
EL PERSONALISMO Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XX
SEGUNDA ENTREGA
Rechazo del nihilismo
Ante esta crisis total se manifiestan tres actitudes.
Unos se entregan al miedo y a su reflejo habitual: el repliegue conservador sobre las ideas adquiridas y los poderes establecidos. La astucia del espíritu conservador consiste en erigir el pasado en una seudoabstracción, o aun en una seudonaturaleza, y en condenar todo movimiento en nombre de esta forma abstracta. Se cubre así de prestigio, aunque compromete, al retirarlos de la vida, los valores que pretende salvar. Se busca en él la seguridad, pero lleva en sus flancos el furor y la muerte.
Otros se evaden en el espíritu de catástrofe. Tocan las trompetas del Apocalipsis, rechazan todo esfuerzo progresista so pretexto de que sólo la escatología es digna de sus grandes almas; vociferan contra los desórdenes de la época, contra aquellos, al menos, que confirman sus prejuicios. Neurosis clásicas de tiempos de crisis en que las mistificaciones cunden.
Queda una salida y sólo una: hacer frente, inventar, atacar a fondo; la única que desde los orígenes de la vida haya sacudido a las crisis. Los animales que para luchar contra el peligros se han fijado en escondrijos tranquilos y se han entorpecido con una caparazón, no han dado sino almejas y ostras. Viven de desechos. El pez, que ha corrido la aventura de la piel desnuda y del desplazamiento, abrió el camino que desemboca en el homo sapiens. Pero hay varias maneras de atacar.
No combatimos el mito conservador de la seguridad para volcarnos en el mito ciego de la aventura. Esta fue la tentación de muchos jóvenes, y de los mejores, ante la mediocridad, el tedio y la desesperación en el comienzo del siglo XX. Un Lawrence, un Malraux, un Jünger son sus maestros, con Nietzsche como fondo. “Un hombre activo y pesimista a la vez, dice Manuel en L’Espoir, es o será o será un fascista, salvo que tenga una fidelidad tras de sí”. Sólo queda a su soledad cercada por la muerte precipitarse en la embriaguez de una vida única y suntuosa, desafiar el obstáculo, la regla, la costumbre, buscar en el paroxismo el sustituto de una fe viva, y dejar en alguna parte, sobre esta tierra maldita, una cicatriz perdurable, aunque sea al precio de la crueldad, para asegurarse de una existencia que ni siquiera el mismo frenesí logra hacer evidente. Una cierta pendiente del existencialismo puede conducir hacia este lado, pero los desengaños acumulados y el latrocinio de los tiempos de guerra son por lo menos igualmente favorables a este cóctel de lirismo y realismo. Alcohol para olvidar los problemas, reservado a quien se lo puede brindar; hoy sabemos que termina en el crimen colectivo (2).
Para evitarlo, ¿tantos otros se dan en cuerpo y alma a las consignas de un partido? Por cierto, se ha hablado muy pronto de conformismo. Hay en este sentido nuevo del trabajo colectivo y del imperativo disciplinario, a más de una nostalgia de iglesias perdidas, una modestia, un espíritu intelectual que termina a los treinta años en un estudio de notario o se eterniza en las mesas de café. Pero ¿qué son ellos sin el espíritu de libertad y sin el espíritu de verdad?
De todas estas observaciones pareciera que se pueden deducir algunas reglas de estrategia personalista.
1. Al menos al comienzo es necesaria, para un nuevo examen de las perspectivas, la independencia frente a los partidos y grupos constituidos. Esta no afirma un anarquismo o un apoliticismo de principio. Así también, en todo lugar donde la adhesión individual a una acción colectiva deja al adherente una libertad de ejercicio suficiente, resulta preferible al aislamiento.
2. Si el espíritu no es una fuerza extraviada o mágica, la sola afirmación de los valores espirituales encierra el peligro de resultar mistificadora allí donde no vaya acompañada de una asignación rigurosa de sus condiciones y medios de acción.
