LA GENEROSIDAD DE LAS PATRIAS MESTIZAS
MARYSE RENAUD (Martinica / Antillas francesas, 1947) vive en Francia desde su niñez y actualmente es catedrática de literatura hispanoamericana en la Universidad de Poitiers y responsable del Seminario de Literatura Latinoamericana del CRLA / Centre de Recherches Latino-Américaines.
Su nutrida producción ensayística se transformó en un referente mundial a partir de la publicación de A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD (Editorial Proyección de Montevideo / Univ. De Poitiers, 1993, 1ra edición española), una extraordinaria investigación de más de 500 pp. que enfocó pioneramente el universo onettiano en su globalidad.
En 2008 y 2009, además, aparecieron sus primeras obras narrativas, el cuentario EN ABRIL, INFANCIAS MIL y la novela EL CUADERNO GRANATE, publicadas por Ediciones Corregidor.
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MARYSE RENAUD (Martinica / Antillas francesas, 1947) vive en Francia desde su niñez y actualmente es catedrática de literatura hispanoamericana en la Universidad de Poitiers y responsable del Seminario de Literatura Latinoamericana del CRLA / Centre de Recherches Latino-Américaines.
Su nutrida producción ensayística se transformó en un referente mundial a partir de la publicación de A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD (Editorial Proyección de Montevideo / Univ. De Poitiers, 1993, 1ra edición española), una extraordinaria investigación de más de 500 pp. que enfocó pioneramente el universo onettiano en su globalidad.
En 2008 y 2009, además, aparecieron sus primeras obras narrativas, el cuentario EN ABRIL, INFANCIAS MIL y la novela EL CUADERNO GRANATE, publicadas por Ediciones Corregidor.
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Editorial Corregidor acaba de publicar tu primera novela, El cuaderno granate, que amplía el ciclo narrativo iniciado por el cuentario En abril, infancias mil. ¿Hubo alguna vuelta de tuerca existencial decisoria para que te sumergieras en la narrativa?
Ya que tu pregunta sobre las motivaciones que me impulsaron a sumergirme en la narrativa es bastante directa, intentaré contestarte lo más sinceramente posible, aunque no es nada fácil analizarse a sí misma y menos aún evocar intimidades. No te olvides que un personaje de El cuaderno granate dice que no le gusta desnudarse en público. Efectivamente, las Ediciones Corregidor (Buenos Aires) me publicaron en el 2008 un libro de cuentos titulado En abril, infancias mil, y en diciembre de 2009 mi primera novela, El cuaderno granate. Ahora bien, cuando me pongo a pensar no se me puede escapar que la génesis de estos dos textos responde a motivaciones ligeramente diferentes, si bien nada contradictorias. De una cuestión de matices, de leves inflexiones, de grados, se trata más bien. Cuando escribí los diez cuentos de En abril, infancias mil, alentada por la escritora argentina Luisa Futoransky, fue movida por una especie de violenta necesidad interna, de que fui tomando conciencia a posteriori, evidentemente. Más clarividente que yo misma resultó ser mi amiga del alma Michèle Meunier, excelente catadora de textos, quien enseguida percibió que el motor secreto de esta loca empresa era en gran parte la para mí inaceptable muerte de mi hermano mayor, brutalmente acaecida algunos años antes, y que se agregaba además al fallecimiento, más previsible, más natural de alguna manera, de mi padre y mi madre. Tomé, pues, la pluma cada vez que me lo permitían mis actividades docentes en la Universidad de Poitiers, donde enseño la literatura hispanomericana, y no pocas veces me quedé hasta muy altas horas de la noche borroneando cuartillas. Hasta vi despuntar el día desde el ventanuco de mi buhardilla, y cuando se despertaban los de la casa yo me iba a la cama. Los textos parecían engendrarse unos a otros y sentía confusamente que de este ejercicio de la escritura salía yo apaciguada, por así decirlo. La muerte no lo era todo, sin embargo. Fueron las palabras, el disfrute procurado por el manejo de la lengua española, de las lenguas a que acudo en mis cuentos -afloramientos de francés y hasta de idioma caribe-, fue el juego intertextual con mis autores preferidos, a quienes quise aquí rendir homenaje (Carpentier, Onetti, Darío, Rosario Castellanos, Baudelaire) de modo amoroso, levemente paródico, los que me incitaron a seguir adelante. El terrible principio de realidad se encontraba, pues, como contrapesado por el principio de placer: a la discontinuidad, la muerte, la soledad, respondían un despliegue verbal proliferante que algunos calificarán de barroco -y asumo el calificativo-, unos colores, unos ritmos, unas sonoridades que son los de la vida, y en los cuales me era dado reencontrar a mi hermano. En El cuaderno granate está también presente la voz de mi hermano, por intermitencia, al lado de otras muchas de diversa índole que se entretejen en la ficción, pero la visión novelesca es mucho más abarcadora que la de los cuentos, y sobre todo está marcada por un fuerte dialogismo, por una versatilidad de la significancia que implica una reflexión adulta del lector sobre la fragmentariedad y opacidad fundamental del mundo. Los diez cuentos están unificados, en cambio, por la presencia de un personaje focal fijo: una niña -la Niña, un par de ojos y una voz- que se acerca, curiosa, intrigada, a un mundo adulto fascinante, incoherente y duro a la vez, que contribuye a desmitificar.
