jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE / MI HERMANA Y YO


TRIGÉSIMA ENTREGA

CAPÍTULO UNDÉCIMO (II)

21

Todas las cosas, aun las más sublimes, decía Kant, se empequeñecen en manos del hombre cuando transforma las ideas para provecho propio. ¡Introducimos nuestras manos en el palomar del ideal de Platón y retiramos, no una paloma, sino un ave mecanizada!

¿Qué retiran los llamados nietzscheanos, de la guardia del león de mi filosofía? No a Daniel, el Superhombre, que desafía a los monarcas de los hombres y de las bestias, sino al mismo león, el rey de la selva, tratando de sojuzgar a toda la civilización y la cultura bajo su salvaje voluntad. Rebajan mi sistema de pensamiento al bruto naturalismo contra el cual me he rebelado: si el hombre está atrapado en el estado estático de su calidad de bestia, toda la cultura es entonces un fraude, y ¡dispararé contra el primer hombre que mencione a Goethe o a Shakespeare! (1)

El hombre pertenece a un nivel integralmente diferente de la bestia, asciende por siempre los peldaños de la existencia, y si hay un mono en nosotros, hay también un ángel que trata de librarse de nuestra brutalidad y de nuestras calidad de humanos. El Superhombre no pertenece a mi fantasía privada, es una realidad de nuestra naturaleza biológica y espiritual, y si he inducido a la gente a creer otra cosa, grito a viva voz: ¡mea culpa!

La humanidad se ha empantanado profundamente en la bestialidad: ¿debo vivir para ver que mi filosofía ha sido utilizada para orientar al espíritu humano a hundirse más en el fango? ¡Antes que esta tragedia suceda estaré completamente loco y moriré!

22

¿Murió Dios por su propia mano, repugnado de sus propios adoradores que volcaban todos sus problemas en su seno, por ser demasiado cobardes e ignorantes para solucionarlo solos?

Dios, el orgulloso estoico, se mató para conservar el respeto por sí mismo. ¡Malas noticias son éstas para los cristianos a quienes, revolucionarios tales como San Pablo y Lutero, anunciaron que no eran necesarias las buenas obras, sino la simple fe ciega en Dios bastaba para merecer la eterna salvación!

23

No he sido yo, sino San Pablo y Lutero los grandes inmoralistas que enseñaron a los devotos cristianos cómo asediar, mentir, robar y evitar la venganza de Jehová. Fueron San Pablo y Lutero quienes empujaron a los buenos cristianos más allá del bien y del mal, más allá de la ley moral, y predicaron la salvación mediante las tretas de la sangre del sacrificio de Cristo. Desde entonces se han redimido a sí mismos a través de la sangre del judío Jesús, y a través de millones de sus compañeros judíos. En el siglo veinte, en un paroxismo de frenesí nihilista, transformarán a toda Europa en un sangriento matadero y limpiarán sus pecados en la sangre de Israel.

Esto no es simple imaginación: Heine ya a ha profetizado el próximo derrumbe de la civilización cristiana, cuando los alemanes sacudan el polvo de sus viejos dioses paganos y sumerjan al Occidente en un terrible baño de sangre. Si Dios realmente viviera no permitiría que el siglo veinte sobrevenga. Por lo tanto, Dios debe estar muerto. Pero, ¿cómo murió? ¿Como un estoico demasiado orgulloso para ver su mundo remendado por los llamados prosélitos de Jesús? ¿Como un divino fariseo en protesta contra la calumnia cristiana de los fariseos, nobles judíos que creían en las buenas obras como piedra fundamental de la conducta moral? Dios, el fariseo, se mató en protesta contra puercos tales como San Pedro, San Lucas, San Juan y San Pablo, que corrompieron las enseñanza de Moisés, contaminándolas con las turbias aguas del helenismo putrefacto y la bazofia oriental. ¡Qué censura para los fanáticos como mi hermana!