3. La solidaridad de lo “espiritual” y lo “material” implica que en cualquier cuestión debe abarcarse toda la problemática que va de los datos “viles” a los datos “nobles”, con un gran rigor en ambos lados: el espíritu de confusión es el primer enemigo de los pensamientos de amplia mira.
4. El sentido de la libertad y el sentido de lo real exigen que la investigación se cuide de cualquier doctrinario a priori y esté positivamente dispuesta a todo, aun a cambiar de dirección para permanecer fiel a lo real y a su espíritu.
5. La cristalización global de los desórdenes en el mundo contemporáneo ha llevado a algunos personalistas a llamarse revolucionarios. Este término debe ser despojado de toda facilidad pero no de toda agudeza. El sentido de la continuidad nos disuade de aceptar el mito de la revolución-tabla rasa; una revolución es siempre una crisis mórbida y de ningún modo aporta soluciones automáticas. Revolucionario quiere decir simplemente desorden, pero quiere decir que el desorden de este siglo es demasiado íntimo y demasiado obstinado para ser eliminado sin trastrueque, sin una revisión profunda de valores, sin una reorganización de estructuras y una renovación de las élites. Admitiendo esto, no hay peor uso del término que transformarlo en un conformismo, un sobrepujamiento o un sustituto del pensamiento.
La sociedad económica
El marxismo tiene razón al afirmar una cierta primacía de lo económico. Por lo general, sólo desprecian lo económico aquellos a quienes ha dejado de inquietar la neurosis del pan de cada día. Para convencerlos, una vuelta por los arrabales sería preferible a los argumentos. En la etapa aun primaria de la historia en que estamos, las necesidades, los hábitos, los intereses y las penurias económicas determinan totalmente los comportamientos y opiniones de los hombres. No por esto los valores económicos resultan exclusivos o superiores a los demás; el primado de lo económico es un desorden histórico del que hay que salir.
Para salir de él no basta arrastrar a los hombres, hay que forzar a las cosas; no se curará lo económico sino con lo económico, si bien no sólo con lo económico.
Sobre las modalidades técnicas del desorden el personalismo no tiene nada que decir, sino tan sólo estudiar y comprobar como cualquiera. Comprueba, para hablar sin rodeos, que el capitalismo en sus diversas formas está en Europa al fin de sus fuerzas y de su capacidad inventiva. El capitalismo norteamericano, todavía en período de expansión, puede, si interviene en los asuntos del Viejo Mundo, darle un plazo más. Pero tarde o temprano, puesto que vive de las mismas estructuras, conocerá también serias contradicciones. Por otra parte, esta evolución debe ser seguida de cerca, sin aplicar “al capitalismo” una noción trazada de una vez por todas e insensible al desarrollo de los hechos.
Aunque ligada a una perspectiva personalista, esta crítica coincide en varios puntos con el análisis marxista. El hombre, que empezó a volverse políticamente sujeto con la democracia liberal, sigue siendo, por lo general, objeto en el plano de la existencia económica. El poder anónimo del dinero (3), su privilegio en la distribución del provecho y de las ventajas de este mundo, petrifican las clases y alienan en ellas al hombre real. Éste debe reencontrar la disposición de sí mismo, sus valores subvertidos por la tiranía de la producción y del provecho, su condición descentrada por los delirios de la especulación. De otro modo, el imperialismo económico no teme, allí donde se siente amenazado, volverse contra la libertad que defiende donde le es útil, y confiar su suprema defensa a regímenes de terror o a guerras inexpiables.
No se sustituirá el capitalismo con un régimen construido con todas sus piezas. La economía tiene más continuidad. En pleno cuerpo capitalista aparecen los primeros esbozos de un mundo socialista, que se debe desarrollar si se entiende por socialismo lo siguiente: la abolición de la condición proletaria; la sustitución de la economía anárquica fundada sobre el provecho por una economía organizada sobre perspectivas totales de la persona; la socialización sin estatización de los sectores de la producción que mantienen la alienación económica (4); el desarrollo de la vida sindical (5); la rehabilitación del trabajo (6); la promoción, contra el compromiso paternalista, de la persona obrera (7); el primado del trabajo sobre el capital; la abolición de las clases formadas sobre la división del trabajo o de la fortuna; el primado de la responsabilidad personal sobre el aparato anónimo. La opción por el socialismo como dirección general de la organización social no implica que se aprueben todas las medidas que pueden ser propuestas en su nombre. Aquí el socialismo se duerme, allá se extravía o se pervierte con el aparato administrativo y policial. La necesidad de un socialismo renovado, o a la vez riguroso y democrático, es cada vez más premiosa. Esta es la invención que se pide a Europa y hacia la cual dirige el personalismo su camino político actual. El provenir le dirá si debe seguir otros, según la lección de los tiempos.
