domingo

ANDREA MOREIRA


“HAY QUE APRENDER A ACOSTARSE CON LA TRAGEDIA”

Andrea Moreira es una escritora y actriz uruguaya que publicó precozmente sus dos primeros poemarios, Mañana nos cuelgan (Edit. Proyección, Montevideo, 1993) y Peor para el mar (Grupo Lector Universo, 1994), paralelamente a la realización de la performance La indecente noche de Yemanjá junto a integrantes del Taller Literario Universo.

Peor para el mar recibió una mención especial en el Premio Plural 1994 y fue reditado en México por La hoja murmurante de la Universidad de Toluca (1995).

Después de un largo silencio, la poeta-narradora-actriz se integró al staff de elMontevideano / Laboratorio de Artes y participa en el blog con la columna Diario de una señora, habiendo filmado además un video-poema, un co-protagónico en el short-cut Esto lo aprendí de Onetti y un protagónico en Todas somos la Magdalena, a estrenarse próximamente.

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Cuando eras una niña y le robabas el vestido de novia a tu abuela y te subías a escondidas a los árboles, ¿qué buscabas? Contá lo que sentías en aquellas verdaderas performances que ya te estaban definiendo como poeta y como actriz.

El subirme a los árboles vestida de novia era uno de varios escondites que tenía de niña, buscando un “no sé qué” secreto, que evidentemente luego de ser adulta pude procesar e ir descubriendo, aunque todavía no lo tenga del todo claro.

Esos escondites me acercaban al aire, al cielo, a la soledad del sueño fantástico, de la imaginación infinita. Yo era la protagonista de los universos, de los reinos que inventaba, y para poder volar tranquila, oculta de las censuras, lejos de los que me sentían “rara”, entre otras cosas me trepaba a los árboles. Mantenía verdaderas y extensas conversaciones con alguien. Armaba en mis escondites perfectas escenas de amor o de tragedia. Hablaba y me respondía tantas veces como personajes integraran mis historias. Actuaba escenas románticas, de pasión y de muerte. Cerraba los ojos, inventaba la historia de ese día y automáticamente se transformaba todo en lo que yo quería: el entorno espacial y hasta mi propio cuerpo. Muchas veces lo hice hasta sentada en el banco de la escuela. Hoy me animo a contar (ya que en aquellas épocas pensaba en silencio mi locura), que tuve verdaderas sensaciones físicas mientras transcurrían las historias: si me besaban sentía el peso de otra boca contra la mía por ejemplo. En fin, eran mis momentos de Paz, de Belleza, de Luz y de Amor.

En diciembre filmaste un short-cut titulado Todas somos la Magdalena y pasó algo maravilloso. ¿Cómo lo definirías?

Yo soy una Magdalena. E increíblemente mi madre me lo decía siempre. Ese short-cut fue otra de las puertitas hacia la paz, fue un doble plato reforzado de fe. Nunca había filmado un protagónico y me metí tanto en el personaje de Malena, que durante los minutos de la filmación estuve permanentemente suspendida en el aire. Me hizo tanto bien que es difícil explicarlo. Sentí que había entregado algo de mi hermosura interior. Al día siguiente de filmar me desperté con una sensación de paz, de armonía conmigo y con el mundo. Malena y yo vomitamos nuestros demonios. Lo más grande de todo es que entendí lo que significa saber diferenciar entre enamoramiento y adoración. Sin duda eso fue de gran ayuda en mi vida y en mi carrera de lobas me detengo frecuentemente a recordarlo.

Tus dos poemarios juveniles, Mañana nos cuelgan y Peor para el mar, ya eran los de una mujer que corría con los lobos para no ser aniquilada. Después pasaste años sin escribir, y ahora reapareciste como artista multimedia. Onetti hubiera dicho que no traicionaste a la niña que buscaba la belleza secreta en las alturas. ¿Qué sentís que encontraste?

Bueno, a eso tendría que contestar explicando: mis poemarios juveniles los creo completos y cerrados. No podría volver a escribir de esa manera. En el medio la sequedad me hizo estragos. La incomprensión. Muchas veces hasta las voces estúpidas de los demonios que me recordaban que no tenía más nada para escribir. Creo que llegué por momentos a revolcarme en el barro. Hasta que la prematura muerte de mi madre en diciembre de 2004 me ordenó nadar, respirar y tratar de salvarme. Que es lo que intento desde ese momento. También tuvo que ver un amigo que creyó en mi y me pidió que no dejara de escribir.

Ahí es donde comienzo nuevamente, pero de una manera totalmente diferente. Hoy es otra voz. Creo que también obedece a las distintas etapas de la vida de una mujer.

Siempre tuve la impresión de que naciste condenada a irradiar un optimismo trágico que enerva -luminosamente o no- a los que se conforman con el uruguayísimo bienestar de asadito. ¿Estás de acuerdo en que te defina como a una romántica congénita?

Definitivamente creo ser una optimista trágica. Desde que era una niña me siento condenada a esa sensación permanente de no poder cargar con las miradas de todos, de no pertenecer a ningún momento. Soy de las que siento dolor, mucho y buen dolor ante la belleza de la Humanidad. El universo me duele todos los días y sin embargo sigo enamorada de él. Casada para la eternidad igual que con mis árboles. Ser optimista trágico no significa ser depresivo, ni falsamente optimista, por el contrario es una búsqueda permanente de la belleza, de la divinidad del arte, del espíritu de los arcoiris, de lo eterno, pero muchas veces a través del sufrimiento. Es como mi tango preferido, Naranjo en flor: Primero hay que saber sufrir, después amar… Hay que aprender a acostarse con la tragedia, con el dolor, con los sufrimientos del hombre, para darles un buen abrazo de piernas entre las sábanas y amarlos tanto tanto, que termines levantándolos hacia las estrellas y reventándolos entre tus papeles.

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