EL PERSONALISMO Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XX
CUARTA ENTREGA
El Estado. La democracia. Esbozo de una teoría personalista del poder.
La política no es un fin último que absorba todos los demás. No obstante, si bien la política no lo es todo, está en todo.
Su punto de partida hacia la recuperación debe ser encontrar el lugar del Estado. El Estado, repitámoslo, no es la nación, ni siquiera una condición necesaria para que la nación alcance su ser auténtico (16). Sólo los fascistas proclaman su identidad en provecho del Estado. El Estado es la objetivación fuerte y concentrada del derecho, que nace espontáneamente de la vida de los grupos organizados (G. Gurvitch). Y el derecho es el garante institucional de la persona. El Estado es para el hombre, no el hombre para el Estado.
Para el personalismo, el problema crucial es el de la legitimidad del poder ejercido por el hombre sobre el hombre, que parece contradictorio con la relación interpersonal. Es justamente lo que piensan los anarquistas (17). Para ellos, la afirmación sin coacción del individuo bastaría para hacer surgir espontáneamente un orden colectivo. El poder, en cambio, es fatalmente corruptor y opresivo, cualquiera que sea su estructura. La tesis liberal no es diferente en esencia. En el otro extremo, los teóricos del poder absoluto piensan que el hombre, incurablemente egoísta, no puede elevarse por sí mismo hasta la ley colectiva y debe ser sometido a ella por la fuerza. Así, por un lado, optimismo de la persona, pesimismo del poder; enfrente, pesimismo de la persona, optimismo del poder. En ambos lados, un ámbito es idealizado y el otro aplastado en la relación de la persona con la colectividad. Anarquismo y liberalismo olvidan que, estando las personas enraizadas en la naturaleza, no se pueden violentar las cosas sin violentar a los hombres. No obstante, si bien esta coacción vuelve inevitable el poder, no lo funda. Solamente puede ser fundado sobre el destino final de la persona, a la que debe respetar y promover. De esto surgen varias consecuencias.
En primer lugar, que la persona debe ser protegida contra el abuso del poder, y todo poder no regulado tiende al abuso. Esta protección exige un estatuto público de la persona (18) y una limitación constitucional de los poderes del Estado: contrapeso del poder central por los poderes locales, organización del recurso de los ciudadanos contra el Estado, hábeas corpus, limitación de los poderes policiales, independencia del poder judicial.
Si bien la persona puede ser subordinada, le conviene no serlo sino conservando su soberanía de sujeto, reducida al máximo la inevitable alienación que le impone su condición de gobernado. Es éste el problema de la democracia. Existen muchas ambigüedades en torno del término. Designa a veces una forma de gobierno, otras un régimen de espontaneidad de masas. Es, de hecho, una forma de gobierno que se articula sobre la espontaneidad de las masas, a fin de asegurar la participación de los sujetos en el orden objetivo del poder. Pero, si bien no se puede separar los dos problemas, es preciso que se los distinga: la “democracia permanente” de unos y el gobierno permanente del Estado totalitario son dos formas distintas de confusión tiránica.
La soberanía popular no puede fundarse en la autoridad del número; el número (o la mayoría) es tan arbitrario como la real gana de uno solo. Pero tampoco es posible rebajarla, como bien lo vio Rousseau, a una soberanía anárquica de libertades individuales. Es la autoridad de una sociedad de personas racionalmente organizada en un orden jurídico; es la soberanía del derecho, que es el mediador entre las libertades y la organización y persigue mediante trastrueques la puesta en juego colectiva de las libertades y la personalización continua de los poderes. La iniciativa popular se expresa en él en dos planos.
