
una blognovela de
HUGO GIOVANETTI VIOLA
adaptada para el cine por
ÁLVARO MOURE CLOUZET
HUGO GIOVANETTI VIOLA
adaptada para el cine por
ÁLVARO MOURE CLOUZET
DECIMOCTAVA ENTREGA
69 / ANARQUISMO
Se enciende la parte izquierda del escenario. Empieza a sonar el Gato de José Pierri Sapere y entra Francisco dando zancadas y fumando, con un chaleco de gala y camisa con encajes. Se despatarra en el sillón y en el momento de terminar la música aplasta la targanina con la bota, se arranca la peluca y la tira contra el suelo.
Francisco (aúlla): Alma. Me duele todo, carajo.
La esclava entra con una palangana y le empieza a sacar una bota.
Francisco: Me acabo de enterar en la iglesia que le presentaste un segundo Escrito al Alcalde para que Artigas me obligara a venderte la libertad.
Alma: Así se arregla en el estilo de este País, Vuecencia.
Francisco (pateando la peluca con la otra bota): Aquí ya no hay País. Y no me llames Vuecencia si te lo montas macaqueando como cualquier mandinga. Primero tengo que aguantar que un cagatintas pelandusco me pida el documento justificativo de tu esclavitud. Toma ya: el principal concesionario de la caza de lobos y ballenas del Plata tiene que mostrar una escritura secreta a un defensor de pobres y menores artigueño. Y ahora se entera todo Maldonado -y en pleno bautismo- que juntaste los 300 pesos y que yo no te quiero liberar.
La esclava termina de sacarle la primera bota y se mira en el agua de la palangana.
Francisco (abriéndole una mano sobre la cabeza): ¿Alguna vez te toqué algo más que el pelo, mandinguita? ¿Ni siquiera sabes que la bruja que te llamaba hija te vendió en Pan de Azúcar como si fueras una yegua madrina y ahora quieres casarte con un pirata blanco y te olvidas de mi alma?
Alma: Ella me llamaba hija y yo la llamaba madre.
Francisco: Pero te vendió por 300 pesos de a 15 reales de vellón. Y me pidió secreto.
69 / ANARQUISMO
Se enciende la parte izquierda del escenario. Empieza a sonar el Gato de José Pierri Sapere y entra Francisco dando zancadas y fumando, con un chaleco de gala y camisa con encajes. Se despatarra en el sillón y en el momento de terminar la música aplasta la targanina con la bota, se arranca la peluca y la tira contra el suelo.
Francisco (aúlla): Alma. Me duele todo, carajo.
La esclava entra con una palangana y le empieza a sacar una bota.
Francisco: Me acabo de enterar en la iglesia que le presentaste un segundo Escrito al Alcalde para que Artigas me obligara a venderte la libertad.
Alma: Así se arregla en el estilo de este País, Vuecencia.
Francisco (pateando la peluca con la otra bota): Aquí ya no hay País. Y no me llames Vuecencia si te lo montas macaqueando como cualquier mandinga. Primero tengo que aguantar que un cagatintas pelandusco me pida el documento justificativo de tu esclavitud. Toma ya: el principal concesionario de la caza de lobos y ballenas del Plata tiene que mostrar una escritura secreta a un defensor de pobres y menores artigueño. Y ahora se entera todo Maldonado -y en pleno bautismo- que juntaste los 300 pesos y que yo no te quiero liberar.
La esclava termina de sacarle la primera bota y se mira en el agua de la palangana.
Francisco (abriéndole una mano sobre la cabeza): ¿Alguna vez te toqué algo más que el pelo, mandinguita? ¿Ni siquiera sabes que la bruja que te llamaba hija te vendió en Pan de Azúcar como si fueras una yegua madrina y ahora quieres casarte con un pirata blanco y te olvidas de mi alma?
Alma: Ella me llamaba hija y yo la llamaba madre.
Francisco: Pero te vendió por 300 pesos de a 15 reales de vellón. Y me pidió secreto.
Alma: Ya estábamos en la ruina. Por lo menos me conchabó y no me dejó tirada antes de morir.
