jueves

EL LIBRO OCULTO DE NIETZSCHE

MI HERMANA Y YO

Este libro, hasta ahora desconocido para muchos de los lectores de Nietzsche, fue terminado por el autor estando recluido en un asilo de Jena, y amargado por las intrigas de sus familiares más cercanos, empeñados en impedir la publicación de Ecce Homo en vida del filósofo.

El destino del manuscrito de MI HERMANA Y YO -que sólo fue conocido y publicado bastantes años después de su muerte- confiado primero a su compañero de asilo que iba a ser dado de alta, constituye una triste aventura a través de la incomprensión y la estupidez humana y supone, sobre todo, un documento excepcional en el que al autor cuestiona su vida entera.

PRÓLOGO DEL EDITOR

En 1951, la editorial Boar’s Head Books, de Nueva York, publicó un libro titulado: My sister and I. Su autor: Friedrich Nietzsche.

La obra llevaba un extenso prólogo del doctor Oscar Levy, su traductor del alemán y editor de las obras completas del gran filósofo prusiano.

En seguida de su aparición, y como si fuera su aciago destino desatar odio y escándalo, estallaron las más encarnizadas polémicas que fuera dado imaginar.

Si una parte de la crítica mundial negaba la autenticidad de sus páginas, la otra elevaba un coro de admiración por lo que afirmaba ser lo más genial y auténtico que escribiera el autor del Zaratustra. En iguales bandos se dividió la opinión de los lectores, de los admiradores y de los detractores.

¿Qué es este libro que provocó tan encontradas opiniones, que desató iras e hizo que la obra entera de Nietzsche volviera a ser objeto de polémicas como lo fue durante su vida?

Mi hermana y yo -y aquí habla el doctor Levy- es la autobiografía del alma de Nietzsche. Se cree que éste la escribió para vengarse de sus familiares más cercanos, que conspiraron para impedir la publicación de Ecce Homo en vida de su autor, porque su contenido espantó a su madre y a su hermana Elisabeth. Ecce homo no apareció hasta 1908, ocho años después de la muerte del filósofo, cuando fue arrancado de las manos de Elisabeth a cambio de altas sumas por sus derechos de publicación.

Mi hermana y yo, ha tenido que esperar mucho más tiempo para ver la luz. No podía ser publicado mientras vivieran algunas de las principales personas citadas en él. Cuando Nietzsche terminó de escribirlo, se hallaba recluido en un asilo para dementes, en Jena, y al no poder confiar el manuscrito a su madre o a su hermana, se vio obligado a entregárselo a un compañero que iba a ser dado de alta.

Nietzsche nunca supo si su libro sería publicado, y el destino de su manuscrito constituye una triste aventura a través de la incomprensión y la estupidez humanas.

La ocultación de Ecce Homo por su hermana Elisabeth y por su madre, fue un terrible golpe moral para Nietzsche. Se supone que éste ha sido la causa de su locura o la simulación de ella, pues se cree que, al decir en uno de sus libros que un filosófo puede retirarse airosamente del mundo pretendiendo estar loco, predecía, en suma, una línea de conducta que luego adoptó.

Esta primera edición castellana ha sido traducida de la editada en inglés por Board’s Head Books, ya que la directa del alemán sería imposible después de la desaparición del manuscrito en misteriosas circunstancias.

PRIMERA ENTREGA

CAPÍTULO PRIMERO (I)

1

Anoche tuve un sueño. ¿O debiera decir una pesadilla? Una pesadilla es algo que se eleva del subconsciente al consciente, plagado de sobresaltos y desazón, para castigar o asustarnos. Pero lo que me sucedió anoche fue un presentimiento frenético de felicidad. Si pienso en ello como en una pesadilla es porque, contrariamente a los sueños comunes, que se elevan y desaparecen en las sombras, éste era profundo y claro. Y permanece todavía conmigo en lugar de desvanecerse.

Me pareció que la última ciudadela del enemigo había caído. Mi madre -a quien cada día he odiado más intensamente desde mi niñez- estaba muerta. La vi con mis propios ojos encerrada en un cofre de madera, que fue arrojado dentro de un hueco en la tierra y cubierto de cal. Me encontraba en el cementerio, con un grupo de gente sombría y sollozante, ninguno de cuyos rostros vi claramente, excepto el de Elisabeth, que se mantenía a su lado. ¿Se habría originado en la malevolente visita que las dos me hicieron ayer?

El sueño se desplazó desde el cementerio hasta el carruaje que nos trasladó, a mi hermana y a mí, hasta la casa (me pregunto en qué lugar estaba situado ese hogar). No cambiamos una palabra durante el largo y ruidoso viaje. Nos sentamos el uno contra el otro y dejamos que los vacíos, amargos e inútiles años, arruinados por esa tirana presencia, se fundieran con sus elementos químicos. Sentí lo mismo que debe experimentar la tierra cuando el hielo del invierno da lugar al nuevo brote de flora y vegetación. Mi corazón sufrió por anticipado.

