ÚLTIMA ENTREGA
Este cientificismo tecnológico, básicamente occidental, ha identificado “conocimiento verdadero” con conocimiento “científico” y conocimiento “científico” con definición de la realidad como conjunto de “objetos” obtenidos por análisis y fragmentación (al estilo propio de las ciencias naturales). Objetos que se ordenarán, luego, en regularidades legales (leyes científicas) que permitirán la predictibilidad y el cálculo de efectos manipulables tecnológicamente.
Este proceso, que se inicia y desarrolla inconteniblemente en relación con la naturaleza física y biológica (Ciencias Naturales) se traslada luego, mecánicamente, al ámbito de la Cultura y determina la sistematización epistemológica de las “Ciencias Humanas” o “Ciencias Sociales” en base a parámetros que resultan, para las mismas, groseramente arbitrarios (Biología Humana, Medicina, Psicología, Sociología, Economía, Sexología, etc.).
Agreguemos a esto el tema (o mejor aún) el problema de la “profesionalización”. En efecto, con la profesionalización de la educación y de la terapia (formación académica encarnizadamente competitiva de educadores y de docentes, de médicos, de psicoterapeutas y de sexoterapeutas) y con las exigencias de capacitación tecnológica para poder entrar con aspiraciones en el mercado de trabajo profesional (“acreditaciones”) se consolida la “reducción” del ser de las personas (educandos y “pacientes”) a meros “objetos” manipulables por los tecnólogos profesionales.
Como lo propio del saber “científico” y “técnico” es montarse sobre el conocimiento presuntamente objetivo de los hechos (toda ciencia se sistematiza en “juicios de hecho”, lo que algunos pensadores definen como “hechismo”), se excluyen expresamente los valores, las valoraciones y los “juicios de valor”, con lo que se borra, de un plumazo metodológico, en la comprensión y explicación de las personas y de sus actitudes y conductas, todo posible componente axiológico.
Es decir: esta omisión es una omisión expresa y radical, pues se considera un requisito fundamental de la asepsia metodológica que define la epistemología científica.
Pero, como a pesar de esta maniobra metodológica, los valores y las valoraciones siguen existiendo y siguen contaminando todo lo vinculado al ser y al existir de los seres humanos, se los pretende neutralizar reduciéndolos a meros epifenómenos subjetivos de los hechos objetivos, ellos sí describibles, cuantificables y predictibles y, consecuentemente, manipulables tecnológicamente.
Lo lamentable es que, junto con los valores y las valoraciones, hemos borrado, en este proceso, también a la persona humana, transformándola de “sujeto”, en principio capaz de conciencia crítica y autocrítica, de libertad y de responsabilidad, en mero “objeto”, determinado causalmente, “robotizado”, y cuyas actitudes y conductas cabría, consecuentemente, calcular, predecir y manipular.
Ante este panorama, no nos puede extrañar que las disciplinas y las actividades pedagógicas y terapéuticas sufran una creciente “des-humanización”, que se instala casi insensiblemente y que sólo nos choca y provoca nuestro rechazo y nuestro repudio cuando la encontramos consumada en la aparentemente incontenible despersonalización tecnificada de la educación, de la medicina, de la psicoterapia y de la sexoterapia.
Este cientificismo tecnológico, básicamente occidental, ha identificado “conocimiento verdadero” con conocimiento “científico” y conocimiento “científico” con definición de la realidad como conjunto de “objetos” obtenidos por análisis y fragmentación (al estilo propio de las ciencias naturales). Objetos que se ordenarán, luego, en regularidades legales (leyes científicas) que permitirán la predictibilidad y el cálculo de efectos manipulables tecnológicamente.
Este proceso, que se inicia y desarrolla inconteniblemente en relación con la naturaleza física y biológica (Ciencias Naturales) se traslada luego, mecánicamente, al ámbito de la Cultura y determina la sistematización epistemológica de las “Ciencias Humanas” o “Ciencias Sociales” en base a parámetros que resultan, para las mismas, groseramente arbitrarios (Biología Humana, Medicina, Psicología, Sociología, Economía, Sexología, etc.).
Agreguemos a esto el tema (o mejor aún) el problema de la “profesionalización”. En efecto, con la profesionalización de la educación y de la terapia (formación académica encarnizadamente competitiva de educadores y de docentes, de médicos, de psicoterapeutas y de sexoterapeutas) y con las exigencias de capacitación tecnológica para poder entrar con aspiraciones en el mercado de trabajo profesional (“acreditaciones”) se consolida la “reducción” del ser de las personas (educandos y “pacientes”) a meros “objetos” manipulables por los tecnólogos profesionales.
Como lo propio del saber “científico” y “técnico” es montarse sobre el conocimiento presuntamente objetivo de los hechos (toda ciencia se sistematiza en “juicios de hecho”, lo que algunos pensadores definen como “hechismo”), se excluyen expresamente los valores, las valoraciones y los “juicios de valor”, con lo que se borra, de un plumazo metodológico, en la comprensión y explicación de las personas y de sus actitudes y conductas, todo posible componente axiológico.
Es decir: esta omisión es una omisión expresa y radical, pues se considera un requisito fundamental de la asepsia metodológica que define la epistemología científica.
Pero, como a pesar de esta maniobra metodológica, los valores y las valoraciones siguen existiendo y siguen contaminando todo lo vinculado al ser y al existir de los seres humanos, se los pretende neutralizar reduciéndolos a meros epifenómenos subjetivos de los hechos objetivos, ellos sí describibles, cuantificables y predictibles y, consecuentemente, manipulables tecnológicamente.
Lo lamentable es que, junto con los valores y las valoraciones, hemos borrado, en este proceso, también a la persona humana, transformándola de “sujeto”, en principio capaz de conciencia crítica y autocrítica, de libertad y de responsabilidad, en mero “objeto”, determinado causalmente, “robotizado”, y cuyas actitudes y conductas cabría, consecuentemente, calcular, predecir y manipular.
Ante este panorama, no nos puede extrañar que las disciplinas y las actividades pedagógicas y terapéuticas sufran una creciente “des-humanización”, que se instala casi insensiblemente y que sólo nos choca y provoca nuestro rechazo y nuestro repudio cuando la encontramos consumada en la aparentemente incontenible despersonalización tecnificada de la educación, de la medicina, de la psicoterapia y de la sexoterapia.
febrero de 2007
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