En esta perspectiva, los problemas de organización y los problemas humanos resultan inseparables: la gran prueba del siglo XX será sin duda evitar la dictadura de los tecnócratas, tanto de derecha como de izquierda, que olvidan al hombre por la organización. Pero no es tan cómodo asegurar el nexo de las dos series de problemas. Algunos sienten la tentación de edificar a priori una economía a su imagen del hombre, pero lo hacen como los primeros constructores de automóviles, que aplicaban su imagen del coche (de caballos) a una estructura que buscaba su forma propia. Unos se refieren al organismo humano e imaginan una economía corporativa (8) en la cual la armonía de los obreros, de los empleadores, de la nación y del Estado es postulada por mitos de identificación que las divergencias permanentes de intereses contradicen ostensiblemente. Otros piensan en las relaciones interpersonales e imaginan una sociedad en la que las relaciones económicas serían la multiplicación indefinida de las relaciones de hombre a hombre en una pulverización de pequeños grupos “en escala humana” (mito proudhoniano). Pero en los hechos la economía moderna parece evolucionar, como la física, hacia lo concreto a través de lo abstracto. Fue el desvío de las ecuaciones de la aerodinámica lo que dio al avión las formas bellas y ágiles del pájaro; sin duda estructuras primeramente muy alejadas de los esquemas del corporativismo o del contractualismo llevarán mañana a las formas simples pero imprevisibles de una economía humana.
Queda la cuestión de los medios: ¿Cómo pasar del desorden económico actual al orden de mañana? Los medios variarán, sin duda, con las circunstancias. El pasaje del capitalismo a la escala mundial, su posible unificación en un imperialismo poderoso, vuelven poco probable una evolución sin resistencias y sin crisis. La democracia parlamentaria, que se ha mostrado incapaz, en la escala nacional, de reformas económicas profundas, no deja casi esperanzas en una escala más vasta. Un “laborismo sin trabajadores”, brotado de la sola buena voluntad de la fracción ilustrada de las clases medias, ha mostrado su impotencia a través de las Resistencias europeas. Parece, pues, que el socialismo será, según su fórmula primitiva, la obra de los trabajadores mismos, de los movimientos obreros y campesinos organizados, unidas a las fracciones lúcidas de la burguesía. Si se lo conquistará por fragmentos o en bloque, rápida o lentamente, directamente o con rodeos, es un secreto del porvenir. Pero tendrá el rostro que tengan estos movimientos: de allí la importancia de velar no sólo por sus conquistas, sino por su integridad.
_________________________________
Notas
(2) Estos seudovalores espirituales fascistas fueron denunciados en un número especial de Esprit (setiembre de 1933), que volvió sobre el tema en diciembre de 1947 (“La pausa des fascismes est terminée”), y en un plano menos político en torno de una “Interrogation à Malraux” (octubre de 1948).
(3) Esprit, octubre de 1933, “L’argent, misère du pauvre, misère du riche”.
(4) Sobre las nacionalizaciones, Esprit, abril de 1945 y enero de 1946. Sobre la propiedad: número especial “De la propriété capitaliste à la propriété humaine”, abril de 1934.
(5) Sobre el sindicalismo, números especiales de Esprit, julio de 1936, marzo de 1937.
(6) Número especial de Esprit sobre “Le travail et l’homme”, julio de 1933.
(7) Esprit, número especial de marzo de 1936, “La personne ouvrière”.
(8) Esprit, setiembre de 1934, número especial, “Duplicités du corporatisme”.
