lunes

EMMANUEL MOUNIER


EL PERSONALISMO Y LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XX

PRIMERA ENTREGA

Emmanuel Mounier, inspirador y figura principal del personalismo, resume aquí las líneas y temas generales de este movimiento, uno de las filosofías militantes de nuestra época. De inspiración cristiana y católica, el personalismo se ve a sí mismo comprometido en la situación política y social que trata de indagar. Pero no es una mera actitud, sino un pensamiento que exige orden y estructuras como instrumentos de descubrimiento y exposición. Tampoco es un sistema cerrado porque, al afirmar la existencia de personas libres y creadoras,“introduce en el corazón de esas estructuras un principio de imprevisibilidad que disloca toda forma de sistematización definitiva”.

Pero -según el autor- el personalismo no es una novedad, ya que el universo de la persona es el universo del hombre. De ahí que entronque con una larga tradición que va de la filosofía griega hasta la “renovación existencialista”, pasando por pensadores como Bergson, Maritain, Blondel, Marcel. Comprometido en esta tradición, el personalismo practica una voluntad de conciliación entre la subjetividad y la acción revolucionaria, entre Kierkegaard y Marx. A partir de ellos, “estas dos líneas no harán más que separarse, y la tarea de nuestro siglo consiste, tal vez, no en reunirlos allí donde no puedan ya encontrarse, sino remontarse más allá de su divergencia, hacia la unidad que han desterrado”.

En esta perspectiva, Mounier describe el surgimiento de la persona como una lucha entre la tendencia permanente a la despersonalización y el movimiento de personalización y cómo en torno de ella se edifica su universo, recuperando tanto en el plano de la explicación y de la acción el saber de nuestra época, pero afirmando la estructura personal como dimensión profunda del hombre por encima de las infraestructuras biológica y económica. Luego analiza las líneas de conducta del personalismo frente a los problemas de “la revolución del siglo XX”, el nihilismo, la sociedad económica, la educación, el Estado, la democracia, la cultura, la religión.

Emmanuel Mounier (1905-1950) pensó largamente las ideas que contiene El personalismo y combatió por ellas. Entre sus obras debe destacarse: Révolution personnaliste et communaitaire, Manifeste au Service du Personnalisme, Traité du Caractére, La petite peur du XXe siécle, L’Éveil de l’Afrique Noire. Fundó en 1932 la revista Esprit, que dirigió hasta su muerte.

_________________________________


Segunda y última parte de Le personnalisme (Presse Universitaires de France, Paris, 1950)

Por estar estrechamente ligados, para el personalismo, el pensamiento y la acción, se espera de él que defina no sólo métodos y perspectivas generales de acción, sino líneas precisas de conducta. Un personalismo que se contentase con especular acerca de las estructuras del universo personal, sin otro efecto, traicionaría su nombre.

Sin embargo, el nexo de los fines con los medios no es un nexo inmediato y evidente, a causa de las relaciones complejas que introduce la trascendencia de los valores. Dos hombres pueden estar de acuerdo sobre las páginas que preceden y no estarlo sobre el problema de la escuela en Francia, sobre el sindicato que eligen o sobre las estructuras económicas que se debe fomentar; no hay en esto nada excepcional: Sorel inspiro a Lenin y a Mussolini. La acción se piensa reflexivamente sobre análisis concretos y elecciones efectivas en el seno de una perspectiva de valores. Los valores pueden ser comunes y los análisis diferir, las apuestas divergir. Aun un pensamiento como el marxismo, enteramente subordinado al análisis político-social, no puede asegurar trayectos directos de sus conceptos a sus consignas: salvo error, Stalin, Trotsky y León Blum se consideran igualmente marxistas.

Desde el año 1930, los temas personalistas han sido retomados a través de una cierta situación histórica y en una actitud de pensamiento combativo. No quisiéramos unir el personalismo al detalle de estas investigaciones, que no se pretenden ni exhaustivas, ni definitivas. Pero al menos son ilustrativas y dibujan un movimiento que no carece de unidad. Sigámoslo.