Indirectamente, por medio de una representación lo más sincera, integral y eficaz posible de las voluntades de los ciudadanos (19). Ésta supone un cuidado preponderante de su educación política. Los partidos han asegurado durante mucho tiempo esta función; cuando se vuelven instrumentos para despersonalizar al militante y al elector por la carga administrativa, el conformismo interior, la esclerosis ideológica, se niegan a sí mismos. Ligados a la etapa liberal de la democracia, mal afirmados entre la ideología, la táctica y las clases sociales, que de grado o por fuerza calcan, parecen hallarse en vías de superación. Un estatuto de partidos puede remediar estos males, pero no basta; sobre nuevas estructuras sociales, la democracia deberá suscitar, no un partido único y totalitario que endurezca sus defectos comunes y lleve al Estado policial, sino estructuras nuevas de educación y de acción política correspondientes al nuevo estado social (20). La sinceridad de la representación supone también que el poder no falsee su expresión; que funcione una vida política espontánea y sancionada; que la mayoría gobierne para todos y para la educación, no para el exterminio de la minoría.
Cuando la representación traiciona su misión, la soberanía popular se ejerce por presiones directas sobre los poderes: manifestaciones, convulsiones, agrupaciones espontáneas, clubes, huelgas, boicoteo, y en último extremo insurrección nacional. El Estado, nacido de la fuerza y olvidadizo de sus orígenes, considera como ilegales estas presiones. Cuando oculta la injusticia o la opresión, éstas sin embargo constituyen su legalidad profunda. Hay que reconocer que en los últimos ciento cincuenta años (piénsese en el nacimiento del derecho laboral) crearon más derecho que la iniciativa de los juristas y la buena voluntad de los poderosos. Quizás encuentren un nuevo campo de acción en la elaboración del derecho internacional. Constituyen un derecho difícil de ejercer, que fácilmente cae en el abuso, pero un derecho inalienable del ciudadano (21).
Junto a estos problemas permanentes del poder y del Estado, hay que subrayar la estrecha solidaridad entre las formas políticas y el contenido sociológico que recubren. La crítica marxista de la democracia formal es en su conjunto decisiva. Los derechos que el Estado liberal concede a los ciudadanos están para un gran número de ellos alienados en su existencia económica y social. El Estado parlamentario es apenas algo más que una supervivencia. Sus engranajes giran en el vacío, sus discursos siembran vientos y recogen tempestades. La democracia política debe ser enteramente reorganizada en una democracia económica efectiva, adaptada a las estructuras modernas de la producción (22).
Sólo sobre esta base orgánica se puede restaurar la autoridad legítima del Estado. Hablar de esta restauración sin decir en vista de qué y con quién se haría, equivale tan sólo a reivindicar para la justicia establecida un poder ejecutivo más fuerte. ¿Deberá desaparecer el Estado? ¿El gobierno de los hombres será destruido un día por la administración de las cosas? Se puede dudar de ello, teniendo en cuenta la estrecha ligazón entre hombres y cosas, y la creciente imposibilidad de dejar que estas últimas vayan a la deriva. ¿Le es posible al Estado renunciar aún a su unidad? La exigencia personalista ha creído a veces que debía expresarse a favor de la reivindicación de un “Estado pluralista” (23), de poderes divididos y enfrentados para servirse mutuamente de garantía contra el abuso. Pero la fórmula encierra el peligro de ser tenida por contradictoria; habría que hablar más bien de un Estado articulado al servicio de una sociedad pluralista.
La educación de la persona
La formación de la persona en el hombre, y la del hombre según las exigencias individuales y colectivas del universo personal, comienza desde el nacimiento.
Se ha podido decir en nuestra educación (24) que es en grandes líneas una “matanza de inocentes”; desconoce la persona del niño como tal, al que impone un concentrado de las perspectivas del adulto, y las desigualdades sociales forjadas por los adultos remplazan el discernimiento de los caracteres y las vocaciones por el formalismo autoritario del saber. El movimiento de la educación nueva, que ha reaccionado contra todo esto, se ha desviado parcialmente por el optimismo liberal y por su ideal exclusivo del hombre cultivado, filántropo y bien educado. Se lo debe reformar, hay tendencia a decir virilizar, reajustándolo en la perspectiva total del hombre individual y social.
