dudo. Pero Montevideo parece tan cerca y a la vez tan lejos... ¿Cómo evitar que los paisanos se dejen llevar por palabras dulces, que a la postre les habrán de amargar?
-He tomado ya mis medidas y la excursión de una de ellas la reservo a Ud.
-Con todo gusto mis compañeros y yo llevaremos adelante lo que nos propone. Pero... ¿cuáles son las directivas para tantos orientales que andan diseminados y confundidos por los campos o en las ciudades?
-Los paisanos que andan por ahí es preciso que se reúnan o al menos que tenga yo en mi poder sus armas.
-¿Y cuáles serían los plazos?
-Esto con toda la brevedad posible, y no dudo que Ud. influirá lo bastante para su logro oportuno.
-Haremos lo que nos pide, mi General. Pero hablándole desde mi corazón quiero decirle que el último período ha sido de confusión para el bando patriota. Todo está revuelto al punto de que ya no son tan claros los objetivos,.. .o por lo menos se tornó más difícil alcanzarlos.
-Nada más fácil que llenar nuestro objeto. Si somos sensibles al honor, si las lágrimas de nuestros conciudadanos nos mueven, y si una libertad que ha traído la desolación, la miseria y la muerte a nuestro suelo, debe plantarse, continuemos nuestro afán que el fruto deseado casi ya lo tocamos.
-Como dijo el poeta chileno, que llegue de una vez la revolución idolatrada, o la definitiva mentira patriarcal... A veces dan ganas de que todo esto termine..., aunque se queden con todo...
-No nos cubramos de oprobio después de tanto trabajar, doblando nuestros cuellos delante de unos déspotas nacidos en medio de nosotros y que quieren levantar sus tronos proclamando sacrílegamente el sistema adorable de los pueblos. Si se decreta la ruina de sus defensores ¿con qué objetivo han sido nuestros afanes, la orfandad y llanto de nuestras familias y la destrucción de nuestros hogares?
-Algo similar escribió en uno de sus cuadros sobre la revolución francesa, el pintor francés David; haciendo referencia a lo que sobrevino se pregunta: "¿Valió la pena hacerse matar?" Ante tanto fariseo queriendo quedarse con nuestras fatigas, hay momentos, mi compadre, en que nos sentimos agobiados....
-¡La constancia y la energía van a llenarnos de gloria...! -tronó Artigas..., para luego agregar en voz queda, con ternura y picardía, mientras se levantaba para recibir a uno de sus colaboradores:
-...con la que se lisonjea saludar a Ud. su afabilísimo paisano.
Costa del Yi, 20 de diciembre de 1812.
RICARDO AROCENA
Corría diciembre de 1812 y el enfrentamiento entre los orientales y el gobierno porteño estaba en pleno auge, afectando las operaciones militares contra la sitiada Montevideo, cuando los integrantes de elMontevideano / Laboratorio de Artes nos reunimos con Don José Artigas para recabar su opinión sobre cuanto estaba ocurriendo.
Desde la entrevista en las proximidades del Daymán, hacia finales de 1811, nos encontrábamos refugiados en Buenos Aires, luego de que a duras penas pudiéramos escapar a la represión desatada por las autoridades españolas, que inmediatamente de conocido el esfuerzo informativo habían ordenado detener a los periodistas involucrados. Por fortuna la resistencia patriota logró filtrar la información y conseguimos emigrar rumbo al exilio bonaerense, aunque no fue fácil eludir las "partidas" que se lanzaron tras de nosotros.
Ni bien cruzamos el Río de la Plata, fuimos acogidos por los colegas de La Gaceta Ministerial, algunos de los cuales se convertirían en compañeros entrañables durante nuestro destierro. Junto con ellos nos transformamos en privilegiados testigos de una pugna que en un principio a algunos les pareció que era de corte meramente personal, pero que muy pronto se revelaría como expresión de contradicciones de tipo mucho más sustancial y sobre la cual durante meses esperamos infructuosamente una justa dilucidación.
Cuando llegamos a la ciudad nos encontramos con una población convulsionada como consecuencia de los reveses militares y de la incertidumbre política suscitada por la orientación centralista y autoritaria del Triunvirato dirigido por Don Bernardino Rivadavia.