Francisco (soltándole la cabeza): ¿Y acá no se te trata como a una hija? Las dos locas te quieren más que a mí.
Alma (después de sacarle la otra bota): Yo os lavo los pies con el corazón, señor.
Francisco: Pero te dejaste robar el corazón por un pirata de Peitro Canbél. Y piensas que al Protector de las Provincias Anarquistas le va a importar tu libertad. Estás más loca que mi mujer y mi hija juntas.
Micaela entra caminando con un bastón y se sienta en el sillón de hamaca.
Francisco: ¿Por qué no le pides la libertad al lobisón de Micaela?
La esclava empieza a sacarle una media a Francisco pero el hombre sube un brazo como para pegarle.
Francisco: Hoy no preciso que me laves los pies, verbenera. ¿Sabes lo que preciso? Que llores.
Y le mete un momento la cabeza en la palangana y después de contemplarle la cara mojada recoge la peluca y las botas y se va. En ese momento se ilumina celestemente la reja y la esclava traslada el banquito y sienta frente a la muchacha.
70 / MASACRES
-Juana adoptó un gatito que se quedó viviendo con la negra y el Pato después de salvarse de una masacre herodiana que hubo en la plaza -contó Franco. -Le pusieron Alfredo de nombre.
-Me enteré.
-Bueno, lo increíble es que el otro día el bicho saltó a escena y se puso a lamer a Paco mientras recitaba la canción de Silvio.
-La canción de la masacre.
-Sí. La de la mentira.
-La masacre es la mentira. Anoche me contaste un milagro y me leíste una escena y eso era la verdad. Y después que nos empedamos y me guillotinaste el orto por guita se acabó la verdad.
El gnomo cebó un mate como si estuvieran charlando de fútbol:
-¿A vos cuándo se te llenaron los espejos de mierda?
El Rey manchó la bombilla con el bloqueador lila y trató de escupir en la piscina pero se quedó corto:
-Vos pensás que a tu primo hermano se le pudrió la pureza del espejo cuando murió don Hugo?
-Pero él ya nació así: incorruptible.
-Nació viejo. Y eso puede ser peor, porque a veces el mundo nos masacra cuando todavía estamos en la primera celda.
-Allí es medio difícil.
-Allí también te ensucian. El infierno puede empezar a pudrirte antes de que salgas a escena, pibe. Aunque a la santidad humana congénita que escuchás en algunos de mis rocks nadie pudo matarla.
-Entonces yo ya estoy muerto.
-Todavía no.
-Y además nunca me creí del todo que la humanidad fuera santa.
-Así estás, vergudito.
-O a lo mejor a cada momento se vuelve santa al vesrre, como le enseñaste a J.R. el día del corso.
-Lo más claro sería decir hembra de Satanás.
-Eso debe ser lo que le pasa a la Culo de Ballena que adora el futuro Jesús de Punta del Este.
-¿Y a vos quién te contó lo que pasó con los gatitos?
-Leonardo.
-¿Y te contó que al bicho lo salvó una mujer amamantándolo con leche invisible?
-No.
-¿Y sabés que la mujer era una negra rapada con minifalda de charol? Maldito Rodríguez la vio.
-Concha. Entonces Satanás también debe de hacer milagros.
71 / EL LOBISÓN
Micaela (alcanzándole una corola blanca a Alma): Mira. Llegó justo cuando sonaba el Ángelus y se hinchaba la virazón. Pero hoy quiero contarte la verdad porque dentro de poco vas a ser libre.
Alma mete la corola en el mate y ceba sonriendo.
Micaela: Los jazmines no me los trae el lobisón de la luna. Me los manda Julián. Hace doce años y veintitrés días. Una estrellita perfumada con cada luna.
Alma: ¿Se los manda su novio?
Micaela: Ni padre ni madre saben que la noche que invadieron los ingleses me escapé por la ventana y corrí hasta la catedral para llevarle un jazmín a Julián. Yo tenía doce años. Los hombres del pueblo resistían atrincherados y encontré a mi novio muriéndose atrás del altar y le puse el jazmín en la boca. Y apenas dejó de respirar le empezó a resplandecer hasta el uniforme.