No, esta versión es demasiado romántica, tiene sabor a Wagner y al wagnerianismo. La explicación de Stendhal era más prosaica y más compatible con la verdad. Dios, el mecánico, falleció de muerte natural, ¡la enfermedad del corazón! Dejó Su mundo al Hijo, quien, como yo, no conocía nada de mecánica, ya que era un poeta, un soñador de salvajes fantasías. El Hijo se introdujo en el taller cósmico, rascó su cabeza ante el espectáculo de la complicada e inmensa maquinaria de la existencia, y levantó la palanca para que la maquinara funcionara a contramarcha, causando locos estragos a través del universo, que se cubrió de ruedas que volaban por los aires, y de los despojos de una maquinaria destrozada.

Así debió suceder: no es Dios sino su Hijo el causante del caos del mundo. Dios murió de un ataque al corazón y su Hijo nos sumió en un cósmico atolladero.

Algunas veces creo que Su Hijo es Federico Nietzsche, el cual expía ahora sus torpes tonterías. Él paralizó el cosmos y ahora él mismo está en las garras de la parálisis.

24

Después de ingerir el suficiente hidrato de cloral para ahogar las agonías de este mundo, le dije adiós a Lou Salomé en el Canto de los sepulcros de mi Zaratustra, estallando como un toro en volcánica erupción, llameante música de aflicción por mi perdido amor, que alejaron estas terrible e infernales gatas, Mamá y Lama, frutos engendrados por la malignidad de nuestra era homicida.

Flotan en mi mente fragmentos del Canto de los Sepulcros y cada uno de ellos es una daga que me apuñala en el recuerdo de mi adorado, adorado amor y la “tremenda traición” de Lama.

-¡Sigo siendo el más rico, y el más digno de envidia, yo, el más solitario! Porque os he poseído (¿poseí realmente a mi Helena rusa, la judía que incendió mi mundo?) y vosotros me poseéis todavía. Decidme, ¿a quién le han caído del árbol manzanas tan rosadas como las que me han caído a mí?...

Habéis muerto demasiado pronto para mí, ¡fugitivos! Y, sin embargo, no huisteis de mí ni yo de vosotros; no somos culpables unos para con otros de nuestra infidelidad.

¡Para matarme, os han estrangulado a vosotros, pájaros cantores de mis esperanzas! ¡Sí, sobre vosotros han disparado siempre sus dardos, para herir mi corazón!

¡Y la maldad dio en el blanco! ¡Porque vosotros fuisteis siempre lo que más quise, mi posesión y mis poseedores! ¡Por eso debisteis morir jóvenes, y demasiado temprano!

¡En mi punto más vulnerable dispararon el dardo, es decir, a vosotros, cuya piel es más suave que la del plumón y que la sonrisa que muere de una mirada! (Ah, mi Lou, mi paraíso perdido, muero como Tasso en todas las agonías de la locura de amor y, recordando tu Canto de los Sepulcros, muero y muero nuevamente, agitado por siempre en la marea de muerte de nuestro amor!)

He de decirles esto a mis enemigos. ¿Qué es un asesinato, comparado con lo que a mí me habéis hecho? (Al matar mi amor han asesinado todo el amor del mundo. ¡Oh, Mamá y Lama! ¿Qué es el mundo sin amor? ¡Un desierto de quebrantadas lápidas, un yermo de calaveras de cuyos ojos vacíos y cavernosos brota la locura y el delirio!)

¡Mayor que un asesinato es el daño que causasteis; me habéis quitado lo insustituible! ¡Así os hablo yo, enemigos míos!

¡Habéis matado los sueños de mi juventud, y mis más caras maravillas! (Contestad, Mamá y Lama, contestad al Crucificado que pende de mil cruces de anhelo, frustración y pesadumbre!) ¡Me arrebatasteis mis compañeros de niñez, los espíritus bienaventurados! Para venerar su memoria deposito esta corona y esta maldición.

¡Esta maldición contra vosotros, mis enemigos!... Como un ciego recorría yo caminos de bienaventuranza; vosotros arrojasteis inmundicias en el camino del ciego; y hoy tengo asco de la antigua senda.

Y cuando llevé a cabo lo más arduo para mí y celebré mi superación, hicisteis que los que me amaban gritaran que entonces les hacía más daño. (Lama mía: ¿no representasteis el papel de un Yago hembra? ¿No habéis volcado veneno en mis oídos marchitando la flor de mi amor por Lou? Y tú, Mamá, que llamas puta a mi Redentora, has volcado basura en la corriente de mi ser, contaminando mi espíritu y haciendo que mi alma se pusiera maloliente con el hedor del cristianismo, ¡olor a cuerpos no enterrados!)

