(Discurso pronunciado en 1994 en ocasión del recibimiento de un doctorado Honoris Causa)
Efectos de las imágenes
Está claro que vivimos tiempos de desorientación, sea por acumulación masiva de imágenes, sea por fatiga, por cansancio. Es interesante observar cómo para un niño de hoy los juegos electrónicos, las películas, el material visual que todos los días ve en la TV o en las pantallas de los cines, forman parte de su vida cotidiana. El bombardeo de imágenes al que se ve sometido un niño es tal que tememos que su carácter y comportamiento sea modificado por ese ingente trasiego de imágenes indigeribles. La confusión realidad / realidad virtual es cada vez mayor y quizá lo sea más en el futuro. En ese paroxismo de imágenes es difícil discernir lo que hay de valioso y útil, o de inútil y pernicioso.
Existe una lejana posibilidad de agotamiento por exceso, por cansancio, por falta de interés, o porque otros alicientes más estimulantes nos inclinen hacia otras apetencias, pero hoy por hoy parece difícil huir de esas imágenes que se nos proyectan a diario. En los juegos electrónicos de los niños, las imágenes perversas se caricaturizan: los malos son malvados en estado puro, que pelean y matan sin razón alguna; en el reverso, los héroes lo son también en estado puro. Estamos más allá de los cuentos primitivos de los buenos y los malos, porque aquí no hay sentimientos, ni causas, ni razones para luchar o para matarse. Desde siempre se supo que esa separación lineal entre bondad y maldad es altamente productiva y un aliciente importante en la venta de los productos y allí están las películas del oeste o de guerra de antaño.
Hoy el cine que alimenta la mente de los jóvenes está lleno de seres infrahumanos que manejan naves espaciales, y por supuesto hacen y deshacen en la tierra y en los cielos. Estos seres poderosos, omnipotentes, representaciones de un dios que simboliza el poder, un dios robótico, universal, que no conoce ni el dolor ni los sentimientos, se alejan sustancialmente de aquellos dioses de las antigüedad que poseían nuestros vicios y virtudes y se encarnaban en formas humanas: amaban, sufrían y sus carencias nos emparentaban con ellos. Los dioses de ahora son de metal y plástico, producto de la cibernética, de los computers, de las memorias ram, expandidas y extendidas, de una tecnología cada vez más refinada y de las avisadas mentes de los comerciantes que saben que por ahí va el gusto de los niños y de algunos mayores. La atracción que ejercen las imágenes de violencia y especialmente la violencia gratuita, debería ser estudiada con mayor seriedad. Se sabe de la capacidad hipnótica que tienen el cine y la TV. Son muy interesantes en ese aspecto las reflexiones de mi amigo y profesor Agustín Sánchez Vidal sobre Buñuel, él y otros cineastas han buscado esa capacidad hipnótica del cine, haciendo de ella la base misma de su obra.
Es tal la cantidad de imágenes que recibimos cada día, que ya no sabemos dónde meternos para huir de ellas, empezamos a ser incapaces de seleccionar lo que queremos ver y aceptamos sin asombro que el sueño nos invada en medio de la turbulencia de unas imágenes que subrepticiamente van adueñándose de nuestra mente. Ya no nos atragantamos, ni siquiera dejamos de comer ante el espectáculo terrible de la bomba masacrando cuerpos, de los niños que se mueren de hambre, del terremoto que asola una parte querida de la tierra sembrando la muerte y la destrucción. La primera vez que vimos esas imágenes estremecedoras dejamos de comer, nos sentimos mal y pensamos que el mundo estaba enfermo, pero después, el hábito nos ha vuelto insensibles al dolor ajeno, detuvimos un momento la mirada y seguimos comiendo como si tal cosa, o simplemente aceptamos esas imágenes brutales porque forman parte de nuestro mundo: nuestro mundo es así y en él sólo hay violencia, muerte, enfermedad, crueldad y poco más…
Parodiando a Luis Buñuel, que afirmaba que la imaginación es inocente, yo digo que también las imágenes en sí son inocentes, pero no su manipulación, ni la intención de que nos produzcan su aceptación o rechazo; la imagen es inocente, pero no la imagen pervertida. Tengo la sensación de que toda la teoría cinematográfica se ha ido al cuerno en estos últimos años y muchas de las películas que vemos huelen a cadáveres enterrados hace años. La renovación que todos esperábamos se ha quedado a medio camino y ni los avances tecnológicos, ni las modas oportunistas, ni el feísmo como fórmula narrativa, o la aceleración imaginativa que exige la publicidad y el videoclip, parecen renovar la narración cinematográfica. El lenguaje de la TV, del video y del cine es -con algunas excepciones- tan plano y tan monótono como falto de inspiración.
