lunes

EMMANUEL MOUNIER


EL PERSONALISMO Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XX

TERCERA ENTREGA

La sociedad familiar. La condición de los sexos.

No es posible ninguna clasificación lineal en materia humana. La sociedad familiar, que alcanza este rango por sus aspectos carnales, es, asimismo, en otros aspectos, una de las más espirituales. La literatura moderna ha denunciado hasta la saciedad sus estrecheces y sus estragos. Otros no están lejos de idolatrarla, y gritan sacrilegio en cuanto se recuerdan sus límites. Pero la familia no merece, a decir verdad, ni este exceso de honor ni esta indignidad.

Es todo ante todo una estructura carnal, complicada, raras veces enteramente sana, que esconde innúmeros dramas individuales y colectivos por sus desequilibrios afectivos internos. Aun cuando sea sana, un horizonte carnal limita a menudo su espiritualidad. Pero en cambio le comunica esa densidad y esa luz íntima que es su poesía propia.

Es una célula social, la primera de las sociedades del niño; allí aprende éste las relaciones humanas, las mantiene luego cerca de su corazón, y ésta es su grandeza; sin embargo, es también su debilidad: en ella las personas carecen a menudo de la distancia necesaria a la intimidad y se ven amenazadas en su vitalidad espiritual por la usura del hábito y las pasiones de la tribu. Finalmente, sus desequilibrios internos se trasmiten a las sociedades que integran: muchas revueltas políticas y religiosas son revueltas retardadas contra el pasado familiar.

Su pasivo es, pues, pesado y prohíbe toda idealización excesiva. Lleva a algunos a no ver en ella sino un valor reaccionario (9).

Pero la familia no es sólo una utilidad biológica o social, y defendiéndola únicamente en su aspecto funcional muchos pierden su sentido. Éste consiste en ser el punto de articulación de lo público y lo privado, en unir cierta vida social a cierta intimidad. Socializa al hombre privado e interioriza a las costumbres. Por este papel de mediadora es el nudo capital del universo personal. Si se detiene en el torpor carnal, enerva a quienes tienen la misión de llevar más allá de ella misma, hacia las sociedades más perfectas. Si se socializa totalmente, se entrega al imperialismo familiar; hay pocos espectáculos tan vulgares. La familia propietaria de sus miembros, la familia erizada de derechos y cóleras: quienes se complacen en dar de ella esta imagen furiosa no han comprendido nada de su milagro frágil, tejido por el amor, educador del amor. Ahoga, a la inversa, si se confunden en ella intimidad y promiscuidad, encierro al aire libre. Los encantos de lo privado son el opio de la burguesía, su medio de ocultarse la miseria del mundo: es necesario salvar de esta profanación a los valores privados.

La familia, en cuanto comunidad incorporada, sufre a causa de las modificaciones del medio modificaciones de estructura que pueden afectar profundamente su figura sin alcanzar su ser. La organización de la juventud como edad independiente (10), la mayor movilidad de los desplazamientos, la democratización de las costumbres, aflojan lentamente el viejo haz familiar. ¿Es para bien o para mal? Si bien es verdad que la indisciplina creciente de las costumbres y los últimos sobresaltos del individualismo minan peligrosamente la institución familiar en lo que ella tiene de más valioso, no hay que confundir esta descomposición con su renovación y su promoción a una mayor universalidad.

Una vez precisadas estas perspectivas, podemos situar en ella los problemas de la condición sexual, sobre las cuales las grandes filosofías se mantienen aun extrañamente discretas. Estos problemas no se reducen, como lo deja entender un cierto familiarismo, a los problemas de la familia objetiva; están comprendidos sin embargo en el orden interior que la familia expresa socialmente. El hombre y la mujer no se completan sino en la pareja, la pareja no se completa sino con el niño: orientación interior y como por superabundancia, no finalidad utilitaria y extrínseca. En el nivel del sexo aislado, o de la pareja aislada, se abre una serie de problemas parcialmente válidos y parcialmente suscitados por este aislamiento artificial. Ocultarlos es mantener y a menudo provocar el desorden que se les acusa de alimentar. Pero tales problemas sólo reciben su luz definitiva de su correcta ubicación en el conjunto de la condición privada y de la condición humana.

Sería muy ingenuo reprochar a la respetabilidad burguesa el haber inventado el fariseísmo sexual. Ha desarrollado, no obstante, formas particularmente odiosas, nacidas del miedo y del interés. La moral estaría mejor servida por un poco de lucidez y por perspectivas menos bajas.

Esto se ve aun en el amplio problema de la condición de la mujer. No se ha terminado de desentrañar, en su seudo “misterio”, lo permanente y lo histórico. Ni la suficiencia masculina, ni la exasperación de las femineidades vengativas esclarecerán el problema. Es verdad, sin embargo, que nuestro mundo social es un mundo hecho por el hombre y para el hombre; que las reservas del ser femenino son aquellas de las cuales la humanidad no ha bebido aun en forma total. Cómo desplegarlo hasta el fin de sus recursos sin aprisionarlo en sus funciones, cómo integrarlo en el mundo e integrarle el mundo, qué nuevos valores y qué nueva condición requiere este proyecto, son otras tantas preguntas y tareas para quien da su sentido pleno a la afirmación: la mujer es también una persona (11).

