jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE


SÉPTIMA ENTREGA

CAPÍTULO TERCERO (I)

1

Un cuento anatómico, una broma, un chiste, algo oculto y pegajoso, cualquier observación vulgar referente a un asunto excepcionalmente delicado ha estado dando vueltas por esta maligna casa, y finalmente me ha hartado. Uso la palabra anatómico para describir esta caricaturesca historia ultrajante, no por miedo a llamar por su nombre a un cuento sucio, sino porque el alcance ha dado a la palabra que los alemanes usan comúnmente para designar la vagina, y el uso descuidado que hacen de esta palabra, me ha volcado a tumultuosas series de reflexiones sobre la seriedad de las cosas relativas a la carne como símbolos de inclinaciones no reveladas de nuestras misteriosas y ocultas vidas.

2

En cuento no se originó en esta casa. Probablemente es más viejo que esta casa y este país y puede pertenecer a un siglo completamente diferente. Sin embargo, no sólo concierne a la persona que lo contó por primera vez entre estas paredes, sino a todo el que lo ha oído repetir, a todo el que encuentre aquí algún día una residencia inhospitalaria y sombría.

3

Cualquiera que sea el que haya tenido por primera vez la idea de contar la historia en esta morada mental y espiritualmente perversa, es el que separó en su mente esos elementos premeditados y accidentales que rugían en las inmundas profundidades de sus entrañas, y ruda y violentamente las mezcló para producir la primera explosión de risa estentórea con la cual fue recibido.

¿No hay en realidad algo fundamentalmente cómico en la concepción aborigen de la vagina como laboratorio primario de la naturaleza?

4

He soñado con la muerte de mi propia madre, aunque bajo las circunstancias en que me encuentro es muy posible, casi seguro, que ella me sobrevivirá. Mi madre; ¿pero debo realmente trasladar al papel todas las tonterías, imaginables o no, que se elevan a las capas superiores de la mente humana al solo recuerdo de esta palabra? Todo lo que puedo pensar en relación con mi madre, y el cielo me asista, si es que hay un cielo, es que desde la muerte de mi padre, menos de seis años después de su matrimonio, cerró las puertas de su vagina a todos los hombres y miró con ojos hostiles a todo macho, defendiéndose con ojos y manos. El hecho que yo fuese la única figura masculina que podía mirar con aprobación (y, alguna vez, creo, con anhelo) fue una prisión que sólo el que haya vivido en esa casa puede comprender.

5

A este punto, el burgués medio, completamente ruborizado, me increpará a gritos, o como pueda alcanzarme a través del solitario espacio: ¿Qué le importa usted lo que su madre hizo de su vida, miserable ingrato? Comprendo su furia y lo respeto, pero debo contestar: me incumbe mucho lo que mi madre hizo de su vida, la de mi hermana y todas las vidas de los que se pusieron en contacto con nosotros. Si mi madre no hubiera impedido la entrada al amor en nuestra casa, y no hubiera forzado a mi hermana y a mí a buscarlo entre nosotros, por lo menos dos personas que vivían en el mayor infortunio hubieran encontrado alguna felicidad en la tierra, y por lo menos una, estoy seguro, no se hubiera suicidado.

6

¡La soledad de un útero desierto! Una vez vi una fotografía de una calle de una ciudad americana que tomó impulso, durante la fiebre del oro en el oeste de los Estados Unidos, y fue completamente abandonada en cuanto las posibilidades mineras del terreno se extinguieron. La fotografía que vi debe haber sido tomada algunos años después que el último de los habitantes de esos lugares hubo desaparecido. La maraña silvestre invadió todos los senderos que conducían a ella y hacia fuera, y alcanzó las casas más elevadas y el más alto de sus tejados. Ninguna ventana quedó entera ni derecha, ninguna puerta afirmada en sus bisagras, ni una sola viga se dejó con el orgullo con que se supone que debe sostener una casa. Ni aun esas ruinas daban una imagen de soledad comparable a la de una vagina desierta, respecto a la cual la gente en esta maligna casa todavía retuerce y revuelve sus miserables entrañas.

7

¡Pobre tía Rosalía! Ahora comprendo lo que quería significar cuando, creyendo que nadie la oía, decíale a mi madre parodiando a las prostitutas: “Yo sólo podría hacer la calle por Jesús”.

8

¡Se pueden hacer grandes estragos en este mundo sin levantar un dedo, sin abrir la puerta de tu propia casa! (Por ejemplo, se dice de Kant que todas sus andanzas sobre la faz de la tierra fueron las que hizo entre su casa y las aulas de la Universidad, que se encontraría a corta distancia de aquélla.)

9

La soledad de una solterona es algo completamente diferente. La solterona se ha alejado paulatinamente del sistema rector de la naturaleza. No ha roto ninguna conexión vital porque no tuvo alguna para comenzar.

10

Como sucede con la solterona, así es también en el solterón. Un solterón tiene por supuesto mejor aspecto, pero no por eso es menos infeliz, creáseme.

11

Qué maravilloso y qué diferente habría sido mi tránsito por la tierra, si mi madre, un poco menos devota, se hubiera casado con cualquiera de los solteros disponibles a nuestro alrededor. He pasado muchas noches haciendo conjeturas acerca de la clase de hombre que habría elegido y el efecto que él hubiera ejercido sobre Elisabeth y yo.

12

¡Con un nuevo hombre de cualquier clase en la casa, Elisabeth nunca se hubiera convertido en el animalito violento y perverso que es ahora! Con respecto a mí, probablemente hubiera seguido su ejemplo sin apartarme de la situación que me cupiera en el mundo. ¡En el mejor de los casos habría llegado a ser un filólogo de primera categoría!

13

¡Quizás yo mismo no sea nada! Pero ¿qué sucederá en el mundo como consecuencia de haber vivido yo en él unos pocos años infelices!

14

He tenido oportunidad de leer y oír muchas definiciones interesantes sobre la cultura. Ninguna de ellas ha puesto debidamente en evidencia la única cualidad de la cultura que existe y puede ser reconocida, a la vez, en el hecho y en el sentimiento: el predominio de la bondad.

15

Esto se puede explicar mejor haciendo notar que mientras el primer implemento de guerra fue probablemente fabricado en secreto en alguna cueva de Asia Menor, la primera marmita de cocina ha sido torneada seguramente al aire libre, en algún lugar de la costa norte de África, con todos los vecinos y los niños que miraban asombrados.

16

En todas partes del mundo las cosas más viejas son las tumbas de los conquistadores. El reino de la benevolencia, en su tiempo, se inicia con su muerte.

17

Mirad a vuestro alrededor. Toda la creación lucha por su existencia, que consiste en un continuo goce de las facultades de vivir y engrandecer. El hombre es el único fenómeno orgánico que se alista conscientemente en la cruzada de la mala voluntad y la malevolencia.

18

En un impulso original (entre los pueblos prehistóricos), era de suponer que la religión señalara un predominio mínimo de benevolencia. Pero el predominio estaba tan limitado por los sacerdotes (los políticos de aquellos tiempos) que algunas veces se excluía del mágico círculo al conquistador mismo.

19

Los primeros poemas sólo fueron plácidas notas sobre los acontecimientos domésticos. Un acontecimiento combina su propia música cuando se está en perfecta armonía con él.

20

Las manos del hombre, con encantos y artificios facilitaron la alimentación, la bebida y el sueño. De ese modo los dominios de la bondad, entre la gente que hacía uso de ellos y los admiraba, se desarrollaron cada vez más profundamente.

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