No habíamos terminado de desarmar las valijas y de acomodarnos en una de las tantas viviendas de paredes gruesas y tejas rojas, tan particulares del entorno urbano bonaerense, cuando nos enteramos que en Montevideo Gaspar de Vigodet había denunciado el Armisticio firmado con el gobierno porteño y que se disponía a reanudar la lucha, lo cual era una clara demostración de que lo que habían advertido los orientales, antes de iniciar su imponente peregrinación, no estaba tan desacertado.
La decisión del Gobernador pasó a ser el comentario obligado de la gente "de a pie", que impactada se nos acercaba al enterarse de nuestra condición de periodistas refugiados, para hacernos llegar su solidaridad para con el pueblo oriental, a la par que en voz baja reprobaba los manejos del gobierno.
Uno de nuestros puntos de reunión era el Café "de Marcó", verdadero "mentidero" político y punto de reencuentro de la bohemia ciudadana, que se encontraba a apenas dos cuadras de la Plaza de Mayo, frente al Colegio de San Carlos. Jugábamos en ese lugar al billar con algunos colegas porteños cuando nos confirman que Manuel de Sarratea sería enviado prontamente a orillas del Ayuí para reiniciar las operaciones militares en la Banda Oriental.
La noticia nos llenó de alegría y descorchamos para festejar un exclusivo Romanée-Conti que expresamente trajo el dueño del café, Don Pedro José Marcó, de la bodega, que había conseguido de un navegante francés, quien a su vez lo había obtenido en París, en un comercio que almacenaba bienes confiscados por la revolución a la familia real francesa.
Pero luego de los primeros brindis comenzamos a sospechar de posibles complots y maquinaciones contra Artigas y su gente, que lamentablemente más tarde se confirmarían. Es que no era un secreto para nadie, que el gobierno porteño abominaba de la presencia organizada de los patriotas orientales y de su cada vez más decidida autonomía.
Muy pronto se pondría en evidencia que el viaje de Sarratea a la cabeza de un importante contingente militar, tenía como objetivo desarticular al comando patriota y redistribuir sus tropas. Hasta el General De Vedia, de opiniones siempre ponderadas, acabaría comentándole a uno de nuestros corresponsales que la elección del porteño a la cabeza del Ejército era "un insulto, un desaire cometido por el gobierno central, hecho a Artigas, que estaba a la cabeza del pueblo oriental". Frente a la situación nos dispusimos a investigar sobre el tal Sarratea, de quien no teníamos muy buenas referencias.
Don Pedro Marcó, nos dio las pistas que precisábamos. Ocurre que el Bar se había transformado en un refugio adonde recostar nuestra nostalgia de patrias perdidas y amores lejanos, con versos propios y ajenos, entre rasguñar de guitarras y canturrear de canciones. En tales ocasiones el solidario propietario se sumaba con voz aguardentosa, para repetir añejos poemas, de poetas distantes, que luego terminábamos recitando al alimón:
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por dó me ha traído,
hallo, según por dó anduve perdido
que a mal mayor mal pudiera haber llegado;
Más cuando del camino estoy olvidado
a tanto mal no sé por dó he venido:
sé que me acabo, y más yo he sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Poemas como éste habían estrechado nuestra amistad. Uno de esos días, al enterarse de lo que nos inquietaba, nos comentó que el enviado porteño al Ayuí era un connotado francmasón que más de una vez había visitado el local, y que pertenecía, junto con otros "ilustres" del momento, a la legendaria Logia Lautaro. También agregó que si queríamos tener más información, que con tacto entrevistáramos a Lord Britton, quien alquilaba la casa que Sarratea tenía en Buenos Aires.
Con el pretexto de que queríamos escribir un artículo sobre inversiones con participación público privada, conferenciamos con el comerciante inglés, que nos recibió en una cómoda y bien amueblada casa de dos plantas. Luego de invitarnos con una copa se explayó largamente sobre las ventajas y desventajas de aquella coyuntura mercantil, pero fue recién luego de que el licor hizo lo suyo, que aludió a lo que nos interesaba. Y eso después de que con mil argucias lo fuimos conduciendo al tema.