¿A quién corresponde la educación del niño? Esta pregunta depende de otra: ¿cuál es la meta de la educación? No es hacer sino despertar personas. Por definición, una persona se suscita por invocación, no se fabrica por domesticación. La educación no puede, pues, tener por fin amoldar al niño al conformismo de un medio familiar, social o estatal, ni se restringe a adaptarlo a la función o al papel que ha de representar al llegar a adulto. La trascendencia de la persona implica que ésta no pertenece sino a sí misma; el niño es sujeto, no es RES societatis, ni RES familiae, ni RES Ecclesiae. Sin embargo, no es sujeto puro ni sujeto aislado; inserto en colectividades, se forma en ellas y por ellas. Así, la familia y la nación, ambas abiertas a la humanidad, y a las cuales el cristiano agrega la Iglesia, si bien no son con respecto a él poderes omnímodos, son medios formadores naturales.
El problema de la educación no se reduce al problema de la escuela; la escuela es un instrumento educativo entre otros, y resulta abusivo y errado hacer de ella el instrumento principal; no está encargada de una “instrucción” abstracta definible fuera de toda educación, sino de la educación escolar, sector de la educación total. Aunque es ésta última la que más estrechamente ligada se halla a las necesidades de la nación (formación del ciudadano y del productor) sobre aquélla la nación, por sus organismos, tiene el derecho más directo de organización y contralor. La escuela no es un órgano del Estado, pero en nuestros países modernos es una institución nacional; sus modalidades deben ser adecuadas a las necesidades y situaciones concretas de la nación, dentro del cuadro del derecho natural educativo. Estas condiciones pueden llevar a que la institución escolar, o bien se disperse o, por el contrario, se concrete, sin jamás estatizarla. El sector educativo extraescolar debe gozar de la más plena libertad posible (25). Finalmente, como órgano de toda la nación, la escuela, en sus diversos grados, no debe ser el privilegio de una fracción de la nación; tiene la misión de distribuir a todos el mínimo de conocimientos necesarios a un hombre libre, y de convocar en todos los medios, dándoles facilidades efectivamente iguales, a los sujetos que deben renovar en cada generación la clase rectora de la nación (26).
CUARTA ENTREGA
El Estado. La democracia. Esbozo de una teoría personalista del poder.
La política no es un fin último que absorba todos los demás. No obstante, si bien la política no lo es todo, está en todo.
Su punto de partida hacia la recuperación debe ser encontrar el lugar del Estado. El Estado, repitámoslo, no es la nación, ni siquiera una condición necesaria para que la nación alcance su ser auténtico (16). Sólo los fascistas proclaman su identidad en provecho del Estado. El Estado es la objetivación fuerte y concentrada del derecho, que nace espontáneamente de la vida de los grupos organizados (G. Gurvitch). Y el derecho es el garante institucional de la persona. El Estado es para el hombre, no el hombre para el Estado.
Para el personalismo, el problema crucial es el de la legitimidad del poder ejercido por el hombre sobre el hombre, que parece contradictorio con la relación interpersonal. Es justamente lo que piensan los anarquistas (17). Para ellos, la afirmación sin coacción del individuo bastaría para hacer surgir espontáneamente un orden colectivo. El poder, en cambio, es fatalmente corruptor y opresivo, cualquiera que sea su estructura. La tesis liberal no es diferente en esencia. En el otro extremo, los teóricos del poder absoluto piensan que el hombre, incurablemente egoísta, no puede elevarse por sí mismo hasta la ley colectiva y debe ser sometido a ella por la fuerza. Así, por un lado, optimismo de la persona, pesimismo del poder; enfrente, pesimismo de la persona, optimismo del poder. En ambos lados, un ámbito es idealizado y el otro aplastado en la relación de la persona con la colectividad. Anarquismo y liberalismo olvidan que, estando las personas enraizadas en la naturaleza, no se pueden violentar las cosas sin violentar a los hombres. No obstante, si bien esta coacción vuelve inevitable el poder, no lo funda. Solamente puede ser fundado sobre el destino final de la persona, a la que debe respetar y promover. De esto surgen varias consecuencias.