SEGUNDA ENTREGA
Rechazo del nihilismo
Ante esta crisis total se manifiestan tres actitudes.
Unos se entregan al miedo y a su reflejo habitual: el repliegue conservador sobre las ideas adquiridas y los poderes establecidos. La astucia del espíritu conservador consiste en erigir el pasado en una seudoabstracción, o aun en una seudonaturaleza, y en condenar todo movimiento en nombre de esta forma abstracta. Se cubre así de prestigio, aunque compromete, al retirarlos de la vida, los valores que pretende salvar. Se busca en él la seguridad, pero lleva en sus flancos el furor y la muerte.
Otros se evaden en el espíritu de catástrofe. Tocan las trompetas del Apocalipsis, rechazan todo esfuerzo progresista so pretexto de que sólo la escatología es digna de sus grandes almas; vociferan contra los desórdenes de la época, contra aquellos, al menos, que confirman sus prejuicios. Neurosis clásicas de tiempos de crisis en que las mistificaciones cunden.
Queda una salida y sólo una: hacer frente, inventar, atacar a fondo; la única que desde los orígenes de la vida haya sacudido a las crisis. Los animales que para luchar contra el peligros se han fijado en escondrijos tranquilos y se han entorpecido con una caparazón, no han dado sino almejas y ostras. Viven de desechos. El pez, que ha corrido la aventura de la piel desnuda y del desplazamiento, abrió el camino que desemboca en el homo sapiens. Pero hay varias maneras de atacar.
No combatimos el mito conservador de la seguridad para volcarnos en el mito ciego de la aventura. Esta fue la tentación de muchos jóvenes, y de los mejores, ante la mediocridad, el tedio y la desesperación en el comienzo del siglo XX. Un Lawrence, un Malraux, un Jünger son sus maestros, con Nietzsche como fondo. “Un hombre activo y pesimista a la vez, dice Manuel en L’Espoir, es o será o será un fascista, salvo que tenga una fidelidad tras de sí”. Sólo queda a su soledad cercada por la muerte precipitarse en la embriaguez de una vida única y suntuosa, desafiar el obstáculo, la regla, la costumbre, buscar en el paroxismo el sustituto de una fe viva, y dejar en alguna parte, sobre esta tierra maldita, una cicatriz perdurable, aunque sea al precio de la crueldad, para asegurarse de una existencia que ni siquiera el mismo frenesí logra hacer evidente. Una cierta pendiente del existencialismo puede conducir hacia este lado, pero los desengaños acumulados y el latrocinio de los tiempos de guerra son por lo menos igualmente favorables a este cóctel de lirismo y realismo. Alcohol para olvidar los problemas, reservado a quien se lo puede brindar; hoy sabemos que termina en el crimen colectivo (2).
Para evitarlo, ¿tantos otros se dan en cuerpo y alma a las consignas de un partido? Por cierto, se ha hablado muy pronto de conformismo. Hay en este sentido nuevo del trabajo colectivo y del imperativo disciplinario, a más de una nostalgia de iglesias perdidas, una modestia, un espíritu intelectual que termina a los treinta años en un estudio de notario o se eterniza en las mesas de café. Pero ¿qué son ellos sin el espíritu de libertad y sin el espíritu de verdad?
De todas estas observaciones pareciera que se pueden deducir algunas reglas de estrategia personalista.
1. Al menos al comienzo es necesaria, para un nuevo examen de las perspectivas, la independencia frente a los partidos y grupos constituidos. Esta no afirma un anarquismo o un apoliticismo de principio. Así también, en todo lugar donde la adhesión individual a una acción colectiva deja al adherente una libertad de ejercicio suficiente, resulta preferible al aislamiento.
2. Si el espíritu no es una fuerza extraviada o mágica, la sola afirmación de los valores espirituales encierra el peligro de resultar mistificadora allí donde no vaya acompañada de una asignación rigurosa de sus condiciones y medios de acción.
