miércoles

PAREJA, INDIVIDUO Y PERSONA - Arnaldo Gomensoro / Elvira Lutz


TERCERA ENTREGA

La otra vertiente para la reflexión, que tiene una importancia fundamental para poder entender la aguda problemática que hoy pone en cuestión el significado de "vivir en pareja", es la imposibilidad práctica de una sincronización espontánea permanente de los procesos de personalización que se actualizan en cada uno de sus miembros. Nada más falso que esperar que esa sincronización se dé espontáneamente, sin ningún "esfuerzo" de nuestra parte, abandonándonos románticamente al ilusorio flechazo de Cupido.

En algún otro lugar, decíamos que el amor en serio no es algo que se "dé", sino algo que "se hace". Que el amor es, propiamente dicho, "la obra" de los enamorados. En palabras de Erich Fromm, "la obra de arte de los enamorados". Es decir: o el amor "se hace" todos los días o, si dejamos de hacerlo, "se deshace". Pero, si a esto agregamos que quienes lo hacen son hombres y mujeres en proceso permanente de convertirse en personas, de seguir haciéndose personas día por día, comprendemos las vicisitudes y las dificultades para lograr sincronizar ambos procesos.

Esta sincronización, permanentemente puesta en cuestión por las proclividades egocéntricas en que tienden a recaer cada uno de los miembros de la pareja, es, propiamente dicho, "la obra de arte de los enamorados" .

Decía Mounier: "tenemos que purificarnos permanentemente del individuo que hay en nosotros". Es decir: no hay amor pasivo, sin militancia comprometida. Mucho más importante que el amor "que siento", que "me invade y me domina", es el amor "que prodigo", el amor "que construyo" como vocación y cumplimiento de una "misión" compartida.

Por eso nada más alejado del amor en serio que el tan frecuente intercambio de exigencias, de reclamos, de reivindicaciones y de reproches a que son tan proclives el común de las parejas. Evidentemente el tan procurado como idealista "amor verdadero", y que suele mostrarse prácticamente tan esquivo, sólo será posible como intercambio de "dones", de "ofrendas", no, pues, de reivindicaciones.

Aquí reside, por otra parte, la más completa refutación del matrimonio tradicional y de la convivencia en pareja entendidos como "contratos". Los únicos que pueden suscribir contratos son los individuos (o lo que la persona tiene de individuo). El amor en serio rechaza, por el contrario y por su propia esencia, todo "arreglo contractual", porque lo que celebra es la "comunión" de dos personas comprometidas con la misión de hacer posible un destino compartido.

Sólo la vocación y la voluntad militantes pueden cumplir los dos requisitos que hacen posible una verdadera comunidad amorosa: que los miembros de la pareja estén identificados con un centro común de aspiraciones y que actualicen, entre sí, una viviente reciprocidad de dones.

Resulta muy esclarecedor ahondar reflexivamente en otros aspectos de la concepción del amor como una relación "de persona a persona".

Por ejemplo, intentar comprender cómo pueden, en una pareja, cada uno de sus integrantes ayudar al otro o a la otra en el proceso de convertirse en persona.

Decíamos antes que "la única pareja personalizada y personalizante sería la pareja creativa capaz de actualizar y de promover el encuentro entre dos autonomías". Cabe que, siguiendo lo que en algún momento llamamos "pedagogía de la pregunta", nos preguntemos: ¿cómo se puede actualizar y promover permanentemente el encuentro entre dos autonomías?

Una cosa resulta autoevidente: no será nunca pretendiendo imponer, grosera o sutilmente, las ideas, las actitudes o las conductas que consideramos mejores.

En este terreno, nadie puede ayudar a otro o a otra pretendiendo dirigirlo, guiarlo, orientarlo, convencerlo. Lamentablemente, a pesar de ello, éste es el camino elegido por la mayoría de los miembros de las parejas para intentar solventar sus discrepancias.

Porque es forzoso reconocerlo y aceptarlo: aún en la más personalizada de las relaciones pueden surgir, y suelen surgir, discrepancias. No olvidemos que nadie es "pura persona", que todos somos "yo dobles" donde conviven, en equilibrio inestable, lo que cada uno va teniendo de "persona" y lo que sigue teniendo de "individuo".

Pero volvamos a la pregunta: entonces ¿cómo ayudar?

Paradojalmente, y aunque nos cueste aceptarlo, sólo podremos ayudar si dejamos de empecinarnos en pretender hacer algo "con el otro o con la otra" y nos dedicamos a hacer algo "con nosotros mismos". En efecto: sólo acentuando nuestro proceso de convertirnos en persona podemos ayudar al compañero o a la compañera a que logre acentuar el suyo.

Decía Anthony de Mello: "Nada ha cambiado en la realidad fuera de mi actitud. Pero, al cambiar mi actitud, todo ha cambiado." Aplicado a nuestro caso, sólo cambiando mis actitudes puedo lograr, sin imponerlo, que cambie mi compañero o mi compañera. Porque la relación de "persona a persona" es como la relación de los vasos comunicantes: si uno baja el otro sube, si uno sube el otro baja, hasta alcanzar el equilibrio. Y, alcanzado el equilibrio, la discrepancia desaparece porque se ha vuelto no significativa.

Resulta muy elocuente confrontar este planteamiento con lo que sucede, en forma reiterada, en las consultas de asesoramiento a parejas conflictivas. Cada uno de los integrantes de la pareja llega a la consulta esperando que el asesor, actuando como árbitro imparcial, confirme su convicción de que todo se arreglaría si el compañero o la compañera cambiara alguna de sus ideas, de sus actitudes o de sus conductas. La retahíla de acusaciones, de reproches y de reivindicaciones se repite, de una pareja a otra, con la machacona reiteración del disco rayado.

Pues bien: años de asesorar parejas en crisis nos ha convencido de que, por este camino, no se va a ninguna parte. La experiencia es rotundamente terminante: nadie cambia a nadie. Sólo cabe que cada uno se cambie a sí mismo. Y sólo este cambio de sí mismo es el que, casi milagrosamente, a veces y no siempre, logra cambiar al otro.

Por eso es tan frecuente que lo que empezó como un asesoramiento a la pareja se prosiga como un asesoramiento personal a cada uno de sus miembros. Y por eso se justifica que, cuestionando la ortodoxia en la materia, nos neguemos cerradamente a seguir entendiendo el consejo o asesoramiento matrimonial o de pareja como "terapia". Porque aquí, y hay que repetirlo, no hay "enfermos", sino personas en frustrado proceso de personalización. Nuestra tarea no será, pues, la de "curarlos", sino la de ayudarlos a "liberarse, a responsabilizarse y a comprometerse" en el proceso, ahora compartido, de convertirse en personas.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+