En primer lugar, que la persona debe ser protegida contra el abuso del poder, y todo poder no regulado tiende al abuso. Esta protección exige un estatuto público de la persona (18) y una limitación constitucional de los poderes del Estado: contrapeso del poder central por los poderes locales, organización del recurso de los ciudadanos contra el Estado, hábeas corpus, limitación de los poderes policiales, independencia del poder judicial.
Si bien la persona puede ser subordinada, le conviene no serlo sino conservando su soberanía de sujeto, reducida al máximo la inevitable alienación que le impone su condición de gobernado. Es éste el problema de la democracia. Existen muchas ambigüedades en torno del término. Designa a veces una forma de gobierno, otras un régimen de espontaneidad de masas. Es, de hecho, una forma de gobierno que se articula sobre la espontaneidad de las masas, a fin de asegurar la participación de los sujetos en el orden objetivo del poder. Pero, si bien no se puede separar los dos problemas, es preciso que se los distinga: la “democracia permanente” de unos y el gobierno permanente del Estado totalitario son dos formas distintas de confusión tiránica.
La soberanía popular no puede fundarse en la autoridad del número; el número (o la mayoría) es tan arbitrario como la real gana de uno solo. Pero tampoco es posible rebajarla, como bien lo vio Rousseau, a una soberanía anárquica de libertades individuales. Es la autoridad de una sociedad de personas racionalmente organizada en un orden jurídico; es la soberanía del derecho, que es el mediador entre las libertades y la organización y persigue mediante trastrueques la puesta en juego colectiva de las libertades y la personalización continua de los poderes. La iniciativa popular se expresa en él en dos planos.
Indirectamente, por medio de una representación lo más sincera, integral y eficaz posible de las voluntades de los ciudadanos (19). Ésta supone un cuidado preponderante de su educación política. Los partidos han asegurado durante mucho tiempo esta función; cuando se vuelven instrumentos para despersonalizar al militante y al elector por la carga administrativa, el conformismo interior, la esclerosis ideológica, se niegan a sí mismos. Ligados a la etapa liberal de la democracia, mal afirmados entre la ideología, la táctica y las clases sociales, que de grado o por fuerza calcan, parecen hallarse en vías de superación. Un estatuto de partidos puede remediar estos males, pero no basta; sobre nuevas estructuras sociales, la democracia deberá suscitar, no un partido único y totalitario que endurezca sus defectos comunes y lleve al Estado policial, sino estructuras nuevas de educación y de acción política correspondientes al nuevo estado social (20). La sinceridad de la representación supone también que el poder no falsee su expresión; que funcione una vida política espontánea y sancionada; que la mayoría gobierne para todos y para la educación, no para el exterminio de la minoría.
Cuando la representación traiciona su misión, la soberanía popular se ejerce por presiones directas sobre los poderes: manifestaciones, convulsiones, agrupaciones espontáneas, clubes, huelgas, boicoteo, y en último extremo insurrección nacional. El Estado, nacido de la fuerza y olvidadizo de sus orígenes, considera como ilegales estas presiones. Cuando oculta la injusticia o la opresión, éstas sin embargo constituyen su legalidad profunda. Hay que reconocer que en los últimos ciento cincuenta años (piénsese en el nacimiento del derecho laboral) crearon más derecho que la iniciativa de los juristas y la buena voluntad de los poderosos. Quizás encuentren un nuevo campo de acción en la elaboración del derecho internacional. Constituyen un derecho difícil de ejercer, que fácilmente cae en el abuso, pero un derecho inalienable del ciudadano (21).
Junto a estos problemas permanentes del poder y del Estado, hay que subrayar la estrecha solidaridad entre las formas políticas y el contenido sociológico que recubren. La crítica marxista de la democracia formal es en su conjunto decisiva. Los derechos que el Estado liberal concede a los ciudadanos están para un gran número de ellos alienados en su existencia económica y social. El Estado parlamentario es apenas algo más que una supervivencia. Sus engranajes giran en el vacío, sus discursos siembran vientos y recogen tempestades. La democracia política debe ser enteramente reorganizada en una democracia económica efectiva, adaptada a las estructuras modernas de la producción (22).
