miércoles

MIJAÍL M. BAJTÍN



EL PROBLEMA DEL CONTENIDO
DEL MATERIAL Y DE LA FORMA
EN LA CREACIÓN ARTÍSTICA VERBAL

Primera edición en español de un ensayo escrito en 1924 / Editorial Arte y Literatura, Cuba, 1986 / Traducción del ruso de Alfredo Caballero

SEXTA ENTREGA

CAPÍTULO II (2) / EL PROBLEMA DEL CONTENIDO

Todo fenómeno de la cultura es concreto-sistemático, o sea, ocupa cierta posición esencial de acuerdo con la realidad de las otras orientaciones culturales pre-encontradas por él, y por lo mismo se enmarca en la unidad dada de la cultura. Pero son profundamente diferentes estas relaciones del conocimiento, y las de la conducta y la creación artística hacia la realidad pre-encontrada por ellos.

El conocimiento no acepta la valoración ética y la presentación estética de la existencia; se aparta de ellas. En este sentido, el conocimiento no parece pre-encontrar nada; comienza desde el principio, o -más exactamente- el momento del pre-encuentro de algo valioso además del conocimiento queda al margen de éste y pasa a la esfera de la realidad histórica, psicológica, personal-biográfica y de otra índole, que es casual desde el punto de vista del conocimiento mismo.

La valoración pre-encontrada y la presentación estética no entran dentro del conocimiento. La realidad, al penetrar en la ciencia, arroja de sí todo el ropaje valorativo para devenir la realidad desnuda y pura del conocimiento, donde es soberana tan solo la unidad de la verdad. La interdeterminación positiva en la unidad de la cultura tiene lugar únicamente con respecto al conocimiento en su conjunto en la filosofía sistemática.

Hay un mundo único de la ciencia, una realidad única del conocimiento fuera de la cual nada puede llegar a ser cognoscitivamente valioso; esta realidad del conocimiento no está terminada y siempre se encuentra abierta. Todo lo que es para el conocimiento está determinado por él mismo y -en la tarea- lo está en todos los sentidos; lo que se resiste al conocimiento en el objeto, no está identificado aún en él, y persiste sólo para el conocimiento como un problema cognoscitivo, y en modo alguno como algo extracognoscitivo valioso -algo bueno, sagrado, útil, etcétera-. El conocimiento no sabe de tal resistencia valorativa.

Claro que el mundo de la conducta ética y el de la belleza devienen ellos mismos objetos del conocimiento, pero al hacerlo, no introducen en este último sus valoraciones y su autolegitimidad; para llegar a ser cognoscitivamente valiosos, deben someterse de modo íntimo a la unidad y regularidad de aquél.

Así, pues, de una manera puramente negativa se comporta el acto cognoscitivo ante la realidad pre-encontrada de la conducta y la visión estética, materializando con esto la pureza de su peculiaridad.

Por este carácter fundamental del conocimiento están condicionadas sus particularidades siguientes: el acto cognoscitivo sólo se toma en consideración relacionado con el trabajo del conocimiento pre-encontrado por él y precedente a él, y no ocupa ninguna posición independiente respecto de la realidad de la conducta y de la creación artística en su determinación histórica. Más aún: el carácter aislado, singular, del acto cognoscitivo y de su expresión en una obra científica aislada e individual no es valioso desde el punto de vista del conocimiento mismo; en el mundo del conocimiento no hay en principio actos aislados ni obras aisladas; es imprescindible aportar otros puntos de vista para hallar un enfoque y hacer esencial la singularidad histórica del acto cognoscitivo y el aislamiento, el acabado y la individualidad de la obra científica; al mismo tiempo -como veremos más adelante- el mundo del arte debe dividirse esencialmente en conjuntos independientes, autosuficientes e individuales: las obras artísticas, cada una de las cuales ocupa una posición independiente respecto de la realidad del conocimiento y la conducta; esto da lugar a la inmanente historicidad de la obra de arte.

La conducta ética se comporta de una manera algo diferente ante la realidad pre-encontrada del conocimiento y de la visión estética. Esta actitud se denomina generalmente la actitud del deber ante la realidad; no tenemos intención de entrar a analizar este problema; sólo señalaremos que también aquí la actitud ostenta un carácter negativo aunque distinto al que se manifiesta en la esfera del conocimiento (7).

Pasemos a la creación artística.

La particularidad fundamental de lo estético, que lo distingue radicalmente del conocimiento y de la conducta, es su carácter receptivo, de recepción positiva; pre-encontrada por el acto estético, conocida y valorada por la conducta, la realidad entra en la obra (con más exactitud en el objeto estético) y se convierte aquí en un momento constitutivo indispensable. En este sentido podemos decir que, en efecto, la vida se encuentra no sólo fuera del arte, sino también dentro de él, en toda la plenitud de su ponderabilidad valorativa: social, política, cognoscitiva y de otra índole. El arte es rico, no árido ni especial: el artista es un especialista sólo como maestro, es decir, en relación con el material.

Es sabido que la forma estética traslada esta realidad conocida y valorada a otro plano valorativo, la subordina a una nueva unidad y la vuelve a ordenar; la individualiza, concreta, aísla y termina, pero no suprime la cognoscitividad y valoratividad de dicha realidad: precisamente a estas últimas se dirige la obra estética terminada.

