jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE / MI HERMANA Y YO

UNDÉCIMA ENTREGA

CAPÍTULO CUARTO (1)

1

En total, ha habido cuatro mujeres en mi vida. Las dos únicas que me aportaron alguna felicidad fueron prostitutas. Pero la felicidad que me trajeron fue una dicha momentánea. Si estuviera alguna vez bastante loco como para hacer una historia de mi felicidad con una o ambas, tendría que ordenar una investigación para buscarlas. Y si las buscara y tuviera la mala suerte de encontrarlas, cesarían de ser en ese momento las hijas de un accidente divino y las creadoras de mi extraordinaria satisfacción.

Elisabeth era lo suficientemente bella, pero era mi hermana. Lou, muy inteligente (demasiado inteligente, a veces), pero rehusó casarse conmigo. No hay felicidad en nada de lo que hacemos, excepto si lleva el sello de aprobación de la sociedad en que vivimos. Esto es tan aplicable a nuestros pensamientos como a las mujeres contra las cuales luchamos, cualesquiera que sean los honores de la unión del momento.

Me pregunto qué tipo de mujer me haría feliz, después de Elisabeth y Lou, en la susurrante media de este temible invernadero.

En cualquier estado de ánimo que me encuentre, mi felicidad se condiciona a que la mujer sea joven. Sin la aureola de la juventud, considero que ni siquiera es una mujer. Podría ser la portera del paraíso, pero ya no puede ser para mí un elemento del interior del mismo.

Pero si una mujer es joven, ¿qué más puede importar?, sigo preguntándome. ¡Ah, sí!, ¿qué otra cosa puede importar? Puede ser oscura como la noche, rubia como el sol, o pelirroja como el crepúsculo de una pesada tarde de verano; sus brazos se transforman en fuego líquido que me aprisiona tan sólo al pensar en ella. Los psicólogos explicarán esto como consecuencia de mi edad madura, y como de costumbre, se equivocarán.

No hubo jamás una época en la que pudiera mirar a una mujer de mediana edad sin reírme, y a una mujer vieja sin sentir una intensa piedad. Como demostré ampliamente en Aurora, he nacido en la juventud del mundo. Soy la juventud misma y la juventud llama a la juventud, no importa cuán profundos sean los abismos y los estilos de retórica que la separen.

Creo, al pensarlo mejor, que la longitud de las piernas de una mujer también es importante, no tanto como la juventud, naturalmente, pero importa. Esos pequeños caballitos son bastante deliciosos para contemplarlos, así es. Pero ¿le será posible a un organismo tan pequeñito acompasarse y recibir en su interior todo mi ser? Me lo pregunto y me perturba.

Una mujer pequeña no es bastante, a menos que su única utilidad sea la de inspirar la sensualidad para volcarla en un marco mayor.

Pero si se concentrasen todas las maravillas de las mujeres en una sola (una radiante mujer de piernas largas y deliciosamente esbeltas), ¿qué atributo puede intervenir para apagar mi apetito por ella? Desgraciadamente, muchas cosas. Una verruga en la base de su nariz, una nariz rústica con arrugas en los costados. Pies demasiado anchos y sin un empeine o tobillos hermosos. Una frente muy estrecha…

Por otra parte, si encuentro a esta mujer perfecta que anhelo ardientemente, ¿le daré con seguridad la felicidad necesaria para grabar el momento de nuestro encuentro en algo memorable en el tiempo y el espacio?

De pronto mi fe vacila. Creo que habiendo tantos, tantos medios por los cuales el hombre puede satisfacer aun a la más sensual de las mujeres, un hombre que ama tan apasionadamente como yo amaría a esa mujer, no puede fallar en ninguna forma. Tráedmela sin temor, y seré el buril que esculpa con deleite en su ser más íntimo.