Alma: ¿Y Allí fue que la hirieron?
Micaela: Mientras volvía a casa. Y como llegué herida no me violaron y Benito me curó. A madre y a las negras las dejaron tiradas y les robaron hasta las velas que habían usado para divertirse.
Alma: Son peores que los portugos.
Micaela: Cuando somos Satanás somos todos iguales. Pero cuando entra Cristo cada uno es una flor con un perfume nuevo.
Alma: ¿Y cómo se da cuenta cuáles son los jazmines que le manda Julián? Porque hoy andan en bandadas.
Micaela: Por la forma que tienen de bailar cuando llegan a la reja. Siempre queda uno solo flotando igual que en un molinete de pericón. Cata: acaba de posarse una garza rosada en el Marco de los Reyes. Santo en puerta.
Alma (carcajeando con suavidad): En el arroyo Pan de Azúcar los tigres se asomaban a mirarlas pescar y los húsares los cazaban enseguida. Y a fe mía que os debo una verdad que nunca supo nadie. Cuando Artigas hacía mansión en la estancia de mis padres me enseñó a darme baños de estrellas. Y me llamaba Alma Cimarrona. Yo era una cría feliz.
Micaela: Toma ya.
Alma: Y el vecindario de Pan de Azúcar lo llamaba Pepe Cordeón al Jefe. Los únicos que le tenían miedo eran los cajetillas que se peinaban con pomada de caracú. Y una noche tocó un valsecito que dizque le había brotado en Arerunguá y nunca mas me lo olvidé.
Micaela: ¿Y no podrías cantármelo?
Alma: No. Pero con un solo baño de estrellas que pudiéramos darnos juntas en el patio usted lo escucharía.
Suena el Vals en Do de José Pierri Sapere.
Micaela: Nunca vi tanta luna.
Alma: La verdad es así.
72 / DOLOR
-Yo reconozco que todo es causal -prendió un gran porro emboquillado el gnomo. -Y que Juana tenía que activarse frente a la Torre y sobre todo frente a doña Flor para mandarse de una vez por todas con el espectáculo.
-¿Y la vieja de la traqueostomía vio el espectáculo de Zitarrosa?
-Por supuesto: la primera noche y en la primera fila. Y en el penúltimo cuadrante estoy seguro que recitó el éxtasis teresiano. La vi perfectamente enrollando y desenrollando la boca de culo de pollo, aunque como no se tapó el cáncer no se oía nada.
-Odio a Santa Teresa.
-Yo la leí muy poco. Pero el día que Ojos de Plata vio al ángel en el ensayo sentí necesidad de ayudar a Dios.
-Yo la odio desde la escuela. Porque los mentirosos que no podemos dejar de arrodillarnos frente a la verdad somos como una secta.
-No te entiendo.
-No te fumes tan rápido, basura -se arrancó el quimono artigueño el Rey. -Me tenés que entender. ¿Leíste Juntacadáveres?
-Uh. Hace tiempo: es lentísima.
-No hables. Una sola carne -le explica Marcos a Rita: -Tiene que ser así, debe ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
-Es hermoso.
-Pero no se puede vivir dependiendo de que la pureza te caiga del cielo. Al final uno quiere reventar de vergüenza.
-Calma, Johnny. Es normal. Casi todo el mundo vive más o menos así.
-Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Este es el mundo, amigo, agonía, agonía. ¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? San Ignacio de Loyola asesinó un pequeño conejo y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias. No, no, no, no; yo denuncio. Metemelá.
-Aguante un poco que yo también necesito inspirarme, majestad.
-Los momentos para ayudar a Dios nunca aparecen por casualidad. Ni Santa Teresa ni Onetti tuvieron derecho a vivir esperando que los traspasara el cielo. Nadie tiene derecho. Y los que no aprendimos a repartir el paraíso sin que nos ayude un fierro caliente somos unos traidores.
Entonces Franco se desnudó con cara de jockey impúber y al rato el Rey gritaba pantanosamente horadado:
-Era tan gran el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, ya tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios.
