domingo

Carlos Saura

ENCONTRAR EL DESTINO EN UNA ESCUELA DE CINE

(reportajes recuperados)

por JUAN CRUZ

PRIMERA ENTREGA

Con 38 películas realizadas, ahora se dedica más que nada a la fotografía. Vive en el campo rodeado de cámaras, viendo películas, escribiendo y negándose casi completamente a ver a nadie que no sea su familia. En esta entrevista, cuenta sus comienzos, su pasión por el baile y en particular el flamenco, y cómo ya tenía todo arreglado para ser un joven fotógrafo de prensa con base en Cuba cuando surgió eso de hacer películas.
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¿Cómo deja pasar el tiempo antes de comenzar una obra de arte?

Para empezar, yo no creo en las obras de arte; perdóname, pero a estas palabras tan grandes les tengo un poco de terror. Creo que todas las cosas que hago confluyen en algo que está por encima de todo, que es hacer una película. Mis aficiones musicales, fotográficas, la escritura, la lectura, incluso el ocio, pues yo soy muy dado al ocio, desconecto los teléfonos, me tiro en el sofá y veo una película..., pues todo eso que me ocurre es para que luego yo haga mi propia película... El tiempo transcurre hasta que me sale el cine.

¿Y de dónde viene esa dispersión de imágenes, de dedicaciones?

No tengo ni idea; creo que me viene ya desde muy joven. Pero siempre la imagen ha sido la base de todo. Por ejemplo, yo empecé a estudiar ingeniería porque me gustaban mucho las motos, incluso dirigí una fábrica de motos durante un año, también dirigí una imprenta; yo he sido muchas cosas, he querido incluso ser bailaor flamenco, pero al final lo que ha modificado mi vida y la ha hecho ha sido la imagen.

Es raro que el cine, que es tan fugaz, haya sido lo que le ha dado consistencia a esa dispersión.

De todas las cosas que hago, la única que me da momentos de paranoia es el cine, durante los meses de rodaje sobre todo. Porque los meses de la escritura del guión es como si estuvieras escribiendo una novela: la diferencia es que tienes que escribir imágenes, aunque no siempre, porque también escribes estados de ánimo. En el cine todo confluye: en el período de rodaje no sé dónde vivo, y cuando acaba no me acuerdo de cómo lo he vivido.

¿Y en ese período sólo es usted director de cine?

Sólo, no puedo hacer otra cosa. Hago algunas fotos, pero ni eso.

¿El primer Saura fue el más escritor?

No, quizá el que menos. Creo que me interesaban otras cosas. Mi primera película fue Los golfos, en 1959, y era casi un documental sobre unos chicos que llegan a Madrid. Y era casi un documental porque yo me sentía más en el terreno documental que en el de ficción. Yo quería meterme en la ficción; al principio no sabía cómo, escribir me daba terror. ¿Cómo escribo un guión? Al principio trabajé mucho con colaboradores como Rafael Azcona. Hasta Cría cuervos (1975), que fue la primera película que hice solo. No quería apoyarme en nadie, quería ir sin muletas; tuve mucha suerte, fue una película muy exitosa y eso me permitió hacer otras. Creo que son más mías las películas que voy haciendo ahora. Entonces me interesaban cosas como, por ejemplo, cómo era la sociedad española; qué pasaba con la religión, con el sexo, con la política, con los militares... De alguna manera, estaba más preocupado por cambiar este país, y esa preocupación ahora no la tengo...

Año 1959, Los golfos. No es un año inocente. Por ahí están Jesús Fernández Santos, se consagra la obra de Ignacio Aldecoa, hay un movimiento alrededor de las revueltas de 1956.

Pero estás hablando de amigos. Yo me reunía con ellos en el Comercial o en el Gijón. Estaban Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Ignacio y Josefina Aldecoa, Rafael Azcona, Carmiña Martín Gaite. Aparecía también Mario Camus o el mismo Ángel Fernández-Santos, que es ahora crítico de cine de El País y que quería ser escritor. Yo nunca había ido a las tertulias, pero a ésas sí fui porque me enriquecían; pero claro, ellos hablaban de cosas que yo no dominaba, de literatura sobre todo...

¿Qué imagen tiene de ese tiempo?

Tengo una imagen dolorosa y buena al mismo tiempo. Buena en el sentido de que la gente era muy maja, muy simpática, con muchas ganas de cambiar el país. Pero también muy triste porque no hallaban la manera de hacerlo. Recuerdo que cuando Jesús Fernández Santos publicó Los bravos le pagaron una miseria, no podía vivir nadie de escribir. Había que vivir de otras cosas. Y publicar una novela -cosa que ahora hace cualquiera- era dificilísimo...

¿Y una imagen tangible, inolvidable?

Yo llegué tarde a todo, es una sensación desconcertante. Siempre estuve aprendiendo. Tuve muchos problemas: algunas películas no se podían hacer, y estaba años paralizado. Malvivía. Estuve a punto de marcharme a hacer cine a otra parte. Era una época de grandes indecisiones, queríamos hacer y no conseguíamos nada, no se podía hablar de nada; eso era lo que nos angustiaba, no poder hablar de lo que nos preocupaba de nuestro país... La imagen del silencio, acaso ésa es la imagen.

¿Cuál fue el chispazo que lo hizo director de cine?

Yo llegué al cine un poco de casualidad. Desde la fotografía. Empecé como fotógrafo a los veinte años, más o menos. Hacía, por ejemplo, los Festivales de Música y Danza de Granada. Estaba preparando un libro sobre España, del que se hizo una exposición que estuvo en Barcelona, en Francia, incluso en Rusia. Me acuerdo que era 1952 y mi hermano Antonio me dijo: “¿Y tú por qué no te matriculas en la Escuela de Cine?”. Yo estaba en periodismo, pero no podía con él, sobre todo con un profesor falangista con el que me encaré. Había visto muchas películas de pequeño, pero nunca pensé en hacer cine. Para mi gran sorpresa aprobé con una nota buenísima, todo porque sabía de fotografía. Allí, en esa escuela, hallé mi destino.

Pronto lo adoptó la intelectualidad de la época como la gran promesa del cine español. ¿Fue el niño mimado?

Ya, pero eso fue más tarde. Los golfos tuvo muy buenas críticas fuera de España, aquí no le hicieron caso. Fue seleccionada en Cannes, tuvo excelentes comentarios en Francia. Aquí le cortaron diez minutos, la machacaron, y durante un tiempo muy largo no pude hacer nada. Me tuve que guardar un guión, que me gustaba mucho, de Mario Camus, sobre un relato de Daniel Sueiro, El regreso, acerca de un hombre que regresa del exilio con un permiso para ver a su familia en Cuenca. En el texto de Sueiro se evidencian los rencores que había en aquella época de España. La prohibieron totalmente, y estuve tres o cuatro años paralizado. Tuve que hacer una película horrible, un encargo, Llanto por un bandido (1963). Sólo después de unos años hice La caza (1965); no la quería asumir ningún productor, hasta que Elías Querejeta adoptó la idea y la produjo conmigo. A partir de ahí, la cosa fue más fácil. Pero nada fue tan rápido como se imagina hoy.

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