DÉCIMA ENTREGA
19 LA CONFERENCIA DE PANDORA
En la plaza y subida en un cajón a la manera de su nieto, Pandora da una conferencia sobre los beneficios de hacer gimnasia.
Parece una política demasiado hábil para ignorarla y no sucumbir a sus encantos.
Sin embargo, las personas que la quieren mucho, dudan.
Las señoras dicen que es un disparate, que sufren de reuma, que tienen el esqueleto deteriorado...
-¡Alharacas! ¡Algazaras! ¡Pamplinas! –responde: -Les aseguro, en nombre del aroma celestial de éste, mi amigo el jazminero, que es verdad y les prometo...
Para no ofenderla se retiran uno por uno, disimuladamente, y queda hablando sola sin enojos:
-¡Ya las atraparé a todas, viejas porfiadas, cabezas duras de adoquín! ¡Y a los viejos, también!
Al fin, consigue sus propósitos; las clases de aerobismo son un éxito y muy selectas: prohibidas para menores de sesenta años.
Y allí los tenemos siguiendo la música suave del quinteto.
-¡Un, do, tre! ¡Quierd, drech, quierd! ¡Más... despacio! ¡Res...piren! ¡Hombros... derechos! ¡A-rriba! ¡A-bajo!
Al principio, los niños los miraban y no podían contener las carcajadas, pero ya se acostumbraron a que sus abuelas, abuelos, tías, tíos y algunas bisabuelas, hagan ejercicio durante veintinueve minutos.
¿Por qué veintinueve?
No se sabe; son cosas de la profesora.
En tanto, los gurises juegan al “Té, chocolate y café” en el abominable jeringozo y cuentan que:
“La la la hi li li ja la la
“de le le don lo lo
“Ju lu lu le le le pe le le
“se le le ca la la sa la la ra la la
“ma la la ña la la na la la!
“¡Oh, lo lo! ¡Oh, lo lo! ¡Oh, lo lo!
-¡No... se agiten! ¡Respiren... hondo! ¡Nadie... nos corre!
Vocea la instructora.
Pasan al lado de los nenes y se les ocurre que aquel galimatías insoportable, les marca el ritmo de la marcha.
Y ríen, al ver el revuelo de aquellas manitos espantosamente sucias.
Se sienten re bien y vuelven a sus casas con las mejillas sonrosadas como pétalos de rosas.
20 EL APRENDIZ DE SOL
-Loca como una aceituna -dice el revolea baleros.
-Mirá que te casco... -amenaza la pelirroja que ama a Pan.
-¿Por qué, loca como una aceituna? -pregunta otro niño.
-¿Probaste pinchar una con un escarbadientes?
-¡Es difícil!
-¡Eso! ¡Se pone a bailar y saltar por el plato y cuanto más querés pincharla, más se escapa!
La líder se para, se remanga la remera, lo intimida con los puños cerrados y en pose de boxeador inglés:
-¡Pan no está loca! ¡El que lo repita, se las verá conmigo! ¡Ella es maga y los convertirá en mulas! ¡Zopencos!
-¡Sin insultos, nena!
Ya es tarde y don Pomelo está acostado en la oscuridad sobre el tapiz del pasto, captando los cánticos de los tallos.
Los pequeños no lo vieron.
De pronto, su silueta se alza como la de un fantasma alto y flaco.
Permanece quieto unos momentos para aumentar el pánico de los pillos que quedan petrificados por el espanto.
Al reconocerlo, la nena protesta:
-¡Terrible susto nos diste, Pomelo!
-¿Y ustedes continúan peleando? ¡Eso es horrible y peor aún, decir esas cosas de Pan!
-Este...
-Sí...
-Bueno... perdón...
Murmuran.
-Yo la defendí...
-Bien... Les contaré una leyenda de mi país; a lo mejor, les enseña que las malas conductas son innobles para el alma y terminan muy mal.
-Dale.
