VIGESIMOPRIMERA ENTREGA
CAPÍTULO 5: DEL ATEÍSMO MESIÁNICO AL ATEÍSMO LIBERTINO (III)
Post-modernidad es un término muy usado en ámbitos católicos latinoamericanos. Se utiliza, con frecuencia, con un significado omnicomprensivo, para decir que tal dificultad de la Iglesia, tal problema de los cristianos, tal crisis religiosa, dependen de la modernidad o de la post-modernidad. ¿Le parece un buen uso de esta palabra?
Me parece un uso pésimo. Del Noce, en efecto, no usa nunca este término de esa manera. En cambio, distingue el recorrido de distintas formas de modernidad, diferentes entre ellas y aun opuestas. Examina la modernidad de Descartes y habla de dos herencias del cartesianismo, allí donde éste atraviesa y moderniza anteriores corrientes del pensamiento; el nominalismo medieval cruza el cartesianismo y se transforma en el empirismo de Locke, Berkeley y Hume, por ejemplo, comenzando una nueva tradición. Del mismo modo, el averroísmo latino (16) atraviesa Descartes y se transforma en Spinoza y en las tradiciones panteístas de Hegel, que derivarán en el materialismo de Marx.
Del Noce afirma que la modernidad se desarrolla bajo la hegemonía de corrientes panteístas y materialistas, aunque terminen siendo dialécticas como en Hegel o en Marx, o empiristas y pragmáticas a partir de Locke hasta Dewey y sus sucesores. Pero existe una tercera modernidad que entra también en la tradición católica a partir del mismo Descartes, con Malebranche, Pascal, Vico, Rosmini, etc.
Del Noce, después de haber examinado el pensamiento católico moderno y su crisis, ve en la tradición ontologista cristiana la respuesta que supera y comprende a las demás, y que, al mismo tiempo, está abierta a una nueva filosofía cristiana de la historia con una larga preparación, desde Vico, Schlegel, Soloviev, a Maritain y a los grandes teólogos del siglo XX como Guardini, Danielou, Rahner, Von Baltasar, De Lubac. Esta es su hipótesis. El tema es que la hegemonía está todavía hoy en discusión en todas las líneas filosóficas. Las dos modalidades no cristianas desembocan en el escepticismo, en el nihilismo y en el probabilismo moral. A mi modo de ver llegó el tiempo llegó el tiempo para una filosofía de la historia cristiana, globalizante.
¿Qué relevancia tiene lo que dijo de Del Noce? Me refiero más a una lectura histórica que a una estrictamente filosófica.
Que mientras que en la opinión general se entiende a la modernidad en contra de la Iglesia, Del Noce hace ver que el fundador del pensamiento moderno es un católico, Descartes. No concede paternidades diferentes y no permite que otros se apropien de él.
Existe una tradición empirista moderna, una tradición panteísta moderna que luego continúa en el materialismo, pero también hay una tradición moderna católica. Mientras que la historia de la filosofía escrita por contemporáneos excluye el hecho de que exista un pensamiento católico de la modernidad, y lo clasifica como pre-moderno, con Del Noce es lícito concluir que la Iglesia no sólo se sitúa en el origen de la modernidad, sino que no perdió en absoluto una dimensión moderna, incluso cuando, en su seno, ha visto nacer una reacción antimodernista ante la persecución de la Revolución Francesa que, entre otros efectos, obtuvo el de reforzar el tradicionalismo.
Del Noche abrió paso ala reflexión sobre esta tercera corriente moderna católica; y desde esta línea realizó la mejor interpretación filosófica de nuestro tiempo: el suicidio de la revolución y el entronizarse del ateísmo libertino en la sociedad contemporánea y capitalista de consumo. Por lo tanto, es antihistórico pensar en la superación de la modernidad fuera de la modernidad.
¿Siendo usted latinoamericano, cuál es la utilidad del pensamiento de Del Noce para entender la América Latina de hoy?
Me considero un tomista silvestre, sin academia ni seminario; para mí el epicentro de todo reside en el argumento ontológico; la inteligencia del hombre se crea ligada al esplendor de la idea de Dios.
En el último libro de Gilson sobre el ateísmo leí con enorme satisfacción y sorpresa una nota sobre el ateísmo en la que justifica el argumento ontológico, algo considerado como exótico para un tomista. Pero esta relación me permitió entender y unirme a Del Noce en su reasumir la modernidad no como una línea de pasajes sucesivos que conducen a la Iglesia, contra su voluntad, desde lo pre-moderno a lo post-moderno, sino de una Iglesia con sectores que atravesaron la modernidad modernamente, con otros que sí fueron tradicionalistas.
