ONCEAVA ENTREGA
5
-¿Qué la acompañemos al cementerio? -pidió un cigarrillo el doctor Rabí. -Para eso que no venga.
-Yo prefiero que venga.
Y nos sentamos a fumar en la hamaca.
-¿Sabés qué es lo que más me gusta en el mundo después de las mujeres? -le agarró una rodilla el doctor a su hijo.
-Mozart.
-No. Las estrellas. Pero un día a los veinte años me atacó un miedo tan horrible a la nada que tuve que dejar de mirarlas.
-Qué lástima.
-Fue en la esquina de San Marino y Bolivia. Me senté en el cordón de la vereda a esperar el 142 y de golpe sentí que la vida era una trampa y que no había salida. Para nadie.
El humo siguió desapareciendo entre la paz de plata y el muchacho murmuró:
-Y cuántos años te costó poder volver a mirarlas tranquilo.
-Casi treinta. Y el otro día fui a cargar nafta a la misma esquina y sentí que ahora entendía todo y que estaba todo bien -me saca los fósforos de la camisa. -¿Leíste el Tifón de Conrad?
-No leí a Conrad.
El hombre ancho empezó a prender fósforos que dejaba quemarse hasta quemarse él mismo mientras jadeaba:
-Ahora está todo bien pero no quisiera perder mi barco, Captain MacWhirr. No quisiera perder el barco donde viajo con ella.
6
Todos los sábados el Cordero compraba una docena de baguettes y las repartía entre los chiquilines del cantegril que pedían en los semáforos.
-¿Hoy también da la misa el diablo? -se ríe junando chapas robóticamente.
-Es posible, porque Javier está en Florida. ¿Y esa cuchilla?
-¿Te gusta? Era la que usaba mi padre para limpiar pescado. La tengo entre los libros por si las avispas. Falta poco, Di Caprio. Ayer vi a Moby Dick, enseguida que te fuiste. Mi familia se compró una Peugeot asesina. ¿Sabés lo que le pasó a Gus una vez que se hizo el macho y se largó a catequizar en un cante? Un perro le mordió el culo.
Los chiquilines que recogían rebanadas de baguette festejaron el cuento con fruición.
-Allá viene la Gatúmera -señalo a una niña-mujer que mendiga parándose de manos frente a los coches.
-Por fin. Resucitó. ¿Vas a chatear?
-Voy a seguir probando, aunque ya son las seis.
La infanta acróbata tenía un ojo muy bizco y traía una magnolia entre los dientes.
-Sorpresa -le regala el gran perfume blanco al Cordero.
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