-Nos sentaremos alrededor de la luz de mi farol y su resplandor rojizo, envolverá el relato con misteriosos matices -dice encendiéndolo.
En un valle escondido de los Andes, vivía una tribu de incas que adoraban al sol como a un dios y se consideraban sus hijos.
El Padre Sol alimentaba la vida del mundo y les daba luz y calor.
El chamán, o médico brujo, era muy sabio y bondadoso.
Tenía un aprendiz joven e inteligente al que educaba para que fuera su sucesor cuando él partiera a la morada de sus antepasados.
Le enseñaba las propiedades de las plantas y el movimiento de los astros.
Un día, el muchacho se enteró que en el firmamento pasaría algo importantísimo y pensó en la manera de obtener ventaja de estos conocimientos.
Llamó a sus amigos, que eran menores y más inocentes, para decirles que él podía apagar el sol con un gran conjuro.
Los niños se burlaron sabiendo que era imposible, pero fue muy persuasivo y los retó a que sí lo haría si no le daban todo lo que deseaba.
Logró asustarlos muchísimo y el ladino les exigía cada día más al encontrarlos por las callejuelas en el atardecer: se les aparecía de golpe como un espectro en medio de las engañosas espirales de la niebla, murmurando frases que no entendían, canturreando ritos espeluznantes y luego terminaba:
-Recuerden lo que puedo hacer...soy un poderoso chamán... el maestro me enseñó cosas grandiosas... enigmas que ustedes jamás entenderán... regálenme los mejores ponchos y las llamas mejor criadas... evitarán el fin del mundo... porque si yo apagara el sol...
Y se alejaba en la bruma dejando pendiente un suspenso agobiador.
Con tantos acosos, logró provocarles verdaderas alucinaciones y las pobres criaturas sufrían toda clase de pesadillas; no se atrevían a contarlo a sus padres porque los había amenazado con empujarlos laderas abajo.
Temían salir de noche y toparse con las sombras de las montañas tan amadas, conocidas desde siempre.
Hacían mil sacrificios para conseguir turquesas y esmeraldas, las gemas preferidas del taimado muchacho que además de ambicioso, era vanidoso y no se conformó con los obsequios.
Quiso demostrarles que poseía inmensa ciencia y volvió a reunirlos:
-Les haré ver mis poderes y extinguiré el sol.
-¡Tú nos prometiste que nunca sofocarías a nuestro dios!
-¿Para qué te hicimos tantos regalos?
-Ustedes harán mi voluntad e irán donde yo les ordene; recuerden que es un absoluto secreto y no deben decírselo a nadie, si no... -dijo, amenazándolos con despótica insolencia.
A los pocos días, los citó al amanecer en la cumbre de un cerro elevado.
Acudieron sumisos y temblando de terror; lo encontraron bailando alrededor de una hoguera, recitando palabras mágicas y echando en el fuego cantidad de hierbas que producían mucho humo, extraños olores y colores fantásticos.
No obstante el miedo, volvieron a reírse:
-¡Ah! ¡Gran tonto! ¡No apagarás el sol con la humareda!
-¡SILENCIO! ¡NO PERTURBEN MI SABIDURÍA! ¡VERÁN QUE SÍ LO APAGO! -gritó.
Y continuó con la farsa…
Transcurrieron unos minutos y los pequeños aterrados, miraban como el sol se achicaba... se achicaba... se achicaba...
Tanto que desapareció, se hizo de noche y se asomaron las estrellas.
Sintieron frío y pavor ante las tinieblas.
Llorando, prometieron darle hasta la vida si lo hacía regresar.
El astuto mozo hizo nuevos pases y agregó más yuyos en las llamas fingiendo orar.
Y, lentamente...
¡La noche se tornó día!
¡Aquel prodigio, sólo había sido un eclipse!
Pero los niños no lo sabían, admiraron sus conocimientos y le dieron valiosos objetos para que jamás repitiera el hechizo.
