DÉCIMA ENTREGA
3
El teléfono ya estaba sonando cuando el muchacho llegó a la puerta del jardín de su casa. Puedo atender recién después de cuatro timbrazos más y mi madre jadea:
-¿Dónde estabas, mi amor?
-Feliz cumpleaños.
-Gracias. Acabo de ver a Ana Inés en la playa. Vuelve el domingo.
-Vos cómo andás.
-Ayer fui a la última playita de la Punta del Diablo y me quedé hasta que salió la luna.
-Qué lindo. ¿No te dio miedo?
-Lo qué.
-Volver sola.
-No. Lo que te pone mal es despedirte.
Senel se sentó en el suelo y aguantó el tubo con el hombro.
-¿Tenés que fumar por todo, hijito?
-Sí. Estoy de vacaciones. También rezo por todos pero nadie se da cuenta.
-Yo me estuve despidiendo de mi cuerpo de cuarenta y cuatro años. ¿Eso está mal?
-No está tan mal.
-Es lo único que me queda por perder.
-Andá a cagar, mamá.
-No pueden entenderme. Ni tu padre ni vos. Poli es la única que puede. Y estoy segura que Baloma Regusci también me entendería.
-Hasta cuándo te quedás.
-Vuelvo el domingo temprano. Quisiera que me acompañaran al cementerio.
-Okey.
-Cómo anda el cuidacoches.
-El Cordero siempre tiene ganas de seguir. Aunque haya tanto espanto.
-Ana Inés va a copiarme la Canción del ladrón.
-Me alegro. ¿Pescaste berberechos?
-Capaz que voy ahora. Mandale un beso a tu padre.
Y apenas cuelga me doy cuenta que ya están casi separados y me tiro en el suelo a mirar el cielorraso.
4
-Hasta dónde leíste -se frotó las manos Mario cuando Senel apareció con Moby Dick.
-Terminé el noveno.
-Entonces compro una Coca grande y me leés algunos párrafos. Elegís vos.
Y recién al despatarrarse en el colchón-cucha explica:
-Así hacíamos con mi padre en Valizas. Subíamos al mirador y le dábamos al Moby-Cola.
-Oka -sonrió el muchacho. -7 / 90. En suma: llévese mi cuerpo quien lo quiera, lléveselo, repito: no es mi yo. Y por lo tanto, ¡tres vivas a Nantucket! Que venga un barco desfondado y se lleve mi cuerpo desfondado cuando se les antoje... Porque desfondar mi alma, ni el propio Júpiter podrá hacerlo.
El gordo destapó la Coca-Cola y vació la primera espuma sin respirar, hasta que eructó ballenáceamente:
-Esta, compañeros, esta es la otra lección; ¡ay del piloto de Dios viviente que la descuide! ¡Ay de quien procure echar aceite sobre las aguas cuando Dios las ha encrespado! ¡Ay de quien procura agradar antes que aterrorizar! ¡Ay de quien prefiere su renombre a la bondad! ¡Ay de quien no es sincero, aunque en la falsedad estaría a salvo!
Y cuando me pasa el botellón no me animo a limpiarle la boca que jiede a Cerrito y se lo devuelvo y leo, aguantando una arcada:
-Pero todo lo que Dios quiere que hagamos es difícil para nosotros, recordémoslo, y por eso es mucho más frecuente que, en vez de persuadirnos, Él nos mande. Y si obedecemos a Dios, debemos desobedecernos a nosotros mismos: en esta desobediencia reside la dificultad de obedecer a Dios.
Entonces el Cordero se apoyó el pico de plástico en la papada y se lamió un lagrimón amarillo antes de cantar:
-Si ya no merezco cantar para ti / yo quisiera explicarte mi amor aunque es tarde. / Tu tiempo pasó pero yo me quedé aquí tañendo / por ti en tus campanas. / Cuerno de pastor de un remoto país / piedra lisa que el alba y el cielo tocaron / soy como tu amor rodaré eternamente hacia ti / y desde ti a lo más hondo. / Mas mientras te busque en las cosas / en tanto regreses sin que yo te llame o te olvide / habrá tanto amor persiguiendo mi amor / por favor no te sigas muriendo.
Y de golpe se tuerce para echarme con un pedo terrible:
-Hay que obedecer, loco. Y no te olvides nunca que salvar a la Dama cuesta un huevo.