2

Pienso a menudo en Wagner, en Lou Salomé, aun en el pícaro Paul Rée, y casi nunca en ese buen maestro que tuve, Ritschel, el autor de mi primera sensación de independencia intelectual, el hombre a quien debo una buena parte de las virtudes de erudito que he desarrollado. Ritschel, a su modo, era más artista que Wagner. En cuanto a su calor como ser humano, excepto en lo que puede haber existido detrás del velo personal que nunca violé, era el ser humano más completo que he conocido.

3

Creo que lo que más me atrajo (al principio) de los escritos s Schopenhauer fueron su simplicidad y seriedad. ¡Qué alivio sentí después de la falta de pulcritud de Kant, la afectación de Fitche, la frialdad tiránica de Hegel! Schopenhauer, pensador tan grande como cualquiera de sus predecesores, no se avergonzaba de ser ante todo un escritor.

4

¿Cómo hizo Schopenhauer para llegar a conclusiones filosóficas tan cercanas a mi corazón, mediante experiencias personales tan diferentes a las mías? La única gran diferencia entre nosotros es que Schopenhauer, no comprendo cómo, pudo vivir en una paz envidiable a pesar de su desilusión.

5

Schopenhauer se parece en cierto sentido al autor hebreo del Eclesiastés, que escribió tan elocuentemente sobre la vanidad de los deseos humanos sin hacer resaltar los pequeños deseos pecaminosos, ni los síntomas de la corrupción fundamental de la naturaleza humana. De acuerdo con su opinión, la naturaleza humana no degenera, porque no puede probarse a sí misma más que un origen vulgar.

6

Ni en mis peores momentos me sentí pecador; nunca me hundí tan bajo en mi espíritu como para sentir la necesidad de hacer confesiones a nadie. Para alcanzar tal sensación es primordial ser el producto de una educación y una ascendencia puramente católicas.

7

La angustia que acompaña a la pérdida de fe, puede constituir los dolores del alumbramiento del arte.

8

Schopenhauer superó a Kant así como Kant superó a Galileo, y como éste se elevó sobre la elevadas charlas de los eruditos maestros de su tiempo. Tanto me he elevado yo sobre Schopenhauer y a tal superficie, que dudo que jamás tenga un sucesor espiritual o intelectual.

9

En muchos sentidos, Kant fue el creador del mundo moderno -¡y qué mundo exclusivista!-, en el que sólo pueden existir las cosas que han sido concebidas en términos de sentido humano y de experiencia. En este mundo la mente humana es el dictador supremo y sólo las cosas que están preparadas (y dispuestas) a sujetarse a su regla pueden formar parte del reino de la existencia.

10

Schopenhauer marcó una aguda línea entre él y Kant, cuando proclamó que el mundo era una idea suya y que la experiencia humana apenas entró en sus cálculos. Schopenhauer reabrió todas las puertas de la existencia cerradas por Kant, pero sólo extrajo observaciones amargas y sin esperanza de todo lo que vio. Me pregunto, ¿cómo puedo amar tanto en un mundo que él amo tan poco?

11

¿Por qué este permanente retorno sobre el tema de la salvación, como si nuestra vida en esta tierra no fuera más que un castigo constante?

12

Las cosas por sí mismas no nos conciernen, porque si analizáramos su significado, y si sus extrañas cualidades formaran parte de nuestro sistema instintivo de cálculo, ¿qué llegarían a ser nuestras simples necesidades orgánicas y deseos?

13

Schopenhauer ha aparecido en mi mente a causa de este perfecto día schopenhauariano, que con sus pesadas y amenazantes nubes y con su cielo de un gris profundo ha aguijoneado el reumatismo de mis huesos desde el momento que abrí los ojos. Estos días tipo Schopenhauer visitan a Alemania por lo menos un centenar de veces al año. Afortunadamente para nosotros, los Schopenhauer en persona aparecen con mucho menos frecuencia.

En este país obstinado y entumecido, cuya policía es nuestra única y verdadera comadre, y las piedras nuestros únicos profetas, es Schopenhauer, y no Goethe, el poeta natural. Estamos condenados a la derrota en nuestras guerras, así como en nuestras filosofías. Si por error la victoria militar queda con nosotros, no se adapta de ningún modo a nuestras ceñudas disposiciones.