Sólo sobre esta base orgánica se puede restaurar la autoridad legítima del Estado. Hablar de esta restauración sin decir en vista de qué y con quién se haría, equivale tan sólo a reivindicar para la justicia establecida un poder ejecutivo más fuerte. ¿Deberá desaparecer el Estado? ¿El gobierno de los hombres será destruido un día por la administración de las cosas? Se puede dudar de ello, teniendo en cuenta la estrecha ligazón entre hombres y cosas, y la creciente imposibilidad de dejar que estas últimas vayan a la deriva. ¿Le es posible al Estado renunciar aún a su unidad? La exigencia personalista ha creído a veces que debía expresarse a favor de la reivindicación de un “Estado pluralista” (23), de poderes divididos y enfrentados para servirse mutuamente de garantía contra el abuso. Pero la fórmula encierra el peligro de ser tenida por contradictoria; habría que hablar más bien de un Estado articulado al servicio de una sociedad pluralista.
La educación de la persona
La formación de la persona en el hombre, y la del hombre según las exigencias individuales y colectivas del universo personal, comienza desde el nacimiento.
Se ha podido decir en nuestra educación (24) que es en grandes líneas una “matanza de inocentes”; desconoce la persona del niño como tal, al que impone un concentrado de las perspectivas del adulto, y las desigualdades sociales forjadas por los adultos remplazan el discernimiento de los caracteres y las vocaciones por el formalismo autoritario del saber. El movimiento de la educación nueva, que ha reaccionado contra todo esto, se ha desviado parcialmente por el optimismo liberal y por su ideal exclusivo del hombre cultivado, filántropo y bien educado. Se lo debe reformar, hay tendencia a decir virilizar, reajustándolo en la perspectiva total del hombre individual y social.
¿A quién corresponde la educación del niño? Esta pregunta depende de otra: ¿cuál es la meta de la educación? No es hacer sino despertar personas. Por definición, una persona se suscita por invocación, no se fabrica por domesticación. La educación no puede, pues, tener por fin amoldar al niño al conformismo de un medio familiar, social o estatal, ni se restringe a adaptarlo a la función o al papel que ha de representar al llegar a adulto. La trascendencia de la persona implica que ésta no pertenece sino a sí misma; el niño es sujeto, no es RES societatis, ni RES familiae, ni RES Ecclesiae. Sin embargo, no es sujeto puro ni sujeto aislado; inserto en colectividades, se forma en ellas y por ellas. Así, la familia y la nación, ambas abiertas a la humanidad, y a las cuales el cristiano agrega la Iglesia, si bien no son con respecto a él poderes omnímodos, son medios formadores naturales.
El problema de la educación no se reduce al problema de la escuela; la escuela es un instrumento educativo entre otros, y resulta abusivo y errado hacer de ella el instrumento principal; no está encargada de una “instrucción” abstracta definible fuera de toda educación, sino de la educación escolar, sector de la educación total. Aunque es ésta última la que más estrechamente ligada se halla a las necesidades de la nación (formación del ciudadano y del productor) sobre aquélla la nación, por sus organismos, tiene el derecho más directo de organización y contralor. La escuela no es un órgano del Estado, pero en nuestros países modernos es una institución nacional; sus modalidades deben ser adecuadas a las necesidades y situaciones concretas de la nación, dentro del cuadro del derecho natural educativo. Estas condiciones pueden llevar a que la institución escolar, o bien se disperse o, por el contrario, se concrete, sin jamás estatizarla. El sector educativo extraescolar debe gozar de la más plena libertad posible (25). Finalmente, como órgano de toda la nación, la escuela, en sus diversos grados, no debe ser el privilegio de una fracción de la nación; tiene la misión de distribuir a todos el mínimo de conocimientos necesarios a un hombre libre, y de convocar en todos los medios, dándoles facilidades efectivamente iguales, a los sujetos que deben renovar en cada generación la clase rectora de la nación (26).
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Notas
(16) E. Mounier, “Anarchie et personnalisme”, Esprit, abril de 1937. Sobre el problema del Estado, al mismo tiempo que la obra de G. Gurvitch, ver J. LACROIX, Personne et amour; de ROUGEMONT, Politique de la personne (Albin Michel).
