NOVENA ENTREGA
17 LOS SUSPIROS DEL MONTE Y LA MÚSICA DE ALGODÓN
Después de cenar, van al río.
Se sientan en la playa y la abuela les aconseja que presten atención a los mil suspiros del monte.
Hay apagón de luna y la oscuridad sería total si no fuera por la luz sutil y rosada que la rodea.
Un arpegio inesperado, brota del sitar del señor Asa: es la brisa entre el ramaje.
El bongó de Corazón, comienza a percutir suavemente: es el croar de la rana o el aleteo de una lechuza.
La flauta de Risa san emite un silbo agudo que sube más y más, luego decae lento a los tonos graves y se eleva de nuevo para trazar en el paisaje del aire, el misterio de la vida.
El Toyo del señor Pomelo, canta con voz apagada y profunda: sugiere la negrura de la noche.
Arquímedes camina sin zapatos por la orilla en la frescura de las olas: el violín rasguea inimitables zarabandas que son los cánticos de la creación.
Los seres del agua salen desde el fondo del cauce y se acercan.
Son hermosas ondinas vestidas con atavíos de plata, adornadas de camalotes y algas.
Bailan con los duendes y las hadas la apacible música de algodón.
Pan, tiene mucho trabajo en la casa: preparar la fiesta de Noche Buena.
-Me voy; continúen con lo que hacen que por cierto es bellísimo, y pobre de aquel que al entrar se le ocurra espiar lo que habrá en la sala; me enteraré si lo hacen y me enfadaré mucho porque será una sorpresa.
-¡No te preocupes! ¡Ninguno mirará! ¡Te lo prometemos! -le asegura su nieto.
-Acompáñenme -pide a los hombrecitos: -Necesito que me ayuden.
Ellos nunca hubieran imaginado que les concedería el honor de dirigirles la palabra y se van por un empinado sendero de arena marfil, jugando carreras y haciéndose zancadillas; caen rodando y trepan riendo para resbalarse otra vez.
Y ella, tan petisa y delgada, los sigue tarareando con voz de soprano lo que los hombres terminaron de componer.
18 LA GALA DE LAS BENGALAS
La fiesta resulta fabulosa.
Pandora tuvo razón; vino todo el pueblo y algunos invitados de la ciudad.
Los presenta como:
-Fulanito de Tal, Menganita de Cual y Menelao Real.
-Zultanita Pascual no pudo asistir porque tiene gripe; te envió un gran saludo -explica Menelao besándole la mano al saludarla.
Con voz atiplada y dramáticos ademanes de ópera, dice llevándose las manos al pecho:
-¡Oooooh! ¡Cuánto lo siento! Pero... ¡Pasen! ¡En un rato comenzarán los fuegos artificiales!
Los chiquilines corretean por el jardín sacudiendo chispeantes bengalas, mas se sienten un poco desilusionados: el arbolito escuálido con poquísimos adornos, no tiene regalos.
Ignoran que cuando la abuela terminó con los aprontes, estaba tan cansada que no tuvo tiempo de escribirle a Papá Noel y se durmió en un sofá después de colmar la mesa con deliciosos manjares y encantadoras galas navideñas.
Se dio cuenta de su omisión a la hora en que comenzaron a llegar los convidados y apurada, lo armó chasqueando los dedos: ya encontraría el momento de colocar los presentes que trajo, presintiendo algún inconveniente de este tipo.
Y el momento es ahora, porque los demás se hallan afuera mirando el coheterío.
Cientos de luces estallan en el éter formando guirnaldas sobre el telón negro del espacio.
Bajan.
Se agrandan en inmensas rondas.
Incendian los árboles con destellos incandescentes y desaparecen en la nada.
Se escapa hacia la sala sin ser notada y ordena los obsequios.
Como las campanas comienzan a tañer a las doce...
¡¡¡YA ES NAVIDAD!!!
Llama:
-¡VINO PAPÁ NOEL! ¡VINO PAPÁ NOEL!
Cada vecino recibe un apropiado presente de acuerdo con sus creencias y los niños, muchos, muchos juguetes que huelen a nuevo.
No le cuenten a nadie que fue esta abuela deliciosamente colifata la que puso los regalos al pie del arbolito por dos razones: no pudo escribir la carta y a último momento, el mismo Papá Noel le avisó que no podría venir.
Las epidemias son un caso serio.