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El teléfono ya estaba sonando cuando el muchacho llegó a la puerta del jardín de su casa. Puedo atender recién después de cuatro timbrazos más y mi madre jadea:
-¿Dónde estabas, mi amor?
-Feliz cumpleaños.
-Gracias. Acabo de ver a Ana Inés en la playa. Vuelve el domingo.
-Vos cómo andás.
-Ayer fui a la última playita de la Punta del Diablo y me quedé hasta que salió la luna.
-Qué lindo. ¿No te dio miedo?
-Lo qué.
-Volver sola.
-No. Lo que te pone mal es despedirte.
Senel se sentó en el suelo y aguantó el tubo con el hombro.
-¿Tenés que fumar por todo, hijito?
-Sí. Estoy de vacaciones. También rezo por todos pero nadie se da cuenta.
-Yo me estuve despidiendo de mi cuerpo de cuarenta y cuatro años. ¿Eso está mal?
-No está tan mal.
-Es lo único que me queda por perder.
-Andá a cagar, mamá.
-No pueden entenderme. Ni tu padre ni vos. Poli es la única que puede. Y estoy segura que Baloma Regusci también me entendería.
-Hasta cuándo te quedás.
-Vuelvo el domingo temprano. Quisiera que me acompañaran al cementerio.
-Okey.
-Cómo anda el cuidacoches.
-El Cordero siempre tiene ganas de seguir. Aunque haya tanto espanto.
-Ana Inés va a copiarme la Canción del ladrón.
-Me alegro. ¿Pescaste berberechos?
-Capaz que voy ahora. Mandale un beso a tu padre.
Y apenas cuelga me doy cuenta que ya están casi separados y me tiro en el suelo a mirar el cielorraso.
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-Hasta dónde leíste -se frotó las manos Mario cuando Senel apareció con Moby Dick.
-Terminé el noveno.
-Entonces compro una Coca grande y me leés algunos párrafos. Elegís vos.
Y recién al despatarrarse en el colchón-cucha explica:
-Así hacíamos con mi padre en Valizas. Subíamos al mirador y le dábamos al Moby-Cola.
-Oka -sonrió el muchacho. -7 / 90. En suma: llévese mi cuerpo quien lo quiera, lléveselo, repito: no es mi yo. Y por lo tanto, ¡tres vivas a Nantucket! Que venga un barco desfondado y se lleve mi cuerpo desfondado cuando se les antoje... Porque desfondar mi alma, ni el propio Júpiter podrá hacerlo.
El gordo destapó la Coca-Cola y vació la primera espuma sin respirar, hasta que eructó ballenáceamente:
-Esta, compañeros, esta es la otra lección; ¡ay del piloto de Dios viviente que la descuide! ¡Ay de quien procure echar aceite sobre las aguas cuando Dios las ha encrespado! ¡Ay de quien procura agradar antes que aterrorizar! ¡Ay de quien prefiere su renombre a la bondad! ¡Ay de quien no es sincero, aunque en la falsedad estaría a salvo!
Y cuando me pasa el botellón no me animo a limpiarle la boca que jiede a Cerrito y se lo devuelvo y leo, aguantando una arcada:
-Pero todo lo que Dios quiere que hagamos es difícil para nosotros, recordémoslo, y por eso es mucho más frecuente que, en vez de persuadirnos, Él nos mande. Y si obedecemos a Dios, debemos desobedecernos a nosotros mismos: en esta desobediencia reside la dificultad de obedecer a Dios.
Entonces el Cordero se apoyó el pico de plástico en la papada y se lamió un lagrimón amarillo antes de cantar:
-Si ya no merezco cantar para ti / yo quisiera explicarte mi amor aunque es tarde. / Tu tiempo pasó pero yo me quedé aquí tañendo / por ti en tus campanas. / Cuerno de pastor de un remoto país / piedra lisa que el alba y el cielo tocaron / soy como tu amor rodaré eternamente hacia ti / y desde ti a lo más hondo. / Mas mientras te busque en las cosas / en tanto regreses sin que yo te llame o te olvide / habrá tanto amor persiguiendo mi amor / por favor no te sigas muriendo.
Y de golpe se tuerce para echarme con un pedo terrible:
-Hay que obedecer, loco. Y no te olvides nunca que salvar a la Dama cuesta un huevo.
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