jueves

La América Latina del Siglo XXI

VIGESIMOSEGUNDA ENTREGA

CAPÍTULO 5: DEL ATEÍSMO MESIÁNICO AL ATEÍSMO LIBERTINO (IV)

¿Entonces la exigencia de la que usted hablaba hoy hay que rescatarla por la contradicción que le espera en un cierto punto del camino?

Este es el núcleo de la cuestión. El ateísmo libertino no cree en la justicia, no tiene causas que perseguir, promover, defender, excepto la búsqueda del gozo y de la imagen de belleza que se ha formado. Lo bello, sin embargo, tal y como se concibe en el ateísmo libertino, sufre una tergiversación, porque la esencia de lo bello es su nexo con la verdad y el bien; es inseparable de la primera y del segundo. Algo bello separado, arrancado, se vuelve esteticismo; vitalidad pura que afirma el placer a toda costa. Al final, se vuelve cómplice de la injusticia.

Se vuelve algo monstruoso.

En el fondo, elimina la consistencia del tú. No existe una persona, un ser real y concreto con el que relacionarse. El ateísmo libertino es una subjetividad que goza sin ley y sin otro límite que el erigido por los límites de la propia voluntad.

¿No le parece extraño tener que hablar de estas cosas? Hace veinticinco años, cuando lo conocí, los temas de diálogo eran muy diferentes. Se hablaba de revolución en Nicaragua, de guerrilla en El Salvador, del factor Cuba en los movimientos de liberación de América Latina, de los movimientos populares en Perú y en Venezuela, de teología de la liberación, del futuro del peronismo, de democracias y regímenes militares…

La revolución se ha suicidado, lo hemos visto, pero en los finales de la modernidad había otra cosa, de la que ahora estamos tomando conciencia. Agotada la respuesta panteístico-hegeliana-marxista de la utopía inmanente al desarrollo dialéctico, concluido el mesianismo del ateísmo, volvemos al punto de partida: el ateísmo libertino.

En veinticinco años hemos asistido a un cambio que, en otras épocas, hubiera tardado siglos en consumarse. La historia sufrió una aceleración impensable ante nuestros ojos de hombres contemporáneos. Y al final, lo que emergió, es algo que podemos calificar como “primordial”; en el fondo el ateísmo libertino, tal y como lo está presentando en estas conversaciones, es la gran alternativa a Dios. Paradójicamente, es como si la historia se hubiera simplificado.

El ateísmo mesiánico era una contaminación judeo-cristiana, el ateísmo libertino no tiene esta herencia, o la tiene mínimamente. El ateísmo mesiánico se proponía cambiar el mundo, el libertino es orgánico al poder. En regímenes democráticos desmoviliza al demos con una característica: lo transforma en reivindicación, ante todo del placer. El hedonismo en su límite se desentiende del otro; es la multitud de los solos.

Más exactamente, desmoviliza las reivindicaciones que caminan hacia un cambio verdadero y favorece las que refuerzan el poder.

Coloca la satisfacción universal como razón de libertad. Pero esto es contradictorio con un trabajo de construcción de la sociedad porque el fundamento radical de una colectividad es siempre el primado del tú y de la amistad.

Asumir y superar el ateísmo libertino quiere decir identificar el núcleo de verdad, oculto, y salvarlo de un destino inexorable y ruinoso.

San Francisco es uno de los ejemplos más extraordinarios de la belleza captada y reflejada en una figura humana histórica. En San Francisco la potencia de la belleza del ser es esplendorosa. Calvino no supera el ateísmo libertino, simplemente porque lo niega, lo rechaza, elude lo que lo mueve en profundidad. El ascetismo protestante, aun siendo generoso, no puede responder. El catolicismo, en cambio, sí puede hacerlo.

La mayor belleza es el amor. La primera encíclica de Benedicto XVI -Deus charitas est- no es casualidad que tenga el amor como centro. Y el amor es la unidad perfecta de verdad, bien, belleza. Es una atracción incesante, e incesantemente amenazada por su contrario. La vida es así.

¿Recurriría al término “nihilismo” para captar el rostro moderno del ateísmo libertino?

El nihilismo es el “no” dicho frente todo; el ateísmo libertino es el “sí” a gozar a toda costa. En este sentido el ateísmo libertino es más orgánico al poder, porque le ofrece el punto clave de instrumentalización: el eros y los placeres ligados a él se vuelven objeto de una mayor ganancia del mercado.

El nihilismo tiene en sí un disgusto…

…Una angustia trágica por el hecho de que el mundo sea como es, un horror por el hecho de que no tenga sentido. Para Sade el sentido es la autodestrucción; no tiene nostalgia de lo positivo.

La idea de rescatar el fondo de placer del ateísmo libertino para salvarlo exalta la misión de la Iglesia.

Históricamente la Iglesia es el único sujeto presente en la escena del mundo contemporáneo que puede afrontar el ateísmo libertino. No digo que siempre lo haya sido, pero un examen de nuestro tiempo me lleva a decir que hoy sí lo es. Para mí, la Iglesia es verdaderamente post-moderna.

El hecho es que rescatar el núcleo de verdad del ateísmo libertino no es posible humanamente hasta sus últimas consecuencias. No se puede hacerlo con argumentos o con una dialéctica; y menos aun lanzando prohibiciones, órdenes, y dictando reglas abstractas.

No puede ser una ideología que se opone a otra ideología.

El ateísmo libertino no es una ideología; es una práctica. A una práctica es necesario oponer otra práctica; una práctica autoconsciente bien entendida, es decir, intelectualmente preparada. Se debe entrar en relación con el ateísmo libertino a nivel experiencial o moral. La ideología puede ser la caricatura del pensamiento así como el moralismo es la caricatura de la moral.

(continúa próximo jueves)

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