La actividad estética no crea una realidad completamente nueva (8). A diferencia del conocimiento y de la conducta, que crean la naturaleza y la humanidad social, y el arte canta, embellece, recuerda esta realidad pre-encontrada del conocimiento y de la conducta -la naturaleza y la humanidad social-, las enriquece y completa; pero sobre todo crea la unidad intuitiva concreta de estos dos mundos -sitúa al hombre en la naturaleza, entendida como su entorno estético-, humaniza la naturaleza y naturaliza al hombre.

En esta recepción de lo ético y lo cognoscitivo dentro de su objeto radica la peculiar bondad de lo estético, su benignidad; al parecer, no escoge, separa ni suprime nada, y de nada se aparta ni se abstrae. Estos momentos puramente negativos tienen lugar en el arte sólo en relación con el material; ante él, el artista es riguroso e implacable. El poeta desecha sin piedad las palabras, formas y expresiones y elige muy poco; los fragmentos de mármol vuelan debajo del cincel del escultor, pero el hombre interno en un caso y el hombre corporal en otro resultan enriquecidos: el hombre ético se ha enriquecido con la naturaleza reafirmada de manera positiva, y el hombre natural, con el sentido ético.

Casi todas categorías (no religiosas, claro está, sino puramente laicas) buenas, receptivas, enriquecedoras y optimistas del pensamiento humano sobre el mundo y el hombre ostentan carácter estético; es igualmente estética la eterna tendencia de este pensamiento a concebir lo debido y propuesto como ya dado y existente en algún lugar; esta tendencia la creo el pensamiento mitológico y en gran medida el metafísico.

El arte origina una nueva forma como una actitud valorativa también nueva ante lo que ya ha llegado a ser una realidad para el conocimiento y la conducta: en el arte todo lo conocemos y recordamos (en el conocimiento no conocemos ni recordamos nada, a despecho de la fórmula de Platón); pero precisamente por esta razón en el arte tal significación tiene momentos de novedad, originalidad, inesperabilidad y libertad; el mundo del conocimiento y la conducta, conocido y valorado, se muestra y resuena en forma nueva en el arte, en relación con el cual se percibe como libre la actividad del artista. El conocimiento y la conciencia son primarios, o sea, ellos crean los primeros su objeto: lo conocido no es reconocido ni recordado a una nueva luz, sino determinado por primera vez, y la conducta vive sólo por aquello que no existe todavía; aquí todo es nuevo desde el inicio, y por ello no hay novedad; todo es ex origine, y por eso no existe originalidad.

La particularidad de lo estético señalada por nosotros -la recepción positiva y la unificación concreta de la naturaleza y la humanidad social- nos explica igualmente la actitud peculiar de lo estético ante la filosofía. En la historia de ésta observamos sin cesar una tendencia regresiva a la sustitución de la unidad sistemática propuesta del conocimiento y la conducta por la unidad de la visión estética, concreta, intuitiva, y al parecer ya dada y existente.

Puesto que la unidad del conocimiento y la conducta ética, de la existencia y la obligación, unidad que es concreta y viva, se nos da en nuestra visión inmediata, en nuestra intuición, ¿no es esta unidad intuitiva la que busca la filosofía? En esto, ciertamente hay una gran tentación para el pensamiento, la cual creó, junto con el camino único de la ciencia filosófica, sus paralelas, que no son vías, sino islas aisladas de las intuiciones artístico-filosóficas (a veces geniales en el género) (9). En estas asimilaciones intuitivas estetizadas, la unidad cuasifilosófica encontrada por ellas se conduce hacia el mundo y la cultura de la misma manera que la unidad de la forma estética se comporta frente al contenido de la obra de arte (10).

Una de las tareas fundamentales de la estética es hallar una aproximación a los filosofemas estetizados, crear la teoría de la filosofía intuitiva sobre la base de la teoría del arte. La estética material es la menos capacitada para llevar a cabo semejante tarea: al ignorar el contenido, carece hasta de un enfoque de la intuición artística en la filosofía.

Notas

(7) La actitud del deber ante la existencia ostenta carácter de conflicto. En el interior del propio mundo del conocimiento no es posible conflicto alguno, ya que en él no puede uno encontrarse con nada valorativamente ajeno. En conflicto puede entrar no la ciencia, sino el científico, y no ex cathedra, sino como el sujeto ético, para el cual el conocimiento es la acción del reconocimiento. La ruptura entre el deber y la existencia tiene validez sólo en el interior del deber, o sea, para la conciencia ética actuante, y existe sólo para ésta.
(8) Este carácter, al parecer secundario, de lo estético no disminuye en modo alguno, claro está, su independencia y peculiaridad junto con lo ético y lo cognoscitivo; la actividad estética crea su propia realidad, en la cual la cualidad del conocimiento y la conducta resulta aceptada y transformada de modo positivo: en esto consiste la peculiaridad de lo estético.
(9) Otra variante peculiar de la unidad intuitivo-estética del conocimiento y la conducta la constituye el mito que está mucho más próximo al arte que la filosofía intuitiva, a consecuencia de la primacía del momento ético sobre el cognoscitivo -por añadidura privado aún casi por completo de diferenciación- y de una libertad de presentación estética mayor que en la filosofía intuitiva (es más fuerte el momento del aislamiento del hecho mítico, aunque, desde luego, incomparablemente más débil que el arte; son más fuertes el momento de la subjetivización y personificación estéticas y algunos otros momentos de la forma).
(10) Como medio auxiliar, igual que el dibujo en geometría, y como hipótesis heurística, la filosofía puede valerse de la imagen intuitiva de la unidad; también en la vida a casa paso estamos trabajando con ayuda de una imagen intuitiva semejante.

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