El maestro observaba estos hechos sin entender el por qué de los dones; no veía con buenos ojos la conducta de su aprendiz que se pavoneaba entre sus compañeros orgulloso como un cacique y aceptaba presentes valiosos.
Cuando preguntó a los pequeños y le dijeron la verdad, se enojó muchísimo: siempre deseó que su alumno fuera decente y honesto; entonces, los sentó en círculo y dibujó en el suelo lo sucedido en el espacio: la luna, interponiéndose entre la tierra y el sol.
-Les doy permiso para que le den un buen escarmiento... -terminó.
Ellos se pusieron furiosos por el engaño y lo buscaron por los senderos de las sierras, en la aldea y en su casa.
El delincuente estaba muy bien escondido con sus ofrendas en una gruta y demoraron en encontrarlo.
Esto hizo que olvidaran la ira que los inflamaba, no le dieron la paliza prometida, mas le quitaron todos los regalos.
El hombre sabio pensó sonriendo que el joven sería un buen chamán porque era despabilado e inteligente, pero antes tendría que corregirle algunos defectos y algunas mañas...
-Estupenda historia, don Pomelo.
-Me alegra que te gustara, pecosa...
-Detesto que me llamen así; éstos lo tienen prohibido... -señala a sus amigos.
-¡Éstos tienen nombre! -protesta el revolea baleros.
-¡Esperate sentado si creés que voy a nombrarlos a todos! ¡Mi mamá me espera para cenar!
-¡Callate, pecosa! -exclama otra niña.
-¡Y dale! ¡Aunque seas nena, te pego igual!
Risa san, que estuvo atento al cuento recostado en una palmera, interviene:
-Las pecas te quedan muy bien; son como “patitos” de sol...
-¿QUÉ? -se pone escarlata de rabia y parece una llamarada.
-Perdón; a veces confundo el español; quise decir, puntitos de sol.
-¡Ah! ¡Menos mal! ¡Eso es otra cosa!
19 LA CONFERENCIA DE PANDORA
En la plaza y subida en un cajón a la manera de su nieto, Pandora da una conferencia sobre los beneficios de hacer gimnasia.
Parece una política demasiado hábil para ignorarla y no sucumbir a sus encantos.
Sin embargo, las personas que la quieren mucho, dudan.
Las señoras dicen que es un disparate, que sufren de reuma, que tienen el esqueleto deteriorado...
-¡Alharacas! ¡Algazaras! ¡Pamplinas! –responde: -Les aseguro, en nombre del aroma celestial de éste, mi amigo el jazminero, que es verdad y les prometo...
Para no ofenderla se retiran uno por uno, disimuladamente, y queda hablando sola sin enojos:
-¡Ya las atraparé a todas, viejas porfiadas, cabezas duras de adoquín! ¡Y a los viejos, también!
Al fin, consigue sus propósitos; las clases de aerobismo son un éxito y muy selectas: prohibidas para menores de sesenta años.
Y allí los tenemos siguiendo la música suave del quinteto.
-¡Un, do, tre! ¡Quierd, drech, quierd! ¡Más... despacio! ¡Res...piren! ¡Hombros... derechos! ¡A-rriba! ¡A-bajo!
Al principio, los niños los miraban y no podían contener las carcajadas, pero ya se acostumbraron a que sus abuelas, abuelos, tías, tíos y algunas bisabuelas, hagan ejercicio durante veintinueve minutos.
¿Por qué veintinueve?
No se sabe; son cosas de la profesora.
En tanto, los gurises juegan al “Té, chocolate y café” en el abominable jeringozo y cuentan que:
“La la la hi li li ja la la
“de le le don lo lo
“Ju lu lu le le le pe le le
“se le le ca la la sa la la ra la la
“ma la la ña la la na la la!
“¡Oh, lo lo! ¡Oh, lo lo! ¡Oh, lo lo!