¿El hecho de que hayas adoptado el español para ficcionar está marcando tu imbricación definitiva con la espiritualidad latinoamericana ? ¿Se impusieron tus facciones estéticas mestizas ?
Desde mi más tierna infancia, vivo, como sabes, en Francia. Pero el que haya pasado gran parte de mi vida en París, donde cursé estudios de español en la Sorbona y en l’École Normale Supérieure de Fontenay-aux-Roses, y Poitiers, donde enseño, no quita que haya nacido en la Martinica, un departamento francés de América, al que he tenido oportunidad, además, de regresar en numerosas ocasiones por razones familiares. De ahí que en El cuaderno granate haya evocado con toda legitimidad, digo yo, los fuertes resabios de sociedad patriarcal que pude observar de cerca en la isla a través de ciertos tipos de comportamientos de mucho arraigo, nada anecdóticos. Soy antillana, como decimos generalmente los martiniqueses cuando nos preguntan en el Hexágono, o en el extranjero, por nuestro lugar de nacimiento. Por mi parte, me gusta insistir en mi condición de caribeña, para resaltar justamente mi pertenencia a esta América que es mi verdadera patria. Patria real y a la vez fantasmática, ya lo sé, idealizada por la distancia y la excelente literatura que ha producido. Patria generosa, incluyente, permeada ella también de cultura europea, que no me exige renunciar a mi larga historia personal con Occidente. El Caribe, tierra de mestizajes, de transculturación, encrucijada de lenguas -el francés, el inglés, el español, el créole-, donde se experimentaron la economía de plantación y otras tantas cosas novedosas que más adelante habían de extenderse a la Tierra Firme, como bien lo mostraron en sus brillantes ensayos los dominicanos Andrés L. Mateo y Miguel Ángel Fornerín, entre otros. El Caribe, encrucijada de imaginarios, sexo ardiente de América (dijo Carpentier, si mal no recuerdo). Más prudentemente, diré yo: ombligo de América y síntesis siempre en movimiento, como lo diera a entender en La isla que se repite el ensayista cubano Antonio Benítez Rojo. El que yo escriba en español, una de las tres grandes lenguas de este Caribe, también amado por mi hermano, es pues un acto de amor a todo lo latinoamericano. Conviene recordar también que la gente de mi generación, en la Martinica, con letras o no, suele apreciar particularmente este idioma -mucho más que el inglés- que aprendió a amar a través de la música: guaracha, bomba, bolero, guaguancó, son, vallenato, etc.
¿En qué proyecto humano mesiánico seguís conservando la fe, más o más allá de los tsunamis de la posmodernidad?
Conservar la fe... Esto sí que es bien arduo, pero la resignación no me va, por razones temperamentales y culturales. ¿Acaso no somos los martiniqueses hijos de tierras eruptivas, de esclavos sublevados, de los «disidentes» de la Segunda Guerra Mundial que cruzaron el Océano para luchar al lado de De Gaulle, remotos herederos de Espartaco, Mackandal, Bouckman, de la Mulata Soledad, en suma, de todos esos «hermanos volcanes» que tan bien evocara en su entrañable libro el malogrado novelista martiniqués y amigo mío, Vincent Placoly? De modo que no veo más opción que seguir profundizando en los valores que nos fundan: los de las Luces, reapropiados sin embargo, lavados de falsos optimismos y de un universalismo más teórico que real, un tanto sectario a veces. Una Refundación del Optimismo, de la Utopía, esto es lo que haría falta, esto es lo que espero, lo que tenemos que construir, basándonos en la difusión irrestricta de una cultura humanista y en los intercambios intergeneracionales. Que la posmodernidad comprenda que todavía queda mucho por aprender de la modernidad, como lo insinúa la novela de aventuras Imposible equilibrio, de Mempo Giardinelli.
En setiembre vas a participar en un coloquio literario internacional organizado por elMontevideano / Laboratorio de Artes, y hace ya cerca de un año que integrás el staff de nuestro blog, donde atraés múltiples entradas de insospechadas partes del mundo. ¿Qué te dice este empuje cultural llegado desde el pequeño Uruguay ?
Primero quiero saludar y agradecer a todos los integrantes del equipo de elMontevideano / Laboratorio de Artes por haberme acogido entre ellos, dándome la oportunidad de entrar en contacto con tantos lectores. A Hugo Giovanetti Viola y a Álvaro Moure Clouzet, específicamente, quienes están en el origen de la creación de este blog cultural, quiero manifestar muy sinceramente mi admiración por la vitalidad que demuestran en su labor de difusión cultural, y sobre todo por el rigor y el profesionalimo, y hasta el alto sentido artístico que han sabido imprimir a esta audaz empresa. Ahora bien, que sea de un país más bien chico como el Uruguay de donde parte tanto empuje cultural, no me sorprende mayormente, teniendo en cuenta la historia del país, el alto grado de formación de sus élites, y más generalmente el buen nivel cultural de su pueblo, ansioso de saber y apertura. Yo también, además, soy de una isla diminuta, que no por eso ha dejado de producir a grandes figuras como Césaire, Glissant, Chamoiseau y otros tantos escritores de gran valía. ¡Que vivan los «pulgarcitos»! ¿Acaso no los ensalzan los cuentos poupulares?
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