NÁUSEA / ESPERANZA / AMOR / FELICIDAD
por
CARLOS DÍAZ
QUINTA ENTREGA
V / EL AMOR (II)
Cuando se ama, aunque sea con amor pobre, no hay que fingir, la sencillez no es otra cosa que la confianza en el amor, el cual -él mismo, su gracia, no nuestro fingimiento- nos hace mejores de lo que somos. En el amor no hay doblez, porque no hay temor a no ser aceptados. Es la aceptación misma. Ni ocultación cabe, ni engreimiento cabe, pues la alabanza de quien ama no es el pago por el reconocimiento de la excelencia del amado, la cual puede existir o no, sino su constitución en persona excelente precisamente por el hecho de haber sido amada. Si el amado no es tonto ni engreído (aunque pueda ser amado pese a todo y pese a todos), él sabrá que no es ni tan maravilloso ni tan eximio como le ve con los ojos la persona que le ama, pues simplemente le bastará y sobrará con ser amado.
Dicho de otro modo: el amado es eminente por ser amado, y no necesariamente por ser eminente; en todo caso, la eminencia de todas las eminencias es el amor mismo. Más aun, sólo después de amado podrá el amado llegar a ser eximio, pues el amor logra el milagro de dignificar al indigno, dándole alas para alcanzar las cimas jamás sospechadas, y de este modo merecer un poco -nunca del todo- la estimación otorgada. “Entonces es cuando sabe por primera vez que podría ser y sería de hecho toda esa maravilla que le dicen, que podría verificar y hacer bueno en sí mismo ese peculiar estilo de hacerle justicia, esa delicadeza y esa valentía, si consiguiese hacer realidad en su propia persona ese ilusionado y oculto diseño de sublimidad que el amante, a través de todas las deficiencias empíricas, ha sabido descubrir con su amorosa mirada” (19).
He ahí el poder creador y constructivo del amor, un fuego que todo lo purifica, eleva y transforma. No será jamás el desamor, la hostilización o el desafecto lo que pueda hacernos mejores, sino la dilección, la acogida y el don incondicional del cariño lo que pueda impulsarnos a ser dignos de tanto regalo. La puerta que no es capaz de abrir el cariño, si lo hubiere, no la abrirá nunca nada ni nadie. Nunca. Nada. Nadie.
Todavía más: al amar a la otra persona, no sólo la embellece a ella, sino a las demás personas. Aunque no todas las personas sean dignas de amor por su comportamiento, el amor a una dignifica a todas. El pesimista respecto de todos lo es porque no ama a nadie; basta para amar a uno para que mejore la opinión respecto de todos, y por eso afirmó Dante que cuando Beatriz aparecía ante sus ojos “no había ya enemigos en mi vida”. Toda pasión enmudecía en su presencia. Por extensión, como también dijera Dante, al amar a una persona se ama a la entera creación, al mundo entero: “¡qué maravilloso es el mundo!”. El mundo visto por los ojos del amado es el más amado de todos los mundos, el mejor de los mundos posibles. El amor ennoblece al amado y embellece al cosmos, y por eso termina moviendo al sol, a la luna, a las estrellas. El amor vuelve interesante lo que aburría antes de ser amado, salazona lo que estaba desabrido, salva lo que estaba perdido, da relieve a lo que yacía en la indiferencia, llena de esperanza a aquel para el cual nada tenía importancia. Amor: dos impulsos, un solo latido.
Nada hay indiferente en el amor; se goza con una nadería y se sufre con menos todavía. Su fuerza y su debilidad son la causa de sus ilusiones y de sus decepciones. Lo inexplicable del amor es que uno quiere perderse por el otro y que, perdiéndose, ambos salgan ganando. No existe nada más interesante que la conversación de dos amantes que permanecen callados.
Todo ser humano llega a ser consciente de su dignidad y su valor como ser humano sólo a través de la relación con otros, y de modo especial cuando otro ser humano toma hacia él la actitud que corresponde al valor de las personas, es decir, el amor, lo máximamente felicitario.
Si el otro es un fin en sí mismo, lo que se ama como tal no se ama. Si la persona amada fuese amada por otros motivos que por ella misma, no sería amor: te ama menos quien contigo ama otra cosa, quien no te ama por lo que tú eres. El amor no es selección entre cualidades, sino elección de personas. El amante, como el artista, elige la persona entera, la acepta en bloque, con sus cualidades y defectos, con los defectos convertidos en cualidades por cristalización imaginativa, pues queda comprometido en cuerpo y alma en su amor.
Nadie se resigna a ser amado por su poder, por sus relaciones o por su fortuna, pues si se nos ama por el dinero no se nos ama por nosotros mismos; queremos ser amados por nosotros mismos, un átomo de interés ajeno al amor hiere este sentimiento apasionado, delicado y susceptible que reivindica la preferencia absoluta. Por tanto, la pregunta ‘test’ no es: ‘¿la encuentras simpática, hábil y atenta?, sino: ‘¿estás de acuerdo con que haya venido a la existencia?, ¿puedes decir honradamente: qué maravilloso que estés sobre el mundo?... Lo que dice es: ‘¡qué maravilla el que tú existas!’.