-¡No... se agiten! ¡Respiren... hondo! ¡Nadie... nos corre!
Vocea la instructora.
Pasan al lado de los nenes y se les ocurre que aquel galimatías insoportable, les marca el ritmo de la marcha.
Y ríen, al ver el revuelo de aquellas manitos espantosamente sucias.
Se sienten re bien y vuelven a sus casas con las mejillas sonrosadas como pétalos de rosas.
20 EL APRENDIZ DE SOL
-Loca como una aceituna -dice el revolea baleros.
-Mirá que te casco... -amenaza la pelirroja que ama a Pan.
-¿Por qué, loca como una aceituna? -pregunta otro niño.
-¿Probaste pinchar una con un escarbadientes?
-¡Es difícil!
-¡Eso! ¡Se pone a bailar y saltar por el plato y cuanto más querés pincharla, más se escapa!
La líder se para, se remanga la remera, lo intimida con los puños cerrados y en pose de boxeador inglés:
-¡Pan no está loca! ¡El que lo repita, se las verá conmigo! ¡Ella es maga y los convertirá en mulas! ¡Zopencos!
-¡Sin insultos, nena!
Ya es tarde y don Pomelo está acostado en la oscuridad sobre el tapiz del pasto, captando los cánticos de los tallos.
Los pequeños no lo vieron.
De pronto, su silueta se alza como la de un fantasma alto y flaco.
Permanece quieto unos momentos para aumentar el pánico de los pillos que quedan petrificados por el espanto.
Al reconocerlo, la nena protesta:
-¡Terrible susto nos diste, Pomelo!
-¿Y ustedes continúan peleando? ¡Eso es horrible y peor aún, decir esas cosas de Pan!
-Este...
-Sí...
-Bueno... perdón...
Murmuran.
-Yo la defendí...
-Bien... Les contaré una leyenda de mi país; a lo mejor, les enseña que las malas conductas son innobles para el alma y terminan muy mal.
-Dale.
-Nos sentaremos alrededor de la luz de mi farol y su resplandor rojizo, envolverá el relato con misteriosos matices -dice encendiéndolo.
En un valle escondido de los Andes, vivía una tribu de incas que adoraban al sol como a un dios y se consideraban sus hijos.
El Padre Sol alimentaba la vida del mundo y les daba luz y calor.
El chamán, o médico brujo, era muy sabio y bondadoso.
Tenía un aprendiz joven e inteligente al que educaba para que fuera su sucesor cuando él partiera a la morada de sus antepasados.
Le enseñaba las propiedades de las plantas y el movimiento de los astros.
Un día, el muchacho se enteró que en el firmamento pasaría algo importantísimo y pensó en la manera de obtener ventaja de estos conocimientos.
Llamó a sus amigos, que eran menores y más inocentes, para decirles que él podía apagar el sol con un gran conjuro.
Los niños se burlaron sabiendo que era imposible, pero fue muy persuasivo y los retó a que sí lo haría si no le daban todo lo que deseaba.
Logró asustarlos muchísimo y el ladino les exigía cada día más al encontrarlos por las callejuelas en el atardecer: se les aparecía de golpe como un espectro en medio de las engañosas espirales de la niebla, murmurando frases que no entendían, canturreando ritos espeluznantes y luego terminaba:
-Recuerden lo que puedo hacer...soy un poderoso chamán... el maestro me enseñó cosas grandiosas... enigmas que ustedes jamás entenderán... regálenme los mejores ponchos y las llamas mejor criadas... evitarán el fin del mundo... porque si yo apagara el sol...
Y se alejaba en la bruma dejando pendiente un suspenso agobiador.
Con tantos acosos, logró provocarles verdaderas alucinaciones y las pobres criaturas sufrían toda clase de pesadillas; no se atrevían a contarlo a sus padres porque los había amenazado con empujarlos laderas abajo.
Temían salir de noche y toparse con las sombras de las montañas tan amadas, conocidas desde siempre.