Por él nos enteramos de la ascendencia que sobre Sarratea tenía el reputado Lord Strangford, que prácticamente lo dominaba al nivel del sometimiento. Britton nos señaló cosas que ya sabíamos pero que no estaba demás tener presente, como que el imperio inglés se apoyaba en hombres como él para someter la región platense, territorio que codiciaba por sus materias primas y mano de obra barata, pero que también podía servir como "vertedero de los excedentes de los bienes producidos en las fábricas inglesas".
Al cabo de la plática nos quedó muy claro que la patria oriental era vista con fines geopolíticos por intereses foráneos, que contemplaban preocupados la imprevista e incontenible insurgencia revolucionaria. Entre muchas otras cosas el inglés nos había confesado que la presencia británica en estas costas, además de consolidar el comercio, se disponía a "dirigir cualquier cambio que hubiera en la América española". Con esa frase resonando en nuestro corazón, nos despedimos del comerciante. No valía la pena responderle por aquello de "a lo del César lo que es del César...".
Urgía hablar con Artigas o alguno de sus correligionarios. Pero por diversas razones nos era imposible a los integrantes de elMontevideano / Laboratorio de Artes, concretar el viaje al Ayuí, por lo que había que esperar la llegada de algún emisario oriental para hacerle llegar nuestras inquietudes. Nuestra preocupación se incrementó cuando nos enteramos de las denuncias de algunos orientales disidentes de que hacia fines de agosto se habían producido espontáneas asambleas populares en el campamento patriota, promovidas por sectores radicales, en las que se había conminado al propio Artigas y en las que se exigía la ruptura total con el gobierno porteño.
No había que ser muy sagaz para adivinar que las asambleas eran una respuesta a la provocación del Triunvirato, que entre otras cosas había ordenado detener al Jefe oriental y remitirlo a la capital. Por eso fue con profunda emoción que, hacia principios de septiembre, nos encontramos con Don Manuel Martínez de Haedo, quien era portador de una contundente declaración de los comandantes orientales. Luego de "secuestrarlo" lo atosigamos a preguntas sobre los últimos acontecimientos y nos dispusimos a copiar la importante resolución para repartirla entre la gente amiga.
El tono de la carta enunciaba la descomunal tirantez a la que se había llegado. Por ejemplo, refiriéndose a Sarratea los comandantes apuntaban que: "resiste e insulta la voluntad de todos estos habitantes, desobedece el imperio de sus votos respetables y a los pocos que están bajo su alcance, los hace gemir bajo un yugo cien veces más oneroso y feroz que el de los déspotas de quienes tratamos de evadirnos".
El Triunvirato respondería calificando a Artigas como "hijo bastardo de América, a quien condecoró demasiado la patria". Ante la dureza de los términos, entre indignados y desafiantes, en nuestra condición de periodistas nos dirigimos al gobernante Don Juan José Passo, que ratifica el agravio, aunque atenuando en algo los términos. Firmemente interrogado por nosotros arremete contra la política artiguista diciendo que "cuando menos es errónea y cimentada en los más errados y perjudiciales principios".
Pero octubre arreciará con vientos de cambio y el "celebérrimo" acabará mordiéndose sus palabras. Hacia principios de mes casi simultáneamente se produce por un lado el nuevo sitio de Montevideo, dirigido por el gaucho oriental José Culta, y por el otro el desplome del gobierno porteño y su sustitución por el denominado "Segundo Triunvirato", que convoca a una asamblea Constituyente. Por ese entonces nos encontramos con Don Felipe Santiago Cardozo, con quien mantuvimos una cálida conversación.
Don Felipe es un hombre culto, afectuoso y siempre bien dispuesto, pero además de indudable firmeza, que más de una vez se jugó la vida por la revolución. En su opinión en las instituciones gubernamentales porteñas opera un funesto entramado corporativo, que conspira contra la causa federal y en particular contra Artigas y el pueblo oriental. Mientras esto nos decía, no podíamos dejar de pensar en los comentarios del flemático comerciante inglés, que muy posiblemente también perteneciera a la oculta hermandad.