El mismo fervor debe haberse originado también en Elisabeth. Imaginé esto, como siempre lo hago en sueños, con un torrente emocional no dirigido tan claramente como en la vida, pero no por eso menos real. En un momento dado eché una mirada furtiva a su frío y hermoso rostro, y descubrí en su boca una débil sonrisa, que se elevaba vivamente hacia sus magníficos y luminosos ojos. Si no hubiera sido por la presencia del conductor (velado como la gente en el funeral) tal vez hubiera tratado de besarla.

Si se puede transmitir un pensamiento de una persona a otra con palabras concebidas y asociadas pero no manifestadas, ésa constituía mi primera comunicación a Elisabeth, al volver a la casa del sueño (tan extrañamente familiar para mí, tal como la recuerdo): Hay tres camas en esta casa, y dos de ellas permanecerán desocupadas durante todo el tiempo en que pueda influirte…

Este pensamiento nunca se le hubiera ocurrido a Elisabeth. En caso de sugerírselo, ciertamente habría reaccionado en forma violenta y desfavorable. El mundo de mi hermana es el de luces y sombras dispersas, las luces de sus verdaderas pasiones y las sombras de las ideas falsas con las cuales el mundo la ha hechizado. No se puede esperar, bajo ninguna circunstancia, que actúe tan definitiva e imperiosamente como lo hago yo. Pero la semilla del pensamiento puede sembrarse en su mente. Con un hermano enfermo, tan necesitado de cariño y simpatía, ¿quién puede predecir lo que puede suceder?

Por todo lo que ha pasado entre nosotros (directamente en nuestros años de infancia, y directa e indirectamente luego) no es, ni hermana ni ninguna de las otras cosas -consejera y sostén espiritual- como hubiera querido que yo y el mundo pensara que era. Para mí, Elisabeth es primeramente una mujer, el soleado y caluroso puerto hacia el cual gravita toda mi vida.

2

El cementerio estaba tan luminoso y agradable que brilla poderosamente en mi sueño. Cementerios -esos palacios sin techo, de pobres y ricos por igual, que sólo visitamos cuando estamos obligados, y nunca nos desagradan o desengañan- son realmente las habitaciones más duraderas y acogedoras que construimos para nosotros. Invierno y verano nos saludan con sinceros brazos abiertos: Bienvenido, viejo amigo. ¿Así que has venido a ver el lugar de tu última morada?

¿Has notado alguna vez las pequeñas piedras redondas detrás de las tumbas cuadradas y grandes? No se lo digas a nadie, pero son en realidad las bolitas con las que juegan los ocupantes de las tumbas durante las tediosas horas de ronda que deben pasar entre los vivientes, cuando cae la noche y los horrendos y cansados celadores se retiran a comer sus potajes o a dormir en sus húmedos lechos.

Sigo pensando en esa gente fatua que desafió al ángel Gabriel, dando instrucciones a sus herederos de que quemaran sus restos y esparcieran las cenizas de su carne y huesos a los cuatro vientos. La inmortalidad personal es una suposición suficientemente ilógica y descabellada para seguirla. ¿Pero no es más razonable batallarla tanto, y con maniobras tan violentas?

Un viento se levantó en mi sueño y sopló a través de las calles de su terra incognita mientras el carruaje nos alejaba del cementerio. Lo oía atentamente mientras su ruido se elevaba sobre el débil chirrido de las ruedas del carruaje. Parecía que nos perseguía, a Elisabeth y a mí, tratando de decirnos algo. ¿Se trataría del mismo vientecillo que ahogó finalmente la voz del oficiante cuando pronunció un vacío discurso sobre la virtud y misericordia de mi madre?

Le hablé en un murmullo para que Elisabeth no me oyera: ¿Es algo que dejé en el cementerio que debía haberme llevado, vientecillo? ¿Pero qué puede ser? No ciertamente esperanza, o fuerza, o ambición, o deseo -menos que todo, deseo-, pues todo lo que deseo está conmigo, sentada a mi lado, abrigada contra mí como sólo el amor puede abrigar. Fémina personificada.

3

La causa de mi cólera de ayer por la tarde fue la inesperada sugestión de mi hermana, de que lo mejor para mí sería dejar este horrible lugar e ir a vivir con ella al Paraguay. (Esto fue sólo unos días antes de su retorno a ese país para arreglar sus asuntos.)

Yo pensaba que no te gustaba Paraguay, le recordé.
No para mí, admitió.
Entonces, ¿por qué para mí?
Para ti significaría la resurrección.
¿Cómo Jesús?
Se encogió de hombros. Ya empiezas a proferir sacrilegios. ¿No sabes el efecto que esta clase de cosas le produce a mamá?
No la mata. Y si lo hiciera, sé que no tardaría mucho en volver a molestarme con este asunto, y tú también.
No eres tú el desagradable con nosotros, sino tu enfermedad.