Francisco (soltándole la cabeza): ¿Y acá no se te trata como a una hija? Las dos locas te quieren más que a mí.
Alma (después de sacarle la otra bota): Yo os lavo los pies con el corazón, señor.
Francisco: Pero te dejaste robar el corazón por un pirata de Peitro Canbél. Y piensas que al Protector de las Provincias Anarquistas le va a importar tu libertad. Estás más loca que mi mujer y mi hija juntas.
Micaela entra caminando con un bastón y se sienta en el sillón de hamaca.
Francisco: ¿Por qué no le pides la libertad al lobisón de Micaela?
La esclava empieza a sacarle una media a Francisco pero el hombre sube un brazo como para pegarle.
Francisco: Hoy no preciso que me laves los pies, verbenera. ¿Sabes lo que preciso? Que llores.
Y le mete un momento la cabeza en la palangana y después de contemplarle la cara mojada recoge la peluca y las botas y se va. En ese momento se ilumina celestemente la reja y la esclava traslada el banquito y sienta frente a la muchacha.
70 / MASACRES
-Juana adoptó un gatito que se quedó viviendo con la negra y el Pato después de salvarse de una masacre herodiana que hubo en la plaza -contó Franco. -Le pusieron Alfredo de nombre.
-Me enteré.
-Bueno, lo increíble es que el otro día el bicho saltó a escena y se puso a lamer a Paco mientras recitaba la canción de Silvio.
-La canción de la masacre.
-Sí. La de la mentira.
-La masacre es la mentira. Anoche me contaste un milagro y me leíste una escena y eso era la verdad. Y después que nos empedamos y me guillotinaste el orto por guita se acabó la verdad.
El gnomo cebó un mate como si estuvieran charlando de fútbol:
-¿A vos cuándo se te llenaron los espejos de mierda?
El Rey manchó la bombilla con el bloqueador lila y trató de escupir en la piscina pero se quedó corto:
-Vos pensás que a tu primo hermano se le pudrió la pureza del espejo cuando murió don Hugo?
-Pero él ya nació así: incorruptible.
-Nació viejo. Y eso puede ser peor, porque a veces el mundo nos masacra cuando todavía estamos en la primera celda.
-Allí es medio difícil.
-Allí también te ensucian. El infierno puede empezar a pudrirte antes de que salgas a escena, pibe. Aunque a la santidad humana congénita que escuchás en algunos de mis rocks nadie pudo matarla.
-Entonces yo ya estoy muerto.
-Todavía no.
-Y además nunca me creí del todo que la humanidad fuera santa.
-Así estás, vergudito.
-O a lo mejor a cada momento se vuelve santa al vesrre, como le enseñaste a J.R. el día del corso.
-Lo más claro sería decir hembra de Satanás.
-Eso debe ser lo que le pasa a la Culo de Ballena que adora el futuro Jesús de Punta del Este.
-¿Y a vos quién te contó lo que pasó con los gatitos?
-Leonardo.
-¿Y te contó que al bicho lo salvó una mujer amamantándolo con leche invisible?
-No.
-¿Y sabés que la mujer era una negra rapada con minifalda de charol? Maldito Rodríguez la vio.
-Concha. Entonces Satanás también debe de hacer milagros.
71 / EL LOBISÓN
Micaela (alcanzándole una corola blanca a Alma): Mira. Llegó justo cuando sonaba el Ángelus y se hinchaba la virazón. Pero hoy quiero contarte la verdad porque dentro de poco vas a ser libre.
Alma mete la corola en el mate y ceba sonriendo.
Micaela: Los jazmines no me los trae el lobisón de la luna. Me los manda Julián. Hace doce años y veintitrés días. Una estrellita perfumada con cada luna.
Alma: ¿Se los manda su novio?
Micaela: Ni padre ni madre saben que la noche que invadieron los ingleses me escapé por la ventana y corrí hasta la catedral para llevarle un jazmín a Julián. Yo tenía doce años. Los hombres del pueblo resistían atrincherados y encontré a mi novio muriéndose atrás del altar y le puse el jazmín en la boca. Y apenas dejó de respirar le empezó a resplandecer hasta el uniforme.