Además de denunciar a los "pícaros francmasones", Cardozo se mostró partidario de una unión con el Paraguay y de la ruptura con el gobierno bonaerense, al extremo de que era partidario de que Sarratea fuera desalojado con sus tropas de la Banda Oriental, obligándoselo a dejar en el campamento "los pertrechos de guerra, como municiones, artillería y demás". Pero lo que más nos inquietó fue la confirmación de que algunos integrantes del gobierno estaban planificando el homicidio del Jefe oriental y de sus principales colaboradores.
Corría el mes de noviembre cuando un hecho de tantos, nos determinó a no seguir postergando nuestro encuentro con Artigas en el Ayuí. Un periodista de La Gaceta se nos acercó para invitarnos a una reunión con un patriota oriental, que resistía a los españoles en la clandestinidad, entre los muros de Montevideo. Lo que el hombre relató nos heló la sangre, aunque ya sabíamos del horror que se estaba sufriendo en nuestra tierra y nos hizo reflexionar que no podíamos continuar gimoteando tras la mesa de un bar, mientras se masacraba a nuestro pueblo.
Aquellas declaraciones fueron el detonante. No muchos días después partíamos para reencontrarnos con nuestra gente, que retornaba también del exilio. Luego de cruzar el Uruguay, ni bien vislumbramos las planicies del Río Yi, se nos erizó la piel. En aquellos entornos estaban las avanzadas del pueblo errante al que pertenecíamos. Cuando percibimos a nuestros compaisanos, la emoción se tornó en un gemido irresistible y el ¡Viva la patria! durante tanto tiempo reprimido, encontró eco entre quienes nos recibían.
El alboroto llegó hasta el propio General, que se preocupó de que fuéramos bien atendidos. Luego de interrogarnos minuciosamente sobre la situación en Buenos Aires, agendó la reunión que le solicitamos para el día siguiente. Muy pronto nos enteraríamos que nos tenía reservado algunos ofrecimientos.
El resto de los integrantes del equipo periodístico destinó a quien esto escribe a la conferencia con el Jefe oriental, para poder viajar adonde se encontraban otras figuras cardinales de la revolución. Artigas nos recibió temprano, cuando los calores de la mañana recién se estaban anunciando, cerca de la carreta adonde descansaba. Las finas arenas de la playa y el río que se perdía entre el monte autóctono, harían de telón de fondo del, por lo menos para nosotros, tan ansiado encuentro.
Luego que nos sentamos pidió que le contáramos sobre cuanto sucedía en Buenos Aires. Posteriormente tomó la palabra para solicitarnos que nos quedáramos en el campamento por lo menos hasta Navidad, mientras se elaboraba una trascendental declaración, a la que titularía "La Precisión del Yi”. Aspiraba a que colaboráramos con sus secretarios en la redacción de la proclama y en su distribución tanto en la capital porteña como en el resto de las Provincias.
Nos explicó que aquel iba a ser el documento oficial de ruptura con el centralismo representado por Sarratea, en el que reseñaría los incidentes entre orientales y porteños. Aunque también quería que sirviera para difundir la posición oriental durante la última dramática etapa y para exponer los condicionamientos para reiniciar el sitio de Montevideo. Obviamente nos apuramos a aceptar el ofrecimiento, lo que promovió el siguiente diálogo, que por su interés, y con el consentimiento del Jefe oriental, damos conocer al lector.
-General: es opinión de muchos, que si esperamos para marchar sobre Montevideo, a que el Triunvirato acepte nuestras condiciones, no vamos a salir del Yi.
-Mi apreciabilísimo paisano, al fin llegó nuestro deseado chasque de Buenos Aires, y queda a mis operaciones toda la libertad que quisiéramos ansiar.
-Hay gente con la ilusión de que el gobierno porteño se muestre dispuesto a conciliar...
-Ud. va a horrorizarse con el exceso de injusticia sobre el que se apoya el deseado gobierno nuevo...
-Pensar que teníamos la expectación de que los nuevos gobernantes fueran mejores que los primeros... Incluso especulábamos con que en alguno nos podíamos apoyar.
-Obviemos parangones... y oriéntese Ud. de todo.
-Muchos patriotas honestos se dejaron engañar con un supuesto cambio de actitud al enterarse de que un emisario había sido enviado para negociar.