De esto resulta que no sólo somos los padres de la modernidad, que hemos co-participado en su definición -como ya he dicho, con el católico Descartes- no siendo perpetuos antimodernos pero sí en contra de ciertas tendencias de la modernidad. Los antimodernistas clásicos fueron los tradicionalistas del siglo XIX. Es una especie que se extinguió con el Vaticano II.
Insisto: ¿en qué sentido lo iluminó a usted el pensamiento de Augusto Del Noce? ¿Qué le debe un latinoamericano que vive en el siglo XXI a este filósofo italiano contemporáneo?
En primer lugar, me guió hacia una revalorización del barroco, considerando que el barroco europeo funda la cultura mestiza latinoamericana. El mismo Descartes es barroco, aun con todo el declamado clasicismo francés que sin embargo lo define, como hoy reconoce la crítica más autorizada. Me explico mejor: en el momento en que cae el Imperio Español, España pierde la Guerra de los Treinta Años y comienza su decadencia; en este momento empieza a producirse la revolución intelectual de la ciencia físico-matemática por una parte, y la formación de los Estados modernos por otra. El Imperio Español es periférico a ambos procesos. Esto significa que nosotros, latinoamericanos, somos hijos y herederos de la primera potencia global del siglo XVII -España- justo en el momento en que se produce la modernidad científica que la ve en los márgenes.
A un adversario, a un enemigo, se lo vence superándolo, es decir, encontrando los límites de su posición y yendo más allá. Es una idea suya…
Así fue con la reforma protestante, así fue con el iluminismo secular, y luego con el marxismo mesiánico. Podríamos decir que se vence a un enemigo asumiendo lo mejor de sus intuiciones y yendo más allá de ellas. El error siempre hunde sus raíces en una insuficiencia que los hombres acusan a nivel de la experiencia sensible.
¿En qué sentido?
En que un error se vuelve exigente y sólo puede atraer por el bien que contiene, ya que los hombres, en el fondo, tienen un inextirpable deseo de bien. Si creen que en el error hay un bien, lo asumen así como es, como mezcla de lo justo y lo errado, de verdad y mentira, no exclusivamente como error.
El mal carece de consistencia propia. El error es un bien que se busca realizar en perjuicio de un bien superior. En este sentido, se transforma en la privación de un bien superior. El error es la sobrevaloración de un bien que en sí no es un absoluto. Por eso digo que el repudio del error implica saber cuál es el atractivo que el error ejerce a causa del bien que contiene.
¿Qué significa esta consideración para un historiador, o simplemente para quien quiera entender el presente de América Latina?
Señala la necesidad imprescindible de comprender el núcleo de bien que puede generar males. Un buen historiador debe entender el valor del error, o se condena a no entender la historia. En el fondo, así es en la vida de todos los días: si no me entiendo con mi mujer y pienso que ella comete errores de valoración al relacionarse conmigo, debo darme cuenta del fundamento bueno de su equívoco, si quiero tener alguna posibilidad de sanar el error que comete. Si es que hay error.
En el caso del ateísmo libertino, ¿qué debe asumirse y qué superarse?
La verdad del ateísmo libertino es la percepción de que el existir tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción. Sin esta base existencial nadie soportaría el sufrimiento de vivir, salvo que sea sometido a terribles extremos de tortura. En otras palabras: el núcleo profundo del ateísmo libertino es una necesidad recóndita de belleza. La vida misma es gozo: una prostituta, una loca, un perverso, un asesino viven por lo que contiene de bello el mismo acto del vivir. La creación es buena: “Omne creatura bona”, declamaba Jacopone da Todi.
Identificó el núcleo íntimo del ateísmo mesiánico en la exigencia de justicia; el del ateísmo libertino hunde, dice usted, sus raíces últimas en la exigencia de una belleza.
Del placer de la belleza, se podría decir. Es decir, de una satisfacción. Es el acto mismo del ser.
¿Con qué apariencia se presenta esta exigencia?
La del ateísmo libertino es una satisfacción atormentada por la contingencia, por el sufrimiento, por el dolor. Por la inteligencia. Es una satisfacción imposibilitada por la insuficiencia.
¿Qué es lo que provoca la distorsión? ¿Por qué se vuelve un ateísmo libertino?
Porque divorcia la belleza de la verdad y del bien (de la justicia); rompe la unidad de belleza, de verdad y de bien. De este modo, pervierte la belleza. La plenitud de la belleza es también la plenitud de verdad y de bien. Si no, es una belleza disminuida, indigente.
Una belleza sin amor como la del ateísmo libertino falla en el momento de reconocer a cada uno lo suyo, es decir, a nivel de la justicia.