Alma: ¿Y Allí fue que la hirieron?
Micaela: Mientras volvía a casa. Y como llegué herida no me violaron y Benito me curó. A madre y a las negras las dejaron tiradas y les robaron hasta las velas que habían usado para divertirse.
Alma: Son peores que los portugos.
Micaela: Cuando somos Satanás somos todos iguales. Pero cuando entra Cristo cada uno es una flor con un perfume nuevo.
Alma: ¿Y cómo se da cuenta cuáles son los jazmines que le manda Julián? Porque hoy andan en bandadas.
Micaela: Por la forma que tienen de bailar cuando llegan a la reja. Siempre queda uno solo flotando igual que en un molinete de pericón. Cata: acaba de posarse una garza rosada en el Marco de los Reyes. Santo en puerta.
Alma (carcajeando con suavidad): En el arroyo Pan de Azúcar los tigres se asomaban a mirarlas pescar y los húsares los cazaban enseguida. Y a fe mía que os debo una verdad que nunca supo nadie. Cuando Artigas hacía mansión en la estancia de mis padres me enseñó a darme baños de estrellas. Y me llamaba Alma Cimarrona. Yo era una cría feliz.
Micaela: Toma ya.
Alma: Y el vecindario de Pan de Azúcar lo llamaba Pepe Cordeón al Jefe. Los únicos que le tenían miedo eran los cajetillas que se peinaban con pomada de caracú. Y una noche tocó un valsecito que dizque le había brotado en Arerunguá y nunca mas me lo olvidé.
Micaela: ¿Y no podrías cantármelo?
Alma: No. Pero con un solo baño de estrellas que pudiéramos darnos juntas en el patio usted lo escucharía.
Suena el Vals en Do de José Pierri Sapere.
Micaela: Nunca vi tanta luna.
Alma: La verdad es así.
72 / DOLOR
-Yo reconozco que todo es causal -prendió un gran porro emboquillado el gnomo. -Y que Juana tenía que activarse frente a la Torre y sobre todo frente a doña Flor para mandarse de una vez por todas con el espectáculo.
-¿Y la vieja de la traqueostomía vio el espectáculo de Zitarrosa?
-Por supuesto: la primera noche y en la primera fila. Y en el penúltimo cuadrante estoy seguro que recitó el éxtasis teresiano. La vi perfectamente enrollando y desenrollando la boca de culo de pollo, aunque como no se tapó el cáncer no se oía nada.
-Odio a Santa Teresa.
-Yo la leí muy poco. Pero el día que Ojos de Plata vio al ángel en el ensayo sentí necesidad de ayudar a Dios.
-Yo la odio desde la escuela. Porque los mentirosos que no podemos dejar de arrodillarnos frente a la verdad somos como una secta.
-No te entiendo.
-No te fumes tan rápido, basura -se arrancó el quimono artigueño el Rey. -Me tenés que entender. ¿Leíste Juntacadáveres?
-Uh. Hace tiempo: es lentísima.
-No hables. Una sola carne -le explica Marcos a Rita: -Tiene que ser así, debe ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
-Es hermoso.
-Pero no se puede vivir dependiendo de que la pureza te caiga del cielo. Al final uno quiere reventar de vergüenza.
-Calma, Johnny. Es normal. Casi todo el mundo vive más o menos así.
-Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Este es el mundo, amigo, agonía, agonía. ¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? San Ignacio de Loyola asesinó un pequeño conejo y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias. No, no, no, no; yo denuncio. Metemelá.
-Aguante un poco que yo también necesito inspirarme, majestad.
-Los momentos para ayudar a Dios nunca aparecen por casualidad. Ni Santa Teresa ni Onetti tuvieron derecho a vivir esperando que los traspasara el cielo. Nadie tiene derecho. Y los que no aprendimos a repartir el paraíso sin que nos ayude un fierro caliente somos unos traidores.
Entonces Franco se desnudó con cara de jockey impúber y al rato el Rey gritaba pantanosamente horadado:
-Era tan gran el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, ya tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios.
























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