sábado

MUAHMMUD IBN AL-MAHAD


UN POETA MEDIEVAL DE LENGUA ÁRABE CASI DESCONOCIDO

Introducción al libro Cantos a la amada (versión al español y notas de SAÚL IBARGOYEN).

SEGUNDA ENTREGA

En fin, el pacientísimo lector apreciará tanto lo dificultoso de llegar a estas simples versiones, como el ingente caudal de lecturas, de asimilaciones culturales y de experiencia de vida histórica y espiritual que Al-Mahad transfirió, con admirable contención, elaborada sobriedad y medido lirismo, a los textos aquí tan imperfectamente presentados. En lo formal, de seguro buscó diversas variantes de la moaxaja, el zéjel y la jarcha, esta última tardíamente descubierta para la crítica occidental, que hallara en tierras de Sefarade.

Se dice que muchas personas, tal vez por ignorados reflejos genéticos, suelen tener miedo precisamente de aquello que puede apoyarlas, ayudarlas o salvarlas; miedo del llamado amor (hebb, derivados: habib, habibar) o del deseo (rid) como íntima sombra, o de la solidaridad afectiva (hbub), por ejemplo. Quien se hace responsables de estas costosas aproximaciones a la poética de Al-Mahad, tuvo y tiene verdadero miedo de la poesía en cuanto resultado imprevisible de la creatividad, pues ésta implica el intento de corregir la ruptura de la participación, o vínculo original, por lo que la energía de fondo desata o moviliza o perturba las fuerzas ya ordenadas de la superficie. Y, además, significa toda esa eclosión en una organización verbal con una finalidad ético-estética que, más allá de la voluntad creativa, convoque nuevos estremecimientos.

Y ese (este) temor hizo que muchas veces el desánimo “cundiera por mi alma”, diría el a’ma Borges; pero la propia propuesta poética de Al-Mahad, con sus matices de erotismo místico -no ajeno a la introspección sufí-, sus heréticas metáforas y su imaginario tan de lo concreto y cotidiano, me estimuló hasta dar término, al cabo de varios años de neurótica y discontinua labor, a un primer borrador de estas “traducciones”.

Es casi innecesario añadir que Al-Mahad otorgó a la mujer real y cotidiana una atención lírica desusada, aún hasta hoy, y dicho con prudente flexibilidad, en la poesía arábigo-islámica; y no sólo en ella. Esta postura no tradicional, que representaría un adelantado tercer camino entre Eros y Ágape -tan bien estudiados por Denis de Rougemont-, identifica, sin que haya disolución ni comunión, la relación con la hembra humana de cada día o cada noche, con la presencia de un dios o un principio ilimitado y oscuro que estimula los libres movimientos del cosmos en todos sus detalles, pero que es sensible a los cambios que esos mismos movimientos producen. Esto insinúa la posibilidad de una espiral imprevisible de “creaciones humanas, divinas, materiales y cósmicas, vinculadas por el movimiento y por el intercambio de sus energías independientes” (¿influencia de los derviches de Rumi?). En una última instancia, esta posibilidad también podría vincularse con el “principio originario” del budismo zen o chan, en cuanto a una continuidad de la conciencia en lucha con el samsara.

Obviamente, las posiciones de Al-Mahad provocaron innumerables y violentas querellas; sus adversarios, tanto sunníes como si’íes, lo atacaron insaciablemente. En más de una ocasión le recordaron el suplicio del místico Al-Hallaj (quien creía en una permanente aproximación a Allah), y hasta intentaron condenarlo a muerte, por látigo, por espada o por enterramiento en vida. Sin embargo, siempre pudo eludir oportunamente persecuciones, hostilidades, críticas y pleitos con el apoyo soterrado de diversas amigas (de seguro amantes, amadas o amadoras), en varios momentos históricos relacionados con el sultanato Nazarí de Granada, la “dinastía” de los mamelucos bahríes y el visir otomano Alla’ed-din, por lo menos.

Según documentos desprolijamente depositados en una caja de azófar del siglo XI, hallada en la madrasa Nadir, en Bujará, Al-Mahad sostuvo dos o tres rigurosas polémicas con envilecidos representantes de la ortodoxia islámica, pero al cabo de las mismas, el acoso sobre su persona y sus trabajos resultó más explícito y, quizás, hasta más brutal. Estas situaciones y otras de carácter más personal, lo obligaron a desplazarse frecuentemente durante casi toda su existencia. De acuerdo con los citados documentos, se conjetura que Al-Mahad sufrió prisión en dos oportunidades y destierro en otra. Sobre este último hecho, simplemente dijo: “Es imposible desterrar a quien Allah hizo de tierra”. Pese a todo, unos pocos contrincantes menos inflexibles reconocían que el poeta daba cumplimiento regular a los cinco pilares o preceptos del Islam; incluso, había realizado en su primera madurez el viaje a La Meca, pues “circunvalar siete veces la sagrada piedra oculta entre sus velos negros equivale a caminar sobre el cuerpo del dios”.

Sin embargo, salvo algunos seguidores y discípulos, nadie de su época le perdonaba, entre otros ejemplos, el graffiti o dipinti que escribió en una barda del palacio Al-Azm, en Damasco: “La saliva de mi amada/ está en aliento/ cuando los versículos del Libro/ son repetidos por esta boca que debe morir”.

Finalmente, para orientar mejor a los lectores potenciales de estos poemas -que no califico ni evalúo por sentirme, de manera inevitable, identificado y comprometido con ellos en su más viva sustancia-, creí en la necesidad de presentar una breve enumeración de las principales fuentes consultadas; otras las tomé de la lectura de la obra misma de Al-Mahad, por la simple circunstancia de que estaban entretejidas en ella. Pero me resulta inevitable anotar aquí esta reflexión del poeta, tomada de su incompleto Tratado de la soledad de la palabra:

Cada palabra alcanza doble sacralidad: una primera, derivada del Gran Libro que Allah, el sublime analfabeta, no necesita escribir y una segunda, forjada por el encuentro de la primera con la apagada y dividida lengua de las mujeres y los hombres, que así despierta y se ilumina en el Único Verbo.

(Es decir, la lengua poética anterior y posterior al mundo, pero en recreación e interacción permanentes con él. Toda una concepción metafísica, en apariencia idealista, que sería de notoria utilidad estudiar hoy en día, ante la confusión estética e ideológica propuesta por la modernidad tardía, mal asumida por los eunucos del sistema global decadente y por los soberbios depredadores de la cultura.)

Deseo agregar que, salvo alguna excepción, no conservo las fuentes que debí consultar (libros, revistas, folletos, periódicos), pues las regresé apenas utilizadas, por acuerdo expreso y exigencia invencible, con quienes, tan confiada y generosamente, me las facilitaron. El firme acuerdo excluía todo tipo de reproducción, recopilación o transmisión por cualquier medio, con la salvedad de los textos traducidos o entrecomillados.

Solamente espero que, cuando llegue el día escrito en el Libro, que en verdad es la sombra materializada y legible del Libro Primordial no revelado, el poeta Muhammud Ibn Al-Mahad o Al-Majd pueda leer con crítica satisfacción estas arriesgadas versiones de sus Cantos a la amada, mientras una hermosa, amorenada y velluda mujer le alcanza en la vasija de sus manos un poco de agua, eternamente fresca, de los ríos que corren por los jardines del deseado Paraíso.

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