¡Oh, querida enfermedad! Pero no consideraré la posibilidad de ir al Paraguay, de modo que pongamos punto final a eso. En primer lugar, es demasiado lejos, sólo el viaje me mataría si vuestra compañía no lo hizo ya. En segundo lugar, probablemente tu difunto marido ha contaminado en tal forma el Paraguay con su plaga antisemita que debe ser un lugar tan malo para vivir como Alemania.

Peor, podría haberle dicho. El antisemitismo, en un lugar donde ocasionalmente se puede echar una mirada a un rostro genuinamente judío, es una cosa. Pero debe ser imposible respirar donde hay sólo vacíos rostros cristianos que saludan.

Por su exagerado antisemitismo, deduzco que no debe haber suficientes cosas en Paraguay para odiar y hacer soportables las miserias comunes de la vida. Sin duda, el lugar para la persona que odia es Alemania. En primer término está el Káiser; se podría emplear una buena parte de la vida detestándolo a él sólo. Luego está Bismarck, como fuente de aborrecimiento, tesoro solamente comparable a su amo. Y al tratar de pensar en forma impersonal, como lo estoy haciendo, olvidando al amo y al siervo, la mirada de cualquier buen ciudadano alemán en la calle debe hacer recordar suficientemente a todo ser sensible que lo que hace superior a una persona, aun ante el Hacedor mismo, es la capacidad de odiar con todo su corazón las cosas que le han enseñado cuando niño a respetar y honrar.

4

Entre las cosas que me trajeron ayer había una carta de Augusto Strindberg. Y fue sólo discutiendo con ellos que me permitieron finalmente retenerla. Hela aquí:

He estado pensando en usted durante tres días. Le escribo con la esperanza de que, haciéndolo, desterraré por fin su imagen de mi mente, con el objeto de poder dedicarme a asuntos más agradables a mis ojos, y provechosos para mi alma.
El desgraciado asunto comenzó al encontrar una fotografía suya al pie de la página cuatro de mi periódico matinal. Algo significa salir en letras de molde, supongo. Pero ¿no debiéramos ser más cuidadosos de los medios que se utilizan para lograrlo?
¡Qué fotografía! ¿Realmente parece eso? ¿El Mefisto de un espectáculo de Fausto de tercera clase?
Cuando haya olvidado esa horrible imagen suya le escribiré nuevamente.

A Strindberg le gusta atormentar. Creo que está celoso de mí porque Brandes me presta mucho más atención que a él. Por otra parte, es un atormentador nato. Me atormenta a mí y al mundo, pero sobre todo se atormenta a sí mismo.

5

Tengo sólo una huidiza imagen de mi padre. Recuerdo que era alto, con unos ojos pardos y cálidos que parecían deleitarse con todo lo que veían. Con respecto a mis viejas tías que rebosaban nuestra casa, su conducta era dolorosamente respetuosa. Su forma de conducirse con mi madre sólo puede describirse como idolatría. ¿Era esta solicitud exagerada de mi padre hacia la personificación de la cavidad profunda de mi origen la responsable del abismal odio que sentí tempranamente por ella?

6

Los ojos de mi hermana Elisabeth seguían a mi padre tan devotamente como los de mi padre lo hacían con la lenta y aprensiva figura de mi madre. Una vez me explicó, en un murmullo, que papá no tomaba un bocado de comida o una gota de agua hasta que no estaba completamente seguro de que todo le iba bien a mi madre y a las demás mujeres de la casa. Siempre pensé en esto, especialmente en cuanto puede haber influido en mi propia vida.

7

Sucedió por primera vez entre Elisabeth y yo, la noche en que nuestro hermano menor, Joseph, murió, aunque no teníamos idea de que estuviera moribundo, cuando se deslizó en mi lecho, quejándose de que hacía frío, porque sabía que yo estaba siempre templado. En realidad, eso no era verdad. Aun en esos lejanos días, sufría de escalofríos que me atacaban en los momentos más diversos e inesperados. Y esa noche me sentía especialmente destemplado… Toda la tarde, el pequeño Joseph había alborotado la casa con sus gritos y suspiros de agonía… De improviso, sentí las cálidas manecillas de Elisabeth en las mías, su susurrante vocecita en mi oído, y comencé a sentirme acalorado por doquier.

8

Nunca traté de presenciar uno de los conciertos dirigidos por papá. Cuando tocaba en la casa siempre asistíamos con la respiración contenida, como suele suceder en las grandes ceremonias religiosas. Aprendí a leer y escribir directamente con él. Creo que también debido a él adquirí mi desesperada devoción por la música. Dios me asista.

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