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Notas
(19) Pieper, J. Las virtudes fundamentales. Edit. Rialp, Madrid, 1998, p. 455.
por
CARLOS DÍAZ
QUINTA ENTREGA
V / EL AMOR (II)
Cuando se ama, aunque sea con amor pobre, no hay que fingir, la sencillez no es otra cosa que la confianza en el amor, el cual -él mismo, su gracia, no nuestro fingimiento- nos hace mejores de lo que somos. En el amor no hay doblez, porque no hay temor a no ser aceptados. Es la aceptación misma. Ni ocultación cabe, ni engreimiento cabe, pues la alabanza de quien ama no es el pago por el reconocimiento de la excelencia del amado, la cual puede existir o no, sino su constitución en persona excelente precisamente por el hecho de haber sido amada. Si el amado no es tonto ni engreído (aunque pueda ser amado pese a todo y pese a todos), él sabrá que no es ni tan maravilloso ni tan eximio como le ve con los ojos la persona que le ama, pues simplemente le bastará y sobrará con ser amado.
Dicho de otro modo: el amado es eminente por ser amado, y no necesariamente por ser eminente; en todo caso, la eminencia de todas las eminencias es el amor mismo. Más aun, sólo después de amado podrá el amado llegar a ser eximio, pues el amor logra el milagro de dignificar al indigno, dándole alas para alcanzar las cimas jamás sospechadas, y de este modo merecer un poco -nunca del todo- la estimación otorgada. “Entonces es cuando sabe por primera vez que podría ser y sería de hecho toda esa maravilla que le dicen, que podría verificar y hacer bueno en sí mismo ese peculiar estilo de hacerle justicia, esa delicadeza y esa valentía, si consiguiese hacer realidad en su propia persona ese ilusionado y oculto diseño de sublimidad que el amante, a través de todas las deficiencias empíricas, ha sabido descubrir con su amorosa mirada” (19).
He ahí el poder creador y constructivo del amor, un fuego que todo lo purifica, eleva y transforma. No será jamás el desamor, la hostilización o el desafecto lo que pueda hacernos mejores, sino la dilección, la acogida y el don incondicional del cariño lo que pueda impulsarnos a ser dignos de tanto regalo. La puerta que no es capaz de abrir el cariño, si lo hubiere, no la abrirá nunca nada ni nadie. Nunca. Nada. Nadie.
Todavía más: al amar a la otra persona, no sólo la embellece a ella, sino a las demás personas. Aunque no todas las personas sean dignas de amor por su comportamiento, el amor a una dignifica a todas. El pesimista respecto de todos lo es porque no ama a nadie; basta para amar a uno para que mejore la opinión respecto de todos, y por eso afirmó Dante que cuando Beatriz aparecía ante sus ojos “no había ya enemigos en mi vida”. Toda pasión enmudecía en su presencia. Por extensión, como también dijera Dante, al amar a una persona se ama a la entera creación, al mundo entero: “¡qué maravilloso es el mundo!”. El mundo visto por los ojos del amado es el más amado de todos los mundos, el mejor de los mundos posibles. El amor ennoblece al amado y embellece al cosmos, y por eso termina moviendo al sol, a la luna, a las estrellas. El amor vuelve interesante lo que aburría antes de ser amado, salazona lo que estaba desabrido, salva lo que estaba perdido, da relieve a lo que yacía en la indiferencia, llena de esperanza a aquel para el cual nada tenía importancia. Amor: dos impulsos, un solo latido.
Nada hay indiferente en el amor; se goza con una nadería y se sufre con menos todavía. Su fuerza y su debilidad son la causa de sus ilusiones y de sus decepciones. Lo inexplicable del amor es que uno quiere perderse por el otro y que, perdiéndose, ambos salgan ganando. No existe nada más interesante que la conversación de dos amantes que permanecen callados.
Todo ser humano llega a ser consciente de su dignidad y su valor como ser humano sólo a través de la relación con otros, y de modo especial cuando otro ser humano toma hacia él la actitud que corresponde al valor de las personas, es decir, el amor, lo máximamente felicitario.
Si el otro es un fin en sí mismo, lo que se ama como tal no se ama. Si la persona amada fuese amada por otros motivos que por ella misma, no sería amor: te ama menos quien contigo ama otra cosa, quien no te ama por lo que tú eres. El amor no es selección entre cualidades, sino elección de personas. El amante, como el artista, elige la persona entera, la acepta en bloque, con sus cualidades y defectos, con los defectos convertidos en cualidades por cristalización imaginativa, pues queda comprometido en cuerpo y alma en su amor.
Nadie se resigna a ser amado por su poder, por sus relaciones o por su fortuna, pues si se nos ama por el dinero no se nos ama por nosotros mismos; queremos ser amados por nosotros mismos, un átomo de interés ajeno al amor hiere este sentimiento apasionado, delicado y susceptible que reivindica la preferencia absoluta. Por tanto, la pregunta ‘test’ no es: ‘¿la encuentras simpática, hábil y atenta?, sino: ‘¿estás de acuerdo con que haya venido a la existencia?, ¿puedes decir honradamente: qué maravilloso que estés sobre el mundo?... Lo que dice es: ‘¡qué maravilla el que tú existas!’.
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Notas
(19) Pieper, J. Las virtudes fundamentales. Edit. Rialp, Madrid, 1998, p. 455.
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