(17) Y Marx mismo, que anuncia la destrucción futura del Estado.
(18) Propuesto por Esprit en 1939, fue objeto en la misma revista, en 1944-45, de un proyecto de declaración que tuvo alguna influencia sobre la Constitución francesa de 1946.
(19) “Le problème de la représentation”, número especial de Esprit, marzo de 1939.
(20) “Le régime des partis. Bilan-avenir”, número especial de Esprit, mayo de 1939. “Le problème du status des partis”, por François Goguel, Esprit, enero de 1946.
(21) Por ejemplo, en lo que concierne a la huelga, ver los números especiales de Esprit, “Grève et arbitrage”, julio de 1938, “La grève est-elle anachronique?”, marzo de 1948.
(22) “Y at-il deux démocraties?”, Esprit, marzo de 1946.
(23) Esprit, marzo y agosto-setiembre de 1935.
(24) JACQUES LEFRANCQ, en Esprit, noviembre de 1937, y los estudios de ROGER GAL en la misma revista.
(25) Sobre los problemas de educación y de la escuela, “Manifeste au service du personnalisme”, 98 s., Esprit, febrero de 1936 (Pour un statut pluraliste de l’école); diciembre de 1944 (H. MARROU, “Protoschéma d’un plan de reforme universitaire”); marzo de 1945 (ANDRÉ PHILIP, “Projet d’un statut du service public de l’enseignement”); marzo-abril de 1949 (número especial: “Propositions de paix scolaire”); octubre de 1949 (continuación del precedente). Sigue siendo actual la Théorie de l’éducation, de Laberthonnière (Vrin).
(26) Sobre la formación de las clases selectas, ver los estudios de JEAN GADOFFRE, etc., estudios publicados en Esprit en 1945, y reaparecidos en Le style du XXe siècle (Éditions de Seuil).
Notas
(16) E. Mounier, “Anarchie et personnalisme”, Esprit, abril de 1937. Sobre el problema del Estado, al mismo tiempo que la obra de G. Gurvitch, ver J. LACROIX, Personne et amour; de ROUGEMONT, Politique de la personne (Albin Michel).
(17) Y Marx mismo, que anuncia la destrucción futura del Estado.
(18) Propuesto por Esprit en 1939, fue objeto en la misma revista, en 1944-45, de un proyecto de declaración que tuvo alguna influencia sobre la Constitución francesa de 1946.
(19) “Le problème de la représentation”, número especial de Esprit, marzo de 1939.
(20) “Le régime des partis. Bilan-avenir”, número especial de Esprit, mayo de 1939. “Le problème du status des partis”, por François Goguel, Esprit, enero de 1946.
(21) Por ejemplo, en lo que concierne a la huelga, ver los números especiales de Esprit, “Grève et arbitrage”, julio de 1938, “La grève est-elle anachronique?”, marzo de 1948.
(22) “Y at-il deux démocraties?”, Esprit, marzo de 1946.
(23) Esprit, marzo y agosto-setiembre de 1935.
(24) JACQUES LEFRANCQ, en Esprit, noviembre de 1937, y los estudios de ROGER GAL en la misma revista.
(25) Sobre los problemas de educación y de la escuela, “Manifeste au service du personnalisme”, 98 s., Esprit, febrero de 1936 (Pour un statut pluraliste de l’école); diciembre de 1944 (H. MARROU, “Protoschéma d’un plan de reforme universitaire”); marzo de 1945 (ANDRÉ PHILIP, “Projet d’un statut du service public de l’enseignement”); marzo-abril de 1949 (número especial: “Propositions de paix scolaire”); octubre de 1949 (continuación del precedente). Sigue siendo actual la Théorie de l’éducation, de Laberthonnière (Vrin).
(26) Sobre la formación de las clases selectas, ver los estudios de JEAN GADOFFRE, etc., estudios publicados en Esprit en 1945, y reaparecidos en Le style du XXe siècle (Éditions de Seuil).
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