CAPÍTULO 5: DEL ATEÍSMO MESIÁNICO AL ATEÍSMO LIBERTINO (III)
Post-modernidad es un término muy usado en ámbitos católicos latinoamericanos. Se utiliza, con frecuencia, con un significado omnicomprensivo, para decir que tal dificultad de la Iglesia, tal problema de los cristianos, tal crisis religiosa, dependen de la modernidad o de la post-modernidad. ¿Le parece un buen uso de esta palabra?
Me parece un uso pésimo. Del Noce, en efecto, no usa nunca este término de esa manera. En cambio, distingue el recorrido de distintas formas de modernidad, diferentes entre ellas y aun opuestas. Examina la modernidad de Descartes y habla de dos herencias del cartesianismo, allí donde éste atraviesa y moderniza anteriores corrientes del pensamiento; el nominalismo medieval cruza el cartesianismo y se transforma en el empirismo de Locke, Berkeley y Hume, por ejemplo, comenzando una nueva tradición. Del mismo modo, el averroísmo latino (16) atraviesa Descartes y se transforma en Spinoza y en las tradiciones panteístas de Hegel, que derivarán en el materialismo de Marx.
Del Noce afirma que la modernidad se desarrolla bajo la hegemonía de corrientes panteístas y materialistas, aunque terminen siendo dialécticas como en Hegel o en Marx, o empiristas y pragmáticas a partir de Locke hasta Dewey y sus sucesores. Pero existe una tercera modernidad que entra también en la tradición católica a partir del mismo Descartes, con Malebranche, Pascal, Vico, Rosmini, etc.
Del Noce, después de haber examinado el pensamiento católico moderno y su crisis, ve en la tradición ontologista cristiana la respuesta que supera y comprende a las demás, y que, al mismo tiempo, está abierta a una nueva filosofía cristiana de la historia con una larga preparación, desde Vico, Schlegel, Soloviev, a Maritain y a los grandes teólogos del siglo XX como Guardini, Danielou, Rahner, Von Baltasar, De Lubac. Esta es su hipótesis. El tema es que la hegemonía está todavía hoy en discusión en todas las líneas filosóficas. Las dos modalidades no cristianas desembocan en el escepticismo, en el nihilismo y en el probabilismo moral. A mi modo de ver llegó el tiempo llegó el tiempo para una filosofía de la historia cristiana, globalizante.
¿Qué relevancia tiene lo que dijo de Del Noce? Me refiero más a una lectura histórica que a una estrictamente filosófica.
Que mientras que en la opinión general se entiende a la modernidad en contra de la Iglesia, Del Noce hace ver que el fundador del pensamiento moderno es un católico, Descartes. No concede paternidades diferentes y no permite que otros se apropien de él.
Existe una tradición empirista moderna, una tradición panteísta moderna que luego continúa en el materialismo, pero también hay una tradición moderna católica. Mientras que la historia de la filosofía escrita por contemporáneos excluye el hecho de que exista un pensamiento católico de la modernidad, y lo clasifica como pre-moderno, con Del Noce es lícito concluir que la Iglesia no sólo se sitúa en el origen de la modernidad, sino que no perdió en absoluto una dimensión moderna, incluso cuando, en su seno, ha visto nacer una reacción antimodernista ante la persecución de la Revolución Francesa que, entre otros efectos, obtuvo el de reforzar el tradicionalismo.
Del Noche abrió paso ala reflexión sobre esta tercera corriente moderna católica; y desde esta línea realizó la mejor interpretación filosófica de nuestro tiempo: el suicidio de la revolución y el entronizarse del ateísmo libertino en la sociedad contemporánea y capitalista de consumo. Por lo tanto, es antihistórico pensar en la superación de la modernidad fuera de la modernidad.
¿Siendo usted latinoamericano, cuál es la utilidad del pensamiento de Del Noce para entender la América Latina de hoy?
Me considero un tomista silvestre, sin academia ni seminario; para mí el epicentro de todo reside en el argumento ontológico; la inteligencia del hombre se crea ligada al esplendor de la idea de Dios.
En el último libro de Gilson sobre el ateísmo leí con enorme satisfacción y sorpresa una nota sobre el ateísmo en la que justifica el argumento ontológico, algo considerado como exótico para un tomista. Pero esta relación me permitió entender y unirme a Del Noce en su reasumir la modernidad no como una línea de pasajes sucesivos que conducen a la Iglesia, contra su voluntad, desde lo pre-moderno a lo post-moderno, sino de una Iglesia con sectores que atravesaron la modernidad modernamente, con otros que sí fueron tradicionalistas.