3. La solidaridad de lo “espiritual” y lo “material” implica que en cualquier cuestión debe abarcarse toda la problemática que va de los datos “viles” a los datos “nobles”, con un gran rigor en ambos lados: el espíritu de confusión es el primer enemigo de los pensamientos de amplia mira.
4. El sentido de la libertad y el sentido de lo real exigen que la investigación se cuide de cualquier doctrinario a priori y esté positivamente dispuesta a todo, aun a cambiar de dirección para permanecer fiel a lo real y a su espíritu.
5. La cristalización global de los desórdenes en el mundo contemporáneo ha llevado a algunos personalistas a llamarse revolucionarios. Este término debe ser despojado de toda facilidad pero no de toda agudeza. El sentido de la continuidad nos disuade de aceptar el mito de la revolución-tabla rasa; una revolución es siempre una crisis mórbida y de ningún modo aporta soluciones automáticas. Revolucionario quiere decir simplemente desorden, pero quiere decir que el desorden de este siglo es demasiado íntimo y demasiado obstinado para ser eliminado sin trastrueque, sin una revisión profunda de valores, sin una reorganización de estructuras y una renovación de las élites. Admitiendo esto, no hay peor uso del término que transformarlo en un conformismo, un sobrepujamiento o un sustituto del pensamiento.
La sociedad económica
El marxismo tiene razón al afirmar una cierta primacía de lo económico. Por lo general, sólo desprecian lo económico aquellos a quienes ha dejado de inquietar la neurosis del pan de cada día. Para convencerlos, una vuelta por los arrabales sería preferible a los argumentos. En la etapa aun primaria de la historia en que estamos, las necesidades, los hábitos, los intereses y las penurias económicas determinan totalmente los comportamientos y opiniones de los hombres. No por esto los valores económicos resultan exclusivos o superiores a los demás; el primado de lo económico es un desorden histórico del que hay que salir.
Para salir de él no basta arrastrar a los hombres, hay que forzar a las cosas; no se curará lo económico sino con lo económico, si bien no sólo con lo económico.
Sobre las modalidades técnicas del desorden el personalismo no tiene nada que decir, sino tan sólo estudiar y comprobar como cualquiera. Comprueba, para hablar sin rodeos, que el capitalismo en sus diversas formas está en Europa al fin de sus fuerzas y de su capacidad inventiva. El capitalismo norteamericano, todavía en período de expansión, puede, si interviene en los asuntos del Viejo Mundo, darle un plazo más. Pero tarde o temprano, puesto que vive de las mismas estructuras, conocerá también serias contradicciones. Por otra parte, esta evolución debe ser seguida de cerca, sin aplicar “al capitalismo” una noción trazada de una vez por todas e insensible al desarrollo de los hechos.
Aunque ligada a una perspectiva personalista, esta crítica coincide en varios puntos con el análisis marxista. El hombre, que empezó a volverse políticamente sujeto con la democracia liberal, sigue siendo, por lo general, objeto en el plano de la existencia económica. El poder anónimo del dinero (3), su privilegio en la distribución del provecho y de las ventajas de este mundo, petrifican las clases y alienan en ellas al hombre real. Éste debe reencontrar la disposición de sí mismo, sus valores subvertidos por la tiranía de la producción y del provecho, su condición descentrada por los delirios de la especulación. De otro modo, el imperialismo económico no teme, allí donde se siente amenazado, volverse contra la libertad que defiende donde le es útil, y confiar su suprema defensa a regímenes de terror o a guerras inexpiables.
No se sustituirá el capitalismo con un régimen construido con todas sus piezas. La economía tiene más continuidad. En pleno cuerpo capitalista aparecen los primeros esbozos de un mundo socialista, que se debe desarrollar si se entiende por socialismo lo siguiente: la abolición de la condición proletaria; la sustitución de la economía anárquica fundada sobre el provecho por una economía organizada sobre perspectivas totales de la persona; la socialización sin estatización de los sectores de la producción que mantienen la alienación económica (4); el desarrollo de la vida sindical (5); la rehabilitación del trabajo (6); la promoción, contra el compromiso paternalista, de la persona obrera (7); el primado del trabajo sobre el capital; la abolición de las clases formadas sobre la división del trabajo o de la fortuna; el primado de la responsabilidad personal sobre el aparato anónimo. La opción por el socialismo como dirección general de la organización social no implica que se aprueben todas las medidas que pueden ser propuestas en su nombre. Aquí el socialismo se duerme, allá se extravía o se pervierte con el aparato administrativo y policial. La necesidad de un socialismo renovado, o a la vez riguroso y democrático, es cada vez más premiosa. Esta es la invención que se pide a Europa y hacia la cual dirige el personalismo su camino político actual. El provenir le dirá si debe seguir otros, según la lección de los tiempos.
