NÁUSEA / ESPERANZA / AMOR / FELICIDAD
por
CARLOS DÍAZ
TERCERA ENTREGA
V / LA ESPERANZA
Según Gabriel Marcel, la esperanza abre al futuro, mantiene el espíritu abierto y ágil para leer los signos de los tiempos, es la “memoria del futuro”, la instalación de la existencia en un tiempo abierto completamente distinto al tiempo cerrado de la desesperación, un tiempo que es salvador, “el arma de los desarmados”, un arma desarmada pero gratuita, paciente como ya hemos dicho (la paciencia da tiempo a lo real), incondicionada, incondicional e incondicionable. En la medida en que yo condicionara mi esperanza abriría las puertas a la angustia, pues la frustración traería consigo la decepción y la desesperación.
Este permanente y abierto esperar es ya, por ello mismo, un colaborar con la creación manteniendo en el orden del ser aquello que se espera. En consecuencia, esperar es dar crédito al universo, dar crédito a la realidad, confiar en que ésta pueda restaurar la integridad de un orden viviente, confiar en nosotros, confiar en ti. No es, pues, la esperanza un mero sentimiento psicológico, no pertenece únicamente al orden del sentir, sino al del ser. Por la esperanza afirmo mi relación de fidelidad y amor con la realidad, y por ende, una afirmación a la creación entera; en definitiva, damos crédito a la realidad porque ella se nos muestra acreditada de sentido.
Como ha dicho uno de los mejores conocedores de la obra de Marcel, Pedro Laín Entralgo, “el crédito que la esperanza concede a la realidad salta por encima de la realidad visible que en este momento me concede. En su raíz, esperar es saltar con los ojos abiertos desde el presente concreto hasta el último fondo de la realidad. Con los ojos abiertos, porque ese salto nunca puede ser seguro; y hasta el fondo mismo de la realidad, porque a pesar de todas nuestras inseguridades y cautelas confiamos en su fundamentalidad y en su obsecuencia” (8). Porque la esperanza se refiere al ser, y no al tener, la esperanza es misterio (no problema). Nada más contrario a esto que el mundo calculador del “contar con” propio de la técnica, atento a la seguridad terrenal salida exclusivamente de las manos del hombre.
Puesto que en sí mismo posee una estructura elpídica, esperanzadora, el curso real de la vida convertirá la ‘fianza’ en ‘confianza’ y en ‘esperanza’: “la confianza, el asentimiento personal al juicio acerca de la posibilidad de lo esperado -dirá el propio Laín Entralgo- es el momento que eleva la espera a la esperanza. Cuando yo ‘creo’ que me es posible lo que mi espera vital desea y pretende, esa creencia es mi confianza. El confiado es el hombre que, sin mengua de las previsiones y las cautelas a que su ‘buen sentido’ le conduzca, acepta creyentemente en el contexto de su vida la pretensión de seguir siendo que late en el fondo mismo de su ser. A primera vista, confianza es entrega, descanso en aquello que se confía, reposo de la existencia sobre la creída eficacia de una virtud ajena. Así es, en realidad, y sin ello la confianza no merece su nombre. Pero una confianza meramente expectante y pasiva antes corresponde a una forma de presunción que a la verdadera esperanza. La confianza del esperanzado exige de éste actividad y osadía, la mueve a la magnanimidad; por tanto, a proyectos tan altos y arriesgados como la razón y la prudencia consientan, y a la resuelta y resolutiva ejecución de lo proyectado en ellos” (9).
Por todo ello, la zona de la esperanza es también la zona de la plegaria. El esperanzado es un caminante, vive el riesgo, “el riesgo y la aceptación de riesgo”, del riesgo de desesperanzar (10).
En el que espera distingue Marcel la cautividad o sentimiento de imposibilidad de acceder por los propios medios a la plenitud; pero, por paradoja, cuanto menos es sentida la vida como cautividad, tanto menos será capaz el alma de ver la luz de la esperanza. Junto a ella, la comunidad; quien espera no sólo dice yo espero, sino que, además, espero en ti y para nosotros, pues la esperanza atañe al yo que espera del tú y con el tú.
