Estoy tecleando esta última paginita de la serie mundialista a las 19 horas del sábado 10 de julio. Uruguay acaba de ganar un partido donde fue derrotado en Sudáfrica por Alemania: milagros son milagros.
Y ahora quisiera dejar constancia de que hace exactamente cinco años hicimos un retiro de dos días con el equipo de producción de elMontevideano / Laboratorio de Artes en Punta del Este para diseñar nuestro primer largometraje y entramos a la península coreando Cuando juega la celeste.
Y sabíamos que la profecía de renovación espiritual sureña hecha por Torres García en 1946 iba a redondearse pronto.
Hoy, desde la trinchera estrellada del primer piso de Colón y Buenos Aires, donde funciona la Escuela de Cineastas del Uruguay, seguimos comprobando todos los días que el país entero ya vive culturalmente constelado en el salto arquetípico de la Purificación.
Era el único camino para zafar de la desesperanza con cielorraso y las banderías mezquinas.
Y el renacimiento de la garra simbólica artiguista con el que nuestra selección acaba de deslumbrar a todo el burocratismo estadístico internacional, más acá o más allá de los numéricos posicionamientos pasajeros, lo comprueba erizantemente.
Einstein puntualizó, en una de sus filosas reflexiones, que existen dos maneras de contemplar el cosmos: o sintiendo que todo es casualidad o sintiendo que nada es casualidad.
Lo cierto es que esa última pelota que Forlán pateó con su pierna lastimada hizo brillar los palos del mundo entero mucho más altamente que cualquier gol. El que lo vio, lo sabe.
Y nos hizo recordar como nunca el koan zen preferido por J. D. Salinger: Conocemos el sonido de dos manos aplaudiendo. ¿Pero cómo sonará el aplauso dado por una mano sola?
Sea poesía del azar o de Dios, hoy el planeta azul se terminó de encandilar con el escándalo de la invencibilidad insondable de los orientales.
H.G.V.
Y ahora quisiera dejar constancia de que hace exactamente cinco años hicimos un retiro de dos días con el equipo de producción de elMontevideano / Laboratorio de Artes en Punta del Este para diseñar nuestro primer largometraje y entramos a la península coreando Cuando juega la celeste.
Y sabíamos que la profecía de renovación espiritual sureña hecha por Torres García en 1946 iba a redondearse pronto.
Hoy, desde la trinchera estrellada del primer piso de Colón y Buenos Aires, donde funciona la Escuela de Cineastas del Uruguay, seguimos comprobando todos los días que el país entero ya vive culturalmente constelado en el salto arquetípico de la Purificación.
Era el único camino para zafar de la desesperanza con cielorraso y las banderías mezquinas.
Y el renacimiento de la garra simbólica artiguista con el que nuestra selección acaba de deslumbrar a todo el burocratismo estadístico internacional, más acá o más allá de los numéricos posicionamientos pasajeros, lo comprueba erizantemente.
Einstein puntualizó, en una de sus filosas reflexiones, que existen dos maneras de contemplar el cosmos: o sintiendo que todo es casualidad o sintiendo que nada es casualidad.
Lo cierto es que esa última pelota que Forlán pateó con su pierna lastimada hizo brillar los palos del mundo entero mucho más altamente que cualquier gol. El que lo vio, lo sabe.
Y nos hizo recordar como nunca el koan zen preferido por J. D. Salinger: Conocemos el sonido de dos manos aplaudiendo. ¿Pero cómo sonará el aplauso dado por una mano sola?
Sea poesía del azar o de Dios, hoy el planeta azul se terminó de encandilar con el escándalo de la invencibilidad insondable de los orientales.
H.G.V.

























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