-Llegó mi chasque a Buenos Aires, y las aclamaciones de aquel pueblo anunciaron su contento; en todos aquellos días no se hablaba de otra cosa que de la retirada de Sarratea y Viana y del brigadier y general don José Artigas, cuyos títulos, decía el gobierno, se habían anexado a la comisión de don Carlos de Alvear.
-Pero por lo visto se sumó a las provocaciones.
-Por desgracia llegó este en aquel tiempo y seguidamente el gobierno empezó a mostrar un oficio mío y de los comandantes de mis divisiones (se ignora si forjado en el Arroyo de la China o en Buenos Aires mismo) donde negábamos toda obediencia al gobierno y protestábamos no entrar por partido alguno.
-Son pícaros y mañosos.... Y quieren desacreditar a los orientales, en particular a Ud, mi General.
-Esta ficción produjo sobre el pueblo el efecto que los mandatarios deseaban, lo que visto por el conductor de mis pliegos, se apersonó ante el gobierno y les hizo ver todo lo contrario, convenciéndolos hasta la evidencia que aquello era solo parte de las intrigas de Sarratea: el pueblo otra vez volvió a emplearse en obsequio mío,
-Más que convencerse me parece que había otras razones más de fondo para que cambiaran de actitud.
-Y... anunciada ya una revolución muy próxima el gobierno temió, y por cortar aquel fuego fingió haber recibido comunicaciones del Arroyo de la China donde se le avisaba que el brigadier Artigas con sus tropas se había incorporado ya al ejército auxiliador después de la retirada de Alvear.
-¿Pero nadie reaccionó ante los manejos y chanchullos?
-Sosegada así la masa del pueblo, no sucedió lo mismo con las personas sensatas que conocieron el fondo de la intriga, -entre ellos Larrea y el vocal Peña pidieron al gobierno la retirada de Viana y Sarratea, y el mando del ejército en mi persona, una vez que el gobierno no podía asignar ya un motivo que lo autorizase el haberme despojado de él y que sino obstante la defensa que hacía de mi contra las intrigas del Arroyo de la China el conductor de mis pliegos, no podía satisfacerse el gobierno, que ellos vendrían en persona a tratar conmigo
-Imagino la reacción de Buenos Aires...
-Esta propuesta no les fue admitida a pretexto de que el gobierno no debía volver a rebajarse una vez que yo había despreciado a su emisario.
-Extraño emisario que por lo que ha trascendido tenía órdenes de reducirlo del modo más insinuante e impreciso, con inconfesables fines. ¿Y cómo reaccionó su gente?
-Repusieron mis defensores que la certeza de aquel desprecio era la cuestión, pero de ningún modo hubo remedio y mi oficial fue arrestado, tuvo después la ciudad por cárcel y finalmente tuvo que fugar para incorporárseme sin traerme más que una carta de un grande amigo nuestro cuya copia tengo el gusto de adjuntar a V. S.
-Hablamos con su amigo antes en Buenos Aires, en el local de "Marcó" y nos imaginamos lo que dice la carta. Es evidente que poderosos intereses a los que no les agrada la revolución oriental, se mueven tras el gobierno.
-Yo no sé si las intrigas son forjadas solo en el Arroyo de la China para alucinar a todos los funcionarios del gobierno o si el presidente Passo y el vocal Jonte están complotados para ellas con aquellos jefes, porque mi oficial sufrió arresto no obstante las declamaciones del vocal Peña.
-Puedo confirmarle que Passo se sumó a las patrañas con duras manifestaciones, por lo que no creo que esté al margen de lo que ocurre. El problema es que si se continúa con el exceso de tratarnos a los orientales como enemigos no queda otra alternativa que sostener una conducta idéntica, pero sancionada por la razón.
-De todos modos, el pueblo de Buenos Aires es nuestro, y el seguramente habría prodigado su sangre a favor de nuestro empeño a no haber sido contenido por las notas que se le dieron de habernos ya compuesto.
-También nos enteramos que el gobierno había ordenado detener a cualquiera que fuera enviado por Ud., retirándoseles pliegos y papeles. Por su parte Alvear se mostró como un individuo cínico y tortuoso desde su retorno a la ciudad.