Esperar es con-fiar, fiar con. La esperanza, incluso privada de toda expectativa favorable, no está condenada a la desesperanza, desde el momento en que un hombre espera en otro. Sólo porque un adulto confía en él, desarrolla el niño sus potencialidades. También porque otro ser humano está a su lado podemos soportar las más terribles pruebas y los más duros recuerdos, las peores perspectivas. También porque sabe que su vida cuenta para la mirada amante de algunos seres al menos, el viejo acepta el tiempo.
El otro necesita saber que no desesperamos de él, “espero en ti”: si, por alguna razón, un niño es incapaz de ver el futuro con optimismo, se produce una interrupción inmediata del desarrollo. El ejemplo más grave lo encontramos en el caso de los niños que sufren autismo infantil, consecuencia de su completa incapacidad para imaginar mejora alguna. Una niña, tras un período prolongado de terapia, surgió finalmente de su total autismo y expresó lo que para ella caracterizaba a los padres buenos: “esperan algo de ti”. Esto implicaba que sus padres se habían portado mal, porque no habían sido capaces de tener esperanza ni transmitírsela a ella en cuanto a sí misma y a su vida futura en este mundo. Todo padre que se preocupe por el estado de ánimo de su hijo sabrá decirle que las cosas cambiarán y que algún día todo le irá mejor.
Desde luego, el hombre con esperanza es el que nos mira a los ojos y el que no la tiene es el que nos mira a los pies. ¿Sería mucho afirmar que dejamos de tener razón cuando ya no la esperamos en los demás? Hogar es la casa donde uno es esperado; para conocerle a uno hay que conocer su hogar. Si somos esperanza, si la esperanza es el tejido del alma, entonces desconfiar (y más aún desesperar) de un ser, ¿acaso no es negarlo en tanto que tal, es decir, tenerlo muerto para nosotros? La actividad creadora, la fidelidad, el amor, la generosidad y la esperanza se implican: “amar a un ser es esperar de él algo indefinible e imprevisible y darle a la vez, de algún modo, el medio de responder a esta espera” (11). Quien espera, da; quien no espera, esteriliza, niega a la realidad la posibilidad de una relación creadora: “sólo se puede hablar de la esperanza cuando existe esa interacción entre el que da y el que recibe, esa conmutación que es el sello de toda vida espiritual” (12).
La esperanza es “la respuesta de la criatura al ser infinito al cual tiene la conciencia de deber todo lo que ella es y de no poner sin escándalo condición alguna” (13), y ese ser infinito es un Tú más íntimo que mi propia intimidad: “desde el momento en de algún modo me abismo ante el Tú que, en su condescendencia infinita, me ha hecho salir de la nada, parece que para siempre me prohíbo desesperar” (14). Él es la última roca sólida sobre la que descansa ciertamente el piélago de mi vida.
Mientras tanto, la esperanza es un ser que camina, viatorio, itinerante, homo viator, “espíritu de metamorfosis, cuando tratemos de traspasar las fronteras de nubes que nos separan del otro reino, guía nuestro gesto de aprendiz. Y, cuando suene la hora prescrita, despierta en nosotros el humor alegre del caminante que cierra su mochila en el momento en que, tras el cristal empañado, avanza la eclosión imprecisa de la aurora” (15).
Pero la esperanza no se mantiene sin el amor. Nunca donde faltó amor amaneció esperanza.
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CARLOS DÍAZ
TERCERA ENTREGA
V / LA ESPERANZA
Según Gabriel Marcel, la esperanza abre al futuro, mantiene el espíritu abierto y ágil para leer los signos de los tiempos, es la “memoria del futuro”, la instalación de la existencia en un tiempo abierto completamente distinto al tiempo cerrado de la desesperación, un tiempo que es salvador, “el arma de los desarmados”, un arma desarmada pero gratuita, paciente como ya hemos dicho (la paciencia da tiempo a lo real), incondicionada, incondicional e incondicionable. En la medida en que yo condicionara mi esperanza abriría las puertas a la angustia, pues la frustración traería consigo la decepción y la desesperación.