De esto resulta que no sólo somos los padres de la modernidad, que hemos co-participado en su definición -como ya he dicho, con el católico Descartes- no siendo perpetuos antimodernos pero sí en contra de ciertas tendencias de la modernidad. Los antimodernistas clásicos fueron los tradicionalistas del siglo XIX. Es una especie que se extinguió con el Vaticano II.
Insisto: ¿en qué sentido lo iluminó a usted el pensamiento de Augusto Del Noce? ¿Qué le debe un latinoamericano que vive en el siglo XXI a este filósofo italiano contemporáneo?
En primer lugar, me guió hacia una revalorización del barroco, considerando que el barroco europeo funda la cultura mestiza latinoamericana. El mismo Descartes es barroco, aun con todo el declamado clasicismo francés que sin embargo lo define, como hoy reconoce la crítica más autorizada. Me explico mejor: en el momento en que cae el Imperio Español, España pierde la Guerra de los Treinta Años y comienza su decadencia; en este momento empieza a producirse la revolución intelectual de la ciencia físico-matemática por una parte, y la formación de los Estados modernos por otra. El Imperio Español es periférico a ambos procesos. Esto significa que nosotros, latinoamericanos, somos hijos y herederos de la primera potencia global del siglo XVII -España- justo en el momento en que se produce la modernidad científica que la ve en los márgenes.
A un adversario, a un enemigo, se lo vence superándolo, es decir, encontrando los límites de su posición y yendo más allá. Es una idea suya…
Así fue con la reforma protestante, así fue con el iluminismo secular, y luego con el marxismo mesiánico. Podríamos decir que se vence a un enemigo asumiendo lo mejor de sus intuiciones y yendo más allá de ellas. El error siempre hunde sus raíces en una insuficiencia que los hombres acusan a nivel de la experiencia sensible.
¿En qué sentido?
En que un error se vuelve exigente y sólo puede atraer por el bien que contiene, ya que los hombres, en el fondo, tienen un inextirpable deseo de bien. Si creen que en el error hay un bien, lo asumen así como es, como mezcla de lo justo y lo errado, de verdad y mentira, no exclusivamente como error.
El mal carece de consistencia propia. El error es un bien que se busca realizar en perjuicio de un bien superior. En este sentido, se transforma en la privación de un bien superior. El error es la sobrevaloración de un bien que en sí no es un absoluto. Por eso digo que el repudio del error implica saber cuál es el atractivo que el error ejerce a causa del bien que contiene.
¿Qué significa esta consideración para un historiador, o simplemente para quien quiera entender el presente de América Latina?
Señala la necesidad imprescindible de comprender el núcleo de bien que puede generar males. Un buen historiador debe entender el valor del error, o se condena a no entender la historia. En el fondo, así es en la vida de todos los días: si no me entiendo con mi mujer y pienso que ella comete errores de valoración al relacionarse conmigo, debo darme cuenta del fundamento bueno de su equívoco, si quiero tener alguna posibilidad de sanar el error que comete. Si es que hay error.
En el caso del ateísmo libertino, ¿qué debe asumirse y qué superarse?
La verdad del ateísmo libertino es la percepción de que el existir tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción. Sin esta base existencial nadie soportaría el sufrimiento de vivir, salvo que sea sometido a terribles extremos de tortura. En otras palabras: el núcleo profundo del ateísmo libertino es una necesidad recóndita de belleza. La vida misma es gozo: una prostituta, una loca, un perverso, un asesino viven por lo que contiene de bello el mismo acto del vivir. La creación es buena: “Omne creatura bona”, declamaba Jacopone da Todi.
Identificó el núcleo íntimo del ateísmo mesiánico en la exigencia de justicia; el del ateísmo libertino hunde, dice usted, sus raíces últimas en la exigencia de una belleza.
Del placer de la belleza, se podría decir. Es decir, de una satisfacción. Es el acto mismo del ser.
¿Con qué apariencia se presenta esta exigencia?
La del ateísmo libertino es una satisfacción atormentada por la contingencia, por el sufrimiento, por el dolor. Por la inteligencia. Es una satisfacción imposibilitada por la insuficiencia.
¿Qué es lo que provoca la distorsión? ¿Por qué se vuelve un ateísmo libertino?
Porque divorcia la belleza de la verdad y del bien (de la justicia); rompe la unidad de belleza, de verdad y de bien. De este modo, pervierte la belleza. La plenitud de la belleza es también la plenitud de verdad y de bien. Si no, es una belleza disminuida, indigente.
Una belleza sin amor como la del ateísmo libertino falla en el momento de reconocer a cada uno lo suyo, es decir, a nivel de la justicia.
(continúa próximo jueves)
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