Él también está con gripe.
17 LOS SUSPIROS DEL MONTE Y LA MÚSICA DE ALGODÓN
Después de cenar, van al río.
Se sientan en la playa y la abuela les aconseja que presten atención a los mil suspiros del monte.
Hay apagón de luna y la oscuridad sería total si no fuera por la luz sutil y rosada que la rodea.
Un arpegio inesperado, brota del sitar del señor Asa: es la brisa entre el ramaje.
El bongó de Corazón, comienza a percutir suavemente: es el croar de la rana o el aleteo de una lechuza.
La flauta de Risa san emite un silbo agudo que sube más y más, luego decae lento a los tonos graves y se eleva de nuevo para trazar en el paisaje del aire, el misterio de la vida.
El Toyo del señor Pomelo, canta con voz apagada y profunda: sugiere la negrura de la noche.
Arquímedes camina sin zapatos por la orilla en la frescura de las olas: el violín rasguea inimitables zarabandas que son los cánticos de la creación.
Los seres del agua salen desde el fondo del cauce y se acercan.
Son hermosas ondinas vestidas con atavíos de plata, adornadas de camalotes y algas.
Bailan con los duendes y las hadas la apacible música de algodón.
Pan, tiene mucho trabajo en la casa: preparar la fiesta de Noche Buena.
-Me voy; continúen con lo que hacen que por cierto es bellísimo, y pobre de aquel que al entrar se le ocurra espiar lo que habrá en la sala; me enteraré si lo hacen y me enfadaré mucho porque será una sorpresa.
-¡No te preocupes! ¡Ninguno mirará! ¡Te lo prometemos! -le asegura su nieto.
-Acompáñenme -pide a los hombrecitos: -Necesito que me ayuden.
Ellos nunca hubieran imaginado que les concedería el honor de dirigirles la palabra y se van por un empinado sendero de arena marfil, jugando carreras y haciéndose zancadillas; caen rodando y trepan riendo para resbalarse otra vez.
Y ella, tan petisa y delgada, los sigue tarareando con voz de soprano lo que los hombres terminaron de componer.
18 LA GALA DE LAS BENGALAS
La fiesta resulta fabulosa.
Pandora tuvo razón; vino todo el pueblo y algunos invitados de la ciudad.
Los presenta como:
-Fulanito de Tal, Menganita de Cual y Menelao Real.
-Zultanita Pascual no pudo asistir porque tiene gripe; te envió un gran saludo -explica Menelao besándole la mano al saludarla.
Con voz atiplada y dramáticos ademanes de ópera, dice llevándose las manos al pecho:
-¡Oooooh! ¡Cuánto lo siento! Pero... ¡Pasen! ¡En un rato comenzarán los fuegos artificiales!
Los chiquilines corretean por el jardín sacudiendo chispeantes bengalas, mas se sienten un poco desilusionados: el arbolito escuálido con poquísimos adornos, no tiene regalos.
Ignoran que cuando la abuela terminó con los aprontes, estaba tan cansada que no tuvo tiempo de escribirle a Papá Noel y se durmió en un sofá después de colmar la mesa con deliciosos manjares y encantadoras galas navideñas.
Se dio cuenta de su omisión a la hora en que comenzaron a llegar los convidados y apurada, lo armó chasqueando los dedos: ya encontraría el momento de colocar los presentes que trajo, presintiendo algún inconveniente de este tipo.
Y el momento es ahora, porque los demás se hallan afuera mirando el coheterío.
Cientos de luces estallan en el éter formando guirnaldas sobre el telón negro del espacio.
Bajan.
Se agrandan en inmensas rondas.
Incendian los árboles con destellos incandescentes y desaparecen en la nada.
Se escapa hacia la sala sin ser notada y ordena los obsequios.
Como las campanas comienzan a tañer a las doce...
¡¡¡YA ES NAVIDAD!!!
Llama:
-¡VINO PAPÁ NOEL! ¡VINO PAPÁ NOEL!
Cada vecino recibe un apropiado presente de acuerdo con sus creencias y los niños, muchos, muchos juguetes que huelen a nuevo.
No le cuenten a nadie que fue esta abuela deliciosamente colifata la que puso los regalos al pie del arbolito por dos razones: no pudo escribir la carta y a último momento, el mismo Papá Noel le avisó que no podría venir.
Las epidemias son un caso serio.
Él también está con gripe.
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