Así procedíais siempre contra mí: acibarasteis mi mejor miel y el trabajo de mis mejores abejas… los más empedernidos cínicos. Y así socavasteis mis esperanzas en su fe.

Y cuando ofrecí en holocausto lo que en mí había de más sagrado, vuestra “devoción” se apresuró a añadir sus más pingües dones; y en el vaho de vuestra grasa ahogaron lo que mejor tenía yo. (Sí, hermana mía, en el humo de tu grasa piadosa, de tu grasiento incesto y de tu mechada lujuria, mi sacratísima amada encontró la muerte.)

En otro tiempo quise bailar como yo nunca había bailado: quise bailar sobre todos los cielos. Y entonces ganasteis la voluntad de mi más querido cantor. (Oh, Lou, mi amadísima, el arpa y sus cuerdas no están ya; ¿quién tocará para mí el Canto de la Vida? ¿Quién despertará en mis pies el ritmo de los cielos para que pueda bailar en la bienaventuranza de una danzarina estrella? ¡Oh, mi trovador extraviado! ¡Mi paraíso perdido)…

Mi suprema esperanza ha quedado inédita e irredenta, y han perecido todas las visiones y consuelos de mi juventud.

¿Cómo pude soportarlo? ¿Cómo he podido sobrevivir a tales heridas? ¿Cómo ha resucitado mi alma de estos sepulcros?

Sí, en mí hay algo invulnerable, que no puede ser enterrado y que hace saltar las rocas: es “mi voluntad”…

Sí, aún eres para mí la destructora de todos los sepulcros, ¡salve, voluntad mía! Y sólo donde hay sepulcros es donde hay resurrecciones.

¡Así cantó Zaratustra!

Así canté, pero saliendo de mi bóveda sólo logré prepararme para otro entierro, porque como pensador post-feudal sólo pude rotar sobre el eje cartesiano de la duda y aprendí únicamente a morir.

A veces volé de lo consciente a lo inconsciente, y como San Agustín batallé entre mi existencia y mi pensamiento -ser o pensar-, pero no pude arrojar el veneno socrático que desde Descartes a Hegel ha lanzado a los filósofos occidentales a una fiebre de seudorracionalismo que es el derrumbe de la mente.

Tal como Zenón, el racionalista absoluto, me aparté de mi senda para evitar la mordedura canina del engaño y de la pasión dionisíaca, hasta que Venus me mordió e inyectó en mí un frenesí de excitación erótica. Aterrorizado, permití a mi hermana engañarme con la idea de que esta inyección era fatal y así fue como me “curé” con el “racionalismo” de la ciencia, que es más irracional que la magia de Fausto, porque no deja el alma en paz y la arroja al océano de la incredulidad y de la negra duda cartesiana.

25

¡Esqueletos de los animales y huesos de los muertos!, exclamó Goethe, aburrido de las tramas urdidas por el raciocinio de los filósofos.

Si me hubiera conformado con mi poesía y mi Helena rusa, mi copa de la felicidad se hubiese colmado. Pero soñé ser la Esfinge de Tebas frente a la cual se paraban los hombres y trataban de resolver el enigma de la existencia, temiendo la muerte si fracasaban.

26

¿Conoce la Esfinge el enigma de la vida? ¡No, ella se ha estrellado contra la locura, y los hombres saben que la vida no tiene enigma que el amor no pueda resolver!

27

¡Malaventurados aquellos que llaman mal al bien y bien al mal! Ésta era la cita favorita de Paul Reé sobre los profetas del Viejo Testamento, de los que no podía desprenderse, ya que, como Isaías y Jeremías, se mantenía bajo el juicio de su dios vengador. Al negar lo “ideal”, era un fanático idealista; a pesar de su absoluto escepticismo tenía una fe total en el dios de la rectitud que sólo existió en la mente de los ignorantes. Paul Reé, el ateo intoxicado de Dios, era quien insistía en que mi filosofía del poder no era nueva, sino que la practicaban los antiguos arios que condenaban a sus esclavos al cautiverio y transformaban los bosques de la India en un corral de prisioneros.