Hacían mil sacrificios para conseguir turquesas y esmeraldas, las gemas preferidas del taimado muchacho que además de ambicioso, era vanidoso y no se conformó con los obsequios.
Quiso demostrarles que poseía inmensa ciencia y volvió a reunirlos:
-Les haré ver mis poderes y extinguiré el sol.
-¡Tú nos prometiste que nunca sofocarías a nuestro dios!
-¿Para qué te hicimos tantos regalos?
-Ustedes harán mi voluntad e irán donde yo les ordene; recuerden que es un absoluto secreto y no deben decírselo a nadie, si no... -dijo, amenazándolos con despótica insolencia.
A los pocos días, los citó al amanecer en la cumbre de un cerro elevado.
Acudieron sumisos y temblando de terror; lo encontraron bailando alrededor de una hoguera, recitando palabras mágicas y echando en el fuego cantidad de hierbas que producían mucho humo, extraños olores y colores fantásticos.
No obstante el miedo, volvieron a reírse:
-¡Ah! ¡Gran tonto! ¡No apagarás el sol con la humareda!
-¡SILENCIO! ¡NO PERTURBEN MI SABIDURÍA! ¡VERÁN QUE SÍ LO APAGO! -gritó.
Y continuó con la farsa…
Transcurrieron unos minutos y los pequeños aterrados, miraban como el sol se achicaba... se achicaba... se achicaba...
Tanto que desapareció, se hizo de noche y se asomaron las estrellas.
Sintieron frío y pavor ante las tinieblas.
Llorando, prometieron darle hasta la vida si lo hacía regresar.
El astuto mozo hizo nuevos pases y agregó más yuyos en las llamas fingiendo orar.
Y, lentamente...
¡La noche se tornó día!
¡Aquel prodigio, sólo había sido un eclipse!
Pero los niños no lo sabían, admiraron sus conocimientos y le dieron valiosos objetos para que jamás repitiera el hechizo.
El maestro observaba estos hechos sin entender el por qué de los dones; no veía con buenos ojos la conducta de su aprendiz que se pavoneaba entre sus compañeros orgulloso como un cacique y aceptaba presentes valiosos.
Cuando preguntó a los pequeños y le dijeron la verdad, se enojó muchísimo: siempre deseó que su alumno fuera decente y honesto; entonces, los sentó en círculo y dibujó en el suelo lo sucedido en el espacio: la luna, interponiéndose entre la tierra y el sol.
-Les doy permiso para que le den un buen escarmiento... -terminó.
Ellos se pusieron furiosos por el engaño y lo buscaron por los senderos de las sierras, en la aldea y en su casa.
El delincuente estaba muy bien escondido con sus ofrendas en una gruta y demoraron en encontrarlo.
Esto hizo que olvidaran la ira que los inflamaba, no le dieron la paliza prometida, mas le quitaron todos los regalos.
El hombre sabio pensó sonriendo que el joven sería un buen chamán porque era despabilado e inteligente, pero antes tendría que corregirle algunos defectos y algunas mañas...
-Estupenda historia, don Pomelo.
-Me alegra que te gustara, pecosa...
-Detesto que me llamen así; éstos lo tienen prohibido... -señala a sus amigos.
-¡Éstos tienen nombre! -protesta el revolea baleros.
-¡Esperate sentado si creés que voy a nombrarlos a todos! ¡Mi mamá me espera para cenar!
-¡Callate, pecosa! -exclama otra niña.
-¡Y dale! ¡Aunque seas nena, te pego igual!
Risa san, que estuvo atento al cuento recostado en una palmera, interviene:
-Las pecas te quedan muy bien; son como “patitos” de sol...
-¿QUÉ? -se pone escarlata de rabia y parece una llamarada.
-Perdón; a veces confundo el español; quise decir, puntitos de sol.
-¡Ah! ¡Menos mal! ¡Eso es otra cosa!
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