sábado

LA POESÍA DE SAÚL IBARGOYEN: SICUT UMBRA DEI


por Hugo Giovanetti Viola
SEGUNDA ENTREGA

Segunda utopía

Hora de un segundo exilio (esta vez voluntario y solitario) para el poeta que ya no se conforma con menos de un reino interior trascendente (lo que define la infusión cósmica de la pobreza de espíritu). Y ahora Shamash advierte: Gilgamesh: ¿por qué vagas constantemente?/ La vida que buscas aquí y allá no la encontrarás nunca.

Pero el guerrero recibe esta contestación-espadazo: Desde que vago por los campos, como el pájaro dalu/ sobre la tierra/ ¿se han hecho las estrellas menos brillantes?/ ¿Descansará mi cabeza en el corazón de la tierra/ para dormir a través de todos los tiempos?/ ¡Deja que mis ojos contemplen el Sol!/ ¡Deja que me sacie de claridad!/ Lejos están las tinieblas cuando la luz resplandece./ ¡Puedan los muertos ver el brillo fulgurante del Sol! (7).

Muerto Enkidu, nace la terribilitá agigantada (aunque siempre apolínea) del David de Miguel Ángel dispuesto a defender a cualquier precio la sacratísima humanidad. Y no es casual que La última bandera, libro unitario escrito y publicado en México después de la Guerra del Golfo, esté dedicado a Gilgamesh y su antiguo pueblo y los hijos de todos los pueblos que son la arena y la sangre del país de los dos ríos, y lleve a la vez un acápite de Santa Teresa de Jesús: Todos los que militáis/ debajo desta bandera/ ya no durmáis, ya no durmáis,/ pues que no hay paz en la tierra.

Pero además aquí Ibargoyen, ya irreversiblemente religado, jadea su primera plegaria digna del Gilgamesh-Ut-napishtim, el que buceó en el horror hasta rescatar a puro diente la casi inaccesible hierba de la inmortalidad: Hermano dios aquí no bautizado:/ hermana diosa que duermes/ junto a él/ para que el orden de los astros/ no se altere: Santa Cecilia que estás/ en las plazas y los jardines/ de esta ciudad que desborda/ sus marcas y sus términos./ Daremos testimonio por nuestros ojos/ si alguien duda/ del sucio olor derramado por la guerra/ si alguien cree/ que las canciones han muerto/ o sólo son cánticos tristes/ si alguien lanza voces/ para que vengan las lloronas/ a preguntar a dónde fueron/ llevados los hijos/ de los esclavos los escribas/ y los príncipes./ Daremos fe porque hemos puesto/ el verbo y la persona/ en este pleito.

Se nos acabó el puro helenismo, tentadora madre Isthar. Y la mordida final de tu serpiente no nos podrá robar la certeza de haber besado el sabor de la hierba que no perecerá ni la magia vestal del ropaje del fantoche transfigurado hasta resplandecer con la gracia de la homoousía de todos.

El mito del héroe, resume Jung, es, pues, un drama inconsciente que sólo aparece proyectado en forma comparable a la serie de acontecimientos en la metáfora platónica de la caverna. El héroe aparece en él como un ser que posee algo más que mera humanidad. De antemano se lo presenta como un dios insinuado. Como psicológicamente es un arquetipo del sí-mismo, con su divinidad se expresa que el sí-mismo es numinoso, es decir, casi un dios o partícipe de la naturaleza divina. En esos mitologemas podría encontrarse el motivo de la disputa sobre la homoousía. (...) La decisión a favor de la homoousía poseía significación psicológica. Con ella se estableció que Cristo era de esencia igual a la de dios. Pero Cristo, psicológicamente y desde el punto de vista de la historia comparada de las religiones, es un tipo del sí-mismo. Psicológicamente, el sí-mismo es una imago Dei y no puede distinguirse de ella empíricamente. De ahí que resulte una igualdad de esencia entre ambas representaciones. El héroe es el actor de la transformación de dios en hombre: corresponde a lo que yo he denominado “personalidad mana” (8).

Por otra parte, cuando Ibargoyen nos sugirió que tituláramos a esta muestra El poeta y yo no hizo más que confirmar el carácter de la dicotomía (ya no escindida sino dialéctica y complementaria) de todo su periplo: el poeta que ha terminado por coser sus entretelas a la bandera general del mundo (acaso no la última sino la única) y es más que su propio yo.

Desde la antiquísima Mesopotamia y Atenas y Jerusalén y Montevideo y México City, entonces, hemos querido extender esta alfombra roja para el paso de la primera antología esencial de Saúl Ibargoyen y lo fechamos el día de su 71 cumpleaños. Salud, maestro y hermano. Y que sigan ladrando los perros del oro.

Montevideo, 26 de marzo de 2001

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NOTAS

( 1 ) Juan Gelman: prólogo de El poeta y la niña (Univ. Autónoma de Cd. Juárez, México, 1993).
( 2 ) Jorge Boccanera: Ibargoyen y la amarga enemiga (Diario Excelsior, México, 1983).
( 3 ) Enrique Estrázulas: Oficio y enjundia (Diario El Día, Uruguay, 1982).
( 4 ) Eduardo Milán: Poesía de la contaminación urbana (Semanario Brecha, Uruguay, 1998).
( 5 ) Sören Kierkegaard: El concepto de la angustia (Edit. Espasa Calpe, Madrid, 1979).
( 6 ) Ver Mijail M. Bajtin: Problemas literarios y estéticos (Edit. Arte y Literatura, Cuba, 1986).
( 7 ) El cantar de Gilgamesh (Sha Naqba Imura), traducción de Hyalmar Blixen (Edic. de la Universidad de la República, Montevideo, 1980).
( 8 ) C. G. Jung: Transformaciones y simbolismos de la libido (Edit. Paidós, Buenos Aires, 1952).


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