martes

CONFESIONES DE UN GUIONISTA INDECENTE / H. G. V.


L’TRAPIE EN EL CHUY (DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE BELLEZA)

El sábado 25 de setiembre se presentó en el Chuy la obra Sobreviviente de Mario Erramuspe, estrenada la semana anterior en la Escuela de Cineastas del Uruguay por el grupo L’trapie.

Fuimos y vinimos en el día, contando con el generosísimo alojamiento de la familia de Maximiliano Bianchi, el factótum de esta puesta.

La delegación estaba integrada por Lucila Fernández Marinovic (directora teatral que ese día todavía no había cumplido los 20 años), Maximiliano Bianchi (actor y productor), Micaela Godoy, Rodrigo Iglesias, Héctor Moure y Nicolás P. Cabana (actores), Andrea Amaro y Fernando Moure (compañeros gestores) y un servidor, en representación de elMontevideano / Laboratorio de Artes, que auspicia esta patriada.

Durante la tarde salimos a caminar por la siempre deprimente línea fronteriza que vive para alimentar la euforia consumista del bagayo y los free-shops, y de golpe me sentí más bajoneado que García Lorca en Nueva York y recordé una estrofa escalofriante de Oficina y denuncia: ¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes? / ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, / que luego son pedazos de madera / y bocanadas de sangre?

Y sin embargo la esperanza depositada en la función nocturna de Sobreviviente me empujó entre aquella endémica miseria de amor, y fue como si la mismísima belleza me diera una especie de brazo-ala para guiarme hacia lo eterno.

Tuvo razón la vida. El público que desbordó la Casa de la Cultura fue literalmente hipnotizado por la obra de Erramuspe en versión de L’trapie, y los arquetipos de la heroicidad y la salvación enamorada se instalaron como obeliscos en las ánimas de todos. Aristóteles le llamaba la sofrosine a esa magia sosegadora capaz de hacernos doblegar a la Bestia y sonreírle en paz al cosmos.

Afuera nos esperaba una luna llena de Purificación.

Y durante el camino de vuelta, rodeado por la platería de los campos, recordé el soneto que García Lorca le dedicó a una encarnación numínica de la belleza:

Tengo miedo a perder la maravilla / de tus ojos de estatua, y el acento / que de noche me pone en la mejilla / la solitaria rosa de tu aliento. / Tengo pena de ser en esta orilla / tronco sin ramas, y lo que más siento / es no tener la flor, pulpa o arcilla / para el gusano de mi sufrimiento. / Si tú eres el tesoro oculto mío / si eres mi cruz y mi dolor mojado / si soy el perro de tu señorío, / no me dejes perder lo que ganado / y decora las aguas de tu río / con hojas de mi otoño enajenado.

Pero después sentí que la luna se me apoyaba mansamente en el hombro igual que si dijera:

Nunca creas en tus miedos.

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