El nihilismo europeo

Esta reflexión nació de la crisis de 1929, que señaló el toque de muerte de la felicidad europea y atrajo la atención hacia las revoluciones en curso. De las inquietudes y desdichas que entonces comenzaban, unos daban una explicación puramente técnica, otros una puramente moral. Algunos jóvenes pensaron que el mal era a la vez económico y moral, que estaba en las estructuras y en los corazones; que por lo tanto el remedio no podía eludir ni la revolución económica ni la revolución espiritual. Y que por estar hecho el hombre como está, se debía encontrar nexos estrechos entre una y otra. Ante todo era necesario analizar las dos crisis a fin de despejar ambas vías.

La crisis espiritual es una crisis del hombre clásico europeo, nacido con el mundo burgués. Él había creído realizar el animal racional, en el que la razón triunfante había domesticado definitivamente el instinto, y la felicidad neutralizado las pasiones. En cien años se hicieron tres llamados al orden a esta civilización demasiado segura de su equilibrio: Marx, por debajo de las armonías económicas, reveló la lucha sin cuartel de las fuerzas sociales profundas; Freud descubrió bajo las armonías psicológicas la marmita de los instintos; Nietszsche, finalmente, anunció el nihilismo europeo antes de ceder la voz a Dostoievski. Después, las dos guerras mundiales, el advenimiento de los estados policíacos y de los universos concentracionarios, orquestaron ampliamente estos temas. Hoy, el nihilismo europeo se extiende y se organiza sobre el retroceso de las grandes creencias que mantenían de pie a nuestros padres: fe cristiana, religión de la ciencia, de la razón o del deber. Este mundo desesperado tiene sus filósofos, que hablan de absurdo y desesperación; sus escritores, que lanzan el escarnio a los cuatro vientos: Tienen sus masas, menos estrepitosas. “La desesperación suma, dice Kierkegaard, es no estar desesperado”. El reino de la mediocridad satisfecha es sin duda la forma moderna de la nada, y quizás, como lo quería Bernanos, de lo demoníaco.

Se dejó de saber qué es el hombre, y como se lo ve hoy pasar por transformaciones asombrosas se piensa que no hay naturaleza humana. Para unos, esto se traduce así: todo le es posible al hombre, y vuelven a encontrar una esperanza; para otros, todo le está permitido, y sueltan todos los frenos; para otros, finalmente: todo está permitido sobre el hombre: henos aquí en Büchenwald. Todos los juegos que nos distraían de la confusión han agotado su virtud, o alcanzan la saciedad. El juego de las ideas ha dado su obra maestra en el sistema de Hegel, que sella, en efecto, el fin de la filosofía, allí donde la filosofía no es sino una arquitectura sabia para ocultar nuestra angustia. La alienación religiosa que se ha anexado al Dios de los filósofos y de los banqueros nos autoriza, en efecto, si se trata de este ídolo, a proclamar la muerte de Dios. Que las guerras dejen un poco de respiro al milagro técnico, y en seguida, atiborrados de comodidades, podremos proclamar la muerte de la felicidad. Una especie de siglo XIV se desmorona ante nuestros ojos: se acerca el tiempo de “rehacer el Renacimiento (1)”.

La crisis de las estructuras se mezcla a la crisis espiritual. A través de una economía enloquecida, la ciencia continúa impasible su carrera, redistribuye las riquezas y trastorna las fuerzas. Las clases sociales se dislocan, las clases dirigentes naufragan en la incompetencia y en la indecisión. El Estado se busca a sí mismo en este tumulto. Finalmente, la guerra o la preparación de la guerra, resultante de tantos conflictos, paraliza desde hace treinta años el mejoramiento de las condiciones de existencia y las funciones primarias de la vida colectiva.
_______________________
Notas

(1) Éste fue el título del artículo preliminar del Nro 1 de Esprit, en 1932.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+