-Se me olvidaba decir a Ud. que al llegar a Buenos Aires dijo que una partida mía le había quitado violentamente los pliegos que conducía para mí. Mire Ud. si esto es compatible con la confidencialidad en que me los incluía, y con el motivo de su retirada que me la fundamentó Sarratea en haberse cansado de aguardar mi contestación...
-Es evidente que Alvear fue el cebo para que Ud. cayera. Querían separarlo de su campo con lóbregos fines, como se lo alertó su compadre Cardoso.
-Mi paisano, no hay remedio: si mi moderación me ha hecho dar algunos pasos políticos e impidió ostentase yo mi justicia al tener todo en mi mano en el Ayuí, una falta de recursos podría hora arredrarme y obligarme al retiro de mi casa. (Artigas muestra una sonrisa cansada)
-Ambos sabemos que tal extremo no va a ocurrir. Sin ambages Artigas, lo que realmente preocupa son las permanentes conspiraciones para quitarlo del mando...
-Pero todo está todavía en mi mano, y penetrado del sistema santo, derramada tanta sangre por él, vueltos todos pobres y llenos de trabajo solo por plantarlo, es preciso no permitamos que tantas pérdidas y desvelos se prodigasen solo para sostener una tiranía nueva.
-Por algunos comentarios de gente con la que nos encontramos durante nuestro viaje, Sarratea está visitando vecinos, dice que para desengañarlos de la influencia suya y para que apoyen a la que denomina como "verdadera causa de la patria". ¿Qué va a pasar de acá en más?
-Yo voy a continuar mis sacrificios por la libertad.
-No lo dudo. Pero Montevideo parece tan cerca y a la vez tan lejos... ¿Cómo evitar que los paisanos se dejen llevar por palabras dulces, que a la postre les habrán de amargar?
-He tomado ya mis medidas y la excursión de una de ellas la reservo a Ud.
-Con todo gusto mis compañeros y yo llevaremos adelante lo que nos propone. Pero... ¿cuáles son las directivas para tantos orientales que andan diseminados y confundidos por los campos o en las ciudades?
-Los paisanos que andan por ahí es preciso que se reúnan o al menos que tenga yo en mi poder sus armas.
-¿Y cuáles serían los plazos?
-Esto con toda la brevedad posible, y no dudo que Ud. influirá lo bastante para su logro oportuno.
-Haremos lo que nos pide, mi General. Pero hablándole desde mi corazón quiero decirle que el último período ha sido de confusión para el bando patriota. Todo está revuelto al punto de que ya no son tan claros los objetivos,.. .o por lo menos se tornó más difícil alcanzarlos.
-Nada más fácil que llenar nuestro objeto. Si somos sensibles al honor, si las lágrimas de nuestros conciudadanos nos mueven, y si una libertad que ha traído la desolación, la miseria y la muerte a nuestro suelo, debe plantarse, continuemos nuestro afán que el fruto deseado casi ya lo tocamos.
-Como dijo el poeta chileno, que llegue de una vez la revolución idolatrada, o la definitiva mentira patriarcal... A veces dan ganas de que todo esto termine..., aunque se queden con todo...
-No nos cubramos de oprobio después de tanto trabajar, doblando nuestros cuellos delante de unos déspotas nacidos en medio de nosotros y que quieren levantar sus tronos proclamando sacrílegamente el sistema adorable de los pueblos. Si se decreta la ruina de sus defensores ¿con qué objetivo han sido nuestros afanes, la orfandad y llanto de nuestras familias y la destrucción de nuestros hogares?
-Algo similar escribió en uno de sus cuadros sobre la revolución francesa, el pintor francés David; haciendo referencia a lo que sobrevino se pregunta: "¿Valió la pena hacerse matar?" Ante tanto fariseo queriendo quedarse con nuestras fatigas, hay momentos, mi compadre, en que nos sentimos agobiados....
-¡La constancia y la energía van a llenarnos de gloria...! -tronó Artigas..., para luego agregar en voz queda, con ternura y picardía, mientras se levantaba para recibir a uno de sus colaboradores:
-...con la que se lisonjea saludar a Ud. su afabilísimo paisano.
Costa del Yi, 20 de diciembre de 1812.
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