La sociedad nacional e internacional

La nación representa una mediación más universalizante que la familia; educa y desarrolla al hombre racional, enriquece al hombre social por la complejidad de medios que le ofrece, lo proyecta en el abanico íntegro de sus posibilidades. Su peligro correlativo es la mayor generalidad, que resiste menos al verbalismo pasional, a la tutela de los intereses o del Estado. El nacionalismo aparece hoy con toda evidencia como anticuado, ruinoso y regresivo. No obstante, el sentido nacional es aun un poderoso auxiliar contra el egoísmo vital del individuo y de las familias, contra el dominio del Estado y el avasallamiento de los intereses económicos cosmopolitas. Desde estas alturas se regula una parte del equilibrio humano; la nación no atañe sólo al ciudadano: es un elemento integrante de nuestra vida espiritual. Morirá quizás un día, pero su papel mediador no ha acabado.

Si no está articulada en un orden internacional, se encastilla y siembra la guerra. El error de los mejores espíritus, desde 1918, ha sido creer, dentro de la línea de la ideología liberal, que este orden podía fundarse sobre las solas bases del sentimiento del contrato jurídico y de las instituciones parlamentarias, en tanto que otras fuerzas pasionales, económicas y sociales, desarrollan sus conflictos y llevan a la explosiones. La segunda posguerra mantiene la ilusión (O. N. U.), y juega más cínicamente con la fuerza: un mal se agrega al otro. Sin embargo, el mundo se internacionaliza de hecho cada vez más. No hay ya naciones independientes en el viejo sentido de la palabra. Las áreas de influencian preludian la unidad mundial, que deberá realizarse tarde o temprano, pero con tres condiciones: que las naciones renuncien a la soberanía total, no en provecho de un superimperialismo, sino de una comunidad democrática de los pueblos; que se haga la unión entre los pueblos y sus representantes elegidos, no entre los gobiernos; que las fuerzas del imperialismo, en especial económico, que se sirven ya del nacionalismo, ya del cosmopolitismo, sean quebradas por los pueblos unidos. Hasta que esto no ocurra, toda organización internacional será minada desde el interior por fuerzas de guerra. El federalismo como utopía rectora es ciertamente una expresión del personalismo (12), pero una utopía rectora, ya se trate de pacifismo (13) o de federalismo (14), no debe transformarse jamás en utopía actual y ocultarse el sentido que las circunstancias le imprimen, a veces contra su espíritu.

Se le debe una mención particular, en nuestra época, a la sociedad interracial. Evidentemente, la igualdad de las personas excluye toda forma de racismo y su pariente, la xenofobia; lo que no quiere decir, de ningún modo, que niegue los problemas concretos planteados por las diferencias étnicas. El fenómeno colonial está por llegar a su fin. La justicia ordena a las metrópolis guiar efectiva y lealmente hacia la independencia a esos pueblos que se han comprometido a educar y que a veces han arrancado de un equilibrio que valía tanto como el suyo. Por escasa clarividencia que se tenga, ésta aconseja no lanzar a la violencia a pueblos con quienes podrían salvar su obra pasada en nuevas comunidades de naciones.

Notas

(9) Contra esto se pronuncia el breve libro de JEAN LACROIX, Force et faiblesses de la famille (Ed. du Seuil, 1948), en concordancia con un libro un poco anterior de L. Doucy
(10) Esprit, número especial, “Mouvements et institutions de jeunesse”, octubre de 1945.
(11) Número especial de Esprit, junio de 1936, “La femme aussi est un personne”.

(12) Es ésta la tesis adelantada por Esprit, “L’Europe contre les hégémonies”, noviembre de 1938, y que hoy sostienen en los consejos europeos, aunque sin agregarle siempre estas reservas, individualistas de formación personalista, como Alexandre Marc, Henri Brugmans, Denis de Rougemont.
(13) Número especial de Esprit, febrero de 1949, “Révision des pacifismes”.
(14) Número especial de Esprit, noviembre de 1948, “Les deux visages du fédéralisme européen”.
(15) Sobre la cuestión judía, Esprit, mayo de 1933, setiembre de 1945, octubre de 1947. Sobre la cuestión colonial, legajos de Indochina, diciembre de 1933; A. E. F., marzo de 1934; Marruecos, diciembre de 1937 y abril de 1947 y octubre de 1948; Viet Nam, febrero de 1947 y passim; Madagascar, febrero de 1948, dos números de doctrina, “Le colonialisme, son avenir, sa liquidation”, diciembre de 1935, y “Dernières chances de l’Union française”, julio de l949. Sobre la xenofobia y el problema de los extranjeros, el número “L’émigration, problème révolutionnaire”, julio de 1931.

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