14

Sólo podía inducir a mi hermana a poner una cara solemne cuando lograba influirla a adentrarse como yo en el espíritu de Schopenhauer. Durante un tiempo, sus dos únicos universos eran mis dos buenos amigos de intelecto, Mushacke y Von Gersdorff, y en la época que estaban completamente convertidos ya no estaba muy seguro de ser yo mismo un “discípulo”.

15

Le he pedido al hombre que tienda un puente hacia el Superhombre, solicitándole sacrificios en los altares de los dioses desconocidos. Al hacerlo, no he sido tanto un filósofo como un moralista. Es una cosa peligrosa ser un pequeño Schopenhauer, si no se es el mismo Schopenhauer.

16

¿Por qué será que puedo fijar pensamiento tras pensamiento sobre el papel, tal como se presentan en mi mente, y si alguien me interpela preguntándome simplemente la hora, me confunde? El hecho de que se espera que pronuncie una serie de sonidos familiares como vía de contestación a la pregunta del hombre, paraliza todo mi sistema y me reduce a la impotencia intelectual. ¿Pueden suceder las cosas en el mecanismo de nuestros pensamientos sin herir a los pensamientos mismos? ¿El elemento espiritual es en nosotros enteramente independiente de los canales materiales a través de los cuales fluye?

17

El hombre que ocupa el asiento frente a la puerta ante la cual debo pasar para cumplir mis diarias necesidades constitucionales, es bizco o lo soy yo. Uno de los dos haría bien en aprender a mantenerse alejado del camino del otro. ¿Y por qué me mira como si estuviera a punto de volar de un salto por la ventana, hacia la libertad?

18

Schumann y Schopenhauer son los dos polos de mi existencia. Ellos me han conducido a la admiración. Entre ellos me siento aplastado como entre las piedras del molino.

19

Hay aquí un hombrecito que frecuentemente habla conmigo. Me ha contado todo sobre él, y su historia es la menos interesante que he oído en mi vida. Si alguna vez le presté atención fue porque mientras me hablaba podía formarme juicio de la estatura moral del ciudadano común de cualquier parte del mundo.

Hasta que un colapso nervioso lo trajo aquí, era un corredor de Bolsa que utilizaba el clásico bagaje de triquiñuelas del comerciante para comprar barato y vender caro. Sus ocupaciones lo llevaban al escritorio alrededor de las diez cada mañana y lo abandonaba cerca de las cuatro y media por la tarde. Durante esas seis horas, y con la ayuda de un grupo de cuatro o cinco empleados más o menos inocentes, manipulaba en grupos de alza y baja las acciones que necesitaban los más perversos para llevar adelante sus amplios proyectos de pillaje.

Cuando volvía a su confortable hogar, asumía el papel que a todo burgués alemán le agrada desempeñar, el papel del ciudadano recto y religioso. Cuando cansaba a su familia con sus historias para justificarse a sí mismo, llamaba a sus vecinos. Cuando se cansaban los vecinos, acudía a los miembros prominentes de su iglesia. Y cuando todos ellos estaban exhaustos, recordaba la lista de contribuyentes. Con toda esta gente sólo hablaba de un tema único: sus propias ganancias eran obtenidas honestamente y con el debido temor de Dios; los beneficios de sus competidores, por supuesto conseguidos a sus expensas, era dinero mal habido en la forma más baja de deshonestidad y depravación. ¿Cómo sé lo que decía a toda esa gente? Porque llegó a mí, después de agotar el padrón de contribuyentes.

Qué sucedió cuando su conciencia íntima, con una vocecita, le dijo: Vil mentiroso, ¿conoces alguien con una codicia más profunda que la tuya? Creo conocer también su respuesta a ello. Haría donaciones de beneficencia. Todos estos miserables son devotos de alguna institución de caridad.

20

Soy un hombre de genio. Por lo tanto, puedo permitirme sonreír o escupirle a usted.

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