¿Me ha derribado con la parálisis el dios de la venganza por haber llamado bien al mal y mal al bien? Al desafiar a los Césares, los Borgia y los Napoleones, ¿no he avanzado en la senda de los antiguos Faraones que alcanzaron su propia libertad a expensas del resto de la humanidad? Si la libertad llega a ser la posesión exclusiva de unos pocos tiranos sanguinarios, entonces la vida se conquista con la muerte, ya que sin libertad los hombres son sólo cadáveres vivientes, a quienes se les priva del derecho de un entierro decoroso. Moisés sabía esto, de aquí su rebelión contra el cautiverio de Egipto, transformando su voluntad en la voluntad de Israel.

28

¡Me pertenezco a mí misma!, exclamaba Lou Salomé. ¡No me inclinaré ante las órdenes de ninguna mujer, hombre, dios, diablo o Estado!


¡Cómo admiran la libertad estos judíos y judías, hasta llegar al extremo de inventar un Dios para que los ayude en la guerra contra la esclavitud! Cuando su Dios ha sido servido en Su propósito, lo arrojan a un lado y se aferran a la “ciencia” para que los redima del extremo cautiverio de la propiedad, que ha llegado a ser el nuevo César del mundo occidental.

29

¿Por qué Lou no se entregó nunca completamente a mí? Porque su cuerpo le pertenecía; podía yo hacerlo mío en nuestra mutua necesidad de expresión erótica, pero siempre permanecía siendo suyo, ¡su cuerpo y su alma!

Los hombres se transforman en pequeños Césares en el acto del amor; ejercen en el dormitorio su voluntad de dominio, porque no se atreven a superar las barricadas o atacar al cielo con la furia de Napoleón, Bakunin, Proudhon, Marx y el resto de los asaltantes de los cielos de su siglo. Yo mismo he sido un asaltante de los cielos, y ¿qué me dijo una judía de veinticuatro años cuando llegué a ser demasiado arrogante en mis exigencias? ¡Busca una mujer de la calle; no puedes poseerme excepto sobre la base de la comprensión y el amor mutuos!

La entendía demasiado bien. Cada ser humano es Dios, no sólo Jesús, César o yo mismo. Cada persona es un “ser inconquistado”, en el sentido de Feuerbach, presto de destruir el pensamiento absoluto de Hegel, con el garrote de su ego todopoderoso. Pero si todo ser humano es Dios, ¿qué queda de mi sensación de distancia, el espacio social entre el genio y el idiota?... Quizás no hay espacio social entre ellos, testimonio: el caso del profesor Nietzsche, el genio más grande del siglo XIX, que se desmorona en la farfullante necedad de un paralítico sin mente…

Para probar que mi filosofía era falsa, ¿necesitaba el dios de Lou Salomé aplastarme en la locura? ¡Cuán bajo ha caído el poderoso! ¡Ni siquiera puedo levantar mi brazo en un gesto de desafío, ya que está paralizado!

30

¿El Concierto en Re Menor de Bach era para dos, tres o cuatro violines? ¿Esa odalisca de Ingres, no estuvo una vez en mi harén de Tautenburg? ¿Quién soy? Por supuesto, soy Nerón (2); estrangulé a mi madre con una fibra del cíngulo de la Venus de Pafos, después de subyugar a una virgen vestal en la fiesta flotante sobre la laguna de Agripa. Popea conoce mi crimen: ella estaba presente cuando la balsa llegó a la orilla y los bullangueros dionisíacos corrieron hacia las desnudas mujeres de Roma, que los esperaban en los matorrales entoldados y en las grutas, mientras las fuentes salpicaban en el crepúsculo refrescado el aire, cálido por la lujuria de las castas esposas e hijas de las principales casas romanas…

Notas

(1) Comparad la famosa expresión nazi: “Cuando oigo la palabra cultura empuño mi pistola”. Thomas Mann hace notar que Spengler nazificaba y bestializaba a Nietzsche, reduciendo su Superhombre a un vulgar soldado de Tropas de Asalto, un salvaje cuya fuerza sólo reside en sus músculos y su ametralladora. (N. del E. I.)
(2) La mente de Nietzsche se ha sumergido profundamente en el loco laberinto de culpabilidad, al pensar en la muerte de su madre y la “vergüenzas” de su hermana. (N. del E. I.)

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