En esta perspectiva, los problemas de organización y los problemas humanos resultan inseparables: la gran prueba del siglo XX será sin duda evitar la dictadura de los tecnócratas, tanto de derecha como de izquierda, que olvidan al hombre por la organización. Pero no es tan cómodo asegurar el nexo de las dos series de problemas. Algunos sienten la tentación de edificar a priori una economía a su imagen del hombre, pero lo hacen como los primeros constructores de automóviles, que aplicaban su imagen del coche (de caballos) a una estructura que buscaba su forma propia. Unos se refieren al organismo humano e imaginan una economía corporativa (8) en la cual la armonía de los obreros, de los empleadores, de la nación y del Estado es postulada por mitos de identificación que las divergencias permanentes de intereses contradicen ostensiblemente. Otros piensan en las relaciones interpersonales e imaginan una sociedad en la que las relaciones económicas serían la multiplicación indefinida de las relaciones de hombre a hombre en una pulverización de pequeños grupos “en escala humana” (mito proudhoniano). Pero en los hechos la economía moderna parece evolucionar, como la física, hacia lo concreto a través de lo abstracto. Fue el desvío de las ecuaciones de la aerodinámica lo que dio al avión las formas bellas y ágiles del pájaro; sin duda estructuras primeramente muy alejadas de los esquemas del corporativismo o del contractualismo llevarán mañana a las formas simples pero imprevisibles de una economía humana.
Queda la cuestión de los medios: ¿Cómo pasar del desorden económico actual al orden de mañana? Los medios variarán, sin duda, con las circunstancias. El pasaje del capitalismo a la escala mundial, su posible unificación en un imperialismo poderoso, vuelven poco probable una evolución sin resistencias y sin crisis. La democracia parlamentaria, que se ha mostrado incapaz, en la escala nacional, de reformas económicas profundas, no deja casi esperanzas en una escala más vasta. Un “laborismo sin trabajadores”, brotado de la sola buena voluntad de la fracción ilustrada de las clases medias, ha mostrado su impotencia a través de las Resistencias europeas. Parece, pues, que el socialismo será, según su fórmula primitiva, la obra de los trabajadores mismos, de los movimientos obreros y campesinos organizados, unidas a las fracciones lúcidas de la burguesía. Si se lo conquistará por fragmentos o en bloque, rápida o lentamente, directamente o con rodeos, es un secreto del porvenir. Pero tendrá el rostro que tengan estos movimientos: de allí la importancia de velar no sólo por sus conquistas, sino por su integridad.
_________________________________
Notas
(2) Estos seudovalores espirituales fascistas fueron denunciados en un número especial de Esprit (setiembre de 1933), que volvió sobre el tema en diciembre de 1947 (“La pausa des fascismes est terminée”), y en un plano menos político en torno de una “Interrogation à Malraux” (octubre de 1948).
(3) Esprit, octubre de 1933, “L’argent, misère du pauvre, misère du riche”.
(4) Sobre las nacionalizaciones, Esprit, abril de 1945 y enero de 1946. Sobre la propiedad: número especial “De la propriété capitaliste à la propriété humaine”, abril de 1934.
(5) Sobre el sindicalismo, números especiales de Esprit, julio de 1936, marzo de 1937.
(6) Número especial de Esprit sobre “Le travail et l’homme”, julio de 1933.
(7) Esprit, número especial de marzo de 1936, “La personne ouvrière”.
(8) Esprit, setiembre de 1934, número especial, “Duplicités du corporatisme”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario