APUNTES PARA UNA POSIBLE
REVOLUCIÓN COPERNICANA EN PSICOTERAPIA,
PSICOTERAPIA DE PAREJA Y SEXOTERAPIA
CUARTA ENTREGA
REVOLUCIÓN COPERNICANA EN PSICOTERAPIA,
PSICOTERAPIA DE PAREJA Y SEXOTERAPIA
CUARTA ENTREGA
El consumismo compulsivo
Empecemos por el síndrome “por acción” más universal, tan universal como lo es su contracara, el “vacío existencial” al que nos acabamos de referir. Este síndrome, verdadera pandemia de sobredeterminación ética destructiva, lo constituye el imperio casi ilimitado del “consumismo compulsivo” que ha desplazado y vuelto irrelevantes todos “los ideales” que antes eran las guías prácti-cas de vida para la mayor parte de la gente. En efecto, el consumismo que, en otros tiempos, era el rasgo diferencial de las clases pudientes y de su agresiva opulencia, hoy por hoy se ha popularizado, se ha democratizado y, como el virus de la gripe porcina, afecta y determina las aspiraciones de todas las clases sociales, aún de las más cadenciadas y marginadas.
Son innúmeros los estudios que ahondan en este imperialismo del consumo que domina la época actual. Nos limitaremos a transcribir, al respecto, dos pasajes por demás elocuentes: uno del libro de Gilles Lipovetsky “La era del vacío” y el otro del autor chileno Tomás Moulián de su breve estudio titulado “El consumo me consume”.
Empecemos por el primero. En el capítulo que titula “La seducción continua”, dice Lipovetsky:
“Indiscutiblemente debemos partir del mundo del consumo. Con la profusión lujuriosa de sus productos, imágenes y servicios, con el hedonismo que induce, con el ambiente eufórico de tentaciones y proximidad, la sociedad de consumo explicita sin ambages la amplitud de la estrategia de la seducción. Sin embargo, ésta nos se reduce al espectáculo de la acumulación; más exactamente se identifica con la sobremultiplicación de elecciones que la abundancia hace posible con la latitud de los individuos sumergidos en un universo transparente, abierto, que ofrece cada vez más opciones y combinaciones a medida, y que permite una circulación y selección libres. Y esto no es más que el principio. Esa lógica se desplegará ineluctablemente a medida que las tecnologías y el mercado vayan poniendo a disposición del público una diversificación cada vez mayor de bienes y servicios.”
Y, respecto de cómo la seducción se instala como categoría central de la pasión consumista, agrega lo siguiente:
Empecemos por el síndrome “por acción” más universal, tan universal como lo es su contracara, el “vacío existencial” al que nos acabamos de referir. Este síndrome, verdadera pandemia de sobredeterminación ética destructiva, lo constituye el imperio casi ilimitado del “consumismo compulsivo” que ha desplazado y vuelto irrelevantes todos “los ideales” que antes eran las guías prácti-cas de vida para la mayor parte de la gente. En efecto, el consumismo que, en otros tiempos, era el rasgo diferencial de las clases pudientes y de su agresiva opulencia, hoy por hoy se ha popularizado, se ha democratizado y, como el virus de la gripe porcina, afecta y determina las aspiraciones de todas las clases sociales, aún de las más cadenciadas y marginadas.
Son innúmeros los estudios que ahondan en este imperialismo del consumo que domina la época actual. Nos limitaremos a transcribir, al respecto, dos pasajes por demás elocuentes: uno del libro de Gilles Lipovetsky “La era del vacío” y el otro del autor chileno Tomás Moulián de su breve estudio titulado “El consumo me consume”.
Empecemos por el primero. En el capítulo que titula “La seducción continua”, dice Lipovetsky:
“Indiscutiblemente debemos partir del mundo del consumo. Con la profusión lujuriosa de sus productos, imágenes y servicios, con el hedonismo que induce, con el ambiente eufórico de tentaciones y proximidad, la sociedad de consumo explicita sin ambages la amplitud de la estrategia de la seducción. Sin embargo, ésta nos se reduce al espectáculo de la acumulación; más exactamente se identifica con la sobremultiplicación de elecciones que la abundancia hace posible con la latitud de los individuos sumergidos en un universo transparente, abierto, que ofrece cada vez más opciones y combinaciones a medida, y que permite una circulación y selección libres. Y esto no es más que el principio. Esa lógica se desplegará ineluctablemente a medida que las tecnologías y el mercado vayan poniendo a disposición del público una diversificación cada vez mayor de bienes y servicios.”
Y, respecto de cómo la seducción se instala como categoría central de la pasión consumista, agrega lo siguiente:
“Lejos de reducirse a las relaciones interpersonales, la seducción se ha convertido en el proceso general que tiende a regular el consumo, las organizaciones, la información, la educación, las costumbres. La vida de las sociedades contemporáneas está dirigida desde ahora por una nueva estrategia que desbanca la primacía de las relaciones de producción en beneficio de una apoteosis de las relaciones de seducción.”
Por su parte, Tomás Moulián, en un capítulo que titula “El mall, la catedral del consumo”, anota lo siguiente:
“Como se ha dicho, el mall y los créditos masivos son los dos principales dispositivos de facilitación del consumo”… “Dentro del mall los objetos se muestran, se exhiben, simulando la disponibilidad para quien quiera tomarlos…” “El lugar está concebido para erotizar. Los objetos se insinúan, se ofrecen, parecen cobrar movimiento y vida. El espectáculo de la muchedumbre agitada, con los ojos brillantes por el juego de procesar posibilidades, opera como incitador, presiona a los clientes vacilantes. Estos, después de múltiples vueltas innecesarias, terminan por comprar lo menos pensado, pero algo siempre compran para sentirse en condiciones de finalizar el rito. En el interior de ese espacio, se produce el contagio de comprar, casi todos sienten la sensación de estar siguiendo una corriente irresistible.”
Y, más adelante, agrega:
“Los mall lindan con la obscenidad. En ellos puede constatarse, mejor que en parte alguna, la lógica capitalista del despilfarro. En ellos se observa palpablemente que la producción no se rige sólo por necesidades, sino que también por la competencia, siguiendo los vaivenes de la moda. Esto fuerza a la continua renovación de objetos que no han terminado su ciclo de vida, pero que son desplazados por cambios del gusto o, en el mejor de los casos, por cambios marginales de utilidad. En los mall se ve cómo se malgastan recursos sin con-siderar la miseria de millones, sin tomar en cuenta los sacudones internos que puede producir la inducción del deseo de consumir en seres que no pueden satisfacer ese impulso. La obscenidad consiste en escenificar esa agobiante abundancia a pocos miles de metros de la miseria, en exhibirla ante los ojos de los parias sin dinero ni crédito, que tienen el derecho de peregrinar hacia esos templos para mirar, incluso para tocar, pero sin poder adquirir…” “Para que el consumo se instale masivamente de este forma se hace necesaria la muerte de las motivaciones trascendentes, sean ellas la revolución o la emancipación humana o la fe religiosa, que dictan códigos de vida.”
Por su parte, Tomás Moulián, en un capítulo que titula “El mall, la catedral del consumo”, anota lo siguiente:
“Como se ha dicho, el mall y los créditos masivos son los dos principales dispositivos de facilitación del consumo”… “Dentro del mall los objetos se muestran, se exhiben, simulando la disponibilidad para quien quiera tomarlos…” “El lugar está concebido para erotizar. Los objetos se insinúan, se ofrecen, parecen cobrar movimiento y vida. El espectáculo de la muchedumbre agitada, con los ojos brillantes por el juego de procesar posibilidades, opera como incitador, presiona a los clientes vacilantes. Estos, después de múltiples vueltas innecesarias, terminan por comprar lo menos pensado, pero algo siempre compran para sentirse en condiciones de finalizar el rito. En el interior de ese espacio, se produce el contagio de comprar, casi todos sienten la sensación de estar siguiendo una corriente irresistible.”
Y, más adelante, agrega:
“Los mall lindan con la obscenidad. En ellos puede constatarse, mejor que en parte alguna, la lógica capitalista del despilfarro. En ellos se observa palpablemente que la producción no se rige sólo por necesidades, sino que también por la competencia, siguiendo los vaivenes de la moda. Esto fuerza a la continua renovación de objetos que no han terminado su ciclo de vida, pero que son desplazados por cambios del gusto o, en el mejor de los casos, por cambios marginales de utilidad. En los mall se ve cómo se malgastan recursos sin con-siderar la miseria de millones, sin tomar en cuenta los sacudones internos que puede producir la inducción del deseo de consumir en seres que no pueden satisfacer ese impulso. La obscenidad consiste en escenificar esa agobiante abundancia a pocos miles de metros de la miseria, en exhibirla ante los ojos de los parias sin dinero ni crédito, que tienen el derecho de peregrinar hacia esos templos para mirar, incluso para tocar, pero sin poder adquirir…” “Para que el consumo se instale masivamente de este forma se hace necesaria la muerte de las motivaciones trascendentes, sean ellas la revolución o la emancipación humana o la fe religiosa, que dictan códigos de vida.”
Pues bien: la trascripción es larga, pero entendemos que se justificaba. Subrayamos el último pasaje porque pensamos que resume, apretadamente, el síndrome prospectivo tóxico “por acción” al que nos veníamos refiriendo. Es importante enfatizar que lo “patológico” de los futuros tóxicos es que, como lo dice Tomás Moulian, determinan “la muerte” de lo que A. Makarenko lla-maba “perspectivas jubilosas”. Aquí lo tóxico no es que los seres humanos se queden sin futuro, sin proyectos y sin metas, sino que se alienen en la adicción a las promesas de un hedonismo frívolo y miope, que vendan su alma al diablo al módico precio de los placeres instantáneos y efímeros.
Todo lo anterior se refiere preferentemente al consumo de bienes materiales: residencias, automóviles, motos, electrodomésticos, televisores, aparatos estereofónicos, celulares, etc. Sin embargo, sería un error limitar el consumo compulsivo sólo a los bienes materiales. Quizá más tóxico resulte el consumo propiamente adictivo de bienes inmateriales: de ideas, de creencias, se valores, de concepciones de vida. Hoy por hoy, la adicción a los programas de TV, al uso compulsivo de la computadora, a la fiebre de comunicaciones frívolas a través de los celulares y de Internet empiezan a inquietar a padres y a educadores tanto o más que la adicción a la pasta base.
Y aquí también hay que insistir en que lo malo y lo tóxico no radica en el uso en sí mismo de todos estos “medios”, sino en su transformación en “fines” absorbentemente prioritarios y en su efecto de “bloqueo” de toda atención y dedicación al cultivo de valores más trascendentes.
Dejemos así caracterizados someramente los dos síndromes de futuros tóxicos más generalizados y pasemos a completar el cuadro con una también breve enumeración de otras expectativas de futuro igualmente tóxicas, pero que sólo afectan a grupos mucho más particularizados
Todo lo anterior se refiere preferentemente al consumo de bienes materiales: residencias, automóviles, motos, electrodomésticos, televisores, aparatos estereofónicos, celulares, etc. Sin embargo, sería un error limitar el consumo compulsivo sólo a los bienes materiales. Quizá más tóxico resulte el consumo propiamente adictivo de bienes inmateriales: de ideas, de creencias, se valores, de concepciones de vida. Hoy por hoy, la adicción a los programas de TV, al uso compulsivo de la computadora, a la fiebre de comunicaciones frívolas a través de los celulares y de Internet empiezan a inquietar a padres y a educadores tanto o más que la adicción a la pasta base.
Y aquí también hay que insistir en que lo malo y lo tóxico no radica en el uso en sí mismo de todos estos “medios”, sino en su transformación en “fines” absorbentemente prioritarios y en su efecto de “bloqueo” de toda atención y dedicación al cultivo de valores más trascendentes.
Dejemos así caracterizados someramente los dos síndromes de futuros tóxicos más generalizados y pasemos a completar el cuadro con una también breve enumeración de otras expectativas de futuro igualmente tóxicas, pero que sólo afectan a grupos mucho más particularizados
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