Este permanente y abierto esperar es ya, por ello mismo, un colaborar con la creación manteniendo en el orden del ser aquello que se espera. En consecuencia, esperar es dar crédito al universo, dar crédito a la realidad, confiar en que ésta pueda restaurar la integridad de un orden viviente, confiar en nosotros, confiar en ti. No es, pues, la esperanza un mero sentimiento psicológico, no pertenece únicamente al orden del sentir, sino al del ser. Por la esperanza afirmo mi relación de fidelidad y amor con la realidad, y por ende, una afirmación a la creación entera; en definitiva, damos crédito a la realidad porque ella se nos muestra acreditada de sentido.
Como ha dicho uno de los mejores conocedores de la obra de Marcel, Pedro Laín Entralgo, “el crédito que la esperanza concede a la realidad salta por encima de la realidad visible que en este momento me concede. En su raíz, esperar es saltar con los ojos abiertos desde el presente concreto hasta el último fondo de la realidad. Con los ojos abiertos, porque ese salto nunca puede ser seguro; y hasta el fondo mismo de la realidad, porque a pesar de todas nuestras inseguridades y cautelas confiamos en su fundamentalidad y en su obsecuencia” (8). Porque la esperanza se refiere al ser, y no al tener, la esperanza es misterio (no problema). Nada más contrario a esto que el mundo calculador del “contar con” propio de la técnica, atento a la seguridad terrenal salida exclusivamente de las manos del hombre.
Puesto que en sí mismo posee una estructura elpídica, esperanzadora, el curso real de la vida convertirá la ‘fianza’ en ‘confianza’ y en ‘esperanza’: “la confianza, el asentimiento personal al juicio acerca de la posibilidad de lo esperado -dirá el propio Laín Entralgo- es el momento que eleva la espera a la esperanza. Cuando yo ‘creo’ que me es posible lo que mi espera vital desea y pretende, esa creencia es mi confianza. El confiado es el hombre que, sin mengua de las previsiones y las cautelas a que su ‘buen sentido’ le conduzca, acepta creyentemente en el contexto de su vida la pretensión de seguir siendo que late en el fondo mismo de su ser. A primera vista, confianza es entrega, descanso en aquello que se confía, reposo de la existencia sobre la creída eficacia de una virtud ajena. Así es, en realidad, y sin ello la confianza no merece su nombre. Pero una confianza meramente expectante y pasiva antes corresponde a una forma de presunción que a la verdadera esperanza. La confianza del esperanzado exige de éste actividad y osadía, la mueve a la magnanimidad; por tanto, a proyectos tan altos y arriesgados como la razón y la prudencia consientan, y a la resuelta y resolutiva ejecución de lo proyectado en ellos” (9).
Por todo ello, la zona de la esperanza es también la zona de la plegaria. El esperanzado es un caminante, vive el riesgo, “el riesgo y la aceptación de riesgo”, del riesgo de desesperanzar (10).
En el que espera distingue Marcel la cautividad o sentimiento de imposibilidad de acceder por los propios medios a la plenitud; pero, por paradoja, cuanto menos es sentida la vida como cautividad, tanto menos será capaz el alma de ver la luz de la esperanza. Junto a ella, la comunidad; quien espera no sólo dice yo espero, sino que, además, espero en ti y para nosotros, pues la esperanza atañe al yo que espera del tú y con el tú.