Arte
La obra extrema, personal, la película que sorprende por su belleza y armonía o por su vigor y violencia, sigue siendo la mayor parte de las veces inexplicable. Ese es el milagro y esa la grandeza de cualquier forma de arte: por encima de las modas, de las escuelas, de la rutina, surge el rompimiento, el desgarro y lo imprevisible. Durante algunos años fui profesor de la antigua Escuela de Cine en su rama de Dirección, primer curso, un curso teórico que yo intenté que fuera eminentemente práctico. Las cosas que enseñaba entonces no las enseñaría ahora, o las enseñaría de otra manera. Y sin embargo sigo creyendo que todos los que quieran hacer cine deberían tener unos conocimientos técnicos mínimos. También creo que en el cine, como en el arte en general, las normas valen cuando no se tienen otros recursos. Tan tonto es defender el plano y el contraplano como negar su validez. No está allí el secreto de la narración, ni está sólo en los buenos guiones, ni en tener el mejor equipo, ni la fotografía espléndida, ni en la calidad del sonido, ni siquiera en la perfección de la interpretación, aunque todo ello colabore sin duda para el mejor resultado de la obra. ¿Dónde está el secreto entonces? La respuesta es obvia: está en el talento, en la capacidad de invención, en esa peculiar visión de quien hace que unas historias que se han contado mil veces sean diferentes y adquieran ahora vida propia.
Hay directores que estructuran sus películas como videoclips -no olvidemos que en el cine ruso de los 20, Diziga Vertov ya elaboraba inmensos videoclips- y otros que manejan con suficiencia el plano secuencia, quienes utilizan el angular y la profundidad focal y quienes lo detestan. Por suerte en estos años se han derrumbado la mayor parte de los tabúes. A pesar de ello permanecen en pie algunas obras maestras, películas que han marcado la breve historia del cinema: narradas a veces a hachazos y a veces con la sabiduría de los pintores flamencos que mezclan colores y grasas con la habilidad del artesano.
El cine que es artificio, teatro, ópera, pintura, narración, arte de síntesis o simplemente el producto de muchas cosas que se cocinan en la misma olla, es desde luego el arte de nuestro siglo, abriendo a la imaginación un recuadro luminoso de sombras y colores en donde nos vemos representados. La grandeza de ese arte está en la sabia adecuación de los medios expresivos, en el sensible tratamiento de las imágenes, de la sabiduría y habilidad de los artesanos que colaboran en el proyecto común, y sobre todo en el talento de quienes han utilizado el cine como una segunda personalidad, desentrañándose como las arañas para ofrecer a quien quiera apreciarla una parte de la vida: reflejo, espejo, laberinto. Me gusta pensar que es una forma de expresión personal, me gusta pensar que a través del cine podemos expresar nuestros temores, nuestras limitaciones, bondades y mezquindades, ensanchando nuestra visión y enriqueciendo nuestra mente.
El temor ancestral, el miedo a la noche y a sus fantasmas, tan bien expresado por Stanley Kubrick en Odisea 2001: esos monos que se refugian durante la noche en la caverna no pueden dormir, permanecen alerta y en sus ojillos que brillan en la penumbra hay miedo, terror a la oscuridad y al desconocido enemigo que agazapado espera el momento para atacar… Esa permanente duermevela en la caverna, último reducto del hombre-mono: casa, único espacio controlado y dominado por él, es también el lugar para inventar el cine: las imágenes de Platón, los espejos múltiples de la noche, los cuentos para exorcizar el miedo, ¿quién inventó la palabra para explicar las imágenes de un cine aún en su balbuceo? Yo creo que el cine, con su elasticidad en la expresión de tiempos y espacios, es lo más semejante a la duermevela y al sueño, a las imágenes que se entremezclan antes del definitivo fundido en negro. Desgraciadamente el cine no ha caminado por esos derroteros que se presentaban tan fértiles y expresivos adocenándose en caminos más fáciles. El comercio y la aceptación del camino más fácil ha minimizado la capacidad expresiva del cine, degradando un medio de expresión que es capaz de los más altos vuelos.
Desde el principio el cine ha sido para mí una forma de extroversión, de liberación: obligándome su ejercicio a ordenar mis pensamientos y a buscar en la memoria y en los recuerdos. A través del cine he contado a los demás algunas historias que me preocupaban, tratando de dejar constancia de imágenes-imaginadas que no quería tirar a la basura: recuperando espacios, luces, fantasmas que a través de la magia de la interpretación adoptaron nuevos rostros y actitudes: escenas reavivadas a través de la cámara y melodías que adquirían otros acentos al fundirse con las imágenes… Para terminar: proyectada en la pantalla de un cine, o en la más humilde pantalla de una televisión, todavía se puede ver una hermosa película, una sólida, bien interpretada, bien hecha película, una inteligente y sensible película que nos emociona y habla de la permanente vitalidad del cine.
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