miércoles

ARNALDO GOMENSORO / EXCLUSIVO


APUNTES PARA UNA POSIBLE
REVOLUCIÓN COPERNICANA EN PSICOTERAPIA,
PISCOTERAPIA DE PAREJA Y SEXOTERAPIA


TERCERA ENTREGA

3 - “Etiología invertida”: el efecto “patológico” de futuros tóxicos

Hasta ahora, y dejándonos llevar por el polémico “efecto de péndulo”, hemos enfatizado unilateralmente las virtudes “terapéuticas”, euforizantes, plenificadoras de las expectativas que nos atraen desde el futuro. Sin embargo es nece-sario reconocer que no todas las atracciones desde el futuro resultan “sanadoras”. También existen proyectos, objetivos, metas que podríamos caracterizar como “mórbidos”.

Es decir, también existen “sobredeterminaciones éticas” no “tónicas”, sino “tóxicas”. Lo cierto y que tenemos que reconocer es que más de un puerto vislumbrado como gratificante culminación de nuestro viaje suele mostrarse como una “gran ilusión” o como un irrisorio delirio neurótico. Como también es posible encontrarnos varados, en mitad del viaje, en un mar de sargazos, víctimas del más depresivo vacío existencial.

Pues bien: imitando a los cultivadores de los clásicos diagnósticos retrospectivos, intentaremos ordenar, en una aproximación primaria, el “cuadro nosológico” de esta etiología invertida, de estas “causas” que, paradojalmente, actuando desde el futuro, actuando prospectivamente, pueden “enfermarnos” tanto como los traumas y los complejos del pasado.

Y, es interesante subrayarlo, de igual modo a como sucede en las patologías orgánicas, también aquí se pueden dar cuadros “por acción” o cuadros “por omisión”. Estamos pensando, respecto de las patologías orgánicas, en los cuadros “por acción”, por ejemplo, por incidencia activa de agentes infecciosos tales como las bacterias o los virus. Y, en los cuadros “por omisión”, en los ca-sos en los que se da, por el contrario, la carencia de elementos imprescindibles para un metabolismo normal (por ejemplo, falta de hormonas o de vitaminas).

Pues bien: veamos ahora como el mismo tipo de factores por acción o por omisión pueden incidir desde el futuro (no, pues, causalmente, en el sentido tradi-cional) en las problemáticas psicológicas y existenciales del presente.

El síndrome de “vacío existencial”

Empecemos, en primer lugar, por referirnos al cuadro “por omisión”, al cuadro carencial más generalizado: el no saber “para qué se vive”.

Es interesante volver, al respecto, al aforismo de Nietszche que dice que “el que tiene un para qué soporta cualquier como”. Si invertimos su formulación, tendríamos que concluir que, complementariamente, quien no tiene un para qué será incapaz de soportar ningún como.

Y que, en consecuencia, no podrá evitar tener que vivir una vida lastrada por todo tipo de trastornos, de problemas y de conflictos. Es a este clima de enfermiza falta de futuro, falta de un sentido que haga la vida digna de ser vivida, al que se refiere Gilles Lipovevtsky en su libro elocuentemente titulado “La era del vacío” y el que denomina Víctor Frankl como “síndrome de neurosis dominical”.

Lo cierto es que, hasta la mitad del siglo pasado, la mayoría de los seres humanos del mundo occidental vivían sus vidas con un diseño de su futuro relativamente bien definido. En ese sentido actuaban de consuno el respeto generalizado a los prejuicios religiosos, el cumplimiento casi ritual de las rancias tradi-ciones y la adaptación mecánica a las costumbres del ámbito socio-cultural en que a cada uno le tocaba vivir.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente. El peso de la religión se ha ido desmoronando (desmoronamiento anunciado proféticamente por el aserto tremen-do de F. Nietszche de que “Dios ha muerto”); se asiste, también, a lo que algunos llaman “la muerte de las ideologías”, quizá como rebote del colapso sufrido por los socialismos reales protagonizados por la Unión Soviética y sus satélites; las tradiciones y las costumbres, que antes nos prescribían rigurosamente qué futuro podíamos y teníamos que esperar, sufren una crisis de obsolescencia progresiva y, casi insensiblemente, dejan de pesar en las actitudes y en las conductas actuales. Todo esto sin que nuevos paradigmas vengan a sustituir a los que han perdido vigencia.

Y todo esto es lo que precipita el auge de una pseudo libertad, de una libertad no conquistada sino recibida pasivamente como un regalo gratuito que nos ofrece, generosamente, la sociedad de consumo. Libertad que E. Mounier caracterizaba como mera “libertad de sujeción” (en realidad más “desatarse” que “liberarse” de las tradicionales servidumbres) sin que a la misma la acompañe la complementaria y necesaria “libertad de adhesión” o de “afiliación”. Es decir, una libertad “de” que no logra ser, también, una libertad “para”.

No, pues, la heroica libertad de la Revolución francesa o de las luchas independentistas de los pueblos colonizados contra el poder colonial, sino la módica libertad de elegir, caprichosamente, entre la enorme prodigalidad de productos que nos ofrecen las góndolas de los supermercados

En realidad, la libertad de elegir “lo que nos da la gana” en un mundo de aspiraciones manipuladas donde “todo vale” porque, en el fondo, “todo ha dejado de valer o de tener sentido”.

Si esto es así, no nos puede extrañar que el cuadro carencial de falta de aspiraciones, de falta de un “para qué” vivir, se haya ido constituyendo en el síndrome más universalizado que descubre la etiología prospectiva que venimos proponiendo.

Es interesante confrontar estos planteos con lo que suele caracterizar la situación existencial que viven la generalidad de las parejas que consultan por diversas dificultades o disfunciones a nivel sexual, erótico o amoroso. Cuando profundizamos en la naturaleza de su problemática, nos encontramos con la reiteración, casi con la monotonía del disco rayado, del reconocimiento de que, como pareja (aunque a veces también como personas) se han quedado sin proyecto, sobre todo sin proyecto de vida en común. Es decir, no sólo se ha ido perdiendo el romanticismo de los primeros tiempos, sino que también se han ido quedando sin futuro, sin proyecto, sin objetivos, sin metas. Las expectativas de futuro, antes compartidas, se han ido haciendo cada vez más individualistas y egocéntricas. Por eso nosotros solemos invitarlos, casi como a un test que aclare lo que les está pasando, a que piensen cuántas veces, a lo largo del día y de la noche, en sus conversaciones sobre sus expectativas, utilizan el “nosotros” y el “nuestro” y cuantas veces el “yo” y el “mío”.

Dejemos así esbozado, someramente, el cuadro más generalizado de carencia de un futuro que vuelva la vida digna de ser vivida. Y pasemos a esbozar, también rápidamente, los síndromes de etiología prospectiva “por acción” que hemos podido diferenciar.

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