Esperar es con-fiar, fiar con. La esperanza, incluso privada de toda expectativa favorable, no está condenada a la desesperanza, desde el momento en que un hombre espera en otro. Sólo porque un adulto confía en él, desarrolla el niño sus potencialidades. También porque otro ser humano está a su lado podemos soportar las más terribles pruebas y los más duros recuerdos, las peores perspectivas. También porque sabe que su vida cuenta para la mirada amante de algunos seres al menos, el viejo acepta el tiempo.
El otro necesita saber que no desesperamos de él, “espero en ti”: si, por alguna razón, un niño es incapaz de ver el futuro con optimismo, se produce una interrupción inmediata del desarrollo. El ejemplo más grave lo encontramos en el caso de los niños que sufren autismo infantil, consecuencia de su completa incapacidad para imaginar mejora alguna. Una niña, tras un período prolongado de terapia, surgió finalmente de su total autismo y expresó lo que para ella caracterizaba a los padres buenos: “esperan algo de ti”. Esto implicaba que sus padres se habían portado mal, porque no habían sido capaces de tener esperanza ni transmitírsela a ella en cuanto a sí misma y a su vida futura en este mundo. Todo padre que se preocupe por el estado de ánimo de su hijo sabrá decirle que las cosas cambiarán y que algún día todo le irá mejor.
Desde luego, el hombre con esperanza es el que nos mira a los ojos y el que no la tiene es el que nos mira a los pies. ¿Sería mucho afirmar que dejamos de tener razón cuando ya no la esperamos en los demás? Hogar es la casa donde uno es esperado; para conocerle a uno hay que conocer su hogar. Si somos esperanza, si la esperanza es el tejido del alma, entonces desconfiar (y más aún desesperar) de un ser, ¿acaso no es negarlo en tanto que tal, es decir, tenerlo muerto para nosotros? La actividad creadora, la fidelidad, el amor, la generosidad y la esperanza se implican: “amar a un ser es esperar de él algo indefinible e imprevisible y darle a la vez, de algún modo, el medio de responder a esta espera” (11). Quien espera, da; quien no espera, esteriliza, niega a la realidad la posibilidad de una relación creadora: “sólo se puede hablar de la esperanza cuando existe esa interacción entre el que da y el que recibe, esa conmutación que es el sello de toda vida espiritual” (12).
La esperanza es “la respuesta de la criatura al ser infinito al cual tiene la conciencia de deber todo lo que ella es y de no poner sin escándalo condición alguna” (13), y ese ser infinito es un Tú más íntimo que mi propia intimidad: “desde el momento en de algún modo me abismo ante el Tú que, en su condescendencia infinita, me ha hecho salir de la nada, parece que para siempre me prohíbo desesperar” (14). Él es la última roca sólida sobre la que descansa ciertamente el piélago de mi vida.
Mientras tanto, la esperanza es un ser que camina, viatorio, itinerante, homo viator, “espíritu de metamorfosis, cuando tratemos de traspasar las fronteras de nubes que nos separan del otro reino, guía nuestro gesto de aprendiz. Y, cuando suene la hora prescrita, despierta en nosotros el humor alegre del caminante que cierra su mochila en el momento en que, tras el cristal empañado, avanza la eclosión imprecisa de la aurora” (15).
Pero la esperanza no se mantiene sin el amor. Nunca donde faltó amor amaneció esperanza.
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Notas
(8) Laín Entralgo, P.: La espera y la esperanza, Alianza Ed. Madrid, 1984, pp. 579-580.
(9) Laín Entralgo, P.: Ibid. Pp. 576-577.
(10) Marcel, G. Homo Viator, Ed. Aubier, París, 1944, p. 73.
(11) Marcel, G. Homo Viator, Ed. Aubier, París, 1944, p. 66.
(12) Marcel, G. Homo Viator, Ed. Aubier, París, 1944, p. 67.
(13) Marcel, G. Homo Viator, Ed. Aubier, París, 1944, p. 72.
(14) Marcel, G. Homo Viator, Ed. Aubier, París, 1944, p. 63.
(15) París, enero de l944. Son las palabras con que cierra Gabriel Marcel su Homo Viator.
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